En días posteriores a las PASO se desplegó con fuerza en algunos la opinión de que ahora sí era importante un acuerdo entre los dos principales candidatos opositores -Mauricio Macri y Sergio Massa- para derrotar al kirchnerismo representado por Daniel Scioli. Esa opinión chocó de frente con la imposibilidad legal de cualquier tipo de acuerdo de unificación de listas o candidatos y la imposibilidad política de la declinación de candidaturas. Esto enojó a muchos deseosos de cambio y capacidad para hacer sumas aritméticas, pero dificultades para hacer sumas políticas. Una de las variantes que se deslizaron -incluso por parte de prestigiosos intelectuales como Beatriz Sarlo- es que Cambiemos “baje” la candidatura de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires y UNA desista de postular a Sergio Massa para presidente. La escritora no solo lo esbozó, sino que también lo postuló como fórmula infalible de victoria.
En el contexto electoral argentino, dos más dos no es cuatro y por lo tanto la “fórmula para la victoria” elaborada por Sarlo carece de fundamentos sólidos, no solo numéricamente, sino también como estrategia a implementar. Suponer que todos los votantes de Massa elegirían a Macri si este se bajara de su candidatura es una falacia y, si bien es más probable que quienes optaron por Vidal en las PASO sean más permeables a hacerlo en octubre por Felipe Solá, en caso de quedar como único candidato opositor y, sobre todo, teniendo enfrente a un político con tan alta imagen negativa como Aníbal Fernández, lo cierto es que el PRO tiene demasiado cerca la conquista de la provincia de Buenos Aires como para rifarla en una ingeniería electoral que solamente quien se ha dedicado con agudeza a la literatura puede imaginar tan simple.
Massa sabe que no va a ser él quien entre al ballotage a disputar la Presidencia con el gobernador Daniel Scioli, pero necesita hacer una buena elección (manteniendo, de ser posible, los 20 puntos que sumó junto con Manuel de la Sota en el espacio de UNA) para conformar un bloque numeroso que le permita, en el futuro próximo, convertirse en una figura fuerte dentro del justicialismo. Para que esto sea posible necesita que Mauricio Macri obtenga la Presidencia. Daniel Scioli, derrotado y con la escasa injerencia que tuvo en la conformación de las listas, lo pondría fuera de cualquier rol político importante.
El antiguo intendente de Tigre ha dado muestras de comprender con claridad este panorama y ha obrado en consecuencia. Los intendentes que aún le responden han recibido el visto bueno para negociar con dirigentes de Cambiemos, sobre todo para permitirles repartir sus boletas también sin los tramos que corresponden a gobernador y presidente, y desde el lado del PRO recibieron un apoyo que, si hubiera sido abierto, chocaría con la estrategia de mostrarse como lo diferente, pero que, en estos términos, resulta muy bienvenida.
Está claro que el Frente Renovador tiene la misión y ha surgido con la idea de ser una corriente interna del Partido Justicialista cuando la agresiva hegemonía kirchnerista, que no permite ninguna negociación, esté debilitada. Octubre y noviembre son fechas claves para el objetivo de un dirigente joven con tiempo para la política, pero para ello necesita de la derrota del Frente para la Victoria. Eso le permitiría pararse frente a los gobernadores que, por más que aún conviven en el mismo espacio político, detestan al kirchnerismo desde una posición de cierta igualdad para, juntos, deskirchnerizar al Partido Justicialista (PJ).
La conferencia de prensa brindada por Margarita Stolbizer, Mauricio Macri, Sergio Massa, José Cano y Ernesto Sanz a raíz de la escandalosa elección en la provincia de Tucumán fue una pequeña muestra de la idea que anda rondando por la cabeza del ex intendente de Tigre. Ese encuentro tendrá una continuidad para aceitar el mecanismo que le permitiría a Maxri convertirse en presidente y a Massa pelear por la conducción del PJ.
Tal vez futuros rivales, para esta tanda electoral los objetivos del líder del Frente Renovador y del PRO -como los de tantos ciudadanos y políticos que desean poner fin a la hegemonía asfixiante del kirchnerismo- son convergentes y, más allá de expresiones individuales, lo cierto es que ambos dirigentes se necesitan mutuamente para alcanzar sus objetivos.