Por: Dardo Gasparre
Si el próximo presidente toma el camino que creemos tiene que tomar, deberá enfrentarse a dos oposiciones sumamente temibles: El sindicalismo (La CGT unificada y otras murgas menores piqueteras) y el “establishment empresario”.
No hace falta que me detenga en explicar qué es y cómo actúa el sindicalismo nacional. Pero si urge aclarar a lo que me refiero cuando hablo del establishment empresario: al sector empresario que vive del Estado, por el Estado, gracias al Estado, asociados con el Estado y bajo el ala del Estado.
Algunos son prebendarios. Consiguen proteccionismo vía aranceles, distintas variantes de control cambiario, dólares baratos del estado, permisos especiales de importación. A veces, aferrados a la mentira del Mercosur, como el caso de la industria automotriz, gozan de un monopolio que les permite vender a cómodos precios cartelizados, obteniendo más ganancias por cada auto vendido que en sus países de origen.
Tienen hoy un tipo de cambio convenientemente bajo que les hace traducir sus ganancias a más dólares de los que obtendrían en un mercado libre y un sistema de aranceles y una maraña de leyes y reglas que lo protege de la competencia externa. Subsidiados por el Banco Central, o por la sociedad, mejor dicho, llegaron a vender un millón de autos, cifra descabellada que creen que se merecen y lucharán por conservar.
Este grupo sostiene que contribuye con mayores impuestos que nadie a las arcas del fisco, y que produce una gran cantidad de empleos. Ambas afirmaciones son una enorme falacia. El impuesto más relevante con el que contribuyen, el IVA, y la mayoría de los otros gravámenes que oblan, serían abonados igualmente si todos los productos fueran importados, o si fueran producidos localmente sin protección ni prebendas.
En cuanto a la generación de trabajo, caben las mismas observaciones que sobre el impuesto. Ni son tantos empleos, ni sería demasiado diferente la cifra si los productos se importasen o si fuesen producidos sin subsidios o artilugios proteccionistas.
Un segundo grupo de este ¨establishment¨ son los contratistas del Estado en todos sus formatos. Añejados en la corrupción, cubren todos los ramos y conocen todas las trampas. Desde repartirse monopólicamente las licitaciones para simular trasparencia, hasta forzar el incumplimiento del estado para ganarles juicios que luego el propio estado pierde por inacción.
Se asocian con empresas o estados extranjeros en los modos más estrambóticos para justificar su presencia, inventan formatos para expoliar al estado, ahora hasta con tratados internacionales cuyas consecuencias, por un módico precio, el kirchnerismo carga gustosamente sobre su cabeza.
Son sanguijuelas gigantes en los presupuestos nacionales, provinciales y municipales, y han convertido al gasto en inelástico con su prédica y su accionar. Y por supuesto, con sus devoluciones.
Este sector tiene actividades diversas, desde la clásica obra pública hasta la informática, la provisión de equipamiento, armamentos, radares, sistemas biométricos, y otros nombres muy impactantes de tecnologías que valen baratas pero que ellos tornan caras. Un conocido empresario automotor y playboy, vende helicópteros rusos obsoletos al Ejército vía la Cámpora, a un precio muy barato, pero cobra 5 veces más que el precio para darles el service que los ponga en condiciones operativas.
La de los tratados y acuerdos entre gobiernos es otra ¨industria¨ floreciente. Esos tratados vienen siempre unidos a contratos entre privados. Siempre misteriosos o directamente secretos, como corresponde a un pueblo resignado, permiten extraordinarios negocios. Así, otro conocido ¨empresario¨ tiene derecho a una comisión por todos los negocios que haga la Argentina con China. Obviamente, bajo total reserva.
El área energética no es de casualidad el mayor fracaso del kirchnerismo. Tiene una operatoria que combina todo el ¨know how¨ de la corrupción. La enorme creatividad privada argentina se puso al servicio del expolio. No es un caso único el de Repsol, donde se produjo una toma acordada del control empresario, que terminó en lo que terminó por desavenencias entre el representante (testaferro) y los funcionarios involucrados. Vaca muerta es ya una maraña indescifrable de contratos sospechosos o corruptos, donde participan empresas privadas nacionales, internacionales, el estado con sus múltiples personalidades y las provincias, sin que se haya producido aún un solo barril.
Luego sigue el amplio paisaje de las tercerizaciones, que ya no son una inocente manera de devolver una pequeña cometa, sino que constituyen una gran erogación de los diferentes presupuestos, sin contraprestación alguna.
Y muy cerca, el caso de los ¨empresarios¨ del transporte, que reciben subsidios para supuestamente, dar un buen servicio que no dan, pero sí dan devoluciones muy importantes, como se verá cuando el subsidio se haga en cabeza de la demanda, no de la oferta. La reciente re-re-estatización de los ferrocarriles ocurre como consecuencia de que el sistema espurio de explotación por privados amigos es insostenible y puede estallar en escándalo.
En un paquete aparte, coloco a todas las empresas privatizadas con control estatal. Esas empresas han tenido un operatoria común a través de varios gobiernos. Fueron licitadas de modo bastante trasparente, supervisadas por la sociedad, en procesos que calificaría de buenos. Pero las renovaciones y retoques contractuales se hicieron sin licitación y en la oscuridad, siempre con cláusulas perjudiciales para el usuario.
En una vuelta de tuerca kirchnerista, el Estado, que tiene entes de contralor que se han amichado con sus controladas, pasó a ser socio de las privatizadas, por diversos caminos. El resultado es evidente, y el costo para la sociedad también.
A todo ese mistongo convoy, como diría el tango, le llamo el ¨establishment empresario¨. Ruego no confundir, como han hecho muchos en mi TL, ese término con las empresas y empresarios vinculados al agro, ni con las Pymes, que son la base del empleo, aquí y en todo el mundo y deben ser las beneficiarias de cualquier concepción económica que se pretenda pergeñar.
Para no ser injusto, tampoco incluyo a aquellos empresarios importantes que, como pueden, llevan adelante sus empresas con reglas de mercado y de conducta en un entorno maquiavélico, kafkiano y macondiano.
Ese ¨establishment¨ que describo, simplemente odia la libertad de mercados, odia la libertad cambiaria, odia cualquier amago de baja de gasto público o de disminución del nivel de estatismo, caldo de cultivo vital para su subsistencia. Odia la libertad. Odia al liberalismo.
En esto se parecen a los empresarios de todo el mundo. Odian al liberalismo, que los condena filosóficamente a competir, que les impone la tiranía de vender con precios cercanos al costo marginal, que crea leyes antimonopólicas que le impiden eludir la ley de la oferta y la demanda.
Una paradoja que sólo puede explicarse por deficiencia neuronal y sináptica, hace que los sectores de menos recursos también odien al liberalismo, que suponen identificado con el establishment.
Ignoran que desde la noche de la historia el liberalismo fue el grito de rebelión y la bandera intelectual de las clases bajas.
Pero la habilidad de los depredadores ¨proveedores de empleo¨ ha denominado neoliberalismo a aquellos conceptos, para devaluarlos y quitarles su fuerza de reclamo histórico.
En ese marco, sostengo que el nuevo presidente no tiene que hacer un ajuste. Tiene que hacer un cambio total, un giro de timón, buscar un nuevo rumbo y señalarlo a la sociedad. Y ese cambio, sólo puede pasar por la libertad económica. Ese cambio sólo puede pasar por el liberalismo.
Todos los proyectos estatistas, proteccionistas y distribucionistas que hemos ensayado durante casi un siglo han fracasado. El modelo musoliniano seudo industrialista de 1930 ha devenido en un sistema de apropiación y ordeñe de la riqueza generada por los auténticos y legítimos creadores y productores.
Se ha imbricado de tal manera en la sociedad, tiene tanta cantidad y calidad de lobby que cualquier ajuste será neutralizado hasta ser un parche provisorio y pobre. Cualquier retoque pálido o cosmético puede hacer que el próximo período presidencial, como el de los 2 radicales, termine antes, o sin pena ni gloria, o ambas cosas.
En una reunión convocada por el CICYP, una suerte de liviano Rotary empresario, donde están representados muchos de los casos descriptos aquí, fueron invitados a disertar la semana pasada tres de nuestros más versados y respetados economistas. Su diagnóstico, o la suma de ellos, marcó claramente la necesidad de un cambio serio y profundo en nuestras políticas socioeconómicas.
La reacción mayoritaria de los asistentes se puede sintetizar en esta frase: ¨Está bien lo que dicen, pero no es cuestión de exagerar tanto, ni de tanto dramatismo¨ El sistema no entiende, o prefiere no entender, que le han chupado toda la sangre al cuerpo del país y lo van a matar. El sistema ya empezó esa misma noche a neutralizar y minimizar el ajuste.
No puedo dejar de mencionar que hace 20 años, uno de los presentes en esta reunión, de triste fama, descalificaba a este columnista como fundamentalista por decir cosas similares a las que ahora dicen mis talentosos colegas. Y ese es el peligro. Cuando se intente un ajuste, la dialéctica y el lobby del establishment, los paros de sus socios sindicales, la confusión ideológica en que está sumida la sociedad, (no sólo por la dialéctica K sino por la diatriba oscurantista del proteccionismo) harán que todo termine solamente en más endeudamiento y en patear la pelota para adelante, garantía de una nueva y más grave crisis en poco tiempo.
El problema es que mientras tanto se estira la diferencia con otros países de la región, se agranda hasta el dolor la brecha social, se aleja más el horizonte de grandeza que cada vez es un sueño menos viable.
Por eso no se debe intentar el simple ajuste, que será desvirtuado por expertos en gambetear ajustes, sino un cambio fenomenal. Y esperar el apoyo de la sociedad, de los sectores reales de trabajo y producción, de la gente de bien que preferimos pensar que aún existe en la Argentina. En ese proceso, el enfrentamiento también es inevitable, pero no habrá lugar para la hipocresía genuflexa que busque ablandar la voluntad de cambio.
El nuevo presidente tiene que tener una visión y trasmitirla a la sociedad. E imponerla a fuerza de voluntad y valentía. No es una cuestión técnica. Es una cuestión de liderazgo. Cristina Kirchner demostró todo el daño que puede hacer un liderazgo negativo. Imaginemos el bien que puede hacer un liderazgo positivo.
Seguramente al emprender semejante epopeya, el flamante mandatario estará poniendo en juego su futuro. Ese es el destino de un líder.
No dudo de que muchos lectores creerán que este camino es una utopía o una locura. Bueno, habrán coincidido con el establishment. Pero cuidado, la comodidad intelectual y la mediocridad se parecen demasiado.
Y ambas son un paso a la esclavitud.