La toma de la Bastilla

Horacio Minotti

Hemos trazado, en una seguidilla de cuatro artículos, lo que creemos son las miras, los carriles por donde debe transitar lo que llamamos la Revolución Inversa, esa que no es violenta, la revolución que destruye un estado de hecho, para recuperar la vigencia de las leyes, el conocimiento y el bienestar general.

Pero ¿cuál es el cenit, la cumbre de la Revolución Inversa, a dónde vamos con ella, cuál es el fin revolucionario? Vamos a romper lógicas, que en definitiva son ilógicas. Y vamos a empezar por la lógica/ilógica de la política. No vamos a tolerar que se nos diga una cosa y se haga otra, y a castigar severamente con nuestro voto o con la ley ese incumplimiento. Vamos a observar a nuestros gobernantes y exigir mecanismos idóneos para ello, y a seguirlos de cerca, porque toda nuestra vida cotidiana depende de su accionar.

La cima de la Revolución Inversa implica la ruptura de la lógica que indica que la política es sucia. No lo es. Lo son los hombres que la han venido ejerciendo, a los que les hemos permitido su monopolio. La política somos nosotros, los que queremos que sea otra cosa. No existe una premisa que puede reputarse auténtica, que establezca que necesariamente siempre se imponen los corruptos, los egoístas o los traidores. Esa es una falacia, puesta como barrera por quienes monopolizan la política, para que la gente decente no se acerque a ella y mantener el control.

En la primera columna de esta saga, hablamos de la pared de hormigón que separa a la sociedad política de la sociedad civil. Esa pared que desmorona el sentido real de la política y que transforma el sistema democrático en una oligarquía, donde los pocos partidos con posibilidades ciertas de acceso a la administración están controlados por muy pocas personas, en general coaligadas o articuladas entre sí, conformando un ghetto al margen de la mayoría de los ciudadanos. Por eso la oferta electoral es escasa y repetida. La Revolución Inversa debe aniquilar esa lógica perversa y cuasi mafiosa, abrir la política a los políticos, que somos todos aquellos que gozamos de derecho a elegir y ser elegidos.

El ejercicio de los cargos públicos no está reservado a iluminados conductores de colectivos vacíos de pasajeros, tal como es la concepción de los viejos partidos políticos. La Constitución Nacional abre las puertas a todos los ciudadanos, sin embargo socialmente hemos aceptado un cerrojo de hecho y permitimos ser manipulados por unos pocos. Es ésta otra lógica a romper desde la Revolución Inversa.

¿Qué es lo que indica que los ciudadanos electores sólo quieren escuchar mentiras o mirar en publicidades personajes de historietas creados por un ardid publicitario? ¿Qué ha hecho pensar a la amplia mayoría de la “clase política” que somos simples consumidores de fantasías? Hitler dijo una vez “la gente está asombrosamente dispuesta a creer”. Eso parecen pensar. Pues ya no tanto. Ahora está, al menos aquí, asombrosamente dispuesta a desconfiar. Y la identificación con los dirigentes momentáneos y rotativos por venir, no puede sino provenir de una relación sincera. Esa es la Revolución Inversa.

¿Por qué ciertos dirigentes creen que deben disimular sus errores a como dé lugar e incluso negar los que son indisimulables provocando la ira y la irritación de la sociedad? Los gobernantes, los mandatarios, se equivocan, como lo hacemos todos, reconocen el error y proponen un camino nuevo con la idea de que será mejor. En el contexto actual, resulta revolucionario aceptar que se tomo el rumbo equivocado, que se lo acepta y que se está dispuesto a corregirlo. Y también es revolucionario que la sociedad lo comprenda y acompañe.

La Revolución Inversa es un proceso de arraigo y consolidación de principios fundamentales. Decimos, por ejemplo, que tenemos un país federal. Pero el ingreso por el cual el país debió enriquecerse, y en base al cual creció a “tasas chinas” por 10 años, es decir, las retenciones a la exportación de soja; resulta que no es coparticipable. Ahora bien, cada una de las provincias debe hacerse cargo de su seguridad (policía), salud (hospitales y sus insumos y tecnología), educación (escuelas, útiles); absolutamente todo, en síntesis.

Si es un país federal, ¿por qué el mayor ingreso de la historia no se distribuye equitativamente entre los estados provinciales? ¿Por qué lo monopoliza el Estado nacional que no provee nada a los ciudadanos y lo reparte entre quienes resultan más adictos o chupamedias? ¿Por qué los ingresos fiscales por toda la soja que se planta, cultiva y cosecha en Córdoba, por ejemplo, se la queda el gobierno nacional, que después le niega obra pública a Córdoba, porque no le gusta el gobernador? Es esencial redistribuir el ingreso de modo justo y la primer forma es territorialmente, por medio de una norma inviolable y no por capricho de algún dictadorzuelo que le da a unos y le niega a otros. Eso es federalismo, el resto son postulados, frases bonitas.

El anterior es un gran ejemplo, pero no el único. La Constitución garantiza los derechos de los consumidores, pero cuando uno revisa la cuenta de la tarjeta de crédito hay al menos cinco rubros que no sabe que son. Respalda la libertad de prensa, pero los gobiernos presionan a los medios, les quitan publicidad, les generan conflictos gremiales internos. La Carta Magna consagra el derecho de propiedad, pero el Poder Ejecutivo pretende revertir una compra-venta por decreto (caso La Rural). Podría seguir hasta mañana. Hemos vivido presos de declamaciones de alta belleza retórica, pero vacías de realidad objetiva. Eso habrá de concluir urgentemente. Ninguno de esos derechos es una ilusión utópica ni una locura original argentina. Es el modo en que vive el mundo civilizado.

Debemos garantizarlos realmente, de modo eficiente, e incorporarlos naturalmente a la vida en sociedad, del modo cotidiano con que deben tomarse. Un amigo que residió en Canadá me contaba lo difícil que resultaba explicarles a los canadienses la existencia de “desaparecidos”. No es posible que personas “desaparezcan”, o que el Estado los haga desaparecer. Venimos asumiendo como normales cosas que no lo son, y debemos empezar a exigir que ocurra lo que debe ocurrir y vivir nuestros derechos con la espontaneidad con que deben vivirse. La Revolución Inversa es no tener que pelear por nuestros derechos, porque ellos están ahí, a nuestra mano, como la tele o el ventilador: son cotidianos.

La semilla de la Revolución Inversa está plantada y crece. Los cambios que propone están dentro de cada uno de nosotros como un deseo confuso pero pujante. Solamente será posible si todos entendemos que tenemos en ella un rol protagónico.

El gobierno no es el “ejercicio del poder”. Es la delegación por parte de la sociedad, a un grupo surgido de ella misma, de la administración de la cosa pública y de la toma de decisiones urgentes. Y esa delegación es rotativa, en unos ciudadanos primero, en otros luego y así sucesivamente. Todos somos protagonistas del cambio que avanza y crece cada día un poco más, como cada vez que cumplimos un sueño fruto de nuestro esfuerzo y dedicación. El eje de la Revolución Inversa somos todos y nuestratoma de la Bastilla” es la verdadera democratización de la democracia.