Por: Claudia Peiró
Esa es la síntesis del mensaje de Cristina Kirchner ayer. Pasionaria, la Presidente arengó a sus bases sobre el combate que viene, que no es electoral precisamente. Se trata de “cuidar” su legado cuando ella deje la Casa de Gobierno. Algo que, obviamente, Daniel Scioli no garantiza. Si no, el discurso de anoche hubiese sido: voten a Daniel, el candidato que encarna y continúa el modelo.
No sólo no lo nombró, sino que hasta se permitió cruzarlo en la única propuesta que el maltrecho gobernador hizo de cara al 22 de noviembre. La promesa del 82 por ciento móvil a los jubilados, una de las banderas con las cuales Sergio Massa mejoró sus chances y logró mantenerse en carrera.
Sorprende el empecinamiento de los analistas en negar lo evidente: ella trabaja para la derrota del candidato oficial. Para encontrarle una lógica al inexplicable discurso presidencial post primera vuelta algunos creen ver una división de tareas entre Cristina Kirchner y Daniel Scioli. Ella va por el voto K y él por los independientes. En realidad, lo que ella les dijo a los suyos es que el modelo no tiene candidato. En cuanto al gobernador bonaerense, quizás sea demasiado tarde para, como prometió, “convertirse en Scioli”.
Cristina para la Derrota
“Le debemos a la ciudadanía no sólo palabras en un debate, sino sinceridad, transparencia y que nadie se disfrace de lo que no es”, dijo Cristina anoche, en algo que la mayoría lee como dirigido a Macri, pero que desde el kirchnerismo puro bien puede estar también destinado a Scioli.
Porque ella no tiene sucesor. Muerto Néstor, se acabó el sueño de la alternancia de los cónyuges en el poder. Desde ya, la responsabilidad por el hecho de que el Frente para la Victoria no tenga un candidato genéticamente puro no es toda de Cristina Kirchner. La Presidente se ocupó de no dejar que nadie despliegue demasiado las alas, pero tampoco hubo quien se destacara por gestión, carisma o ideas. O aunque sea por ambición y coraje para mostrar independencia. El único que lo hizo, Sergio Massa, se constituyó en alternativa atractiva para muchos, como continuidad y cambio a la vez, y casi logra sucederla.
Otros, como Jorge Capitanich, por falta de carácter, dejaron pasar la oportunidad de desafiar el liderazgo de Cristina Kirchner. Daniel Scioli, por su parte, se mantuvo empecinadamente en la estrategia que adoptó desde el inicio con los Kirchner: la supervivencia por la vía de la simulación y el sometimiento.
Pero Cristina también se ocupó de las ambiciones del gobernador bonaerense. De frustrarlas, se entiende. Hasta la primera vuelta, no le permitió la menor autonomía. Le puso todos los salvavidas de plomo que tenía a mano: Carlos Zannini, Aníbal Fernández y Axel Kicillof. El resultado es que a Scioli sólo lo votó el kirchnerismo puro y duro. Que, ironía, no se siente bien representado por él. En cambio, la franja del electorado independiente que, por el maltrato que toleró en estos doce años –retos públicos de Cristina y Néstor, reticencia en enviarle fondos, etc-, podía simpatizar con él o imaginar que sería la contracara de la soberbia y agresividad oficial, se fue decepcionando poco a poco.
Y Cristina Kirchner hizo, en las semanas previas a la elección, todas las cadenas nacionales necesarias para asegurarse de que Scioli no tuviera el menor espacio para la autonomía. El gabinete gris que designó el Gobernador fue tal vez su mayor rebeldía: no pudo nombrar uno “de lujo” –léase, atractivo para los sectores medios o independientes- porque corría el riesgo de que CFK lo cruzara en público, como hizo con la gestión oficiosa que Scioli le encargó al gobernador salteño, Juan Manuel Urtubey, en Estados Unidos por el tema holdouts. Entonces se limitó a nombrar a fieles de su entorno con el sólo fin de evitar que Cristina le nombrase el gabinete. Sólo eso le faltó.
A casa con sus récords
En el fondo, Cristina repite la estrategia de Carlos Menem. El riojano tampoco tuvo ni quiso un heredero. A diferencia de Scioli, Eduardo Duhalde se constituyó en candidato a partir de diferenciarse de Menem y deliberadamente lo excluyó de su campaña. Algo que aquel aceptó encantado. Pero, si Duhalde no le parecía el adecuado, Menem había tenido todo el tiempo necesario para facilitar el crecimiento y la instalación de otra figura. No quiso hacerlo. Como Cristina.
Ella no sólo se encargó de secar el terreno a su alrededor para que nada crezca, sino que también fue consecuente en regar el pasto ajeno: desde el primer día eligió entronizar a Mauricio Macri como jefe de la oposición. Basta repasar todas sus intervenciones públicas desde el 2013 hasta acá, para ver cómo evitó casi siempre criticar a Sergio Massa –amenaza surgida del interior del peronismo y por eso más peligrosa- y dirigió todos sus dardos, siempre, contra el jefe del PRO.
Con Macri en la presidencia, puede peligrar tal vez la impunidad que ha caracterizado a su gestión en el desmanejo de la cosa pública, pero no sentirá amenazado su liderazgo en el kirchnerismo o lo que quede de él. Podrá alegar que se la persigue por motivos ideológicos. Mientras que una astilla del mismo palo puede ser tan letal como ellos lo fueron con Eduardo Duhalde.
Guiada por su exacerbado personalismo, quiere llevarse consigo el récord de sus dos mandatos, su 54 por ciento y su legado, del que tiene una elevadísima opinión. Esa es posiblemente la razón por la cual no se presentó como candidata a nada. A diferencia de sus enceguecidos seguidores, ella sabía que, de someterse al voto, quedaría muy por debajo de aquella cifra del 2011. Irse invicta le permitirá culpar a otros por la eventual caída electoral.
Con el tono y la impronta que ella misma describió anoche con acierto -“brutal, soberbia, pagada de mí misma”-, dejó en claro que su estrategia es ella o el caos: “Cuando me vaya no quiero ver que se desmorone lo que nos costó años tener, no defiendan un gobierno, defiendan sus derechos”.
Son cálculos maquiavélicos que no suelen terminar bien. Y sobre todo revelan que su jerarquía de intereses es exactamente la inversa a la que proclama: “Mi interés es colectivo, como ciudadana argentina”. Es al revés: primero ella, después el movimiento, por último la Patria.
¿Puede Scioli recomponerse? Después de la honestidad brutal de CFK de anoche, la reacción lógica y natural de cualquiera sería indignarse. Se lo dijo Alejandro Fantino cuando lo entrevistó luego del discurso: “No te nombró, a mí si no me nombra, voy y…”.
Sólo un gesto rotundo de dignidad, de autonomía, de independencia, podría permitirle al candidato oficial reposicionarse. De momento, no parece ser la alternativa que ha elegido. Pero en política, nunca está dicha la última palabra.