Confiese algo, querido amigo lector: si lo toman desprevenido, ¿no se hace un poco de lío con la interpretación exacta de esa porción de la tierra a la que medio a lo bruto denominamos indistintamente como Reino Unido o Inglaterra?
Para ponernos en fase con la terminología, recordemos que por Reino Unido se entiende a la unión de Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte. Todos son británicos, pero no todos son ingleses. A todo esto, cuando incluimos a Irlanda en el Reino Unido, nos referimos a Irlanda del Norte y no a la otra porción de la isla, a la que se conoce como República de Irlanda. Convengamos, entonces, que más allá estar casi todos unidos en un reino, cada país tiene un Gobierno autónomo y que incluso les podríamos decir británicos a todos, pero de ninguna manera ingleses por igual. Hacerlo sería una burrada tan grande como decir que Artigas era argentino.
La cuestión de las identidades comunitarias es en Europa mucho más importante que lo que suelen ser para nosotros las diferencias entre nacionales de distintas provincias. Un gallego, un vasco y un catalán son antes que nada eso y luego españoles. Nuestro máximo héroe naval Guillermo Brown fue un orgulloso marino mercante irlandés no inglés.
Ahora que nos pusimos de acuerdo, bueno es recordar que hace 150 años llegaron a nuestra Patagonia los primeros 151 colonos galeses a bordo del vapor Mimosa. Lo hacen empujados por la pobreza, sus ansias independentistas y porque la Gran Bretaña les prohibía hasta hablar su lengua en las escuelas. Por aquellos años, el ministro argentino Guillermo Rawson había ideado una atractiva política de seducción para inmigrantes. La galesa fue tal vez la primera comunidad extranjera que se arraigó fuertemente en nuestras tierras y que tejió solidos lazos locales; llegó incluso a trabajar en estrecha fraternidad con los pueblos tehuelches.
Ciento cincuenta años de historia galesa en la patria parecían causa más que suficiente para que la comunidad decidiera festejarlo a lo grande. Y cuando decimos a lo grande, estamos diciendo que el primer ministro galés Carwyn Jones viajó especialmente a nuestra Patagonia para sumarse a los festejos sin saber que incluían una para nada agradable sorpresa nacional y popular.
Para empezar, por exigencia presidencial los descendientes de aquellos intrépidos colonos debieron anticipar el festejo para ajustarse a la agenda de Cristina. Una particular interpretación del vocablo naval ‘arribar’ sirvió de pretexto. Si bien el aniversario de su desembarco es el 28 de julio, el Mimosa fondeó frente a las costas de Madryn el día 27, así entonces y como por un par de millas que faltaban recorrer para tocar tierra, no vamos a andar contrariando a la Jefa, se los dio por arribados el 27 y -parafraseando a Máximo- ¡sanseacabó!
La salud de la Presidente una vez más alteró los planes originales y la primera mandataria dijo ausente con aviso, el gobernador Martín Buzzi quedó al mando, mientras que el intendente local fue apartado del primer plano por no ser un referente K. Para asegurar que todo estuviera a tono con la mística oficial, el jefe de gabinete Aníbal Fernández ofició de comisario partidario.
Cuando la delegación oficial galesa ingresó al gimnasio del Club Deportivo Madryn, nadie atinaba a dar crédito a lo que sus ojos veían. Centenares de militantes convenientemente incentivados y movilizados, portando las ya famosas banderas de la Cámpora, mezclaban sus consignas de reivindicación malvinera con estribillos dedicados a Néstor Kirchner; grupos movilizados de la Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina (Uocra) y del Sindicato de Petroleros libraban su propia batalla campal para ocupar cada uno un lugar más protagónico que el otro en la tribuna (nadie de la militancia sabía que ella no iría, al menos hasta empezado el acto).
Ante la posibilidad de no saber interpretar adecuadamente ese clamor popular, el jefe de Estado invitado pidió a su cuerpo de traductores que le tradujeran los cánticos del pueblo y solo allí, al estar seguro de lo que ocurría, se permitió manifestarle al gobernador Buzzi su malestar por haber transformado un acto de la colectividad galesa en un acto partidario faccioso y totalmente desubicado para la ocasión.
Para ese momento, ya se había percatado el ilustre visitante de que no había entre el público simpáticos pobladores con vestimenta típica, sino fornidos punteros arengando a sus respectivos rebaños que vivaran con más fuerza las consignas nacionales y populares. La inacción del gobernador al respecto hizo que la delegación oficial galesa intentara retirarse del lugar, lo que sin lugar a dudas hubiera puesto fin a un siglo y medio de buenas relaciones. El inefable Aníbal, el que con toda naturalidad nos dice: “Máximo es un candidato que casualmente es hijo de la Presidente”, utilizó todo su arsenal de dichos camperos, refranes baratos y muletillas de ocasión para calmar las aguas y hacer del mal trago un más o menos digerible sorbo.
La ausencia de la jefa, si bien dejó insatisfechos a los “movilizados”, le evitó a los visitantes el haber tenido que soportar la versión oficial de la historia de su propio país que Ella les hubiera explicado. Habrían aprendido que seguramente hubieran sido más prósperos si las recetas de Él o de Ella se hubieran aplicado en aquellos años de forzada emigración. Si el fervor nacional y popular lo hubieran recomendado, se habrían ligado un inmerecido “palito” por la cuestión de la soberanía de Malvinas y, por qué no, se hubieran llevado un consejo en su viaje de regreso al viejo continente sobre qué y cómo hacer para que la alicaída Europa salga de su crisis terminal e imite el próspero camino del modelo.
Como suele ocurrir en cada acto militante, poco importaron los motivos de la convocatoria. No hubo tiempo para recordar la aventura de aquellos primeros 151 colonos, tampoco para recapacitar sobre aquel país que fuimos alguna vez, ese que era capaz de llamar la atención a comunidades que, con un inmenso océano de por medio, creían que había un mundo mejor, que llegaban a nuestras costas en plan de trabajo, que no es lo mismo que cruzar la frontera para conseguir algún Argentina Trabaja
Mucho antes que las brasas de las parrillas choripaneras montadas para la ocasión se hubieran apagado, los visitantes se habían retirado del lugar y, mientras la militancia enrollaba las banderas, los punteros “honraban” sus compromisos y los dirigentes sonreían satisfechos, alguien seguramente tiraba a la basura los restos de la fiesta partidaria, tal vez en el mismo cesto en el que fueron a parar 150 años de amable y próspera convivencia. Cosas de un país con buena gente, pero pésimos dirigentes.