Cómo ser un pequeño saltamontes

Graciela Adriana Lara

Esto es más o menos lo que les digo a esos chicos de mis clases que contestan a la pregunta “¿Qué vas a ser cuando seas grande?” con “médico”, “arquitecto” o “neurocirujana”, con los auriculares puestos y la carpeta hecha un bollo, mientras piden a los gritos que alguien les preste una lapicera.

“Querido alumno: venir a la escuela no es sólo venir de vez en cuando a discutir conmigo si tuviste ganas de ponerte ojotas o andar con toda la panza afuera, desafiando las reglas del Consejo de Convivencia por millonésima vez. Venir a la escuela tiene que ver con hacer realidad tus sueños futuros. Dale, reite. Recién me contestaste que querías ser médico (o arquitecto, o neurocirujana, o lo que sea que hayan contestado). Bueno, vos venís a la escuela para prepararte para cumplir tu sueño”. Y al llegar ahí uso un discursito que durante décadas me resultó infalible.

“Supongamos que en lugar de médico, vos decís que querés ser luchador del UFC. Campeón. El mejor. Bueno, para lograr eso deberías entrenar mucho, ¿no es cierto? Deberías aprender varias artes marciales, primero. Supongamos que comenzás hoy, que esta es tu primera clase de, digamos, kung fu. ¿Podrías venir vestido como vos querés? No, por supuesto, hay reglas para eso. ¿Podrías estar con auriculares en tu cuello o en tus orejas? Tampoco. ¿Podrías estar tirado en el piso, con el celular, whatsappeando con tu novia o novio? Menos. ¿Podrías interrumpir a cada rato porque tenés ganas o echarte a dormir en el medio del salón? El profesor te diría que no estás participando de la clase o te llamaría la atención. Tu conducta significaría una pérdida de tiempo para todos, una molestia. Ni siquiera hace falta decir que no aprenderías absolutamente nada de kung fu.

Supongamos que, insólitamente, el profesor no te dijera nada y te dejara hacer lo que querés. Y pasara un año y vos continuaras en la clase de kung fu escuchando música y con la whatsappeada y las ojotas, jodiendo con los pibes y paveando en lugar en entrenar y aprender. ¿Qué te parecería si el profesor, en diciembre, en una ceremonia, te entregara el cinturón negro y te dijera que estás preparado para un torneo?

El otro día una chica me contestó que el profesor sería un corrupto, reverendo hijo de p…, si hiciera eso. Cuando los pequeños saltamontes dicen cosas así, soy yo la que se queda pensando.