¿Cómo actuará China ante el nuevo Papa?

Sandro Magister

Funerales de Estado para el obispo Jin Luxian y arrestos domiciliarios para su sucesor, Ma Daqin. El primero honrado por el régimen, el segundo acusado de traición a la patria. ¿Cómo actuará con China el nuevo Papa?

La muerte del obispo de Shanghai, Aloysius Jin Luxian, ha llevado a primer plano el drama de la Iglesia Católica en China y los interrogantes sobre la línea que adoptará el nuevo Papa.

Jin era jesuita, como Jorge Mario Bergoglio. Ha muerto a los 97 años de edad y ha sido gran protagonista del renacimiento de la diócesis de Shanghai, luego que el maoísmo había hecho tabla rasa.

Pero sólo en 2005 se había reconciliado con Roma. Había sido incardinado en Shanghai como obispo en 1985, por voluntad del Partido Comunista y sin la aprobación del Papa, en lugar de su heroico predecesor Ignazio Gong Pinmei, enviado al exilio luego de 33 años de cárcel y creado cardenal por Juan Pablo II.

También Jin había pasado muchos años en prisión y en campos de reeducación, donde fue utilizado como traductor al servicio del Estado, gracias a su dominio de los idiomas extranjeros.

En efecto, jesuita desde joven, Jin había estudiado en París y en Roma. Había viajado a Alemania y a Inglaterra. También por esto, luego de haber salido de la cárcel, las autoridades chinas apuntaron sobre él para hacer un líder autorizado de la Iglesia “patriótica” creada por ellos en contraposición a Roma. Él consintió.

Hoy la diócesis de Shanghai cuenta con casi 150 mil católicos, un centenar de sacerdotes, numerosas religiosas, 37 parroquias, 140 iglesias, una imprenta, un comedor para los pobres, una casa para ancianos y otros servicios. Se levantan en su territorio el santuario mariano de Sheshan, meta de peregrinaciones nacionales, y el principal seminario de China, del que han salido personalidades como Giuseppe Zen Zekiun, luego hecho obispo de Hong Kong y cardenal, y Savio Hon Taifai, el actual secretario de la congregación “de Propaganda Fide”. 

Para lograr todo esto Jin ha hecho malabares durante décadas entre la obediencia a las autoridades comunistas y la fidelidad a la Iglesia. Los católicos “subterráneos” no le perdonaron este doble juego. Por el contrario, esta duplicidad ha sido señalada siempre como ejemplar por los que apoyan un compromiso con el régimen, compromiso del tipo de la “Ostpolitik” vaticana de la posguerra con el imperio soviético.

En 2005, cuando se reconcilió con Roma profesando su obediencia al Papa, aceptó un redimensionamiento de su rol. La Santa Sede reconoció como obispo ordinario de Shanghai al obispo “subterráneo”, no reconocido por el régimen, Giuseppe Fan Zhongliang, jesuita también él, y rebajó a Jin al rol de obispo auxiliar.

Pero al ser ambos muy ancianos y enfermos, la Santa Sede asignó también un obispo coadjutor con derecho a sucesión, el obispo Giuseppe Xing Wenzhi, ordenado con el acuerdo conjunto de Roma y Pekín.

Eran años de un aparente deshielo. Las autoridades chinas habían dejado de incardinar a obispos que no contaban con el reconocimiento de Roma. A su vez, la Santa Sede había multiplicado los esfuerzos para lograr la unidad de las dos comunidades católicas chinas, la oficial y la “subterránea”. La “Carta magna” de esta estación fue la carta de 2007 dirigida por Benedicto XVI a los católicos de China.

Pero después todo se precipitó de nuevo. Hoy la situación de la Iglesia Católica en China está bloqueada por tres “piedras de tropiezo” que el prefecto de la Congregación vaticana para la Evangelización de los Pueblos, el cardenal Fernando Filoni, ha descripto de este modo en un informe publicado en la revista Tripod, editada por el Holy Spirit Study Center, de Hong Kong:

“1. La VIII Asamblea nacional de los representantes católicos, organizada en el año 2010 por las autoridades de Pekín, ha logrado el control del Estado sobre la Iglesia. Inmediatamente ha habido ensañamiento contra el clero llamado ‘clandestino’, porque la Asamblea adhirió a la Asociación Patriótica, una institución responsable del control de la Iglesia en China, cuya misión es hacerla independiente del catolicismo y del Papa. Al mismo tiempo la misma Asociación ha agudizado su control también sobre la comunidad llamada ‘oficial’, es decir, sobre los propios obispos, el clero, los lugares de culto, las finanzas y los seminarios.

“2. El control riguroso sobre los nombramientos de los obispos ha llevado a la elección de candidatos muchas veces discutibles, cuando no moral y pastoralmente inaceptables, aunque gratos a las autoridades políticas.

“3. Las consagraciones episcopales, tanto legítimas como ilegítimas, han sido forzadas a través de la intromisión en los ritos de obispos ilegítimos, creando dramáticas crisis de conciencia, tanto en los obispos consagrados como en los obispos consagrantes. […] Algunos obispos y sacerdotes son segregados o privados de su libertad, como ocurrió recientemente en el caso del obispo Ma Daqin, de Shanghai. […] El control sobre las personas y sobre las instituciones se ha agudizado y se recurre muy fácilmente a sesiones de adoctrinamiento y a presiones“.

El epicentro de esta reagudización de la crisis entre Roma y Pekín ha sido precisamente la diócesis de Shanghai.

Inexplicablemente, en 2012 dimitió el obispo coadjutor de Shanghai. En su lugar la diócesis eligió un nuevo coadjutor con derecho a sucesión en la persona de Taddeo Ma Daqin, ordenado obispo el 7 de julio tanto con mandato del Papa como con la aprobación del gobierno.

Pero en el rito de ordenación, Ma Daqin declaró que no quería adherir más a la Asociación Patriótica de la que formaba parte, considerándola incompatible con su ministerio de obispo, según las indicaciones de la carta de Benedicto XVI de 2007. Por eso fue inmediatamente castigado. Las autoridades lo confinaron y aislaron en el seminario de Sheshan y la autodenominada conferencia episcopal china instituida por el régimen le revocó el título de obispo coadjutor de Shanghai.

Ma Daqin ha resistido impávido. La Santa Sede asumió firmemente su defensa. Monseñor Hon, el secretario de “Propaganda Fide“, ha declarado que “ninguna conferencia episcopal, en ninguna parte del mundo, tiene el poder de anular el mandato pontificio. Mucho más en este caso, en el que la conferencia no está reconocida. Por este motivo es que se mantiene firme para nosotros que Ma Daqin es el obispo de Shanghai”.

Y luego de la muerte de Jin lo sería a todos los efectos, en cuanto sucesor designado. Pero las autoridades chinas ni siquiera le han permitido participar en el funeral, el pasado 29 de abril. Parece que en esa ocasión lo habían transferido a Pekín en confinamiento solitario.

¿Cómo se moverá el papa Francisco en este terreno minado?

¿Confirmará la línea de firmeza adoptada en los últimos años por las autoridades vaticanas? ¿O por el contrario, adherirá a una línea más dispuesta al compromiso, como la encarnada por Jin?

Uno de los más decididos partidarios de la línea de firmeza es el cardenal Zen. Mientras que entre los impulsores del compromiso estaba el cardenal Ivan Dias, predecesor del cardenal Filone como prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Hoy en el Vaticano – tanto en la Congregación como en la Secretaría de Estado – prevalece la línea de Zen, aunque sin los extremos combativos típicos de este cardenal.

Pero también la línea del compromiso continúa tenido sus partidarios, principalmente en el exterior pero con resquicios dentro de la curia.

El cardenal Zen, en un polémico escrito publicado hace un año en Asia News, ha mencionado por su nombre a dos de sus adversarios, criticándolos duramente.

El primer blanco ha sido la Comunidad de San Egidio.

Y el segundo ha sido Gianni Valente, el especialista sobre China en 30 Días, una revista internacional bajo la órbita de Comunión y Liberación, que ha dejado de publicarla el verano pasado.

Zen acusó a ambos de querer restaurar con China la “fallida” diplomacia de la Ostpolitik, cuando por el contrario “el verdadero bien para la Iglesia en China no es seguir regateando con organismos no sólo extranjeros sino claramente hostiles a la Iglesia, sino movilizar a obispos y fieles a deshacerse de éstos”.

Un aspecto curioso de esta polémica es que la Comunidad de San Egidio gozaba de benevolencia y de escucha por parte de Benedicto XVI y de su secretario Georg Gänswein.

Mientras que Gianni Valente – quien hoy trabaja en la agencia “Fides”, de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos – es amigo desde hace años de Jorge Mario Bergoglio, junto a su esposa Stefania Falasca, también ella ex redactora de 30 Días. Una amistad tan fuerte que Bergoglio les telefoneó la misma tarde de su elevación al papado.