Van menos de seis meses

Más allá del enfoque que cada uno tenga sobre las políticas que se están llevando a cabo, es indiscutible que el Gobierno de Cambiemos está enfrentando todos los problemas que componían la larga herencia kirchnerista y acaso otras más antiguas.

A diferencia de Cristina de Kirchner, que para mantener la iniciativa sobre la agenda inventaba conflictos, proponía y aprobaba raras leyes de igualdad, vacías de contenido, o iniciaba cruzadas contra los medios o contra el mundo externo como una suerte de Quijote desaforado, Mauricio Macri controla y dicta la agenda política atacando problemas concretos y de interés generalizado.

Los temas que proponía la ex Presidente solían ser épicos y burocráticos, con ataques permanentes a los derechos de los ciudadanos o por lo menos molestos y lesivos a esos derechos. Sobre todo, urticantes para la mitad del país, casi matemáticamente y, en general, inconducentes. Cambiemos está tacleando los temas importantes, a veces urgentes, a veces profundos, a veces de largo aliento, que dejó palpitando el Gobierno del Frente para la Victoria y sus socios. El cepo, las retenciones, los pagos de importaciones, el default eterno, la reinserción en el sistema mundial, fueron las urgencias que encaró, con bastante solvencia y acierto, con observaciones varias, por supuesto. La apertura de las discusiones sobre seguridad y reforma política, que ciertamente requerirán políticas de Estado para ser eficaces, y temas tan variados como la discusión no terminada de Fútbol para Todos o de los medios oficiales. Continuar leyendo

La normalización, el gradualismo y Procusto

Como es notorio, el Gobierno ha elegido el camino de lo que llama gradualismo, normalización o gobernabilidad. Sin analizar lo acertado o no de la decisión —lo que ya he hecho, junto a otros notorios pesimistas—, este camino tiene efectos o defectos que también hemos puntualizado en esta columna, aun antes del triunfo de Cambiemos.

Cuando se ataca gradualmente al minotauro salvaje y corrupto del gasto, un animal antediluviano multipartidario y libre de toda ideología, el sistema pone en funcionamiento todos sus recursos de supervivencia, como cualquier cucaracha haría.

Si se resuelve el problema del cepo y el atraso cambiario, de inmediato aparecen pedidos de ayuda para salvar a las “víctimas” de los efectos colaterales de la medida. El Gobierno, como en una tragedia griega, hace inexorablemente lo que se sabe que hará, aunque no deba hacerlo. Entonces, vienen los parches que suavizan la medida, que en el fondo la neutralizan y crean mayor déficit.

Si se regulariza el laberinto infernal de los subsidios a las tarifas, sólo una mínima recomposición de los términos relativos, aparecen las protestas sectoriales y entonces se lanzan subsidios, créditos especiales, planes de rescate y otros. Lo que crea nuevo déficit. Por supuesto que como esos efectos están descontados en las paritarias, también golpean en los aumentos de sueldo, con lo cual los costos privados y estatales aumentan, y con ellos el déficit. Continuar leyendo

Una libra de carne

Mauricio Macri mira ya a las elecciones de 2017. No tiene otro camino. Su apuesta en los dos próximos años es apenas mostrar algunos logros de relativa importancia, pero no a costa de perder el apoyo del Congreso en leyes que necesita imperiosamente para que el país vuelva a funcionar.

En ese malabarismo, debe oscilar entre desilusionar a quienes esperan decisiones fundacionales y desairar a quienes no quieren resignar ni un centavo en el robo futuro, no conformes con el robo pasado, estatal y privado.

La clave es llegar a esas elecciones con un razonable nivel de popularidad, sin que en el camino se hayan producido desastres en materia social, política, económica, de salud o de seguridad.

Esto parece un objetivo muy pequeño, pero, sin embargo, es esencial para poder enfocar cambios en serio, que implícitamente se sobreentendieron con el nombre de su alianza. Continuar leyendo

Cambiemos (si podemos)

Hay quienes empiezan a sentir que el Gobierno de Cambiemos los ha desilusionado. No siento lo mismo: lo que ocurre, o no ocurre, era previsible. Nadie debió ilusionarse, en primer término. Las razones son varias.

La más evidente es la convicción de que el sistema democrático que nos rige es una estafa a la voluntad popular. Y ni siquiera hablaré de fraude. La lista sábana anula toda posibilidad de que los diputados tengan voluntad propia. El cambio del infame Pacto de Olivos que entronizó a los partidos en la Constitución lo convalida y graba a fuego. Con los senadores ocurre algo similar, aunque más constitucional. Son herramientas de los gobernadores en su búsqueda incesante de fondos.

En esas condiciones, las herramientas de negociación son la caja, los cargos, la obra pública y la deuda. El mismo sistema que se usó en Ciudad Autónoma de Buenos Aires para gobernar en minoría. Imposible creer que de ese sistema surgirá alguna reforma profunda en ningún orden.

La segunda convicción sobre el sistema democrático es más profunda. Tengo serias dudas de que tanto en Argentina como en cualquier otro lado la mayoría quiera minimizar el Estado, ceder lo que considera sus derechos adquiridos o simplemente sus derechos divinos. No es cierto que la gente se venda por un pancho: se vende por un plan, un subsidio, una dádiva, un permiso para delinquir, un puesto, un sistema educativo que otorgue títulos sin esfuerzo ni talento. Continuar leyendo

El miedo es la herencia sin beneficio de inventario

Nuestro Código Civil incluye desde siempre la figura del beneficio de inventario para adir, o sea, aceptar una herencia. Provisión no eliminada, diluida ni devaluada por el reciente malón jurídico que se abatió sobre ese cuerpo legal.

Tal figura permite que el heredero, antes de adir, pueda revisar y eventualmente rechazar la herencia que recibe, que, al componerse de activos y pasivos, puede esconder alguna desagradable sorpresa. Lo protege así de las locuras, los desaguisados, los errores, los delitos y los abusos en los que pueda haber incurrido el dueño de los bienes.

Desgraciadamente, la Constitución no prevé lo mismo para el país y en especial para sus ciudadanos. La herencia que deja un Gobierno no puede recibirse con beneficio de inventario y rechazarse. Cuando los Gobiernos son populistas e irresponsables, valga la redundancia, esa herencia suele convertirse en una hipoteca.

Eso es lo que está por pasarnos. La herencia de Cristina Fernández de Kirchner será un colosal pasivo que no podemos rechazar ni individualmente ni como país. Los desmanejos, los despropósitos y los dispendios incurridos por el kirchnerismo habrían justificado, sin lugar a dudas, otra de las figuras del Código Civil: la que posibilita a los herederos a pedir judicialmente la declaración de insania o de conducta temeraria de su pariente para inhibirlo en el manejo de los bienes que pasarán a su descendencia. Continuar leyendo

La maravillosa magia de la democracia

Cuando a las 10 de la noche apareció en el Luna Park la figura envarada y dura de Daniel Scioli, la entrenada percepción nacional advirtió que algo no andaba bien en el Frente para la Victoria.

Hasta ese momento no había ningún dato oficial sobre el escrutinio provisional, y sólo el tono triunfal y la contundencia de algunas declaraciones Cambistas y el monocorde discurso sciolista hacían presumir que el ballotage era un hecho.

El tono y el contenido del discurso del gobernador no dejó lugar a dudas: no sólo habría ballotage, sino que el resultado era mucho peor que lo previsto por el FPV. Su entrega tuvo el contenido de una campaña electoral, pero ya sin emoción ni novedad.

Muchos creyeron que era su modo de aceptar que habría segunda vuelta y de comenzar su repechaje doblando la apuesta y haciendo más progresista, mas kirchnerista, y más camporista su propuesta.

Un análisis fino mostraba un cuadro grave: la derrota era más dura de lo que parecía. No era sólo que no se ganaba en primera vuelta.  La diferencia con Macri desaparecía. Se habían perdido impensadamente cargos clave en todo el país y Macri conseguía más votos que lo que él mismo pensaba. Vidal le ganaba a Aníbal Fernández la gobernación de Buenos Aires: cachetazos en las caras del sciolismo, del kirchnerismo y del peronismo.

Esas derrotas, dentro de un “movimiento” que se arrastra ante el líder exitoso y desprecia y traiciona al líder perdedor, tuvieron un efecto dramático.  Como si el Luna Park, elegido como búnker, fuera una trágica metáfora, Daniel Osvaldo Scioli parecía el clásico boxeador que ha recibido golpes demoledores y está nocaut de pie, esperando la campana salvadora o el tortazo final.

Su entrega fue un giro hacia lo mas criticado del cristinismo. Las menciones a las políticas presidenciales controladoras y totalitarias, a Zannini y la Cámpora, a la decisión de seguir dándole órdenes a los bancos y al sistema financiero para que pierdan plata, probablemente fueron para apaciguar las aguas internas, en especial la segura furia de Cristina Fernández.

Sin embargo, parecían estar destinadas a alejar al único posible aliado que le queda: Sergio Massa. Cegado por la confusión y el golpe electoral, Scioli, que ya venía mostrando una actitud de enojo e incomodidad, pareció un hombre sin convicción y sin confianza, cumpliendo un trámite y prometiendo volver en una hora, quién sabe para qué. (No volvió)

Los resultados oficiales no aparecieron a la hora señalada por el inefable Alejandro Tullio, retenidos por el gobierno pese a haber sido provistos por  INDRA, la cuestionada empresa española. Un papelón más, lleno de suspicacias. Pero ya no hacían falta. Había ganadores y perdedores clarísimos.

Así, Mauricio Macri se graduó de rival a la altura de Cristina. María Eugenia Vidal, se diplomó como importante protagonista de l  política nacional con una proyección que hoy no parece tener límites. Ernesto Sanz se ganó el respeto del PRO y de su partido por el armado y sustento de una alianza política que concibió y manejó con maestría. Lilita Carrió es simplemente Lilita. Su providencial testimonial de los últimos días a favor de Macri y de Cambiemos debe haber inclinado más de una voluntad.

Gerardo Morales arrasó en el feudo de la desagradable Milagro Sala, una tarea impecable. Otros candidatos de Cambiemos, muchos de ellos jóvenes o noveles, lograron triunfos importantes en gobernaciones e intendencias. También en la elección de legisladores, un aspecto no menor para la gobernabilidad futura. Una esperanza de renovación en los elencos partidarios, además.

Entre los perdedores están Daniel Scioli, Cristina Fernández y su absurdo capricho: el sospechado Aníbal Fernández, consumido por la estampilla narco que le ha adherido la opinión pública, y por una bendición negativa del Santo Padre, dicen.

Perdió también el aparato de punteros, intendentes, caudillejos y patoteros del peronismo del conurbano, que fue asolado.

Un triunfo muy claro fue la organización de fiscales que armó Cambiemos, un rotundo beneficio de la participación radical.  Y en paralelo, Ser Fiscal prestó un servicio invalorable.

Sergio Massa, como predijera en mi nota el día de las PASO, es ahora el kingmaker.  Sus votos definirán la segunda vuelta. Y ahora viene el verdadero análisis. Un auténtico dilema del prisionero digno del mismísimo John Nash.

Tanto Macri como Scioli pueden decidir que los votos de Massa se lograrán con una campaña electoral dirigida a esos votantes, con prescindencia del tigrense. Pueden hacerlo con los riesgos que ello implica, jugándose a suerte y verdad.

No pareciera que sus asesores le vayan a recomendar tal cosa. Seguramente entonces, los dos protagonistas de la segunda vuelta buscarán subyugar al jefe de UNA. Además de sus votos, el caudal de legisladores, intendentes y gobernadores que le responden serán un aporte interesante no sólo para la elección sino para la gobernabilidad futura.

Massa deberá elegir qué le conviene. Volver al kirchnerismo y aportarle patente de peronista le puede costar perder control sobre su masa de votantes, enojados con Cristina, sus insultos, Zannini, La Cámpora y el sistematico ninguneo al peronismo clásico.  A cambio, tiene la posibilidad de transformarse en el líder justicialista del futuro, tal vez el siguiente candidato a presidente por un partido unificado.

Le resultaría así más fácil justificar el apoyo al FPV, afín a sus orígenes y sus ideas, y las de sus seguidores.

Pero también puede ser tentado por una oferta de Cambiemos que constituya una alianza de gobierno con objetivos superadores, que incluya todo el aporte que UNA puede entregar, que no es menor frente a los cambios que se requieren para solucionar el desastre que deja de herencia el kirchnerismo.

También en esa alternativa el otrora jefe de Gabinete puede aspirar a destinos políticos rutilantes. Cambiemos puede ser más fácil para convivir que Cristina y su legado y sus futuros obstáculos.

Massa tendrá que meditar y analizar cuidadosamente con sus aliados, sus gobernadores, intendentes y legisladores. No es una decisión que pueda tomar solo. Todos se juegan su futuro en esta instancia.  El macrismo tiene un punto importante para exhibir: el impecable cumplimiento de sus pactos en Cambiemos. Algo difícil de reproducir del lado del justicialismo, cuyo tejido constitutivo mismo es la traición.

De la Sota y Felipe Solá tendrán un decir en estas deliberaciones. El cordobés puede ser un factor de cohesión, aunque ha dicho que Macri es su límite. El ex gobernador bonaerense puede ser un arisco, pero seguirá a Massa: le conviene. Las declaraciones previas no tienen demasiado valor.

Hay plumas chamuscadas tanto con el kirchnerismo, por razones obvias, como con Cambiemos, luego del ninguneo de Macri a Massa.

Macri está muy fuerte luego de ese triunfo y del triunfo de Vidal, a quien él impulsó contra todos. Scioli está muy debilitado luego de esta derrota, que se agrava por no haber estado prevista, fruto de manosear las encuestas hasta llegar a creerse las propias mediciones compradas.

Todavía falta ver la reacción de Cristina, que no es difícil de prever: será visceral. Es muy poco probable que eso ayude a Scioli.

Massa ha prometido que producirá un documento donde se establezcan cuáles son los lineamientos que lo moverían a apoyar a alguno de los candidatos. Parece una idea sólida.

Macri tendrá que vencer su soberbia a la que es proclive, para no caer en el facilismo de creer que puede convencer a los votantes de Massa de que es mejor opción que Scioli por las suyas, sin hacer un acuerdo.

Todos los votantes, por supuesto, son dueños de sus votos y harán con ellos lo que quieran. Pero una propuesta inteligente los puede hacer decidir en algún sentido.

Scioli tiene que recuperar su fortaleza y su optimismo, que pareció haber perdido ya hace varios días. También debe hacer olvidar su imagen de derrotado.  Y tiene la tarea no menor de tratar de que Cristina no reaccione como Cristina.

Ambos candidatos tienen que tratar de ganar los votos de Massa sin perder los propios.

También habrá que despejar otra incógnita: ahora que los gobernadores, intendentes  y punteros peronistas no defienden su tajada, ¿hacia dónde dirigirán la porción de votos que controlan?

Un dato a tener en cuenta en términos de gobernabilidad, es que las provincias más pobladas y de peso político importante, tienen gobernadores no kirchneristas, o directamente de Cambiemos o UNA.

Hasta las 18 de ayer, todos jurábamos que Massa se pasaría con sus fuerzas y pertrechos al kirchnerismo.  Tal vez ya no sea así.

Me queda la sensación de que es más fácil, más viable y más estable un acuerdo entre UNA y Cambiemos que entre UNA y Cristina, que de eso se trataría.

Más allá de lo que resulte, Argentina se despertó esta mañana con una esperanza.

Eso, exactamente eso es la democracia.

Los candidatos ya piensan cómo evitar la segunda vuelta

Como anticipaban las últimas encuestas, algunas corregidas de apuro para salvar la ropa de las encuestadoras, Daniel Scioli obtenía a la madrugada 36.5% de los votos, mientras que Cambiemos lograba el 31.4% y UNA el 21.5%, con 40% de mesas escrutadas.

Inesperada recuperación para la alianza Massa-De la Sota, con el importante aporte de Felipe Solá, que se transforman ahora en árbitros de la primera vuelta y el ballottage, si no en factor definitorio de la elección presidencial.

Probablemente influidos por el recuerdo del efecto Lousteau, muchos analistas sugerían anoche que se trató de una elección de candidatos, no de alianzas, de modo que no habría que descontar una alineación automática de los votos de Cambiemos con Mauricio Macri, ni los de De la Sota con Massa.

Me permito disentir de esa idea. No parece que los radicales y los seguidores de Lilita fueran a estar dispuestos a votar en primera vuelta a Scioli, ni tampoco existe el elemental efecto defensivo que ejerció el kirchnerismo al apoyar a ECO en CABA contra su virtual rival Mauricio Macri, ayer confirmado.

Recordemos que Macri tiene dos gálibos a superar. Debe pasar los 30 puntos por si Scioli llega a 40, y debe tratar de que Scioli no llegue al poco democrático 45% que lo consagraría presidente. El tope de 30 puntos parece superado. Ahora veamos el segundo tope mágico.

Está claro que si los votantes de Massa votan del mismo modo que ayer, la segunda vuelta está decretada, una enorme complicación para Scioli.

¿Qué podría hacer que no votaran del mismo modo?

Por un lado, el clásico concepto del voto útil. La percepción de que al no tener chances de ganar, apoyar a Massa sería tirar el voto. En tal caso, parecería más razonable que muchos de los votantes de UNA se inclinasen por votar a Scioli, peronista igual que ellos al fin. Aquí pesará mucho el liderazgo de Massa y De la Sota, y también jugará la capacidad de captación de Macri sobre esos mismos votantes. Habría que recordar mi nota de junio en ese mismo diario, en la que sostenía que la designación a dedo de Carlos Zannini, y la inserción también dactilar de La Cámpora en los centros nerviosos del poder político peronista, podría revitalizar a Massa y crear una polarización interna en el peronismo. Parte de ello empezó a ocurrir ayer.

El tigrense pasará ahora a recibir los coqueteos de su ex facción y del macrismo. Dulce venganza para un doble ninguneo. Es cierto que los votos son del votante, pero el peronismo tiene una propensión pastoril a actuar como majada, de modo que el próximo presidente de la Nación bien puede llegar a ser designado por Sergio Massa.

¿Qué puede ofrecerle el kirchnerismo a Massa? O mejor, ¿qué oferta creíble le puede hacer el kirchnerismo a Massa? ¿Acaso la gobernación de Buenos Aires, por lejana que parezca la idea? Recordar que Solá es el tercer candidato en ese distrito, que ya gobernó.

Del otro lado, ¿qué puede ofrecerle el Pro, o Cambiemos, a Massa? Adivino aquí menos flexibilidad que en el kirchnerismo. Tanto por la inflexibilidad de Macri como por la presencia siempre complicada del radicalismo y de Carrió.

Sin embargo, parece más factible en términos políticos una alianza de Macri con Massa que de éste con su viejo entorno, en especial si se analizan los resultados de ayer en provincia de Buenos Aires, y la masa de diputados que puede aportar UNA para la imprescindible gobernabilidad en caso de que Macri fuera el presidente.

Seguramente que también habría presión interna de sus candidatos a diputados y gobernadores para Massa, que no querrán exponerse a no tener candidato a presidente en su boleta, o a sufrir un éxodo de boleta completa hacia alguna de las otras dos fuerzas con mayores chances.

Sergio Massa es ahora lo que en inglés se denomina un King Maker. Por un instante efímero, la democracia le ha conferido ese papel. Una bala de plata. Que obviamente, sólo se puede disparar una vez.