La oposición, en esto incluyo a Mauricio Macri, Sergio Massa, un sector del radicalismo y, en menor medida a Margarita Stolbizer, ha adoptado en estos últimos días una actitud temeraria. Saben -por encuestas propias y ajenas- que a cualquier candidato del Frente para la Victoria le resultaría muy difícil obtener un triunfo en el ballotage. Saben también que, al margen de la impostada euforia que demuestran los agentes de prensa del gobierno (¿se los puede llamar de otra manera a esa multitud de “periodistas” y medios escritos, radiales y televisivos que viven al calor de los recursos oficiales y extra oficiales del Estado?), lo único nuevo bajo el sol es un leve repunte de la alicaída imagen presidencial, aquella que se deterioró de manera aguda luego de la dudosa muerte del fiscal Alberto Nisman. Con estos elementos en mano, están como aquel boxeador que, conociendo su condición de superioridad en el ring, opta por “jugar” con su rival mientras evita dar el golpe de knockout.
Indudablemente esa suave mejoría en la imagen presidencial confundió más a la oposición que al oficialismo, el cual, con toda lógica, apunta a potenciar ese resurgimiento para volverlo algo más sustancial. Las recientes y desafortunadas declaraciones del asesor de Mauricio Macri, Jaime Duran Barba, acerca de la disputa interna en la ciudad de Buenos Aires como también su permanente rechazo al entendimiento del PRO con sectores tradicionales de la política argentina parece no tener en cuenta la necesidad que la mayoría de los argentinos tienen de ahuyentar el fantasma de que “sin el peronismo no se puede gobernar”. Esta sensación, que tal vez no resulta tan sencilla de captar a través de encuestas o relevamientos, o bien requiere interpretaciones posteriores y algo más profundas, está presente entre los votantes. Aquí es donde la política agonal (ganar la elección) se da la mano con la política arquitectónica (gobernar).
Paradójicamente, quienes están mostrando el camino a seguir son dos de los dirigentes a los que más se los ha vinculado con posturas extremas e irreductibles. Meses después de haber irrumpido fuerte en el tablero político nacional al deponer viejos enconos con Mauricio Macri y lograr un acuerdo al que luego se sumó la UCR de Ernesto Sanz, Elisa Carrió apuesta ahora por consolidar en la ciudad de Buenos Aires un reducto hostil al kirchnerismo. La diputada apunta desde la candidatura de Martín Lousteau -como lo hiciera hace dos años con Pino Solanas- a reducir el papel del kirchnerismo a una tercera fuerza residual. Por su parte, el senador Luis Juez -quien en el año 2007 peleó palmo a palmo por la gobernación de Córdoba contra el oficialismo de Juan Schiaretti- decidió declinar su postulación en pos de sostener el acuerdo ya logrado en la provincia.
La coyuntura nacional permite amalgamar dos conceptos que habitualmente se contraponen entre sí: la convicción y la responsabilidad (Max Weber). Es clara la necesidad que tenemos los ciudadanos de que los actores de la oposición actúen responsablemente, deponiendo ambiciones y proyectos personales que, por otra parte, son en muchos casos inviables. Tienen también el complemento de hacerlo desde la convicción de que entregar otro período de gobierno al kirchnerismo podría significar un avance mayor y más veloz hacia la eliminación de lo que queda de independencia judicial, multiplicar la presión sobre los medios que no responden al discurso oficial, intensificar la intervención arbitraria sobre vida y bienes individuales, fortalecer la centralidad del gobierno federal por sobre las provincias (la chequera) y tantos desaguisados más que dañan gravemente las instituciones de nuestra República. Objetivos de convivencia política como el Acuerdo para un Desarrollo Democrático impulsado por el Club Político Argentino y suscripto por todas las fuerzas importantes de la oposición son una muestra de lo que puede hacerse para recuperar y fortalecer las instituciones de nuestra (joven) democracia.
En la cena anual de CIPPEC celebrada el pasado 13 del corriente, muchos empresarios dialogaban sobre la necesidad de asegurar el triunfo opositor para lo cual entendían que el corrimiento de Sergio Massa hacia la candidatura a gobernador de la provincia de Buenos Aires era el paso más lógico y posible. El radicalismo ya entendió que su rol es ir a las PASO contra la CC y el Pro aunque sepa que no hay nada que impida allí el triunfo de Mauricio Macri, al tiempo que éste comprendió que, más allá de las teorías sobre lo nuevo y lo viejo con las cuales machaca su asesor estrella, debía hacer un esfuerzo por coordinar un espacio con gran parte del atomizado arco opositor. Sean conscientes o no, quieran aceptarlo u opten por evadirlo, en este contexto político Sergio Massa y Mauricio Macri son candidatos complementarios. El diputado y ex intendente de Tigre tiene una oportunidad fenomenal de acordar con el macrismo unas condiciones saludables y justas para la provincia más grande del país (y por ende para su carrera en la gobernación) y desde allí lanzarse hacia un futuro presidencial, aprovechando su corta edad. En cambio para el jefe del Pro, sus chances pasan por pelear por la presidencia o abandonar la política activa. Ha logrado consolidar su posición en la ciudad de Buenos Aires al tiempo que apunta a hacerse fuerte- con chances concretas de triunfo- en provincias de la importancia de Santa Fe y Córdoba donde Massa es débil. Su talón de Aquiles está en la provincia de Buenos Aires, justamente donde el ex jefe de gabinete se hace fuerte.
Las chances de derrotar al oficialismo y evitar la perpetuidad de una familia de gobernantes que entendió desde un principio y a través de su patriarca que para hacer política se necesita dinero y que luego ese dinero necesita de la política para protegerse. Bajo estas circunstancias, sería deseable que los distintos exponentes de la oposición vuelvan a jugar al fútbol que jugaron antes y durante la Convención Radical y dejen el fulbito para cuando la supervivencia de las instituciones de la República deje de estar en juego.