Por: Claudia Peiró
Ya no quedan excusas. Si es que alguna vez las hubo.
Inteligente, y en evidente sintonía con el pontífice argentino, Barack Obama anunció medidas de flexibilización hacia Cuba, a horas del inicio de la visita papal a la isla.
El presidente estadounidense no puede poner fin al embargo. Eso es resorte del Congreso. Pero tomó varias disposiciones destinadas a ampliar las corrientes financieras y económicas entre su país y la isla. Además de eliminar el cupo para las remesas que los exiliados cubanos envían a sus familias, se habilita a los ciudadanos norteamericanos a abrir negocios en Cuba en determinados rubros y a contratar mano de obra local, entre otras medidas.
Al llegar a La Habana, Jorge Bergoglio hizo suyo “el deseo de san Juan Pablo II con su ardiente llamamiento a ‘que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba’”.
Desde aquella histórica visita de Karol Wojtyla, en 1998, el mundo no ha cesado de abrirse a Cuba, pero lo inverso no ha sucedido.
En un proceso que empezó en realidad con la caída del comunismo en la Unión Soviética y Europa del Este, muchas manos se han tendido hacia Cuba. Todos los países latinoamericanos han restablecido relaciones con La Habana. Lo mismo sucede con los europeos, algunos de los cuales han realizado importantes inversiones directas en la isla, en infraestructura y turismo.
En el año 2009, la Organización de Estados Americanos (OEA) le levantó a La Habana la interdicción decretada en los años 60.
Y, con Francisco, son tres los Papas que han visitado la isla en el espacio de 17 años. Todo un récord para un país bajo régimen ateo militante.
La primera de estas visitas, además, fue protagonizada por Juan Pablo II, un adversario acérrimo del comunismo, que contribuyó como pocos a poner fin a las dictaduras de cuño marxista que daban sustento a Cuba. Pese a ello, el pontífice polaco no dudó en recibir a Fidel Castro en El Vaticano y en visitar la isla.
Fue entonces cuando pronunció su célebre frase: “Que el mundo se abra a Cuba y que Cuba se abra al mundo”.
Pero, como suele decirse, “el diablo fue a misa y se portó bien”, pero siguió siendo diablo. No hubo apertura política en Cuba luego del gesto papal. Se siguió –hasta hoy- con la práctica del arresto y amedrentamiento de los opositores.
Ahora, el mito del pequeño país amenazado que, para defender su soberanía, debe mantener bajo cepo las más elementales libertades políticas y económicas de sus habitantes, está perdiendo hasta la circunstancia atenuante de la “enemistad” estadounidense.
Ello no le impidió sin embargo al ministro de Relaciones Exteriores cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, decir, días antes de la llegada del Papa Francisco, que “el bloqueo” es “el obstáculo principal” para “el desarrollo de Cuba”.
Hasta ahora, ese “relato” ha sido usado por el régimen castrista para atribuir a terceros la responsabilidad por su autoritarismo político y su inoperancia económica, que han hundido al país en la miseria.
El “bloqueo” al que alude Rodríguez Parrilla es en realidad sólo un embargo unilateral –que deja afuera las medicinas y los alimentos- y que no ha impedido a Washington convertirse en primer socio comercial de La Habana desde hace ya varios años. Ni a los exiliados cubanos ser una de las principales fuentes de ingresos de la isla, después del turismo.
Pero además, ¿es el “bloqueo” el que hace que los cubanos vivan bajo un régimen de partido único? ¿Qué tiene que ver el embargo con la ausencia de libertad de expresión, de asociación y de reunión?
Desde los intereses de los hermanos Castro ese planteo es entendible por una cuestión de supervivencia. Pero menos entendible es que líderes latinoamericanos, que gozan de las bondades de las democracias plenas en sus países, se hagan eco de él.
El canciller de Cuba, país del que sus habitantes vienen escapando desesperadamente en oleadas de diferente intensidad desde la instauración del castrismo, llevó la hipocresía al extremo de mostrarse preocupado por “las oleadas de migrantes en Europa” que huyen “de la pobreza y del subdesarrollo”.
El “bloqueo”, o lo que queda de él, debe cesar, no hay duda de eso. Pero el verdadero bloqueo que condena a Cuba al subdesarrollo es interno: una dictadura de partido único –en realidad, de familia única- que la gobierna desde hace más de cinco décadas y que la ató por años a la Unión Soviética, un imperialismo “bueno” que sujetó impiadosamente a la isla a sus intereses y designios, con el resultado que está a la vista.
El verdadero bloqueo que condenó a Cuba al no desarrollo fueron los disparatados experimentos económicos a los que Fidel Castro sometió reiteradamente a los cubanos mientras estuvo activo: zafras titánicas, vacas superlecheras, plantas milagrosas, y otros delirios que convirtieron a la isla en un gran campo experimental, ahora en ruinas.
Pero hay que decir que hoy el relato castrista es también una manera de ocultar la rendición. En otro párrafo imperdible, el canciller Rodríguez Parrilla dijo que “el bloqueo no permite a Cuba exportar ni importar libremente productos y servicios hacia o desde Estados Unidos, no permite utilizar el dólar en las transacciones financieras internacionales con terceros Estados, no permite acceder a créditos privados en Estados Unidos ni en las instituciones financieras internacionales”. Es decir, no permite a Cuba sumarse a la tan denostada economía occidental.
La otra rendición del régimen es cultural. Escuchar gritos de “¡Cristo vive!” y “¡Esta es la juventud de Cristo, la juventud del Papa!”, en el aeropuerto José Martí a la llegada de Francisco, muestra que medio siglo de censura y persecución no han podido con las raíces espirituales de un pueblo.
Lo mejor es enemigo de lo bueno. Y es evidente que la predisposición de Raúl Castro al diálogo con Washington está dictada no por la convicción sino por la necesidad de un régimen que ha perdido, de la mano de la crisis venezolana, a uno de sus últimos valedores. Pero toda grieta que se abra en el bloqueo impuesto por el castrismo a los cubanos, contribuirá a la larga o a la corta, a desmontar el autoritarismo.
Francisco y Obama, mancomunadamente, están entreabriendo una puerta por la cual podrán colarse las “magníficas posibilidades” de los cubanos. No sólo de los que están en la isla, sino de los “dispersos por el mundo”, a los que el Papa no olvidó en su saludo al llegar a La Habana.