Ahorramos poco y escondemos mucho

La economía argentina arrastra una larga historia con muy pobres registros de tasa de inversión interna, reflejo de una débil vocación por el ahorro doméstico y de una recurrente fuga de capitales.

Claramente, la insistencia de los gobiernos de los últimos 80 años en querer volver a empezar, desconociendo los pocos y raros logros de las administraciones anteriores, explica gran parte de la debilidad que caracteriza a la moneda nacional y la pobre propensión a encarar emprendimientos de envergadura que no aseguren rápidas y altas tasas de ganancia.

Ahora se está frente a un escenario similar, después de cuatro años con estancamiento de la actividad económica y receso de la capacidad de generación de riqueza promedio por habitante, en un contexto de altísima inflación, y cepo para girar utilidades a casas matrices radicadas en el exterior.

Los datos a julio de la consultora de Orlando Ferreres sobre el desempeño de la inversión bruta interna fija, es decir, en construcciones y máquinas y equipos para la producción, dan cuenta de que no sólo se estancó en el nivel de marzo, sino que cayó a un paupérrimo 17% del PBI en valores corrientes, y 20% si se lo ajusta por inflación y tipo de cambio. Se trata de niveles que ubican a la Argentina por debajo de la mitad de la tabla en un listado de 179 países, posición 101, con 2,5 puntos porcentuales menos que el promedio mundial.

La consecuencia de semejante atraso, agravado por la veda al acceso al mercado internacional de capitales, aunque para algunos pueda ser un consuelo que esa tasa de inversión es mayor a la que registran países vecinos, como Brasil o Uruguay, es que se traduce en destrucción de fuentes de trabajo, porque la economía pierde competitividad, al punto que ya está en el puesto 104 sobre 144 países, según el último ránking del World Economic Forum.

Si a eso se agregan los efectos nocivos de una amplia vocación por el exceso de gasto público sobre los ingresos que se obtienen con el cobro de impuestos, al punto que no son pocos los políticos, incluidos algunos de los candidatos a la presidencia de la Nación, que sostienen que el déficit fiscal se puede corregir con el crecimiento de la economía, se comprende la costumbre que tienen muchos argentinos y residentes con capacidad de ahorro de atesorar en moneda extranjera, o en activos dolarizados.

Pero además, la larga historia de prohibiciones, exceso de regulaciones y hasta cepos, como el que en la actualidad rige para diversas operaciones de cambio, reservadas para muy pocos -menos del 6 por ciento de los trabajadores pueden comprar divisas para ahorro- incentiva la marginalidad de la economía, la cual se resiste a bajar del 40 ó 35%, sea en el mercado de trabajo, o en la generación agregada de riqueza.

De ahí que una de las metas que debería proponerse una buena administración del país es generar las condiciones para que los habitantes y empresas puedan recuperar capacidad de ahorro y se desactiven todas las normas y medidas que directa o indirectamente contribuyen a mantener altos índices de informalidad, como claramente acaba de pedir de Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios.

De lo contrario, no sólo en la Argentina se continuará “ahorrando poco y escondiendo mucho”, como sintetizó en una conferencia el economista jefe de un banco, sino también con repetidos episodios de tensiones en el mercado de cambios, como los que reaparecieron desde fines de julio.

Los excesos y defectos del fin de ciclo

Cualquiera que sea el resultado final de las elecciones presidenciales pareciera que no hay grandes dudas sobre los grandes desequilibrios que afectan a la economía en su conjunto, los cuales se ven con clara nitidez en la sociedad civil y empresaria. En todo caso, las diferencias profundas entre los candidatos se localizan en las convicciones, prioridades y formas de nivelación de las principales variables, ya que nadie desconoce su existencia y consecuencias.

Entre esos grandes desequilibrios se advierten la presencia de enormes excesos, y también de notables defectos, que han conducido a un estado de estancamiento o moderada recesión con alta inflación, creciente aislamiento del mundo financiero y comercial, con un resultado intolerable de destrucción de empleos y aumento de la pobreza.

Entre los excesos sobresale la dinámica de un gasto público improductivo e ineficiente, porque no ha resultado funcional al crecimiento del empleo agregado. En el mejor de los casos sólo se verifica incremento en el segmento de los trabajadores aportantes al Sistema Integrado Provisional Argentino, pero no en el resto de la casi mitad de las provincias excluidas de ese régimen, ni de los ocupados como cuentapropistas y en negro. Por el contrario, ha sido uno de los principales responsables de haber derivado en abultado déficit fiscal y alta inflación.

Junto a estas dos últimas variables que se han disparado largamente de los estándares internacionales, se agrega el desborde de las tasas de interés que tanto Economía como el Banco Central deben convalidar para cubrir las necesidades de financiamiento del desequilibrio fiscal y la parcial esterilización del consecuente exceso de emisión monetaria, con el costo equivalente a no haber desendeudado el país y pagar tasas internacionales. Lo que supuestamente se ganó por un lado (último dato de deuda pública es a junio de 2014) se perdió por el otro.

El regreso al viejo camino de la colocación de deuda pública para pagar gasto corriente (aunque muchas veces se lo asocie a inversiones en infraestructura ferroviaria o energética), principalmente en el mercado interno y con tasas cada vez más elevadas, ahora en términos reales, es una de las consecuencias del capricho de decidir no honrar los fallos internacionales. La consecuencia es el retiro de liquidez del sector privado, con el consecuente impacto contractivo sobre el consumo y la inversión privada.

Otro exceso es la presión tributaria sobre los contribuyentes activos. Y pese a haberse tornado en muchos casos insoportable no da muestras de detenerse, sino por el contrario de profundizarse con la persistente alta inflación, mientras no se aplica la movilidad al mínimo no imponible de los trabajadores, sean asalariados, o más aún autónomos, ni se permite a las empresas ajustar sus balances por la variación de los precios mayoristas. Y ahora se suma un proyecto de crear impuestos al consumo para asistir al deporte amateur.

Mientras que entre los grandes defectos o atrasos de las variables macroeconómicas se destacan en primer lugar el cuadro social, con más del 40% de los jefes de hogar que no logran reunir en un mes recursos monetarios equiparables a un salario mínimo, vital y móvil de $4.716, sumando el fruto de un trabajo precario con las diversas asistencias sociales, como salario familiar; y otros complementos, mientras que más del 20% de los hogares “vive” con recursos menores a ese umbral, porque les resulta insuficiente la cobertura de la Asignación Universal por Hijo, el Plan la Madre y el Niño, y otras que se otorgan en los ámbitos provinciales.

Una de las causas de ese escenario es la baja prioridad que en los últimos años se ha dado a la inversión en infraestructura, como energética, vial, portuaria, de telecomunicaciones, con regulaciones tarifarias que no cubren siquiera el pago de los salarios en muchas empresas, y en otras las necesarias inversiones en mantenimiento.

De ahí el colapso energético ni bien aparecen las primeras altas o bajas temperaturas, como ocurre en la actualidad. El escenario no es parejo en el orden nacional, habida cuenta de que en el caso de las tarifas eléctricas se registran diferencias de hasta 10 veces entre provincias, donde es más bajo en alguna de las más ricas, o al menos donde se genera la mayor parte del PBI.

Otro rezago insostenible es el del tipo de cambio oficial, porque su utilización como ancla inflacionaria ha erosionado la competitividad de la producción nacional, más aún en los casos de la agrícola y economías regionales castigadas con retenciones sobre las exportaciones. Un estudio de IERAL de Fundación Mediterránea muestra que mientras por efecto de la baja de los precios internacionales de las materias primas el promedio de la región registró desde 2011 caída de sus ventas al resto del mundo del orden de 15% en dólares, en la Argentina la baja superó el 32 por ciento.

El cuadro se intensifica porque la consecuencia del desaliento a la inversión y las exportaciones ha sido el freno a las importaciones con cepos, DJAI y autorizaciones de pago a proveedores discrecionales, aún de insumos y partes esenciales para fabricar productos de posterior exportación, generando un círculo vicioso que conspira contra el crecimiento y el empleo y alimenta la pobreza en la población. Se estima que el atraso de pagos al exterior se ubica en torno a u$s6.800 millones.

También, por el cepo cambiario, se acumulan demoras en la autorización para el giro de dividendos al exterior por parte de las empresas de capital extranjero. La consecuencia de esa política llevó a la virtual extinción de la inversión extranjera directa, otra fuente generadora de empleos y mayores salarios.

Finalmente y no menos importante, otro gran retraso que acusa la economía argentina es el de la capacidad de compra del promedio de los trabajadores, pese a que ha alcanzado una participación récord en el reparto del PBI entre los factores de producción, con algo más de 52 por ciento. Algunos analistas estiman que el ingreso medio por habitante por año en torno a u$s13.000 que calcula Economía podría triplicarse en el mediano plazo si los grandes desvíos descriptos precedentemente, en una apretada síntesis, tendieran a alinearse a los parámetros que predominan entre más de 200 países.

El déficit fiscal y el peso de la deuda pública están en los peores niveles desde 2001-02

El último dato de las finanzas públicas correspondiente a marzo fue de un desequilibrio primario de 6% del PBI del mes antes, y escaló a 8,7% del PBI después del pago de intereses. El desendeudamiento se abandonó en 2012.

Esas proporciones surgen de comparar las brechas negativas entre ingresos totales (antes de los aportes de Anses y Banco Central a la Tesorería General de la Nación) y los gastos pagados con el PBI equivalente mensual, que reflejaron las cuentas del sector público no financiero en base caja, esto es entre los recursos tributarios y de Anses percibidos y los compromisos efectivamente pagados.

La crónica del momento dio cuenta de cómo de un excedente informado de $3.570 millones en marzo de 2014, antes del pago de los servicios de la deuda pública, se pasó un año después a un rojo de $17.429 millones; mientras que el resultado final negativo de $4.366 millones, se elevó a 27.895 millones de pesos. En ese período, los aportes de la Anses y Banco Central se redujeron de $12.897 millones a 6.050 millones de pesos.

El rojo fiscal primario de marzo fue de 6% del PBI del mes y el final subió a 8,7%

Se sabe que las finanzas públicas no pasan por su mejor momento, más allá de que en un año electoral es habitual un relajamiento de la política de gasto y propaganda, como el viernes último informó el Boletín Oficial por decisión compartida y aislada de los ministros Aníbal Fernández y Axel Kicillof, porque pese a la recesión que ha llevado a que la industria automotriz acumule 17 meses con caída de ventas; a un mercado inmobiliario que no repunta de modo significativo pese a haber bajado a los peores niveles en casi 20%; aumentan los índices de locales comerciales vacíos en las principales ciudades del país y el efecto desaliento afecta por año a más de 200 mil nuevos trabajadores, en un escenario de apreciable baja de los precios de exportación, las erogaciones de Hacienda han tomado una dinámica singular.

marzo mayor rojo fiscal 2001

El resultado es que el déficit fiscal real, esto es sin la denominada “contabilidad creativa” que representa contabilizar como recursos genuinos en lugar de nueva deuda, aunque sea intra sector público, a la miríada de millones de pesos que mes a mes transfieren la Anses y el Banco Central a la Secretaría de Hacienda, alcanzó niveles en términos del PBI que no se veían desde la crisis de 2001 y 2002, con 6% primario y 8,7% final, cuando un año antes fueron equivalentes a 3% y 5,6% del PBI, respectivamente.

Mientras los recursos crecieron 32,2%, los gastos se elevaron 44,8 por ciento.

Semejante salto, producto de una aceleración singular desde 2012, cuando el rojo antes del pago de intereses había subido de 0,6% del PBI mensual en marzo de 2011 a 1,3%, luego se incrementó el año siguiente a 2,4% y ascendió a 3% el año posterior, fue la consecuencia de la ampliación de la brecha negativa entre el crecimiento de los recursos tributarios genuinos (32,2%) y el de los gastos (44,8%) de entre 3 y 8 puntos porcentuales en el primer trimestre de 2014 a más de 12 puntos ahora.

Esa brecha deberá cerrarse por la vía de la disciplina fiscal y el aliento a la actividad productiva y comercial, sustentada no sólo en el consumo del sector público, sino en particular en el privado, junto a la inversión y las exportaciones, de lo contrario, constituirá una de las tantas mochilas pesadas que recibirá el próximo gobierno, cualquiera sea el signo partidario.

El mito del beneficio del desendeudamiento

Hasta el año último Economía cubría la brecha creciente entre gastos y recursos genuinos con el aumento de la presión tributaria, el impuesto inflacionario que significa postergar las actualizaciones de los mínimos no imponibles de Ganancias a los asalariados, pero también a jubilados, pensionados, autónomos y empresas, como a través de la negativa a permitir los ajustes de los balances por inflación, pese a que el ritmo de alza de los precios ya arrastra más de siete años por arriba del 20% al año; y giro anticipado de ganancias contables de la Anses y Banco Central.

Pero en los últimos meses, el agotamiento natural de esas fuentes, llevó a que tuviera que acudir a la emisión de deuda, principalmente en el mercado interno a tasas del 27 a 28% al año y en el exterior, acotada y a medida de inversores “amigos” que exigieron tasas en dólares del 9% anual, esto es entre dos y tres veces más que las que pagan países vecinos.

Los intereses de la deuda ya representan 2,7% del PBI, pese al desendeudamiento

Además, como ese proceso coincidió con los efectos de las regularizaciones de la deuda externa con los países que integran el denominado Club de París y también con Repsol, la deuda pública total que había caído a un mínimo de 33,4% del PBI en 2011 retomó la senda alcista hasta 42,8% en junio de 2014. Desde entonces, se dejó de informar su actualización, aunque se estima que actualmente supera el nivel del 53,7% del PBI que existía al momento de la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, en diciembre de 2001.

costo deuda sube 3 pbi

La conjunción del singular aumento del endeudamiento con la sobretasa que acepta pagar el ministro Axel Kicillof, que es el costo de no cerrar el pleito con los bonistas de acuerdo al fallo desfavorable de la justicia de los EEUU que eligió el Gobierno argentino, explica que el servicio de la deuda pública haya trepado en marzo último a casi 3% del PBI del mes, casi el doble de la relación que predominó en la década previa.

Kicillof no hace buenos pronósticos

El ministro de Economía advirtió el último martes que los economistas ortodoxos son “eunucos de teoría y, por eso, no entienden la realidad y llevan 12 años de pronósticos fallidos”.

Mientras el ministro apelaba a esas descalificaciones de muchos de sus colegas, del país, de la región y del mundo, a pocas cuadras se reunía un grupo de dirigentes empresarios con editores de diarios, agencias de noticias y portales, e invitaban a la sociedad en su conjunto, comenzando por la dirigencia política, a tomar la posta de la Constitución y volver al respeto de las instituciones y la legalidad.

El funcionario -que disertó en un encuentro organizado por la Asociación de Economía para el Desarrollo de la Argentina (AEDA), sostuvo también que “el Estado es la herramienta más poderosa para crear mercado” y que “generar demanda es la mejor política para el crecimiento, porque si no hay demanda no va a haber inversión en la oferta”.

Claramente, me quedo con la “ortodoxia” que marca la Constitución y no con la heterodoxia de un ministro que en la teoría se dice que ha mostrado suficientes galardones académicos, pero que en la práctica es uno de los responsables del estancamiento de la economía, la consolidación de los niveles de pobreza, aunque le resulte “estigmatizante” hablar del tema y se resista a habilitar a los técnicos del Indec para que cumplan con la tarea de cuantificar esa realidad social, para poder diseñar las mejores políticas para erradicarla; y el cierre creciente de la economía, junto al retorno de un abultado déficit fiscal y del endeudamiento improductivo del fisco.

Es muy común entre la dirigencia política ver los defectos del vecino y opositores, e ignorar los propios, en particular cuando se tiene función ejecutiva y por tanto se influye en los resultados que tanto se critican.

Kicillof no pasa la prueba ácida de dar crédito a sus denuncias, porque es uno de los que más ha fallado en los pronósticos económicos. Claro está que me refiero a los que el Indec aún permite constatar, porque el cotejo con los datos reales lo degradarían mucho más.

Desde que asumió el cargo de ministro quien ahora trata de “eunucos de teoría” a los economistas del sector privado y más aún de partidos políticos opositores al gobierno nacional no ha logrado cumplir con las metas que fijó en sus presupuestos nacionales y que obligó a sus legisladores a aprobar casi a libro cerrado. “Mis pronósticos no son pasibles de cambios, porque yo no soy un eunuco de teoría”, parece pensar el ministro y lo hace saber a sus dependientes. Haz lo que digo, no lo que hago. Las pruebas están a la vista y grabadas en las páginas de Economía en Internet.

Como Axel Kicillof asumió la conducción de Economía en diciembre de 2011 cuando la presidente Cristina Kirchner lo había designado secretario de Política Económica y Planificación del Desarrollo, con funciones de viceministro, se puede decir que es el responsable de los supuestos del Presupuesto 2013 que se presentó en septiembre de 2012 al Congreso y siguientes, ya como ministro desde diciembre de 2013 cuando el anterior, Hernán Lorenzino dijo “me quiero ir”.

Para 2013 había previsto un aumento del PBI y del consumo de 4,4 y 4,3%, pero la realidad que midió el Indec marcó una suba de la creación de riqueza de apenas 2,9%, aunque alcanzó la meta de consumo. También cumplió con la meta de inflación oficial de 10,8%, pero no pudo lograr lo mismo en materia cambiaria, puesto que frente a un objetivo de 5,1 terminó el año en 6,52 pesos por dólar, tampoco la estimación de exportaciones e importaciones, las cuales quedaron más de 10% abajo.

El fenómeno se agravó en 2014, porque insistió con sus estimaciones optimistas y alejadas de la realidad, en lugar de tomar nota de los errores del pasado reciente. El PBI que había previsto que iba a crecer 6,2% terminó con un suba de apenas 0,5% y el consumo que había proyectado una expansión de 5,7%, cerró con una contracción de 0,1%. Y la inflación que había estimado en 9,9% terminó en 24%, casi una vez y media más. Otra vez, los datos del comercio exterior quedaron más debajo de las metas.

Probablemente, los pronósticos oficiales y privados mejorarían sustancialmente si de una vez por toda la dirigencia gobernante se limitara a respetar la ortodoxia, entendida por las enseñanzas y reglas que durante siglos fueron enriqueciendo a las sociedades modernas y que tienen ambiciones de desarrollo y progreso, en lugar de empeñarse con quedarse y volver al pasado donde abundaban las prácticas dictatoriales, absolutistas y cada vez más lejos de las buenas costumbres de convivencia.

La heterodoxia es necesaria en ocasiones, pero cuando se la adopta como regla, es señal de fracaso, como se advierte en la vigencia de la Ley de Emergencia Económica por más de 15 años, o en la multiplicación constante de los planes asistenciales, porque no se siguen políticas ortodoxas para terminar con el flagelo de la pobreza e indigencia, más aún en un país que produce alimentos para abastecer al equivalente a 11 argentinas, y podría duplicarse si se implementaran medidas pro empresa y pro argentina.

Lección aprendida a medias
La última. El ministro sostiene que “generar demanda es la mejor política para el crecimiento, porque si no hay demanda no va a haber inversión en la oferta”. Con esa definición Axel Kicillof parece haber olvidado que la inversión es también un componente vital de la demanda agregada, junto a las exportaciones. La oferta se compone por el PBI y las importaciones.

Se sabe que la inversión bruta interna fija representa alrededor de un tercio del consumo interno. Pero haberla descuidado con políticas de precios administrados; tipos de cambios múltiples; cepo al giro de dividendos por parte de las empresas multinacionales; y asfixiante presión tributaria, entre otras inseguridades jurídicas, han gravitado en contra del consumo de las familias, porque no sólo desalentaron a los emprendedores con capacidad de generar empleos y elevar la calidad de vida del conjunto de la población, sino porque, peor aún, derivó en la destrucción de puestos de trabajo privados, los cuales no pudieron ser compensados con una exagerada expansión de la dotación en el sector público.

Así se llegó a la situación actual de creciente déficit fiscal, inflación firme en el 2% por mes y sostenido deterioro de la balanza comercial, prenunciando un nuevo fracaso de los pronósticos que el ministro selló en el Presupuesto 2015.

La fiebre del gasto público exige tomar deuda

El ritmo de crecimiento del cobro de impuestos va perdiendo vitalidad, al punto que de haber aumentado durante años a un ritmo mayor al de la inflación, ahora corre de atrás en más de 10 puntos porcentuales, mientras que la expansión del gasto público se disimula con la acumulación de atrasos en los pagos a proveedores y contratistas.

Sólo la aparente “contabilidad creativa” le permite a la AFIP mostrar variaciones en diversos rubros que superan todo pronóstico de crecimiento nominal, pese a que no son objeto de análisis por parte de los funcionarios que sólo se limitan a resaltar cada mes como impulsores: “el aumento de la actividad, la suba de los salarios y la labor de fiscalización”, de modo muy general y nada particular, porque no resisten pruebas ácidas alguna.

Es que esos argumentos parecen muy endebles para explicar por qué el cobro de IVA sobre la producción nacional aceleró en abril la tasa de suba de 35 a más de 40% anual; aun cuano se percibe un claro efecto de sustitución de importacione; o que lo percibido por el gravamen a la transferencia de combustibles haya “volado” a un ritmo de más de 130% al año en el caso de combustibles diferentes a las naftas, gasoil y gas; 70% para las naftas y 99% para el gasoil y gas.

También excedió lo previsible el incremento de los recursos que recibió la Anses por parte de “aportes personales” a 35,6% en contraste con 29,7% que acusaron las contribuciones patronales y casi 62% por el rubro “otros” que agrupa a los pagos de monotributistas y de moratorias previsionales.

Sólo en esos tres rubros se pueden sumar más de $2.500 millones que posibilitaron a la AFIP cerrar abril con un crecimiento de la recaudación tributaria global por arriba de 21%, esto es superior en casi tres puntos porcentuales al que se hubiese anotado si esos rubros se hubieran limitado a aumentar como en los meses previos, en torno a 30 o 35% y más cerca de lo esperable en función de la inflación que estiman consultoras privadas, la devaluación del peso que aplica el Banco Central y el aumento de salarios que informa el Indec. Aún así, el resultado final no pudo ocultar un neto negativo en términos reales, esto es ajustado por la inflación.

Además, esa “ingeniería” no evita mostrar un acelerado deterioro de la contribución de los recursos tributarios para solventar el gasto público total, que no sólo es sustancialmente más alto, sino que además mantiene un ritmo de incremento interanual de 8 a 10 puntos porcentuales al año más alto, sólo en base caja. El devengado, esto es el ejecutado, pero no necesariamente pagado, mantiene una brecha aún mayor, por eso el déficit fiscal se ha multiplicando por diez en los primeros meses del año respecto de doce meses antes.

De ahí que la contrapartida ha sido una vez más el uso creciente del recurso de última instancia como es la expansión de la base monetaria por parte del Banco Central, ya que pasó de tasas en torno a 20% al año entre julio de 2013 hasta enero último, a 30% en febrero y marzo y escaló a más de 33% en abril, para poder asistir a las necesidades de la Tesorería.

En ese aspecto, las planillas del BCRA muestran cómo fue perdiendo grados de libertad para utilizar los instrumentos de esterilización monetaria, como son las Letras y operaciones de pases, porque en conjunto pasaron a exceder en un 10% al total de las reservas en divisas, esto es equivalen a más de u$s37.000 millones, con el agravante que mientras las Lebac crecen por devengamiento de intereses a un ritmo del 26% al 28% anual, las reservas se incrementan en pesos al ritmo de la devaluación de 12% en ese período. Semejante brecha es la que motivó la resurrección del denominado déficit cuasifical, a más de 1,5% del PBI.

Tampoco queda mucho margen para asistir al Tesoro con “adelantos transitorios”, porque ya suman más de $260.000 millones, equivalente a 56% de la base monetaria y casi dos veces y media la recaudación mensual de impuestos por parte de la AFIP.

El desendeudamiento ya fue!
Por eso, para sostener la fiebre del gasto público, más en un año electoral, el cual coincide con la concentración de abultados vencimientos de deuda pública hacia octubre por unos u$s7.000 millones entre Nación y provincias, tanto el ministro de Economía como el presidente del Banco Central ahora hablan del “fin de la política del desendeudamiento” abonan la ampliación de la emisión del set de bonos públicos con cargo a los próximos gobiernos.

Pero, mientras persista el estado de default parcial de la deuda pública, y las severas limitaciones para el acceso al mercado internacional de capitales, tanto en cantidad, como más aún en precio (más de 9% anual en dólares), la estrategia oficial no sólo contribuirá a profundizar la recesión, al quitar liquidez al mercado interno, sino que además, amenazará con reavivar la inflación y las tensiones cambiarias hacia el último trimestre.

Por ahora los mercados financieros juegan a favor del peso, por el seguro de cambio que brinda el Banco Central, pero la historia es muy rica en mostrar que esas maniobras no son sostenibles, porque naturalmente no son sustentables. Se trata de una película que muchos las vivieron, a otros se las contaron, y siempre hay quienes sólo prefieren experimentarla, tal vez por despreciar la historia, tal vez porque se muestran convencidos de que ahora será distinto, aunque se repitan todos los ingredientes que se usaron en el pasado y que condujeron a reiterados fracasos.

Ganancias ya casi grava la pobreza

Históricamente el Impuesto a las Ganancias, que sucedió al original bautizado a las rentas, comprendía a las empresas y a trabajadores, asalariados y autónomos de elevados ingresos, con el explícito propósito de contribuir a una mejor distribución de la riqueza hacia los que menos tienen, sea a través de su aporte indirecto al financiamiento de los planes sociales, sea para encarar obras de infraestructura en todo el país. Por eso lo recaudado con ese tributo es coparticipable con el conjunto de las provincias.

Sin embargo, desde la salida de la convertibilidad y el regreso a un ambiente de alta inflación, como mecanismo histórico de las políticas populistas para financiar el gasto social, se dejó arbitrariamente de actualizar los mínimos no imponibles en forma automática por la variación de los precios para el caso de los trabajadores (con muy limitadas excepciones) y no se reactivó la autorización de los ajustes por inflación de los balances de las empresas, en ese caso por la variación de los precios mayoristas no agropecuarios que calcula el Indec. Continuar leyendo