Cuba: hablemos del embargo

Iván García Quintero

El embargo económico y financiero de Estados Unidos a Cuba fue implementado parcialmente en el otoño de 1960 por la administración de Dwight D. Eisenhower. Fue una escalada progresiva y razonablemente lógica de la Casa Blanca, en respuesta a las expropiaciones sin la debida indemnización por parte del gobierno de Fidel Castro a propiedades y empresas estadounidenses. Para el 3 de febrero de 1962, el gobierno de Kennedy recrudeció las medidas y el embargo económico fue casi total. No solo fue un mecanismo de presión de carácter económico.

Tiene su componente político. Remontémonos al período de Guerra Fría. El barbudo Castro se alió al imperialismo soviético y llegó a emplazar 42 cohetes atómicos de alcance medio en la isla. En un rapto de delirio, en una carta a Kruschov, Castro le surigió que como táctica disuasoria, la URSS debía apretar primero el gatillo nuclear. El régimen verde olivo se enfrascó durante los años 60, 70 y 80 en una guerra subversiva y costosa en América Latina y África, financiada por el Kremlin. Cuba es una auténtica autocracia.

Un solo partido legal, el comunista. Ninguna libertad de expresión, prensa libre, derecho a huelga o poder afiliarse a sindicatos independientes. Solo si Cuba se abre en el terreno político y respeta los derechos humanos, Estados Unidos podría considerar el levantamiento del embargo.

También el gobierno de facto debe negociar los impagos a ciudadanos estadounidenses. El embargo está codificado y blindado por leyes estadounidenses. En diferentes períodos, Jimmy Carter en 1978, Bill Clinton en 1994 y con la actual administración de Barack Obama, se han aprobados medidas para su flexibilización.

En los años 70, a Castro no le importó la paloma blanca lanzada por Carter desde Washington. A cambio, debía apartarse de los peligrosos juegos de guerra en Angola y Etiopía. En un error estratégico, Fidel pensaba que la caída del “imperialismo yanqui” y la debacle del capitalismo moderno estaban al doblar de la esquina. Por tanto, no se dejó enamorar por las plegarias de Carter. Luego se sabe lo que pasó. Reagan jugó al duro en su política exterior y el mapa cambió de color. La URSS y el Muro de Berlín se convirtieron en historia antigua.

Entonces Castro replanteó sus políticas. Dijo adiós a las armas y comenzó un lobby agresivo con la izquierda -incluso la derecha- latinoamericana y le abrió las puertas a diversas tendencias dentro de Estados Unidos que le han servido como agente de influencia. 

En 1996 pudo solucionar el entuerto para derogar el embargo e iniciar los primero pasos en la democratización de Cuba. Tenía abierto un canal de comunicación con Clinton mediante el escritor colombiano Gabriel García Márquez. Pero pudo más la soberbia. Derribó dos avionetas desarmadas de grupos anticastristas afincados en la Florida que tiraban octavillas en La Habana y, a distancia, desenfundó el bolígrafo para que Clinton diera una nueva vuelta de tuerca al embargo, aprobando la Ley Helms-Burton.

El embargo es un negocio publicitario rentable para los Castro. Ellos con las víctimas. El mundo, excepto Israel, Estados Unidos e Islas Marshall, está en contra de sancionar a Cuba. Dentro de la disidencia cubana es mayoría los que se oponen al embargo. Según muchos opositores, solo sirve de pretexto al gobierno para no democratizar el país y reprimir a los disidentes.

Los opositores que apuestan porque se mantenga alegan que no hay señales de democracia dentro de las tibias reformas económicas implantadas por Raúl Castro para levantar el embargo. Consideran que si se le abre las puertas al capital gringo, se reforzaría el régimen y las libertades esenciales seguirían cautivas. Unos y otros tienen razones sólidas.

Pero los hermanos de Birán siguen empecinados en desconocer a la oposición. Quieren negociar con la Casa Blanca ignorando a los cientos de activistas y disidentes que les piden sentarse en la mesa a pactar un nuevo trato, que permita enrumbar a la nación por el camino democrático.

Habría que preguntarse cuán severo es el embargo. Si usted visita el hospital pediátrico William Soler, al sur de La Habana, y charla con especialistas, argumentarán que debido al embargo, el gobierno no puede comprar medicamentos de última generación patentados por Estados Unidos. Eso es cierto. Claro, si Fidel Castro en vez de enfrascarse en las guerras civiles africanas o introducir armas clandestinas a Chile, hubiese diseñado estructuras económicas eficientes, hoy la autocracia podría adquirir medicinas, ómnibus, herrajes y comida en cualquier otro lugar del planeta, aunque fuese más costoso.

Sucede que las finanzas del país están en números rojos. Al contrario de otras dictaduras, como la de Pinochet o el régimen segregacionista de Sudáfrica, donde los problemas no eran económicos, si no de represión y falta de libertades, en Cuba la complicación es mayor. Estamos a la deriva, en lo financiero y en materia de derechos humanos. Es evidente que el poderoso y aceitado lobby anti embargo, financiado por el régimen de La Habana y por los bolsillos amplios de cubanoamericanos, quiere desconocer un lado del asunto.

Alfonso Fanjul sufrió en carne propia las arbitrariedades de la revolución. Perdió todas sus propiedades en Cuba y tuvo que marcharse a comenzar de nuevo, 90 millas al norte. Siendo apenas un adolescente, Carlos Saladrigas debió abordar un avión hacia Estados Unidos sin sus padres durante la Operación Peter Pan. Cuentan que los dos se sentaban en el último banco de madera de una pequeña iglesia en la Florida a rezar y a llorar por todo lo que habían perdido. Han triunfado en una nación exitosa.

Podemos creer en su buena voluntad. Pero pecan de ingenuos. O juegan con cartas marcadas. ¿Personeros del régimen se han comprometido en secreto con Fanjul o Saladrigas a cambiar el estado de cosas si se levantara el embargo? Algo debe cocinarse en las alcantarillas del poder para que ese lobby trabaje a destajo. Públicamente nada se sabe. Lo cierto es que el régimen guarda silencio y ni siquiera difunde en Cuba las iniciativas de grupos anti-embargos de Estados Unidos.

Si a cambio de levantar el embargo el General Raúl Castro legalizara la oposición y la prensa independiente, estoy seguro que una parte del exilio y la disidencia local aprobaría el proceso para flexibilizarlo.

No creo que sea el embargo el causante de nuestras precariedades económicas. La falta de leche, queso, mantequilla y carne de res no podemos achacárselos al “bloqueo”. Es el sistema absurdo instaurado por Fidel Castro, vertical, dogmático y personalista, el gran culpable que la mayoría de la gente en Cuba lleve más de cincuenta años pasándolo mal.

Un 70% de la población puede comprar productos estadounidense si tienen suficientes pesos convertibles. Si se recorren los mercados por divisas, descubrirá desde la famosa Coca-Cola, televisores RCA, ordenadores Dell, hasta una línea de electrodomésticos Black & Decker. El embargo tiene tantos agujeros, que le permite al gobierno comprar ómnibus chinos con componentes estadounidenses o un lote de jeeps Hummer para cazar en un coto exclusivo de altos militares.

Puede catalogarse de ilegal, absurdo o extraterritorial. Pero sobre todo ha sido ineficaz. Entiendo que el embargo no se debe abolir sin concesiones por parte del régimen.

Libertad económica y créditos para los pequeños negocios suena demasiado bonito en el oído de los atribulados trabajadores privados que se ganan un puñado de pesos al margen del Estado. ¿Cómo hacer efectiva esa libertad económica? Es la pregunta que muchos se hacen en Cuba. Se me antoja que sin libertad política, plena, es imposible.

Si lo dudan, pregúntenle a Carlos Saladrigas o Alfonso Fanjul. Ellos mejor que nadie pueden argumentar porque un día se vieron precisados a tomar un avión rumbo a los Estados Unidos.