Brasil busca ponerle dientes a su carismática sonrisa

Pasaron 18 años desde que la Fuerza Aérea de Brasil comenzó a planificar el reemplazo de sus principales aviones de combate y supremacía aérea y 11 desde que el entonces saliente presidente Cardoso decidía reimpulsar la compra de 36 vectores de este tipo. Transcurrirían pocos días del inicio de la primera presidencia de Lula para que éste tuviese que anunciar que se postergaba sin fecha esta operación dados sus elevados costos y la prioridad de la administración del PT de invertir en planes de ayuda social para los amplios sectores vulnerables que presentaba el país en 2002.

El primer lustro del siglo XXI le brindará al Brasil una masiva inyección de recursos derivados del fuerte incremento del valor de las materias primas exportables como la soja y los minerales. Los precios se triplicaron y hasta quintuplicaron en el algunos casos y aún se mantienen sólidos y nada indica que cambien en el corto y mediano plazo (buena noticia para la Argentina también, si se la sabe aprovechar inteligente y pragmáticamente). Para 2004-2005, la diplomacia de Brasilia potenciaría su marketing a nivel internacional para posicionarse como una de las potencias emergentes claves del nuevo sistema internacional.

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Redescubriendo México: las policías municipales

Uno de los eventos políticos y económicos más importantes de las últimas semanas ha sido el preacuerdo entre el Estado argentino y la empresa Repsol para concretar una indemnización multimillonaria por la expropiación de YPF. Medios de prensa nacionales e internacionales han destacado el rol central y activo que ha tenido -y seguirá teniendo seguramente hasta que haya un acuerdo definitivo- la megaempresa estatal de petróleo mexicana Pemex y el propio gobierno de ese país. Asimismo, se han conocido análisis sobre un futuro desembarco mexicano en la zona de Vaca Muerta para participar de tareas de exploración de las reservas de shale gas ahí existentes.

Luego de varios años en donde las referencias en la Argentina a la potencia económica y demográfica de habla hispana más importante del hemisferio se habían reducido a un mínimo, en un escenario donde la imagen de Brasil monopolizaba y encandilaba tanto a los cercanos a posturas liberales como a posturas bolivarianas, los análisis sobre México han vuelto al centro de la escena. Mientras algunas de las revistas especializadas en temas políticos y económicos más importantes del mundo destacan los desafíos que tiene Brasil por delante, su bajo crecimiento para los próximos años y una inflación anual “peligrosamente” por arriba del 6% anual, al mismo tiempo se subraya el dinamismo y impulso modernizador que el presidente Enrique Peña Nieto le está imprimiendo a su gestión.

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México quiere sumarse al mundo petrolero 2.0

En los próximos días, el Congreso mexicano comenzará un debate sobre la reforma energética que propone el presidente Peña Nieto, hombre del PRI, partido que en 1938 impulsó la creación de la empresa Pemex y la nacionalización de los hidrocarburos. Esta compañía enfrenta varios desafíos importantes, como pérdidas en los últimos nueve meses de 7 mil millones y niveles de producción de 2,5 millones de barriles diarios, el nivel más bajo en dos décadas. Desde agosto, el Ejecutivo impulsa una legislación que le dé más espacio a la inversión privada e internacional. Para concretarlo, deberá conseguir una mayoría calificada de tres cuartas partes‎.

Asimismo, el gobierno impulsa reforzar la seguridad de Pemex frente a los ataques de las mafias del narcotráfico. Se invertirá en sistemas de seguridad electrónicos de cámaras, sensores, drones, lanchas, etcétera. Esto se hará también y de manera coordinada con la Comisión Federal de Electricidad, principal proveedora de energía eléctrica del país. El plan de seguridad de Pemex se extenderá en una primera etapa hasta el 2017 e invertirá 2900 millones de pesos mexicanos. Se buscará también reducir el número de robo de combustible y secuestro de personal.‎ En la visión del gobierno, sin una mejora de la seguridad física de estas instalaciones y del personal, no habrá inversión sustentable en el mediano y largo plazo.

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Brasil votará economía, ruptura con aliados y nacionalismo 2.0

Un Brasil que disfruta de una tensa calma luego de las masivas manifestaciones de mediados del presente año, ya comienza a calentar los motores para el proceso electoral del 2014. En él se definirá la reelección o no de la actual presidenta Dilma Rousseff. Hasta las movilizaciones, la reelección era considerada poco menos que un trámite sencillo. No obstante, el impacto del descontento multiplicado por los medios de comunicación masiva y las cada vez más protagónicas redes sociales derivaron en una caída de la popularidad de la mandataria del 65 % al 30 %. Para luego volver a crecer a cifras entre 35 y 40 %.

Asimismo, en el frente económico, la devaluación del real fue muy fuerte hasta agosto, rondando un 20 % y se detuvo en los últimos meses por la masiva intervención del Banco Central. Para ello, se usaron 55 mil millones de dólares (un 15 % del total de reservas y una vez y media todas las reservas del Banco Central argentino, que están en 35 mil millones). La principal preocupación del Brasil es controlar su inflación, que llegó al 6,5 anual hace unos meses y que por acción de las autoridades monetarias cerraría el año en 5,82, con un estimado de 5,84 en el 2014. Décimas por abajo del techo del 6 % anual que el equipo económico de Lula y luego de Rousseff establecieron para contar con una economía sana y estable.

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El diálogo EEUU-Irán y su impacto en Argentina

El 9 de agosto pasado en esta columna analizamos la victoria y ascenso del nuevo presidente iraní:

“Una nueva etapa política comienza en Irán con la asunción del presidente Hasan Rohani. Una novedad con sustanciales atenuantes, dado que el poder político-religioso-militar del país sigue en manos del líder espiritual Khamenei, que desde 1987 rige los destinos de este ex imperio milenario. Rohani es asimismo un hombre de extrema confianza del líder y desde la década del 80 ocupó cargos por demás sensibles en el área de seguridad nacional. También tuvo a su cargo a comienzo del presente siglo las negociaciones nucleares con los EEUU y es recordado por haber ‘ganado tiempo’ para que el programa avanzara, pese a las resistencias de la superpotencia y sus aliados. Su nuevo gabinete tendrá como ministro de Relaciones Exteriores a Mohammad Javad Zarif, un experimentado diplomático que negoció con EEUU un  tema de rehenes en el Líbano y la relación Teherán-Washington en Afganistán. Es también ex embajador en las Naciones Unidas y tiene un doctorado en la Universidad de Denver.

“Trascienden sus canales de diálogo más que discretos con figuras como el vicepresidente norteamericano con Joe Biden y con el secretario de Defensa Chuck Hagel. Este nuevo ministro está ligado históricamente al ex presidente Rafsanjani, mandatario durante el período en donde se produjeron los ataques terroristas de 1992 y 1994 en Buenos Aires y con pedido de captura de Justicia argentina. Un peso pesado en la política y en la economía de Irán. También, Rouhani nominó a Mohammad Forouzandeh como jefe negociador del tema nuclear, e integró estos años -junto al actual presidente- el estratégico Consejo Supremo de Seguridad Nacional. También preside una poderosa fundación de caridad y ayuda social del Estado. Es un ex Guardián de la Revolución, la élite armada del régimen. Este equipo, de contar como se espera con el visto bueno de Khamenei, parece destinado a un póker decisivo y de alto nivel entre Teherán y Washington en materia nuclear. Los dos bandos saben que si no se llega a un acuerdo básico en los próximos 12 a 18 meses, la posibilidad de escalada militar se acentuará fuertemente, con un Israel que ha decidido por ahora darle tiempo a esa ventana de negociación y no adentrarse en un ataque unilateral. Viable en lo técnico, pero de altísimos costos en todos los frentes imaginables”.

Sin duda, las referencias al pragmatismo y habilidad, incluyendo la destinada a ganar tiempo y a desorientar al rival, que hicimos en ese momento sobre Hasan Rohani quedaron reflejadas en la histórica llamada telefónica que mantuvo con el presidente Obama así como la postura asumida por Teherán en las últimas semanas acerca de la necesidad de que Siria entregue su armamento químico, siempre y cuando hubiese garantías de no ser atacada por EEUU y sus aliados en Europa y en el Medio Oriente. No obstante, el póker antes citado dista de estar llegando a su fin y de manera armónica. Las partidas más agudas y tensas están por verse. Casi un equivalente al respetuoso choque de guantes que los boxeadores hacen antes de empezar extenuantes peleas.

El diálogo telefónico Teherán-Washington, el primero entre presidentes en 34 años, viene a impactar en un tema doméstico argentino pero cuyo alcance trasciende nuestras fronteras, tal como fue el ataque terrorista a la AMIA en 1994, tema por demás sensible para un futuro listado de razones que justifiquen un eventual ataque de EEUU y/o Israel a los herederos de los persas. El caso AMIA es el estandarte que marcaría formalmente a Irán como un Estado que fomenta el terrorismo. El memorándum negociador entre Argentina e Irán se enmarca en este sentido. Una combinación de intereses implícito y explícitos de ambos. En el caso de Buenos Aires, la idea de romper el status quo en que algunos ven a la causa del ataque de la calle Pasteur, buscar quizás fuentes alternativas de compra de energía, sintonizar más la política exterior a los estándares de la Venezuela chavista, la convicción y las ganas y la voluntad de asistir a una profunda y acelerada mutación de las relaciones de poder mundial. La cual supuestamente iría limando la hegemonía americana y dejaría al mundo más en manos de potencias como China, India, Brasil, Sudáfrica, Irán, etcétera. Cuando se mira que aún los EEUU representan el 25 % del PBI mundial, el 47 % del gasto militar del mundo, que es el principal proveedor de los desarrollos tecnológicos que rodean nuestra vida cotidiana, que encabeza por lejos los patentamientos científicos y que es el poseedor de la unidad de valor, el dólar, más deseada y ahorrada a escala mundial (incluyendo China, que atesora un trillón de dólares en bonos americanos), surgen algunas dudas sobre cuánto hay de diagnostico y cuánto de ganas de que ese fin de preeminencia suceda.

Por esas vueltas del destino y de la capacidad tecnológica que ha tenido y tiene nuestro país, la interacción de estas pampas con la cuestión iraní dista de limitarse al tema AMIA: desde haber sido proveedor de un importante cargamento de uranio a Israel durante su naciente programa atómico a comienzo de los años ’60, a ser proveedor de maquinaria y combustible nuclear para uso civil a Irán en los años 70 y 80 (hasta el 1988, cuando Buenos Aires habría percibido la orientación militar que asumía la dinámica del programa persa) al papel protagonizó de un diplomático argentino, como Rafael Grossi, en las negociaciones e inspecciones de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA); sin olvidar aquellas que nos llevaron a estar cerca de enemigos acérrimos de Irán, como el Irak de los años 80, cuando nuestro desarrollo misilístico Cóndor II habría tenido el respaldo de Egipto para hacerle llegar estos vectores cuando estuviesen terminados al entonces a la “prooccidental” Bagdad de Sadam Hussein en su guerra de 8 años con los ayatollahs iraníes.

Buenos Aires debería estar atento a no confundir esta naciente etapa de semblanteo y negociación entre Washington y Teherán con una legitimación lisa y llana del acercamiento de enero pasado por medio del memorándum. Asimismo, también sería errado asumir que nada cambió y que la Argentina sigue tan agudamente descolocada como hace semanas atrás, momento en que ni Irán afirmaba haber ratificado el memorándum, cosa que aún no hizo el Parlamento y sobre el cual no hubo ninguna referencia del nuevo presidente y del más que poderoso líder espiritual Alí Khamenei, ni la comunidad judía en Argentina, Israel y los EEUU vertían opiniones positivas sobre la iniciativa. Posturas que distan de haber cambiado aún.

Para nuestro país, el tema no pasa por negociar o no con Irán en un juego de blanco o negro o antes deslegitimado y ahora supuestamente legitimado por la conversación de Obama con el nuevo mandatario iraní. Los EEUU, Reino Unido, Francia, China, Rusia y Alemania no están interesados en un Teherán poseedor de un arsenal nuclear. Para persuadir al régimen fundamentalista, se asume que se deben maximizar las presiones comerciales, económicas y diplomáticas así como evitar acuerdos que hagan borrón y cuenta nueva sobre el respaldo al terrorismo. Como se verá, el conjunto de potencias, más allá de las posturas más duras de EEUU y sus aliados occidentales, y las relativamente más flexibles de Moscú y Pekín, integran tanto el mundo que algunos asumen “que fue” (Washington, París, Londres y Berlín) como el mundo “que se viene”. Sea eso así o no, cada uno sacará conclusiones con la cabeza y el corazón. Sería importante que nuestra política exterior asuma que está inmersa en una mesa de póker como aquellas que muestran en programas de TV a profesionales en imponentes escenografías… Y que nuestro fuerte es el truco con su carga de exageración, grandilocuencia gestual y retórica y bajada de línea a los otros contendientes. Nada mas lejos que el póker.

Psicología de una larga relación

Mientras nuestros estadistas y próceres, con algunas excepciones, como Sarmiento, Zeballos y Alberdi, focalizaban su visión internacional en la pujante y poderosa Europa del siglo XIX, los mandos políticos del Brasil del Imperio portugués y luego la monarquía brasileña independizada de la metrópoli, pusieron siempre parte de su atención en esa ex colonia británica que conformaría los EEUU. Quizás por el histórico vinculo de Portugal con Inglaterra y de esta última, en una relación amor y odio, con sus ex dominios en América del Norte, las tierras brasileñas fueron más permeables a intuir o ver el fenómeno del ascenso del poder de Washington a escala hemisférica y luego a nivel mundial a comienzos del siglo pasado.

Ya a principios del 1900, el gran Canciller y ajedrecista de la política exterior de Brasil, el Barón de Río Branco, formulaba algunas de las directrices de la política de inserción regional e internacional de su país. En la visión del Barón, el desafío era equiparar y superar a la ascendente potencia argentina que, de la mano de una elite política con visión, la inserción virtuosa en el mercado como proveedor de materias primas al Imperio británico y receptor de grandes inversiones portuarias y ferroviarias de los ingleses, así como la llegada de millones de inmigrantes laboriosos de Europa, haría que Buenos Aires pasara a ser la capital de la principal potencia sudamericana para 1910.

Habría que esperar a mediados del siglo XX para que el PBI brasileño equiparase el argentino, para ser hoy cuatro veces más grande. La forma propuesta por Río Branco para concretarlo era tener un vínculo fuerte y privilegiado con los EEUU, pero sin que ello derivase en la vía libre a la intromisión lisa y llana de Washington en la zona así como tampoco motivar conflictos bélicos a gran escala con Buenos Aires. La decisión de Brasil de estar del lado de Gran Bretaña, Francia y los EEUU contra Alemania en la Primera Guerra Mundial y su participación directa en la Segunda Guerra Mundial junto a EEUU en Italia y en la concesión de bases en la costa sudamericana para que la Armada americana pudiese operar mejor contra los submarinos alemanes, fue parte de esa orientación. Vis a vis la neutralidad argentina en ambas guerras y algunas que otras simpatías hacia el Eje germano-italiano.

 

Una recorrida por la literatura politológica e histórica sobre la postura Argentina post 1945 muestra diversos autores que exploran las razones por las cuales nuestro país “no se subió” al tren de la hegemonía americana. Si bien dista de ser el propósito de este artículo abordar en detalle las razones, muy exhaustivamente abordadas por Carlos Escudé en sus escritos de la décadas de los 80 y 90, también es interesante ver como existe una corriente historiográfica en Brasil que se pregunta los motivos por lo cual su país “fue bajado” de ese tren post 45. Básicamente, por el menor interés de Washington en América Latina luego Segunda Guerra y su foco de atención en la contención a la URSS en Europa y Asia. Habrá que esperar a la revolución cubana en 1959 para que el temor de la penetración comunista y la difusión del foquismo guerrillero llevara a la superpotencia a retomar una agenda activa o “gran estrategia” en la zona, tal como la articuló a comienzos de los años 30 cuando existió la percepción de una penetración nazi-fascista en la entonces poderosa Argentina y en el Sur de Brasil. Cabe preguntarse si la reciente y creciente penetración comercial y económica de China, activará este mecanismo en Washington, pero esto es tema para otro artículo.

 

Para la década del 50, pensadores geopolíticos brasileños buscaban la forma de darle textura teórica a la relación con los EEUU. De ahí, en ámbitos militares y diplomáticos surgió el concepto de “barganha leal” de Golbery do Couto e Silva, o el intento de establecer un acuerdo implícito o explícito por el cual Washington delegaba la gestión del día a día de Sudamérica al Brasil y este ultimo garantizaría el núcleo duro de los intereses de seguridad de las barras y estrellas. Pero de hecho, ello jamás se concretó. Quizás por el viejo y siempre válido concepto que afirma que las grandes potencias no delegan el poder, solo lo ejercen o lo pierden.

Esta búsqueda de una relación estrecha y privilegiada con los EEUU seguiría y se profundizará en los 60 y en especial a partir del golpe de 1964. A comienzos de la década siguiente, Henry Kissinger, desde su posición clave en la política exterior del presidente Richard Nixon, hizo la famosa referencia a Brasil como “Estado llave” en América Latina. Esto, parecía ser el preludio de la concreción en los hechos de la deseada “barganha leal”. Pero la evolución posterior dio por tierra con esa expectativa. Washington seguía focalizando su interés en la Guerra Fría con los soviéticos, en abrir una puerta diplomática con la China de Mao crecientemente enfrentada a Moscú y en navegar las turbulentas aguas económicas posteriores a la crisis del petróleo de 1973 y la competencia económica de nuevos gigantes como Alemania y Japón.

Por ello, los años 70 comenzarían a mostrar un lento proceso de alejamiento hacia posturas más autonomistas, pero nunca contestatarias o erráticas (pasar de alineamiento a confrontación como la Argentina). Un Brasil que ya se sentía ganador de la carrera hegemónica que tuvo con la Argentina durante fines del siglo XIX y el XX, así como marginado del acceso a la tecnología nuclear estadounidense y afectado crecientemente por el proteccionismo comercial del mundo desarrollado, asumiría una estrategia que combinaría relaciones constructivas con Washington con espacios de debate y disputa así como el intento de consolidar su propia influencia al sur del Canal de Panamá.

La combinación de democracia estable (década del 80), economía estable (a partir de los 90) y boom de los precios de las materias primas que exporta el país (de 2003 en adelante) así como un liderazgo carismático y pragmático como el de Lula Da Silva y la institucionalización del PT y la izquierda del país como fuerza seria y realista, le daría renovadas fuerzas y espaldas a la aspiración de Brasilia de ser el interlocutor privilegiado del mundo en general y con los EEUU en particular en lo atinente a nuestro región. La aspereza de la relación de los países bolivarianos con la superpotencia, si bien nunca interrumpiendo la exportación de más de un millón de barriles diarios de Venezuela a la “potencia imperialista”, y la progresiva y persistente deterioro de la relación argentino-americana del 2005 en adelante, acrecentaba aun más la idea del Brasil como el país que combinaba masa crítica de poder y pragmatismo. Esa realidad, fue y es hábilmente utilizada por diplomacia de los herederos del Barón de Río Branco.

En este escenario, el caso Snowden y la difusión del espionaje de la NSA, una de las 14 agencias de inteligencia de EEUU y dotada de un presupuesto de 50 mil millones dólares, que tienen a Brasil, México y Colombia como los países latinoamericanos más vigilados (un verdadero golpe al ego del eje castrista-bolivariano) se da en momento en donde la presidencia de Dilma Rousseff enfrenta varios desafíos con vistas a su reelección. A las manifestaciones populares que se dieron meses atrás en Río, San Pablo y otras ciudades reclamando por la corrupción y la baja calidad de los servicios públicos, se le sumó la deserción de algunos sectores del PT hacia nuevas formaciones opositoras y la presencia de Lula merodeando y generando versiones sobre si pretende postularse a un nuevo mandato. Todo ello combinado por un enfriamiento de la economía en el 2013, lo cual parecería continuar en los próximos dos años así como un ascenso de la inflación al 6 por ciento anual; considerada amenazante y alta ya para los operadores económicos y amplios sectores de la sociedad.

Por todo ello, el caso Snowden le brinda a Rousseff una bandera para recuperar voluntades e intención de voto (hoy cercana al 35-36 por ciento) luego de haber llegado a tener 70 por ciento de imagen positiva el año pasado. Como comentábamos en un pasado artículo desde esta columna, todos los países dentro de sus capacidades económicas, tecnológicas y humanas llevan a cabo espionaje, contra espionaje y desinformación sobre otros Estados. Aun aquellos que por su subdesarrollo no lo pueden hacer a gran escala, tienden a concentrarse en inteligencia interior. Tanto sea respetando o no los marcos legales. Ni qué decir cuando se trata de no democracias o de democracias delegativas y no republicanas. Por ende, el levantar la voz en el caso Snowden tiene tanto de legítimo como de útil actuación. Por esas vueltas e ironías del destino, a pocas horas del reciente y duro discurso de la primera mandataria brasileña en Naciones Unidas, regresaba al Brasil un submarino de guerra de ese país que había pasado los últimos largos meses en maniobras, sólo reservadas para aliados, con la Armada americana en aguas internacionales. Al mismo tiempo, el gobierno de Obama daba el ok a transferir tecnología sensible de los aviones de combate F18 si Brasilia se inclinaba por comprar 36 de ellos en lugar de hacerlo a competidores franceses y sueco-británicos. También, otras voces diplomáticas y políticas en Brasil, en un sutil off the record, afirmaban que pasado el fragor de la tensión se concretaría una nueva cumbre Obama-Rousseff y que Brasilia usaría esta “cuenta pendiente” de Washington con la potencia sudamericana para buscar erosionar o quebrar la “amistosa negativa” de EEUU de dar el ok para que Brasil sea uno de los nuevos miembros con poder de veto en una futura reforma del Consejo de Seguridad de la ONU junto a otros como Alemania, Japón e India. En el mismo sentido, afirman que este pataleo más que justificado es además un modo con el que la elite brasileña se decide a transmitirle a sus pares americanos que esta es una relación que debe ser más valorada, cuidada y no vista como algo dado. En otras palabras, ser tratados y jerarquizados como una potencia internacional en toda su dimensión. Aun en sus enojos, los Estados Unidos del Brasil (como se denominó oficialmente el país entre 1889 y 1968) no pierde de vista su viejo sueño de un vínculo estrecho, de mutuo respeto y estratégico con su ex homónimo del Norte.