“No hay que creérsela”

“No hay que creérsela”… Fue la muy sensata frase del candidato presidencial de Cambiemos, pocas horas después del resultado electoral de la primera vuelta que mejoró notablemente sus chances de ganar.

Venimos de doce años de una gestión caracterizada por la soberbia y el sectarismo, acorde con la personalidad de sus dos presidentes, él y ella. Una gestión que no se cansó de descalificar, denostar, marginar y hasta perseguir a todo el que no se mostrara absolutamente disciplinado a sus dictados.

Los Kirchner ejercieron el mandato a contramano de lo que aconsejó Perón cuando escribió que “el sectarismo” es “una de las deformaciones de la conducción política”, y que “no hay cosa que sea más peligrosa para el político que la intransigencia” y el autoritarismo, “porque la política es el arte de convivir, y la convivencia no se hace en base de intransigencia”.

El famoso 54 por ciento de los votos obtenido por Cristina Kirchner en 2011, del que ella no se cansa de alardear, fue un agravante de las peores tendencias del estilo K. Continuar leyendo

Que Cuba se abra al mundo

Ya no quedan excusas. Si es que alguna vez las hubo.

Inteligente, y en evidente sintonía con el pontífice argentino, Barack Obama anunció medidas de flexibilización hacia Cuba, a horas del inicio de la visita papal a la isla.

El presidente estadounidense no puede poner fin al embargo. Eso es resorte del Congreso. Pero tomó varias disposiciones destinadas a ampliar las corrientes financieras y económicas entre su país y la isla. Además de eliminar el cupo para las remesas que los exiliados cubanos envían a sus familias, se habilita a los ciudadanos norteamericanos a abrir negocios en Cuba en determinados rubros y a contratar mano de obra local, entre otras medidas.

Al llegar a La Habana, Jorge Bergoglio hizo suyo “el deseo de san Juan Pablo II con su ardiente llamamiento a ‘que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba’”.

Desde aquella histórica visita de Karol Wojtyla, en 1998, el mundo no ha cesado de abrirse a Cuba, pero lo inverso no ha sucedido. Continuar leyendo

Alicia Oliveira, una mujer valiente

El nombre de Alicia Oliveira está asociado a los momentos fundacionales de la lucha por el restablecimiento de los derechos humanos en la Argentina. Es bueno recordarlo, en esta etapa en la que muchos partidarios de la violencia como método de acción política se escudan –sin mediar autocrítica- detrás de las siglas “DDHH”, travestidos en jueces de una etapa negra de nuestra historia de la cual fueron parte.

Alicia Oliveira no fue una jueza del Proceso; lo enfrentó. Continuar leyendo

Cuando el Gobierno prohibía a los militares peregrinar

Hace una semana, La Cámpora lucía sus pecheras en la marcha a Luján, multitudinaria muestra de devoción mariana en nuestro país, pero unos años atrás el kirchnerismo prohibía a los militares argentinos honrar a la Virgen de Lourdes, el célebre santuario francés hacia el que todos los años convergen los ejércitos del mundo para un acto simbólico de reconciliación; una tradición nacida en la posguerra.

Era el año 2006, y la entonces ministra de Defensa, Nilda Garré, negaba la autorización a las Fuerzas Armadas para enviar el año siguiente una delegación a la peregrinación internacional de militares al santuario de la Virgen de Lourdes, en el sur de Francia; un evento del cual venían participando parte desde hacía unos 15 años. Continuar leyendo

Relato clandestino en Nueva York

“Las organizaciones no valen tanto por su número, como por la calidad de sus dirigentes”, decía Juan Perón.

Es la frase que viene a la mente, ante el bochorno de los jefes de La Cámpora escondiéndose para dar una charla en Nueva York luego de haber reunido a 50.000 personas para el bautismo de Máximo Kirchner como orador en el acto de La Cámpora en Argentinos Juniors.

La agrupación juvenil oficialista hizo una demostración de fuerza –con auxilio del aparato, desde ya, pero fuerza al fin- y se enfervorizó en el sentimiento de tener un líder.

Pero estos jóvenes harían bien en reflexionar sobre lo que, en febrero de 1974, el presidente Juan Perón le decía a la tendencia de la que se consideran herederos: “Hay que acordarse de que las organizaciones no valen tanto por el número de sus adherentes como por la calidad de sus dirigentes (…). Más vale un buen hombre al frente de cinco que uno malo al frente de cinco mil”.

Cincuenta mil personas es una cifra considerable, que debería interpelar a quienes aspiran a liderar ese colectivo e impulsarlos a un comportamiento ejemplar. Porque los militantes no aprenden sólo de lo que el líder les dice sino fundamentalmente de lo que el líder es.

El desempeño público de algunos de los cuadros dirigentes de La Cámpora está plagado de los vicios de la “vieja” política: soberbia, sectarismo, aparatismo, venalidad, nepotismo, usufructo de los bienes públicos… Un origen cupular y un crecimiento al amparo del favor oficial explican en parte estas conductas.

El modo en que avanzan sobre las estructuras estatales no se corresponde sin embargo con la solidez del discurso o con las consignas que proclaman, si tienen que esconderse del público y ponerse a resguardo de toda pregunta para exponer sus “verdades”.

El speech de Máximo Kirchner fue bastante bien pronunciado, considerando la falta de experiencia del personaje. Pero la forma no hace al fondo, así como el número no hace a la trascendencia.

La única novedad del discurso fue su orador. No hubo ideas ni contenido político, en cambio no faltó ninguno de los dardos habituales en las intervenciones de la madre, aunque lanzados con menos energía, porque en elocuencia Máximo salió más bien al padre.

El rencor y la descalificación fueron los hilos conductores, expresados en una retahíla de pases de factura y de supuestos complots contra Néstor y Cristina.

Tampoco faltaron las usuales contradicciones del relato kirchnerista. Si “no hay apellidos providenciales”, ¿por qué razón el oficialismo se fuerza a ver en él a un candidato? Máximo elogió a su padre porque con sólo “1% en las encuestas”, mostró una gran fuerza de voluntad. Pero arruinó su propio argumento cuando, inmediatamente después, descalificó a los opositores porque “no mueven el amperímetro”.

“No hay apellidos, hay proyectos colectivos”, afirmó, en el preciso momento en que el descarnado personalismo de la década ganada ha entrado en una de sus fases más agudas; aquella en la cual la cabeza del Ejecutivo ya no consulta ni escucha prácticamente a nadie que no le traiga “buenas noticias”.

Cincuenta mil personas es un número importante. Más allá de que sea en parte resultado del uso discrecional de los recursos del Estado, no son muchas las agrupaciones que pueden reunir ese número. Lo lamentable es que esa gente sea movilizada en torno a un vacío de ideas tan patente o, peor aún, para la defensa de anti-valores, como la apología del uso de las pecheras con las que La Cámpora quiso poner bajo su sello la ayuda donada a los inundados de La Plata.

Los Montoneros y sus agrupaciones, que los camporistas de hoy reivindican, eran la corriente que más capacidad de movilización juvenil tenía en los ’70. Eso no garantizó en modo alguno la corrección del rumbo de su política. Los gravísimos yerros de su conducción llevaron al exterminio inútil -y, peor aún, evitable- de miles y miles de cuadros. La entrega, el coraje y el desprendimiento personal de tantos jóvenes fueron puestos al servicio de un proyecto sectario y elitista, que sustituyó la lucha política por la violencia, contribuyendo así a pavimentar el camino hacia el quiebre constitucional y el derrocamiento del gobierno democrático.

Hoy, La Cámpora convoca a una nueva generación en torno a un relato falseado de lo que fue esa experiencia; por eso, aunque no hablen las armas, repiten aquellos vicios políticos.

Pero tal vez lo que no aprendieron del pasado y de Perón, lo puedan aprender ahora del Papa. Empezando por la humildad. Ensoberbecidos con un poder que no han conquistado con la lucha, podrían escuchar la sencilla frase del argentino que hoy es el líder con mayor autoridad moral en el mundo: “No hay que creérsela”.

De momento, sin embargo, los muchachos camporistas visitan al Papa más por oportunismo que por convicción. Y por mucho que vayan a Roma, si lo siguen haciendo movidos por la adhesión estética y no por un compromiso real, pasará con ellos lo mismo que con la mula del Mariscal de Sajonia, que aunque lo había acompañado en más de diez campañas, no aprendió nada de estrategia militar.

El pontificado de Francisco transcurre a la vista del mundo. Sus actos, su mensaje y sus gestos son transmitidos al mundo con la misma naturalidad con la cual él los produce. El Papa es un hombre al que, como dice el Evangelio, la verdad ha hecho libre.

Los muchachos camporistas, en cambio, están prisioneros de sus prebendas y del doble discurso al que los lleva el “relato”. Por eso, para exponer su versión de la situación del país, eligen un público amigo –una universidad neoyorkina que, entre otras cosas, otorga una beca Néstor Kirchner- y lo hacen a puertas cerradas, sin testigos molestos.

Es la diferencia entre la Verdad y el relato. 

Argentina, sin beneficio de inventario

Entre las muchas obviedades que salpican el discurso oficial y que debimos escuchar varias veces en estos días, está la de que “este Gobierno no generó la deuda”. Como si no lo supiéramos. La última en decirlo fue Cristina Kirchner, en la cadena nacional por la cual confirmó su decisión de avanzar hacia el default, ahora total.

Pero de esta innecesaria aclaración no se salvó ningún auditorio: en junio pasado, el ministro de Economía, Axel Kicillof, utilizó largos minutos de intervención en Naciones Unidas para contarle a un auditorio raleado, y en modo alguno interesado en el tema, la historia de la deuda pública argentina. Desde Rivadavia. Como si Vladimir Putin, en su paso por Buenos Aires, se hubiese quejado ante nosotros de los males con los que lidia en su país por culpa del zar Nicolás II…

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