Por esas cosas extrañas que tiene nuestro país, desde hace algunas semanas la adrenalina judicial aumenta día tras día. Causas dormidas durante años amenazan ahora con agotar el stock de papel tamaño oficio de los principales proveedores de los tribunales federales.
Los cronistas especializados deben esforzarse para aclarar cada mañana por qué causa es que se presentan a declarar los ex socios de “la década ganada”. Es que son tantas las de cada uno de los otrora subordinados de Cristina Fernández, viuda de Kirchner (¿no es así la forma correcta de llamarla si es que desea usar su apellido de casada?).
Resulta así que un mismo ex funcionario puede ser testigo en una causa, imputado en otra, procesado en una tercera y, por qué no, absuelto en alguna otra. Claro está que, como somos argentos, nos dividimos entre quienes piden perpetua para todos y quienes organizan marchas del aguante para desembozadamente presionar a los jueces y los fiscales. Sobre todo si de ella se trata.
Esta semana, no obstante, el interés social y periodístico tuvo un drástico giro a partir de los sucesos ocurridos en Costa Salguero. Estuve tentado de escribir “fatalidad”, pero me parece que ese vocablo está reservado para sucesos que el hombre no puede modificar o que eran imprevisibles. Del que me voy a ocupar, por cierto, no lo era. Continuar leyendo