“La supremacía” Snowden y la inesperada consecuencia en América Latina

Como siempre, la realidad supera a la ficción, en este caso Los infiltrados (The departed), dirigida por Martin Scorsese en 2006 y protagonizada por Leonardo DiCaprio, Matt Damon y Jack Nicholson. La intriga diplomática desatada por la caso Snowden, el joven contratista que desarrollaba trabajos para la poderosa agencia de inteligencia electrónica NSA de los EEUU, y su posterior fuga a China y luego a Rusia, requiere de algunas consideraciones generales y finalmente una reflexión sobre su impacto en nuestra región latinoamericana.

- La hoy popular y masiva Internet era la “Intranet” del Departamento de Defensa de los EEUU hasta fines de la Guerra Fría.

-El servicio de GPS que usan millones de personas en sus autos, celulares, tabletas y botes es provisto por 12 satélites militares americanos.

- El cyberespacio es un campo de batalla más como lo han sido y son la tierra, el aire, el agua y el espacio. Por lo tanto, es un error o una simplificación confundirlo con algo meramente civil, social y/o comercial.

- Los EEUU hacen lo mismo que todo Estado, o sea inteligencia, contrainteligencia y desinformación. Pero con infinitas más capacidades y siendo la tierra de origen de la misma internet y de empresas como Google, Apple, Microsoft, Twitter, Facebook, Ikype, IBM, etcétera. Además esta superpotencia representa hoy el 25 % del PBI mundial y el 47 % del gasto militar mundial. Una agencia como la NSA, la mejor financiada de las 14 de inteligencia que conduce Washington, tiene un presupuesto equivalente a todos los gastos de defensa de una potencia europea. En otras palabras, más que una cuestión de voluntad se trata de una contundente capacidad. Si los otros Estados no espían más y mejor no es por superioridad moral, prudencia o bondad, sino por contar con menos recursos.

- La inteligencia de las comunicaciones está y estará presente en la política internacional. El “telegrama Zimmermann” de 1917 que los servicios británicos interceptaron (y “retocaron” para poner más nerviosos a los EEUU e inducirlos a entrar en la guerra) entre el embajador alemán en México y Berlín, la capacidad que la Marina americana tuvo para descifrar las comunicaciones japonesas en 1942 y con ello lograr la contundente victoria naval en Midway, y la apropiación por parte del Reino Unido del “código enigma” de las fuerzas alemanas son algunos ejemplos en este sentido.

- En la era de enemigos “sin código postal” como el terrorismo fundamentalista, los traficantes de tecnología sensible, el narcotráfico, etcétera, el espionaje y la inteligencia de las de comunicaciones pasa a ser más y más “interméstico” (la combinación de lo internacional y lo doméstico) por necesidad. Generando naturales tensiones con el cuerpo legal de derechos y garantías de los países libres.

- Muchos de los que critican a EEUU son gobiernos y regímenes que hacen inteligencia interna sistemática masiva. Dado que por ser países no democráticos o “democráticos” pero sin instituciones republicanas, lo hacen con amplios márgenes de maniobra.

- Cuba entendió que recibir a Snowden era una linea roja. El caso de este desertor pudo haber llegado a ser mal calibrado por los bolivarianos y aliados regionales, lo cual finalmente no sucedió dado que tanto por la negativa cubana como por los problemas para salir de Rusia, los ofrecimientos de asilo de Venezuela y otros no se concretaron.

- Los EEUU ven a los gobiernos bolivarianos como molestias y no como amenazas, más aún cuando Venezuela es el cuarto proveedor mundial de petróleo a la economía americana (1 millón de barriles diarios a más de 100 dólares cada uno) y con 14 mil gasolineras y dos grandes refinerías en el territorio de la superpotencia. El involucrarse en este caso de espionaje habría sacado a Caracas y sus aliados de este listado de molestias y regímenes pintorescos, para colocarlos en amenazas de la seguridad nacional, situación que Chávez siempre evitó más allá de la dureza e ingenio de su retórica.

- El material robado por Snowden y dado a conocer en la prensa internacional muestra cómo en lo que respecta a América Latina el foco de atención de la NSA fueron países de muy buenas relaciones políticas y económicas con Washington, tal es el caso de México, Colombia y Brasil. Lo determinante fue su peso político y económico, más que la rudeza de las palabras y gestos. En tanto que los contestatarios bolivarianos ocupaban puestos más lejanos. En el caso de Brasilia, el gobierno de Rousseff ha marcado una postura firme pero prudente vis a vis a la Casa Blanca. Asimismo, y hábilmente, la diplomacia brasileña ha comenzado a articular un discurso en donde se mezcla la ofensa y el pedido de explicaciones por parte de la administración Obama con el histórico interés estratégico de contar con el visto bueno de los EEUU para sumarse como miembro permanente y con poder de veto al Consejo de Seguridad Nacional de las Naciones Unidas.

- En el 2004, Lula llevó a cabo una fuerte ofensiva para, junto a India, Japón y Alemania, lograr este objetivo. En ese entonces, el gobierno de George W. Bush dio a entender que sólo vería con buenos ojos sumar a Japón e India. Los vetos cruzados de China contra Japón y contra India así como de varios países europeos con Alemania dejaron el debate congelado. En lo que hacía a nuestra región, países como México, Argentina y Colombia dejaban en claro que no darían el visto bueno a esta aspiración de Brasilia.

- Por esa vueltas del destino, el caso Snowden, que tiene a nuestra región latinoamericana como un escenario marginal, podría revitalizar y descongelar en cierta medida esta aspiración brasileña no correspondida durante todo este tiempo por los EEUU. La presencia de regímenes bolivarianos no amistosos así como una relación más que deteriorada con la Argentina juegan a favor de Brasil.

La geopolítica de EEUU: del Nilo y el Éufrates al Ganges

A diferencia de las décadas pasadas en las que se desarrollaron otras escaladas bélicas en el Medio Oriente, en especial entre Israel y diversas coaliciones árabes, actualmente la región esta siendo cruzada por los vientos del choque entre laicos y fundamentalistas (en especial ligados a la Hermandad Musulmana en Egipto, Túnez y crecientemente en Turquía) y las escaladas de violencia de sunnitas vs. shiítas o sus “primo hermanos” alawitas. Siria es un fiel reflejo de ello, pero también ello es claramente visible en Irak, Pakistán y Bahrein. Todo ello condimentado, por una red transnacional de terrorismo como es Al Qaeda, cuyos dos primeros mandos son respectivamente un egipcio, Zawahiri, y su ascendente nuevo numero 2, el yemenita Nasir al Wuhaysi.

La presencia del grupo filo iraní Hezbollah en las operaciones militares de los alawitas de Assad en Siria contra los laicos y fundamentalistas sunnitas (la amplia mayoría en el país) muestra la complejidad y permeabilidad del escenario. En tanto, Irán avanza en la puesta en operaciones de centenares de nuevas y sofisticadas centrifugadoras para enriquecer uranio al 20% o más y en el montaje de un centro de lanzamiento cohetes espaciales y eventualmente misiles intercontinentales en Shahrud a 100 kms al NE de Teherán. Ya en enero pasado un cohete llevó un mono al espacio y lo regresó vivo a la tierra. Tecnología, esencialmente de uso dual, o sea civil y militar. Cualquier decisión de los EEUU y o Israel de operar militarmente dentro de los próximos 12 a 18 meses sobre el programa nuclear de Teherán deberá tener en cuenta una multiplicidad de impactos cruzados pocas veces vistos.

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Bullying y política exterior

En los últimos años especialistas, gobiernos y medios de comunicación han colocado como tema de atención y preocupación el fenómeno del bullying u hostigamiento y agresión sobre algunos niños y jóvenes en las escuelas y otros ámbitos, enfatizando los desequilibrios existentes y generados tanto en el agresor como en el agredido.

Inseguridades, insatisfacciones, traumas, la búsqueda de ser aceptado y respetado, desestructuraciones de valores, etcétera, son citados entre otros tantos signos de bullying. Trasladándolo al plano de la política internacional y especialmente el ámbito latinoamericano, o sudamericano como la moda imperante suele preferir, se podrían detectar gobiernos que llevan a cabo políticas exteriores sobreactuadas y que en algunos casos podrían asemejarse al bullying. Si bien a diferencia de las relaciones interpersonales en estos casos se trata de estados con escaso poder a nivel global, mientras que los receptores de esas conductas suelen ser potencias económicas, políticas y militares de primer orden, aunque no siempre, como pueden dar fe paraguayos o uruguayos.

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Brasil frente a la escalada bolivariana-estadounidense

“Exigimos a los gobiernos de Francia, Portugal, Italia y España que presenten las disculpas públicas correspondientes, en relación a los graves hechos suscitados”, leyó el canciller boliviano David Choquehuanca durante la reciente reunión de mandatarios del Unasur convocada de urgencia en la ciudad de Cochabamba.

Los presidentes de Argentina, Bolivia, Ecuador, Surinam, Uruguay y Venezuela respaldaron esta declaración dirigida a Francia, España, Portugal e Italia para que se disculpen y den explicaciones por haber vetado el libre tránsito aéreo del avión del gobernante boliviano Evo Morales. De la enumeración de países, sobresale el bajo perfil de Brasil y la ausencia del tercer PBI de América Latina, después de Brasil y México, o sea Colombia, Chile y Paraguay. Se podría llegar a interpretar la actitud de Brasilia como un capítulo más del sencillo pero no por eso menos eficiente mecanismo de “organicémonos y vayan” por parte de la sofisticada diplomacia brasileña hacia los gobiernos bolivarianos y de la Argentina. El reciente reclamo de la Cancillería del Brasil para que se aclare la información brindada por el ex analista Snowden y difundida por medios de prensa británicos acerca de una masiva intercepción de comunicaciones brasileñas por parte de la inteligencia americana, no implicó adentrarse en la batalla verbal y gestual desarrollada por los países bolivarianos con los EEUU en torno a esta situación y los asilos políticos para el prófugo.

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Brasil: bienvenidos los ‘60

En momentos en que a nivel político está de moda hablar del “setentismo” y con el regreso de la música y la estética “Graduados” de los “ochentas” en Argentina, el gigante brasileño parece recibir a toda orquesta los “sesentas”. Más allá de que la historia no se repite, si bien algunas veces rima, ese cliché con algo de verdad hace referencia al ingreso, seguramente esporádico, pero definitivo, de una gran masa de clase media en la vida política y socioeconómica en Brasil.

Los ’60 serán recordados por la agitación de los hijos de la clase media en los países desarrollados, e incluso en la Argentina. La Ciencia Política comenzó a analizar y problematizar este fenómeno ya en aquellos momentos, comenzando por el gran Samuel Huntington y su ya clásica visión sobre la turbulencia que generaba y generaría la “brecha” entre las realidades cotidianas y las expectativas de esas crecientes capas medias. Una literatura, con correlatos de excepcionales politólogos como Martín Lipset y argentinos como Guillermo O’ Donnell, que pese a su casi medio siglo de antigüedad seguramente serán de interés para los tomadores de decisión y periodistas brasileños.

¿Cómo se llego a esto? ¿Cómo es que de un día para el otro la imagen del Brasil como país estable y de movimientos lentos y previsibles -un “país ballena” como suele decirle Mónica Hirst- pasa a pegar saltos y cabriolas más propias de la Argentina? Quizás una de las respuestas más articuladas y con anclaje en la historia sea enumerar y articular algunos aspectos claves: la estabilidad política del Brasil puede reconocerse como un activo (más aún si se la compara con la Argentina y otros de sus vecinos). Incluyendo el período de su régimen militar (1964-1984), el cual avanzó de manera sustancialmente ordenada para finalmente dar progresivamente mayores grados de apertura política y finalmente encarar una transición pautada con el poder político. Cabría sólo sobrevolar todos los cambios, giros, tragedias y colapsos que se dieron el la Argentina durante esas mismas dos décadas.

La llegada de la democracia brasileña nos mostrará que sólo uno de sus presidentes no pudo finalizar su mandato por razones que no fuesen de salud. Nos referimos al breve período de Fernando Collor de Mello. Seguramente, un mandatario que no terminó de entender cabalmente que la densidad institucional no daba para proyectos fundacionales y atropelladas como las que llevaron a cabo sus pares de países como la Argentina y Perú en los ’90. El comienzo de esa misma década combinaría la estabilidad institucional con la macroeconómica de la mano del Plan Real. La lluvia ácida de inflaciones de dos a tres dígitos anuales comenzaría a quedar atrás de la mano de un manejo más prudente de las cuentas fiscales y la deuda externa. El comienzo del siglo XXI le abriría la puerta, luego de varios intentos frustrados, al PT y su carismático Lula da Silva a acceder al poder. De esta forma la izquierda democrática y sus ramas sindicales y sociales se comenzaban a integrar definitivamente al establishment político. Con sus particularidades y estilos, pero con los pies definitivamente dentro del plato para ventaja de la estabilidad política del país en el futuro. Quizás esta misma realidad moderó en parte la ofensiva de la oposición más prudente sobre el debilitado Lula en aquellos complicados meses del 2004 y comienzos del 2005, en pleno escándalo por corrupción en el gobierno. Esa oportunidad no fue desaprovechada por el ex líder sindical y con el voto de los sectores populares y campesinos del noreste, que comenzaban a ser activamente asistidos con planes sociales, obtuvo su reelección y la era dorara sus años en el poder.

De manera casi simultanea a la llegada del PT a la presidencia, Brasil se vio ampliamente beneficiada por el boom de las materias primas que generaba el ingreso definitivo de las masas criticas de las poblaciones de China, India y en menor medida África en el consumo de alimentos, minerales, etc., multiplicando por 4, 5 y hasta 6 sus precios internacionales. Ese nuevo mundo, que también ha favorecido de lleno a nuestro país y sin el cual no se puede explicar el ciclo político argentino de los últimos 10 años, logró aportarle crecimiento y disponibilidad financiera al Brasil.

Para mediados de la pasada década, nuestro vecino y socio combinaba estabilidad política y económica, crecimiento y un liderazgo fuerte, y estaba dispuesto a no forzar el entramado institucional de la mano de una re-reelección. Consolidando una constante en la historia del Brasil moderno, el rechazo a visiones de hombres providenciales por encima de todo y de todos. Esta dinámica, así como la existente en la segunda potencia latinoamericana -México- y en la tercera -Colombia-, da un sentido bastante claro sobre hacia dónde se orientará Latinoamérica en los próximos lustros y décadas, bastante alejado de corrientes más épicas y de la excepcionalidad de las personas por sobre las instituciones, como se da en los países bolivarianos.

La foto del Brasil que nos quedaba de los últimos años es la validación popular al PT con la victoria de Dilma Rousseff, la elección de ese país para organizar eventos de la magnitud del Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos, fuerzas armadas crecientemente repotenciadas y respaldadas por el poder político, de izquierda paradójicamente, la visión en EEUU y en Europa acerca de una Brasilia como interlocutura clave, así como las mejoras masivas en materia socioeconómica. Esas 40 millones de personas que se sumaban a las capas medias eran lo más visible y contundente de ese éxito.

Para algunos, la agitación y malestar de las últimas semanas es un chispazo pasajero. Para otros, quizás una mayoría, el reflejo de serios problemas por venir que irán desdibujando los logros del Brasil. La nuestra es una postura intermedia y quizás más optimista. Regresando a los clásicos de la ciencia política que citáramos, no habría demasiado para sorprenderse pero la realidad es que uno vuelve a mirar esos libros cuando se dan de manera sorpresiva algunos de los fenómenos que ellos analizaron y anticiparon. Más allá de ello, el sistema político y la sociedad civil del Brasil tienen los cimientos suficientemente sólidos como para capear el temporal.

Si hace un año o menos muchos pecaban de idealistas con la dinámica en ese país, ahora no cabe cometer la misma equivocación en el sentido contrario. La existencia de un sistema de partidos sustancialmente fuerte, una macroeconomía sana, altos precios internacionales de los productos exportables, una fuerte y activo mundo empresarial privado y público, una política exterior pragmática y activa, un arraigado federalismo, una dirigencia política con capacidad de autocontrol frente a la punición del poder, justifican este cauto optimismo. En otras palabras, la suficiente mediación institucional para canalizar las expectativas y malestar. Ya nada será igual para el Brasil y habrá cierta “saudade” (melancolía) en algunos sobre ese país que hasta hace poco era la “niña bonita” del proceso de modernización en la región. Pero una mirada mas atenta pondrá en evidencia, más temprano que tarde, que los “sesentas tardíos” vienen a hacer más sustentables los cambios.