Por: Christian Joanidis
A todos nos preocupa el delito, al punto que se ha convertido en un reclamo del electorado en general para estas presidenciales: bien supieron leer esto los candidatos que están centrando sus campañas en los temas vinculados a la seguridad. Y entre tanto ir y venir me crucé en estos días con un artículo en otro medio que hablaba sobre la inseguridad. No era de ningún personaje político, sino más bien de un experto en el tema y por eso me llamó la atención que trabajara precisamente sobre la base de algunos preconceptos equivocados. Lo más llamativo es, sin embargo, que estos mismos errores los veo reflejados en la opinión generalizada de políticos, periodistas y público en general, lo que me motivó a escribir esta columna.
El primer gran error es el de desvincular la delincuencia de la pobreza. Lo quiero dejar claro desde un principio, en la Argentina son dos realidades íntimamente relacionadas. El argumento principal es que mientras en otros países del mundo existe tanta pobreza como acá, la delincuencia no tiene los mismos niveles. Incluso se suele hablar del fenómeno de Estados Unidos, en donde en los momentos en que atravesaba su pico de delincuencia no era precisamente el de una crisis económica.
Paralelos de este tipo dejan de ser válidos desde el momento en que los fenómenos sociales complejos están inevitablemente enmarcados en una cultura y en un momento histórico. Así como sería absurdo analizar el comportamiento delictivo en la Edad Media y a partir de ello querer extrapolar soluciones para la Buenos Aires de hoy, también es absurdo analizar el delito en otros países y querer extrapolar soluciones para la Argentina: son paisajes sociales completamente distintos.
La definición de pobreza, ya sea implícita o explícita, varía entre países. En naciones como Alemania, la gente puede considerarte pobre si no podés comer embutidos todos los días. De hecho, hubo en su momento en una ciudad de Alemania una campaña para que todos los chicos al mediodía puedan tener su sándwich no vegetariano. A nosotros nos parece absurdo, pero en una sociedad donde existe un alto nivel de bienestar, los pobres son aquellos que no disfrutan de todos los beneficios del sistema. Porque la definición de pobreza implícita, aquella que está en la mente de las personas, es una definición relativa y por lo tanto toma como parámetro aquello que vemos a nuestro alrededor. Hace unos días una adolescente de la villa 21-24 fue a misionar al interior y al volver le dijo a su madre: “Ahora entendí lo que es la pobreza”. Ella se encontró en esa misión con personas que vivían peor que ella y entonces los consideró pobres. Esta definición implícita de pobreza que nos formamos está entonces vinculada a nuestras propias posibilidades económicas. La definición explícita suele estar fuertemente relacionada con la implícita, siendo justamente una objetivación de aquello que pasa por nuestras mentes. Por eso es que a quien se considera pobre en Alemania aquí sería una persona con un pasar bastante digno.
Teniendo en cuenta lo anterior, en países más desarrollados, pobreza y delincuencia no tienen ningún tipo de relación, porque aquellos que menos tienen todavía algo tienen y llevan una vida digna. Pero en América Latina de la pobreza surge la marginalidad, que es algo mucho más lacerante que la pobreza: se trata de personas que no están dentro de la sociedad, que no pueden insertarse en ella, no pueden contribuir y por eso no se sienten parte. De la marginalidad nace una brecha entre los que sí y los que no, y de esa brecha surgen dos sociedades. Siempre es fácil justificar la agresión contra el que no se concibe como un semejante, la agresión contra el que está en mi contra: los que viven en la marginalidad saben que los otros los quieren presos, los quieren ver desaparecer. Y los que no están en la marginalidad saben que los otros les quieren quitar lo que tienen. El sufrimiento del contrario no nos conmueve, es una regla de la humanidad.
Y de la marginalidad surge la delincuencia. De esa brecha casi insalvable entre las dos sociedades surge el delito, que se vive como el ataque de una facción contra la otra. ¿No es el narcotráfico la causa del delito? No, simplemente aprovecha ese sustrato delictivo para nutrirse y crecer: en las villas está la mano de obra, pero los compradores viven fuera. Es obvio, los pobres nunca son buenos clientes, ni siquiera para el narcotráfico.
Existe el pensamiento, trivial por cierto, de que aumentando las penas se termina con el delito. Encarcelar al delincuente no tiene otro fin más que sacar de la sociedad a aquel que la agrede. El problema en la Argentina es que hay tantas personas en situación de marginalidad que, cuando un delincuente es abatido o encarcelado, hay muchos más esperando para tomar su lugar. Endurecer las penas es una medida que asume que el potencial delincuente entiende las consecuencias de sus actos: no es cierto, los jóvenes que salen a delinquir tienen la idea de que ellos son brillantes, mejores que los demás y por ello nunca los van a atrapar. No importa cuántas veces la realidad les demuestra lo contrario, esa idea perdura, lo he visto con mis propios ojos.
No creo que el garantismo sea una doctrina judicial válida, todo lo contrario, las penas deben aplicarse y con la intensidad que corresponde: quien delinque debe ir a la cárcel. Pero resulta ciertamente injusto que solo terminen en la cárcel aquellos que no tuvieron los medios para poder escapar del brazo de la ley.
En la Argentina, cualquier programa contra el delito que no ponga el foco en la inclusión y la prevención es un programa condenado al fracaso. La urgencia de la situación a veces nos obliga a buscar soluciones de corto plazo, pero lo cierto es que no existen estas soluciones. Endurecer las penas, poner el foco en el aparato policial y judicial no es más que combatir el síntoma. Y lo peor del caso es que el síntoma es tan intenso que tanto el Poder Judicial como las fuerzas de seguridad se enfrentan a un reto más grande que su propia capacidad. Nuestro país se encuentra en una situación complicada y necesitamos de toda nuestra creatividad para poder revertir esta situación donde parece que el delito está llevando las de ganar.