Por: Dardo Gasparre
Cuando a las 10 de la noche apareció en el Luna Park la figura envarada y dura de Daniel Scioli, la entrenada percepción nacional advirtió que algo no andaba bien en el Frente para la Victoria.
Hasta ese momento no había ningún dato oficial sobre el escrutinio provisional, y sólo el tono triunfal y la contundencia de algunas declaraciones Cambistas y el monocorde discurso sciolista hacían presumir que el ballotage era un hecho.
El tono y el contenido del discurso del gobernador no dejó lugar a dudas: no sólo habría ballotage, sino que el resultado era mucho peor que lo previsto por el FPV. Su entrega tuvo el contenido de una campaña electoral, pero ya sin emoción ni novedad.
Muchos creyeron que era su modo de aceptar que habría segunda vuelta y de comenzar su repechaje doblando la apuesta y haciendo más progresista, mas kirchnerista, y más camporista su propuesta.
Un análisis fino mostraba un cuadro grave: la derrota era más dura de lo que parecía. No era sólo que no se ganaba en primera vuelta. La diferencia con Macri desaparecía. Se habían perdido impensadamente cargos clave en todo el país y Macri conseguía más votos que lo que él mismo pensaba. Vidal le ganaba a Aníbal Fernández la gobernación de Buenos Aires: cachetazos en las caras del sciolismo, del kirchnerismo y del peronismo.
Esas derrotas, dentro de un “movimiento” que se arrastra ante el líder exitoso y desprecia y traiciona al líder perdedor, tuvieron un efecto dramático. Como si el Luna Park, elegido como búnker, fuera una trágica metáfora, Daniel Osvaldo Scioli parecía el clásico boxeador que ha recibido golpes demoledores y está nocaut de pie, esperando la campana salvadora o el tortazo final.
Su entrega fue un giro hacia lo mas criticado del cristinismo. Las menciones a las políticas presidenciales controladoras y totalitarias, a Zannini y la Cámpora, a la decisión de seguir dándole órdenes a los bancos y al sistema financiero para que pierdan plata, probablemente fueron para apaciguar las aguas internas, en especial la segura furia de Cristina Fernández.
Sin embargo, parecían estar destinadas a alejar al único posible aliado que le queda: Sergio Massa. Cegado por la confusión y el golpe electoral, Scioli, que ya venía mostrando una actitud de enojo e incomodidad, pareció un hombre sin convicción y sin confianza, cumpliendo un trámite y prometiendo volver en una hora, quién sabe para qué. (No volvió)
Los resultados oficiales no aparecieron a la hora señalada por el inefable Alejandro Tullio, retenidos por el gobierno pese a haber sido provistos por INDRA, la cuestionada empresa española. Un papelón más, lleno de suspicacias. Pero ya no hacían falta. Había ganadores y perdedores clarísimos.
Así, Mauricio Macri se graduó de rival a la altura de Cristina. María Eugenia Vidal, se diplomó como importante protagonista de l política nacional con una proyección que hoy no parece tener límites. Ernesto Sanz se ganó el respeto del PRO y de su partido por el armado y sustento de una alianza política que concibió y manejó con maestría. Lilita Carrió es simplemente Lilita. Su providencial testimonial de los últimos días a favor de Macri y de Cambiemos debe haber inclinado más de una voluntad.
Gerardo Morales arrasó en el feudo de la desagradable Milagro Sala, una tarea impecable. Otros candidatos de Cambiemos, muchos de ellos jóvenes o noveles, lograron triunfos importantes en gobernaciones e intendencias. También en la elección de legisladores, un aspecto no menor para la gobernabilidad futura. Una esperanza de renovación en los elencos partidarios, además.
Entre los perdedores están Daniel Scioli, Cristina Fernández y su absurdo capricho: el sospechado Aníbal Fernández, consumido por la estampilla narco que le ha adherido la opinión pública, y por una bendición negativa del Santo Padre, dicen.
Perdió también el aparato de punteros, intendentes, caudillejos y patoteros del peronismo del conurbano, que fue asolado.
Un triunfo muy claro fue la organización de fiscales que armó Cambiemos, un rotundo beneficio de la participación radical. Y en paralelo, Ser Fiscal prestó un servicio invalorable.
Sergio Massa, como predijera en mi nota el día de las PASO, es ahora el kingmaker. Sus votos definirán la segunda vuelta. Y ahora viene el verdadero análisis. Un auténtico dilema del prisionero digno del mismísimo John Nash.
Tanto Macri como Scioli pueden decidir que los votos de Massa se lograrán con una campaña electoral dirigida a esos votantes, con prescindencia del tigrense. Pueden hacerlo con los riesgos que ello implica, jugándose a suerte y verdad.
No pareciera que sus asesores le vayan a recomendar tal cosa. Seguramente entonces, los dos protagonistas de la segunda vuelta buscarán subyugar al jefe de UNA. Además de sus votos, el caudal de legisladores, intendentes y gobernadores que le responden serán un aporte interesante no sólo para la elección sino para la gobernabilidad futura.
Massa deberá elegir qué le conviene. Volver al kirchnerismo y aportarle patente de peronista le puede costar perder control sobre su masa de votantes, enojados con Cristina, sus insultos, Zannini, La Cámpora y el sistematico ninguneo al peronismo clásico. A cambio, tiene la posibilidad de transformarse en el líder justicialista del futuro, tal vez el siguiente candidato a presidente por un partido unificado.
Le resultaría así más fácil justificar el apoyo al FPV, afín a sus orígenes y sus ideas, y las de sus seguidores.
Pero también puede ser tentado por una oferta de Cambiemos que constituya una alianza de gobierno con objetivos superadores, que incluya todo el aporte que UNA puede entregar, que no es menor frente a los cambios que se requieren para solucionar el desastre que deja de herencia el kirchnerismo.
También en esa alternativa el otrora jefe de Gabinete puede aspirar a destinos políticos rutilantes. Cambiemos puede ser más fácil para convivir que Cristina y su legado y sus futuros obstáculos.
Massa tendrá que meditar y analizar cuidadosamente con sus aliados, sus gobernadores, intendentes y legisladores. No es una decisión que pueda tomar solo. Todos se juegan su futuro en esta instancia. El macrismo tiene un punto importante para exhibir: el impecable cumplimiento de sus pactos en Cambiemos. Algo difícil de reproducir del lado del justicialismo, cuyo tejido constitutivo mismo es la traición.
De la Sota y Felipe Solá tendrán un decir en estas deliberaciones. El cordobés puede ser un factor de cohesión, aunque ha dicho que Macri es su límite. El ex gobernador bonaerense puede ser un arisco, pero seguirá a Massa: le conviene. Las declaraciones previas no tienen demasiado valor.
Hay plumas chamuscadas tanto con el kirchnerismo, por razones obvias, como con Cambiemos, luego del ninguneo de Macri a Massa.
Macri está muy fuerte luego de ese triunfo y del triunfo de Vidal, a quien él impulsó contra todos. Scioli está muy debilitado luego de esta derrota, que se agrava por no haber estado prevista, fruto de manosear las encuestas hasta llegar a creerse las propias mediciones compradas.
Todavía falta ver la reacción de Cristina, que no es difícil de prever: será visceral. Es muy poco probable que eso ayude a Scioli.
Massa ha prometido que producirá un documento donde se establezcan cuáles son los lineamientos que lo moverían a apoyar a alguno de los candidatos. Parece una idea sólida.
Macri tendrá que vencer su soberbia a la que es proclive, para no caer en el facilismo de creer que puede convencer a los votantes de Massa de que es mejor opción que Scioli por las suyas, sin hacer un acuerdo.
Todos los votantes, por supuesto, son dueños de sus votos y harán con ellos lo que quieran. Pero una propuesta inteligente los puede hacer decidir en algún sentido.
Scioli tiene que recuperar su fortaleza y su optimismo, que pareció haber perdido ya hace varios días. También debe hacer olvidar su imagen de derrotado. Y tiene la tarea no menor de tratar de que Cristina no reaccione como Cristina.
Ambos candidatos tienen que tratar de ganar los votos de Massa sin perder los propios.
También habrá que despejar otra incógnita: ahora que los gobernadores, intendentes y punteros peronistas no defienden su tajada, ¿hacia dónde dirigirán la porción de votos que controlan?
Un dato a tener en cuenta en términos de gobernabilidad, es que las provincias más pobladas y de peso político importante, tienen gobernadores no kirchneristas, o directamente de Cambiemos o UNA.
Hasta las 18 de ayer, todos jurábamos que Massa se pasaría con sus fuerzas y pertrechos al kirchnerismo. Tal vez ya no sea así.
Me queda la sensación de que es más fácil, más viable y más estable un acuerdo entre UNA y Cambiemos que entre UNA y Cristina, que de eso se trataría.
Más allá de lo que resulte, Argentina se despertó esta mañana con una esperanza.
Eso, exactamente eso es la democracia.