“No hay que creérsela”… Fue la muy sensata frase del candidato presidencial de Cambiemos, pocas horas después del resultado electoral de la primera vuelta que mejoró notablemente sus chances de ganar.
Venimos de doce años de una gestión caracterizada por la soberbia y el sectarismo, acorde con la personalidad de sus dos presidentes, él y ella. Una gestión que no se cansó de descalificar, denostar, marginar y hasta perseguir a todo el que no se mostrara absolutamente disciplinado a sus dictados.
Los Kirchner ejercieron el mandato a contramano de lo que aconsejó Perón cuando escribió que “el sectarismo” es “una de las deformaciones de la conducción política”, y que “no hay cosa que sea más peligrosa para el político que la intransigencia” y el autoritarismo, “porque la política es el arte de convivir, y la convivencia no se hace en base de intransigencia”.
El famoso 54 por ciento de los votos obtenido por Cristina Kirchner en 2011, del que ella no se cansa de alardear, fue un agravante de las peores tendencias del estilo K. Continuar leyendo