Por: Christian Joanidis
En estos días se conoció el primer documento escrito enteramente por el Papa Francisco. Para quienes profesamos la fe cristiana esta exhortación del Sumo Pontífice nos llama a una nueva forma de vivir nuestra fe. Pero esta vez Francisco no sólo les habla a los creyentes, sino también a todos los hombres de buena voluntad, a todos aquellos que no miramos con indiferencia la injusticia que se perpetra a nuestro alrededor.
Algunos diarios internacionales han utilizado las frases más contundentes del documento para fabricar titulares rimbombantes. Pero más allá de este despliegue mediático, las palabras de Francisco llevan un mensaje para todos aquellos que queremos construir un mundo mejor.
El documento habla sobre la evangelización, pero hay una parte en la que la voz de Francisco no se dirige exclusivamente a los creyentes, sino a todas las personas. Es justamente allí en donde hace referencia al tema de la exclusión, que no es otra cosa que la cuestión de la marginalidad que tantas veces he mencionado en mis columnas. Me pareció sumamente interesante la reflexión que hace sobre el concepto de exclusión: “ya no se está en [la sociedad] abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera”. Estar excluido no es estar en la base de la pirámide, no es estar en la periferia, no es estar lejos. Estar excluido es justamente no estar. Porque el pobre está en la base de la pirámide, el oprimido puede estar en la periferia de nuestra sociedad, pero el excluido no está, no existe. La pobreza o cualquier otra carencia coloca a las personas en una situación de desventaja, la exclusión sin embargo las deja fuera del juego. La pobreza siempre existió y seguirá existiendo, esto puede no gustarnos, pero es así. Lo que no tiene porqué existir es la marginalidad, que se está convirtiendo en un fenómeno masivo y que es una novedad de nuestro tiempo.
La marginalidad, en definitiva, deshumaniza porque quien está fuera de la sociedad no es tenido en cuenta por la sociedad misma, por eso está excluido. Y es justamente esta marginación, este dejar afuera a las personas, lo que les extirpa la humanidad y aniquila su dignidad.
Partiendo de esta realidad, el Papa nos interpela para que volvamos a comprender que el centro de todo es el ser humano y su dignidad. No importan los sistemas, no importan los modelos, sólo la dignidad del hombre: “hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad»”. Un sistema económico exitoso no es aquel que incrementa el PBI, sino aquel que logra que las personas vivan con dignidad, aquel que construye una sociedad sin exclusión. El consumo, algo necesario desde el punto de vista humano, no debe convertirse en el centro o eje de ninguna política nacional o mundial, porque no se trata más que de un medio para que todos tengamos una vida digna. La actividad económica, aunque nos cueste creerlo, se convierte en una herramienta más para trabajar en pos de la dignidad de las personas. Nada está supeditado a ella, sino todo lo contrario, la economía está supeditada a las necesidades de todos nosotros.
Una vez escuché a un conocido periodista decir que “hay que proteger a las minorías, porque las mayorías se defienden solas”. No pongo en duda su buena voluntad, pero la verdad es que hoy son las mayorías las más vulnerables. Vivimos en un país en el que la mitad de la población es pobre y hasta raya la marginalidad. De la mitad que queda, la mayoría subsiste y sólo unos pocos viven en paz y con confort. Porque el Estado no debe existir para proteger a las minorías, sino para proteger al más débil. Es el Estado el que se interpone entre el fuerte y el débil para equiparar la balanza. Y es justamente él quien tiene que combatir la marginalidad en nombre de todos nosotros. Pero en particular en nuestro país podemos hablar de un Estado que está ausente y es justamente por eso que la marginalidad sigue creciendo. Porque la política, lamentablemente, se ha convertido en una forma de ascenso social para una minoría y ha perdido su vocación de construir una sociedad más justa para todos. Así las cosas, pareciera que la política no es un lugar donde se involucra a la buena gente y eso hace que aquellos que no son tan buenos acaparen un espacio que debiera estar destinado a los hombres de buena voluntad, a todos aquellos que no miramos con indiferencia la injusticia que se perpetra a nuestro alrededor.
Esta exhortación del Papa, al menos cuando toca estos temas en particular, se dirige a creyentes y no creyentes, pero sobre todo a quienes quieran involucrarse directamente en la construcción de una Argentina más justa, a aquellos que quieran tomar el camino de la política para trabajar con honestidad por quienes son mayoría y no pueden defenderse. Porque la política también tiene que optar por los más pobres, por los marginados, por los excluidos. Quienes gobiernan, en nombre de todos nosotros, deberían poner su empeño en que absolutamente todos podamos vivir con dignidad.
Hoy más que nunca, la Argentina necesita tomar en serio esta exhortación. En nuestro país, una alternativa política que no tenga esta determinación de proteger a los más débiles, de combatir la exclusión y de garantizar la dignidad de las personas es una alternativa que nace para llevarnos al peor de los fracasos: el de una sociedad fragmentada, dividida y marcada por la exclusión. Una alternativa que no contemple esto podrá traernos éxito económico, pero a un costo que terminará por dejarnos un país arruinado socialmente.