Sergio Macri y Mauricio Massa

En días posteriores a las PASO se desplegó con fuerza en algunos la opinión de que ahora sí era importante un acuerdo entre los dos principales candidatos opositores -Mauricio Macri y Sergio Massa- para derrotar al kirchnerismo representado por Daniel Scioli. Esa opinión chocó de frente con la imposibilidad legal de cualquier tipo de acuerdo de unificación de listas o candidatos y la imposibilidad política de la declinación de candidaturas. Esto enojó a muchos deseosos de cambio y capacidad para hacer sumas aritméticas, pero dificultades para hacer sumas políticas. Una de las variantes que se deslizaron -incluso por parte de prestigiosos intelectuales como Beatriz Sarlo- es que Cambiemos “baje” la candidatura de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires y UNA desista de postular a Sergio Massa para presidente. La escritora no solo lo esbozó, sino que también lo postuló como fórmula infalible de victoria.

En el contexto electoral argentino, dos más dos no es cuatro y por lo tanto la “fórmula para la victoria” elaborada por Sarlo carece de fundamentos sólidos, no solo numéricamente, sino también como estrategia a implementar. Suponer que todos los votantes de Massa elegirían a Macri si este se bajara de su candidatura es una falacia y, si bien es más probable que quienes optaron por Vidal en las PASO sean más permeables a hacerlo en octubre por Felipe Solá, en caso de quedar como único candidato opositor y, sobre todo, teniendo enfrente a un político con tan alta imagen negativa como Aníbal Fernández, lo cierto es que el PRO tiene demasiado cerca la conquista de la provincia de Buenos Aires como para rifarla en una ingeniería electoral que solamente quien se ha dedicado con agudeza a la literatura puede imaginar tan simple. Continuar leyendo

El juego de la oca

La oposición, en esto incluyo a Mauricio Macri, Sergio Massa, un sector del radicalismo y, en menor medida a Margarita Stolbizer, ha adoptado en estos últimos días una actitud temeraria. Saben -por encuestas propias y ajenas- que a cualquier candidato del Frente para la Victoria le resultaría muy difícil obtener un triunfo en el ballotage. Saben también que, al margen de la impostada euforia que demuestran los agentes de prensa del gobierno (¿se los puede llamar de otra manera a esa multitud de “periodistas” y medios escritos, radiales y televisivos que viven al calor de los recursos oficiales y extra oficiales del Estado?), lo único nuevo bajo el sol es un leve repunte de la alicaída imagen presidencial, aquella que se deterioró de manera aguda luego de la dudosa muerte del fiscal Alberto Nisman. Con estos elementos en mano, están como aquel boxeador que, conociendo su condición de superioridad en el ring, opta por “jugar” con su rival mientras evita dar el golpe de knockout. Continuar leyendo

Panorama del “mercado” electoral argentino

Ya en la recta final del ante último año de gestión del kirchnerismo, los candidatos que creen tener posibilidades de sucederlo afinan sus tácticas para comenzar un 2015 con una estrategia político-electoral definida. En ese contexto, hay candidatos a los que les cuesta leer sus posibilidades concretas o bien son renuentes a aceptarlas. Resulta bastante evidente que el “mercado” electoral argentino no tiene lugar hoy para 4 candidatos competitivos; léanse UNEN, Frente para la Victoria-PJ, Pro y Frente Renovador. En una perspectiva mucho más realista, varios importantes miembros de UNEN han comenzado a acercarse a quienes consideran que pueden estar en la “pelea” electoral del año próximo. Las opciones con las que cuentan pasan por el diputado Sergio Massa y por el jefe de gobierno porteño Mauricio Macri. Continuar leyendo

Un frente rupturista pero frágil

El Frente Amplio UNEN (FAUNEN) hizo su anunciada y preparada irrupción al escenario político la pasada semana y, si bien no cambió la fotografía actual, modificó el panorama a futuro al tiempo que focalizó la agenda sobre su lanzamiento, lo cual no es poco en un espacio simbólico que tiempo atrás solía monopolizar el gobierno. Lo llamativo es que siendo una noticia positiva para el mercado electoral y político argentino también aparece con un destino muy probable de desmembramiento o, al menos, de reestructuración. Lejos de la chicana política fogoneada y difundida desde todos los medios de comunicación comprados o cooptados (y financiados) por el kirchnerismo que señalan las deficiencias de origen de esta coalición y hacen una maliciosa comparación con la fallida Alianza, lo que se descuenta es que la discusión acerca de la incorporación o no del PRO de Mauricio Macri va a generar una tensión que difícilmente puedan tolerar y mucho menos resolver sin que esto les produzca bajas entre sus filas.

Si bien la explicación de tal tensión pasará por la discusión acerca de cuál es el límite para la conformación de esta coalición, en realidad se trata fundamentalmente de quienes tengan o no una vocación real de poder. En este sentido, y a contramano de los puristas del espacio, las figuras más prominentes son más proclives al acuerdo aunque por ahora no hayan exteriorizado esta preferencia. Ernesto Sanz, Oscar Aguad, Julio Cobos, entre otros importantes dirigentes, tienen decidida la incorporación del PRO a la coalición y esperarán el momento oportuno para hacerlo. En ellos podríamos decir que prima, en términos de Max Webber, la ética de la responsabilidad. Más reacios son los dirigentes más ideologizados, y de menor peso político del espacio, como Pino Solanas, Victoria Donda, Héctor Tumini y Margarita Stolbizer. Ellos se inclinan más por reafirmar sus convicciones (ética de la convicción), aunque esto les implique no poder acceder al control del ejecutivo. Tal vez, gobernar no sea algo que les quite el sueño mientras puedan mantener desde el Poder Legislativo cierto grado de influencia (menor por cierto) o al menos de expresión. Con dudas hay dirigentes de menor relevancia como Ricardo Alfonsín y también hay un presidenciable como Hermes Binner.

Siguiendo con quienes firmemente se oponen al acuerdo con el PRO, incluso aquellos que como Stolbizer reconocen la valía de la fuerza de Mauricio Macri, a la cual reconocen como un partido moderno y democrático, el argumento principal que esgrimen es que el FAUNEN conforma una fuerza de centro-izquierda progresista muy distinta a lo que es el PRO, espacio de centro-derecha liberal-conservadora (valga la contradicción). Según este sector, con una valiosa dosis de sinceridad, no puede haber con el partido que gobierna la Ciudad ninguna coincidencia en cuanto al diagnóstico ni en cuanto a las políticas a aplicar. Tal vez no se hayan percatado que dentro de su espacio hay también este tipo de diferencias. Para poner solo un ejemplo, es claro que en la actualidad, las posturas que sostiene Elisa Carrió son más cercanas a las de Mauricio Macri que a las de Victoria Donda. Desde el sector del FAUnen que es permeable a la incorporación de Macri, el principal argumento pasa por poder conformar una coalición de poder que sea realmente una alternativa al peronismo.

Una buena figura utilizó el escritor Jorge Asis para describir el natural ensamblaje que representaría la unión de estos dos sectores. Según “el turco”, la UCR (miembro estructural del FAUNEN) es un esqueleto sin candidato mientras que Mauricio Macri es un candidato sin esqueleto. En este contexto da la sensación que cualquier oposición que desde dentro o fuera de ambos sectores se haga por evitar la convergencia está destinada a fracasar; más aún cuando Macri decidió “desperonizar” al PRO por más que les pese a dirigentes como Diego Santilli y Cristian Ritondo.

El viejo sueño europeísta de Néstor Kirchner donde dos fuerzas, una de centro izquierda y otra de centro derecha, se disputan y alternan en el poder es hoy una quimera. Siguiendo la tipología de partidos políticos creada por el politólogo italiano Giovanni Sartori, quizá la más adecuada para analizar el sistema de partidos imperante en la mayoría de los países de América Latina, podemos colocar nuestro sistema dentro de lo que él llamó “de partido predominante”, donde este es sin dudas el peronismo. Con dos candidatos fuertes en ese espacio como Daniel Scioli y Sergio Massa, más el kirchnerismo residual que definirá a futuro el candidato sobre el que finalmente se incline, conforman al menos el 50% de votantes. Teniendo en cuenta esta situación, hay dos análisis, ambos equivocados, que han hecho algunos dirigentes políticos. Margarita Stolbizer ha dicho que el FAUNEN compite desde la centro-izquierda contra la opción del PRO, que es centro derecha; olvidándose tan solo al peronismo. Por su parte, el precandidato del Frente para la Victoria, cuya obsecuencia es inversamente proporcional a sus posibilidades de triunfo, léase Sergio Urribarri, retomó la idea bipartidista de Kirchner antes mencionada pero ubicando al Frente para la Victoria como la fuerza de centro izquierda y a FAUNEN como la de centro-derecha, por lo cual ni vale la pena tomar seriamente esta afirmación.

Es probable también, aunque sea una estrategia ciertamente arriesgada, que ambos sectores acuerden, exteriorizando la decisión o no, apoyar a quien entre en la segunda vuelta. Esta opción puede dejarlos sin nada en unos comicios que, a priori, aparecen con una gran atomización electoral. Por lo tanto, y si la política entra dentro de aquellos campos donde la racionalidad impera, el acuerdo FAUNEN-Pro es un hecho que sólo requiere formalización.

Hay que dejar de militar por dos años

Uno de los aspectos que más destaca la presidente Cristina Fernández de Kirchner como favorable de la gestión que comenzó su esposo es la recuperación de la militancia política (en el ámbito del kirchnerismo, por supuesto). Si bien está claro que no es un tema que surja con esta corriente política sino que es de larga data aquí y en el mundo, sí ha habido una revalorización y una resignificación del concepto, sobre todo en el ámbito de la juventud.

Me parece que es momento de cuestionar si realmente es tan valiosa esa militancia. Se han hecho críticas circunstanciales sobre ella sin meterse con el fondo de la cuestión; incluso muchos opositores valoran este cambio dado en el período kirchnerista donde “se ha puesto a la política nuevamente en el centro de la escena”.

Está claro que nadie puede estar en contra de que haya personas que tengan interés por los asuntos públicos y que en base a ese interés desarrollen una militancia que los acerque a una u otra organización política, pero no creo que eso sea lo que el kirchnerismo entiende por militancia. Más allá de la definición que le hayan dado, sí podemos decir que los K han sido eficaces en su organización. Haciendo base en La Cámpora, cuyos líderes tienen altos cargos de gobierno o de parentesco, han logrado filtrar miembros de esta organización en todas las instancias político-institucionales del país. Sin dudas que este posicionamiento es un negocio ampliamente favorable para ambos lados del mostrador. Del lado de los militantes de base, les resultó importante adquirir una identificación a un grupo, algo que siempre es relevante para los jóvenes; y si encima a eso le suman cargos públicos, posibilidad de ascenso económico y desarrollo “profesional” (en el amplio sentido de la palabra), la ecuación es completa. Del lado del jefe político, el vértice del poder (Néstor antes y ahora Cristina), éste logra la fidelidad del fan.

Militante y fan serían, según el ideario nacional y popular que fogonea el kirchnerismo, dos términos contrapuestos, pero veamos que no es tan así. Tomemos por caso a la adolescente que concurre a ver a Justin Bieber y que se la pasa todo el recital gritando; es muy difícil decirle a esa niña que en ese recital el joven cantante desafinó alguna nota o pifió algún paso, porque mínimamente uno se expone a recibir un insulto (o alarido en este caso). Esto es lo que sucede con el militante político fanatizado, es imposible establecer allí una charla política con matices, un razonamiento conjunto, aunque finalmente no se coincida. En estos militantes está presente lo que bien define Margarita Stolbizer como “épica emocional” construida minuciosamente durante los diez años de régimen kirchnerista.

¿Ha ayudado el aumento de esta militancia política a mejorar la calidad democrática de nuestro país? Creo que no, más bien, todo lo contrario. El nivel de participación política que mejora la calidad de una democracia está dado por el grado de injerencia y control que los gobernados hacen de sus gobernantes; esta militancia, lo que menos hace es controlarlos. Puede idolatrarlos o maltratarlos (como pueden contar algunos dirigentes opositores que gobiernan distritos atacados por el kirchnerismo) pero nunca controlarlos. Sus acciones siempre están encaminadas a darle más opacidad, tapar, encubrir la cosa pública, en lugar de transparentarla.

Es también necesario decir que es difícil para todos, oficialistas y opositores, catalogar a un ciudadano comprometido, informado, analítico e interesado pero que no es militante; cuesta encontrarle un lugar donde “ponerlo” dentro del universo político y por lo tanto es discriminado, cuando en realidad es el único que podría lograr una mejora en la calidad de las instituciones. Es más, creo que “peticionar a las autoridades” es una acción que nuestra Constitución Nacional menciona pensando en este tipo de persona. Lo que quizá más desconcierte de este individuo es que no aspire a un cargo público.

Efectivamente, este sector está interesado en la cosa pública pero sabe que su principal actividad está en el ámbito privado. Al mismo tiempo tiene bastante claro que las decisiones que se toman en el ámbito político influyen directa e indirectamente sobre sus actividades y por eso quiere controlar y participar aunque le resulte difícil encontrar canales para hacerlo. Uno de los canales debería ser tener bien aceitado el acceso a la información pública, cuyos proyectos de ley duermen bajo los aposentos de los legisladores del oficialismo.

Hay un ejemplo cercano en el tiempo y el espacio que muestra de manera contundente esta contraposición entre calidad democrática más desarrollo y la militancia política. En Chile, desde fines de los años ’60, con el ascenso al poder de Salvador Allende en el comienzo de los ’70, su posterior derrocamiento a manos del general Augusto Pinochet y sumando todo su período de gobierno autoritario, se vivieron momentos de alta enfervorización política y activa militancia. Sin embargo, durante ese período, la sociedad chilena, politizada y dividida como nunca, vivió dos décadas de zozobra económica e institucional. Fue necesaria una vuelta de página para que el país comience a desarrollarse. Como afirma el escritor chileno Carlos Franz, “del noventa en adelante, Chile se fue despolitizando. En paralelo a su importante desarrollo económico y democrático, la mayoría se desinteresó de la política. Las ideologías que alineaban al país en bandos irreconciliables se difuminaron y entrecruzaron”.

En una inclinación masoquista que trato de mantener controlada, tiempo atrás miraba el programa de propaganda política oficialista 678 en la TV Pública, y un colega politólogo que es panelista allí decía que lo que más destacaba del proyecto K es que ahora él sabía de qué lado debía estar, ya que hay dos bandos bien diferenciados, uno absolutamente virtuoso y el otro que, por supuesto, tiene todos los defectos del cipayismo extranjerizante. Es entendible que este politólogo, como también me sucede a mí, haga de la política un aspecto central de su vida; lo que no es lógico ni saludable es pretender que para todos sea así y, mucho menos razonable, es poner en una virtual “vereda de enfrente” a quien no acompaña este proyecto.

Necesitamos una década con militancia natural (no forzada) y libertad, y no la militancia invasiva, agresiva y fomentada desde el poder político. Una década donde cada uno haga su trabajo y así colabore con el bien de todos. Una década donde el sector público deje de crecer a base de militantes en detrimento del sector privado, al cual debe dejar de ahogar. Una década, donde crezca el empleo privado, moderno, competitivo y productivo y no el empleo estatal, amateur y parasitario.