Superados

Julio Bárbaro

Parecían dueños del destino universal, salvadores de la patria, fundadores de un sistema que aplastaba a los otros con las sombras del pasado. Soberbia, eso era lo que les sobraba, y explicaban que en todo disidente habitaba una corporación y también en el que pensaba y opinaba distinto anidaba la traición. Así fue que la democracia inició su lento pero firme retroceso; la libertad se fue enredando con las explicaciones; las corporaciones y los imperialismos terminaban definiendo al que se animaba a pensar. Si el Gobierno le tiraba un pedazo de poder al progresismo, entonces, se volvía progresista. Algunos que de jóvenes imaginaron ser capaces de convertir su pensamiento en concreción del mundo nuevo, del hombre nuevo y ya de mayores, se arreglaban con bastante poco, si los reconocen y los respetan y los eligen para ser elogiados y financiados. Si todo esto pasa, uno se puede volver oficialista porque el poder engendra caricias que se parecen a las ideas.

Se creían eternos, hasta que una muerte les quedó grande, o su pretendido talento les quedo chico, entonces se amontonaron todos a aplaudir y a leer una escritura de lealtades que parecía más ser un agradecimiento de las prebendas conseguidas que una reivindicación de las ideas apoyadas. El documento daba pena, aquellos que ayer se imaginaban eternos daban hoy un triste espectáculo de mediocridad militante. La obediencia al poder y las ganancias económicas, ambas juntas y sumadas, dejaban a la vista de la sociedad una burocracia miserable y enriquecida, que ni siquiera guardaba la lógica conciencia del ridículo. Engendraron bronca y ya dan pena, decadencia en estado puro, aplaudiendo en público su alegría de haberse enriquecido en privado. Como si la bonanza que vivían ellos fuera la misma que beneficiaba a todos.

Se imaginaban fundacionales, de pronto son sólo un resto histórico que genera vergüenza. Una muerte alcanzó para dejarlos desnudos, para mostrar que únicamente tenían talento para hacerse de los beneficios de la coyuntura, pero lejos estaban de entender y poder manejar las complicaciones de la crisis. Una muerte los llamó a silencio, los mostró repitiendo discursos obedientes, asustados del afuera y del adentro, una secta que al vivir la dulzura de los beneficios del poder se sentía superada por la dura realidad que se acercaba marcada por la muerte. Las cadenas mediáticas con las que la Presidente aburría no pudieron enfrentar el conflicto real de la vida.

Un Gobierno ocupado en espiar disidentes inventó servicios de informaciones que al final terminaron discutiéndole el poder. La secta ya no tenía autocritica, había roto su relación con la misma sociedad, la realidad le molestaba. Toda secta inventa su adentro para que la proteja de la realidad. Pero una muerte es demasiado para seguir jugando al distraído y los vientos que desnudan falsedades se les metieron por la ventana. Y entonces buscaron culpables lejanos: los medios de comunicación que los acusaban, las mafias que hacía rato habían renunciado a la crítica al ser invitadas al festín que distribuía el Estado.

Si ayer la vida al llevarse a Néstor les regaló una elección, hoy al llevarse al Fiscal los dejaba en el llano para siempre. En la buena todos somos expertos y aparentamos talento; en la difícil, las cosas son distintas.

Una muerte ya fue demasiado, y no supieron qué hacer. Vendrán otros a gobernarnos, ya era hora. Y esperemos que a quien sepamos elegir no practique el peor de los pecados, el de la soberbia. Ya los Menem y los Kirchner se pretendieron fundacionales e intentaron eternizarse en el poder. Necesitamos elegir al más humilde, al que sea capaz de dejar el gobierno, volver al llano y ser y sentirse uno más entre nosotros. 

Para nuestra lastimada democracia, la cordura es más necesaria que cualquier otra pretensión de inmadurez. Votemos al mejor, aprendamos a ayudar a la suerte.