Sobre los preconceptos del delito

A todos nos preocupa el delito, al punto que se ha convertido en un reclamo del electorado en general para estas presidenciales: bien supieron leer esto los candidatos que están centrando sus campañas en los temas vinculados a la seguridad. Y entre tanto ir y venir me crucé en estos días con un artículo en otro medio que hablaba sobre la inseguridad. No era de ningún personaje político, sino más bien de un experto en el tema y por eso me llamó la atención que trabajara precisamente sobre la base de algunos preconceptos equivocados. Lo más llamativo es, sin embargo, que estos mismos errores los veo reflejados en la opinión generalizada de políticos, periodistas y público en general, lo que me motivó a escribir esta columna.

El primer gran error es el de desvincular la delincuencia de la pobreza. Lo quiero dejar claro desde un principio, en la Argentina son dos realidades íntimamente relacionadas. El argumento principal es que mientras en otros países del mundo existe tanta pobreza como acá, la delincuencia no tiene los mismos niveles. Incluso se suele hablar del fenómeno de Estados Unidos, en donde en los momentos en que atravesaba su pico de delincuencia no era precisamente el de una crisis económica.

Paralelos de este tipo dejan de ser válidos desde el momento en que los fenómenos sociales complejos están inevitablemente enmarcados en una cultura y en un momento histórico. Así como sería absurdo analizar el comportamiento delictivo en la Edad Media y a partir de ello querer extrapolar soluciones para la Buenos Aires de hoy, también es absurdo analizar el delito en otros países y querer extrapolar soluciones para la Argentina: son paisajes sociales completamente distintos. Continuar leyendo

¿Existen los valores villeros?

Recientemente legisladores de La Cámpora impulsaron instalar el “día de los valores villeros” e la fecha en que nació Carlos Mugica. Personalmente creo que la fecha es importante, porque el padre Mugica es un símbolo para tantos otros que todos los días se comprometen con las más diversas causas sociales. Por otro lado, no tengo ninguna duda de la buena intención de los legisladores que están impulsando esta medida. Sin embargo, hay algo en eso de “los valores villeros” que no me termina de gustar.

La villa, contrario a lo que la mayoría piensa, es parte de la ciudad y por lo tanto está inmersa en la cultura urbana. Hay algunas cuestiones que la distinguen del resto de la fisonomía urbana: se trata de una topografía bastante particular con una alta concentración de marginalidad. En la villa se oculta el narcotráfico, la violencia es una cuestión cotidiana y ni hablar de las carencias que se ven por todos lados, principalmente las vinculadas a la educación y el trabajo.

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Francisco y una orientación política para la Argentina

En estos días se conoció el primer documento escrito enteramente por el Papa Francisco. Para quienes profesamos la fe cristiana esta exhortación del Sumo Pontífice nos llama a una nueva forma de vivir nuestra fe. Pero esta vez Francisco no sólo les habla a los creyentes, sino también a todos los hombres de buena voluntad, a todos aquellos que no miramos con indiferencia la injusticia que se perpetra a nuestro alrededor.

Algunos diarios internacionales han utilizado las frases más contundentes del documento para fabricar titulares rimbombantes. Pero más allá de este despliegue mediático, las palabras de Francisco llevan un mensaje para todos aquellos que queremos construir un mundo mejor.

El documento habla sobre la evangelización, pero hay una parte en la que la voz de Francisco no se dirige exclusivamente a los creyentes, sino a todas las personas. Es justamente allí en donde hace referencia al tema de la exclusión, que no es otra cosa que la cuestión de la marginalidad que tantas veces he mencionado en mis columnas. Me pareció sumamente interesante la reflexión que hace sobre el concepto de exclusión: “ya no se está en [la sociedad] abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera”. Estar excluido no es estar en la base de la pirámide, no es estar en la periferia, no es estar lejos. Estar excluido es justamente no estar. Porque el pobre está en la base de la pirámide, el oprimido puede estar en la periferia de nuestra sociedad, pero el excluido no está, no existe. La pobreza o cualquier otra carencia coloca a las personas en una situación de desventaja, la exclusión sin embargo las deja fuera del juego. La pobreza siempre existió y seguirá existiendo, esto puede no gustarnos, pero es así. Lo que no tiene porqué existir es la marginalidad, que se está convirtiendo en un fenómeno masivo y que es una novedad de nuestro tiempo.

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La marginalidad está fuera de la ley

Quienes hemos trabajado en el sector privado y conocemos la dinámica del mercado, sabemos perfectamente que para que una empresa pueda posicionar exitosamente un producto es necesario que ese producto sea bueno. El mercado es cruel. Si el producto no es bueno, desaparece pronto. La palabra “bueno”, que parece tan vaga y amplia, se refiere a la preferencia de quien lo vaya comprar, es decir que ese producto sea apropiado para mi mercado objetivo. Si yo quiero venderle autos a la gente rica, entonces voy a hacer un auto caro y con todos los lujos. Si yo quiero venderle un auto a la clase media baja, entonces voy a hacer un auto barato y bonito. Es decir que voy a adaptar mi producto a lo que mi cliente quiere o necesita. De aquí que las empresas tengan claro que lo más importante es siempre el cliente.

El concepto de cliente, que tanto suele disgustar a quienes están vinculados a organizaciones sin fines de lucro y mucho más aún al sector público, es un concepto básico que pone el foco en el hecho de que estamos haciendo las cosas para alguien y que es justamente ese alguien quien juzga si lo que hacemos es bueno o no para él. Desde esta perspectiva podemos decir sin problema que el Estado tiene clientes: es decir, todos nosotros. Y los clientes somos siempre lo más importante.

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La aporofobia en la Ciudad de Buenos Aires

La modernidad trae nuevas problemáticas y con ellas viene también la expansión del lenguaje. Hoy el mundo, que ha reaccionado oportunamente contra las atrocidades de los estados-nación en el siglo pasado, ha combatido el racismo y en menor medida la xenofobia. Pero los temores del hombre hoy se dirigen hacia otros sujetos y es así como nace el término “aporofobia”, que no es otra cosa que el miedo a los pobres. Un neologismo que todavía no ha encontrado su lugar en el Diccionario de la Real Academia, pero que le pone nombre a un naciente problema de nuestro tiempo y en particular de nuestra Ciudad de Buenos Aires.

En un país como Argentina hablar de xenofobia o racismo puede resultar absurdo. En primer lugar porque somos un pueblo que se construyó desde la inmigración, a tal punto que es imposible hacer referencia a la idea de “nación argentina” sin hablar de los barcos que han traído a los inmigrantes, aquellos que después de la guerra poblaron este suelo con sus sueños y esperanzas. En segundo lugar en nuestro país no existen guetos que se hayan sostenido en el tiempo, más allá de la necesaria aglomeración de los recién llegados, como por ejemplo la de los griegos en el barrio de Pompeya.

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