Por: Claudia Peiró
Con la multiplicidad de causas que la involucran, difícilmente la ex Presidente salga indemne del tsunami que se ha iniciado en Tribunales. Pero a los argentinos, el juicio que más nos debe interesar es el político, en el sentido más profundo de la palabra. Porque si nuestra clase política, nuestra dirigencia en general, no es capaz de unirse para encontrar soluciones a las graves carencias sociales y culturales que hicieron posible el populismo y la demagogia de estos años, si nuestros políticos no encuentran soluciones para encaminar el país hacia un desarrollo que armonice los intereses de todos, tutelando en particular los de los más desprotegidos, no será posible superar la fractura social y política que nos ancla en el pasado y de la que sólo saca provecho el liderazgo mediocre.
Con su arenga en las puertas de Tribunales, en la cual se refugió en el prestigio, la popularidad y la honradez de líderes que la precedieron, Cristina Kirchner confirmó una vez más que, en su gobierno, lo “popular” fue la coartada de una gestión que tuvo mucho más relato que realizaciones, al revés que el movimiento al cual sólo se referencia cuando las cosas se le complican. ¿O no era Cristina la que se jactaba de no haber tenido jamás una foto de Juan Perón en su escritorio? ¿No fue Néstor Kirchner el que habilitó el pedido de extradición a Isabel Martínez de Perón?
Lo esencial es la reconstrucción de un Estado que fue colonizado por una facción, que dejó de prestar servicios tan esenciales como seguridad, educación y salud, y que se sirvió de las necesidades más elementales para crear una red clientelar a través de los subsidios. En nombre del Estado, se destruyó al Estado.
Uno de los caballitos de batalla de los defensores del modelo fue que con los Kirchner había vuelto “la política”. Volvió pero en su versión más degradada y esa es la verdadera imputación a la ex Presidente.
Hablar de los pobres no significa trabajar para ellos, como lo demuestra el 29 por ciento de pobreza que mide el Observatorio de la UCA después de 12 años de las condiciones externas más favorables que conoció la Argentina en décadas.
El kirchnerismo –por demagogia y cortoplacismo- dejó instalarse y crecer la insidiosa inflación, porque es más cómodo buscar el aplauso fácil que evitar subrogar los intereses del conjunto a una parte. Llamar “redistribución del ingreso” al clientelismo configuró la actitud cínica de estos años. La gestión K privilegió siempre la ayuda directa, visible, la que permite cosechar votos a corto plazo, antes que la política de largo aliento, la inversión menos visible pero más permanente; eso explica el déficit de infraestructura, los hospitales que son cáscaras vacías y el grave vaciamiento educativo. Se repartieron laptops pero cada día se enseñó menos.
Ni hablar de la venalidad. Cada programa, cada obra pública, cada emprendimiento, estuvo teñido de sospecha. Y hasta el plan Kunita terminó en escándalo.
La vida no fue un bien a tutelar en estos años. Los argentinos pagaron con sangre la deserción oficial en materia de seguridad. Un daño que no ha sido medido en toda su dimensión porque la mentira y el ocultamiento fueron la excusa a la desidia y la incapacidad de los funcionarios.
Un raro estatismo el que renuncia a conducir a las fuerzas de seguridad y garantizar el monopolio de la fuerza pública.
Mientras se fustigaba a los empresarios –en especial a los del campo- se habilitaba y promovía el surgimiento de una banda de capitalistas amigos (a los que hoy se vuelve muy costoso bancar).
El modelo productivo diversificado del que tanto se habló tuvo por resultado la reprimarización de nuestras exportaciones, la caída de la inversión y el déficit energético.
La degradación institucional, la manipulación de la justicia, la extorsión a los gobiernos provinciales y al Congreso, la naturalización del enriquecimiento ilicitico, del nepotismo y del amiguismo, el uso y abuso de superpoderes, el reeleccionismo eterno: son otros tantos rasgos que dejó el modelo y otros tantos desafíos presentes.
Porque, nuevamente, si no se trabaja en la superación de esta pesada herencia, no habrá juicio en Tribunales que le permita avanzar al país.
Párrafo aparte merece el ofensivismo rabioso y tardío de cierta justicia y de cierta prensa, directamente proporcional al esmero con el que en años anteriores encubrieron a la gestión kirchnerista, haciéndose cómplices de sus graves fallos.