Massa, con la llave de las presidenciales

Esta vez las encuestadoras anduvieron con puntería. Daniel Scioli se impuso con relativa comodidad al frente Cambiemos que lidera Mauricio Macri. El gobernador de la provincia de Buenos Aires logró una victoria que lo deja bien parado de cara octubre, pero que no es –de ninguna manera– determinante.

La arquitectura de la fórmula presidencial que pactó, semanas atrás, con CFK le garantizó al ex motonauta un piso considerable de votos, aunque también le colocó un techo bajo, con escasa proyección por fuera del kirchnerismo. Si bien terminó de subir a la lancha a toda La Cámpora y al cristinismo nuclear, al mismo tiempo espantó al ciudadano independiente que deseaba continuidad con un verbo menos inflamado, un escenario económico más estable y una apertura al diálogo.

A lo que habría que sumarle la tonificación de su discurso. En el tramo final de la campaña, Scioli abandonó la ambigüedad que lo caracterizó durante toda esta era y se sumergió de lleno al guion del relato. Magnificación de los logros económicos, reificación de todo lo que huela a Calafate, solapamiento de la inflación y otros fuegos artificiales K decoraron sus exposiciones. Otra apuesta de alto voltaje, que, como demostró en la alocución de anoche en el Luna Park, no piensa abandonar tan fácilmente.

La duda capital del sciolismo en este momento es dónde poner la cañita de pescar durante estos dos meses y medio. Una decisión ardua. El universo reticente al kirchnerismo, a contracorriente del 2011, supera por amplio margen al planeta del Nestornauta, las batallas culturales y la grieta laclauniana. Tendrán que ser certeros y diligentes: no hay mucho tiempo para olfatear.

Una vez elegido el escenario, será el turno de la carnada. ¿Con qué mieles se intentará seducir al electorado esquivo de las PASO? ¿Será el momento de precisar la base programática, que hasta ahora brilló por su ausencia? ¿Habrá que esconder a CFK? ¿Volverá el teléfono rojo con Magnetto? El abanico de posibilidades es amplio, aunque está claro que ciertos issues -que fueron la letra grande del contrato con la presidenta- como corrupción, blanqueo de las estadísticas sociales y liberación del cepo cambiario están descartados. Scioli, al menos dentro del ecosistema peronista, tiene palabra.

Distinto es el horizonte de Mauricio Macri. Si bien las internas que organizó el frente Cambiemos no fueron competitivas, le sirvieron al jefe porteño para mostrar capacidad de reclutamiento. La tropa antikirchnerista conformada por radicales, lilitos y otras variables del republicanismo autóctono respondieron a su llamado y están listos para salir a cazar indecisos de acá al 25 de octubre.

Pero no solo eso. Macri kirchnerizó su discurso a tiempo. Apuesta que, en su momento, le produjo sismos en sus bases y la condena del círculo rojo, pero que ahora le permite incrementar sus perspectivas de crecimiento. Fenómeno inversamente proporcional al de Scioli. Con la adhesión al “estatismo de baja intensidad”, el ex presidente de Boca anuló la dicotomía estado-mercado propuesta por el kirchnerismo para asociarlo con la experiencia menemista, y, en su lugar, se presta a instalar el clivaje distintivo del PRO: la nueva clase política (“limpia”, “eficiente” y “democrática”) versus la antigua dirigencia (“burocrática”, “corrupta” y “deficiente”).

Además, con la alentadora performance de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires (fue la candidata más votada), el líder amarillo quiebra el mito de la General Paz. Después de ocho años de hermetismo porteño, que incluyó la pérdida de la personería jurídica en el distrito electoral con mayor volumen del país, el PRO sale al conurbano y al interior rural de la provincia. Salto que lo insufla de autoestima Macri.

¿Y Sergio Massa? El tigrense avisó que está vivo. Su armado con el cordobés De la Sota consiguió alrededor del 20% de las voluntades. Teniendo en cuenta los magros pronósticos que le auguraron íntimos y ajenos, es una cifra a considerar. Importante. No obstante, apelando al realismo, el guarismo es exiguo para fracturar la polarización entre Cambiemos y el FpV. El crupier ya avisó que esta mano, la del 2015, es de a dos.

Aun así, el ex Jefe de Gabinete se mantendrá en primera línea. Teniendo en cuenta la fidelidad del sufragio a Stolbizer (3,4%) y la intransigencia clasista del FIT (3,3%), el 20% que eligió por Unidos por una Nueva Argentina (UNA) despunta como la llave para dirimir el pleito entre Scioli y Macri. Ahí parecen estar los peces gordos. En ese acuario habrá que poner las cámaras. Veremos los anzuelos que se utilizan. Será una buena oportunidad para descubrir la genética del voto massista y, de paso, vislumbrar de qué está hecho más su cabecilla: si de nostalgia kirchnerista o reminiscencias de la UCeDé.

Las lecciones comunicacionales de Martín Lousteau

Diversas lecturas políticas proliferaron sobre el balotaje porteño. La mayoría en jerga nacional: hay vida por fuera de la polarización entre el Frente para la Victoria (FPV) y Cambiemos, Macri llegará debilitado a las PASO y el purismo amarillo tiene límites electorales, inclusive, dentro de la Capital Federal. Pero pocos pusieron la lupa sobre la campaña de Martín Lousteau. ¿Qué hizo este joven economista para ponerle suspenso a una película con final cantado? La respuesta habita en el plano comunicacional.

Para empezar, @GugaLusto -así es la cuenta del líder de ECO en Twitter- propuso un discurso de alto riesgo para los tiempos que corren. Con una opinión pública formateada en clave dicotómica, el chico de rulos apostó a una narrativa de superación, no de confrontación. Tomó los aspectos positivos de la gestión PRO y le añadió las demandas latentes en la periferia de la ciudad: desnutrición infantil, problemas de vivienda, deterioro de la salud pública, inseguridad y cuidado del medioambiente. A cada una de estas críticas la acompañó con una propuesta técnica concreta para resolverla y punto. Diagnóstico, análisis y solución, ecuación sintética. Nada de grandes batallas semióticas ni modelos épicos en pugna.

El volumen lo puso con las denuncias. Lousteau acusó tanto al FPV como al Gobierno de la ciudad de utilizar recursos públicos para fines proselitistas. Con esa increpación se distinguió en la arena de los valores y se posicionó como un estandarte de la transparencia. Y, además, alumbró una problemática de larga data en el país: los oficialismos, sean del color que sea, manipulan el andamiaje propagandístico estatal para estaquearse al poder, lo que anula el principio rector de la democracia, la alternancia en los centros de comando. Continuar leyendo

Bullying mediático: el caso Massa

Se lo ve agotado. Molido. Las frases le pesan. Sus reflejos mediáticos han decaído. Ya no es el mismo de meses atrás. Ale -así lo llama a Fantino- le hace de terapeuta en Animales Sueltos. La entrevista se torna circular. Redundante. Ambos intentan -en vano- entender qué pasó: hace un puñado de meses atrás, era el retador estrella para tumbar al kirchnerismo; hoy, en cambio, empieza a rozar la cifra de un dígito en las encuestas. El análisis termina en indignación: “Hace un año que el deporte político en la Argentina es pegarme”.

Sergio Massa es el reflejo nítido de la Argentina pendular. De kryptonita de Cristina Fernández a opositor de cabotaje. De sensación televisiva a piantarating. De imán del peronismo bonaerense a político desairado por sus socios del conurbano. De una oratoria consensual a una diatriba que no deja títere con cabeza. Todo ha cambiado para este joven abogado de 43 años. Todo en tan solo medio almanaque.

El adjetivo testimonial acecha al candidato tigrense. Y lo sabe. Por eso, el cambio de estrategia discursiva. Poco queda de aquella narrativa sustentada en el diálogo, la armonía y los mensajes papales. A medida que su figura se fue apagando, el líder del Frente Renovador fue afilando sus exposiciones, subiendo el volumen. Menos propuestas e iniciativas, más ataques directos a Daniel Scioli y Mauricio Macri y más dardos contra el “círculo rojo”. A tal punto que la semana pasada se solidarizó con Martín Lousteau, otra “víctima” del antikirchnerismo rabioso que desea pulir la grieta de cara a las PASO nacionales. Continuar leyendo

Cristina, Daniel y la muralla china

Primero, fue un Caballo de Troya cargado de legisladores de La Cámpora en la legislatura bonaerense. Fracasó. De la mano de José Ottavis, vicepresidente de la Cámara de Diputados, los cuadros juveniles fueron los primeros en apostar por Scioli a la Nación. El segundo intento de cerco se llamó Gabriel Mariotto. También falló. El vicegobernador, otrora crítico acérrimo del número 9 de La Ñata, hoy es el surfer número uno de la ola naranja. Ahora, es el turno del apóstol incondicional de Cristina Fernández, Carlos “el Chino” Zannini.

La Presidenta entró –antes de lo esperado– en la campaña. Y lo hizo, como sabe, convulsionando la agenda. CFK entiende, como pocos en la política criolla, la naturaleza del poder. A lo largo de estos ocho años, ha demostrado una habilidad inusitada para mantener firmes las riendas en sus manos. La configuración del binomio Daniel Scioli-Carlos Zannini es otra prueba rotunda. “La Jefa” comprendió que la mejor forma de evitar el síndrome del pato rengo no es ni contemplar ni arbitrar la contienda electoral, sino jugarla. Estar en la cancha. Embarrarse.

La maniobra no termina ahí. A Cristina le preocupa –y mucho– el futuro. Especialmente del 10 de diciembre en adelante. Por eso, en caso de un triunfo del candidato oficialista, el objetivo primordial  del “Chino” será sitiar a Scioli. Oficiar de muralla, para que este último no le tome el gustito al bastón presidencial y ponga en riesgo el “operativo retorno” en el 2019. Mantenerlo a una distancia considerable de esa colosal maquinara de poder llamada PJ: liga de gobernadores, CGT y barones del conurbano. Que no llegue a colonizarla, y si es posible, ni a tentarla con la chequera. CFK sabe con qué bueyes ara.

Si la voluntad popular acompaña, lo secundarían en la albañilería de dicho muro, Máximo Kirchner,  Axel Kiciloff y Eduardo Wado de Pedro. El tridente camporista encabezará las listas de candidatos a diputados nacionales por Santa Cruz, Capital Federal y provincia de Buenos Aires, respectivamente.             

Ahora, ¿quién es el encargado principal de esta misión?  A contra natura del Gobernador, Carlos Zannini, Secretario Técnico y Legal de la Presidencia, desde el minuto cero del kirchnerismo hasta hoy, es un cuadro político proveniente de la militancia revolucionaria. Integrante de la Vanguardia Comunista (actual PRML), fuerza de orientación maoísta, estuvo preso –junto a otras figuras resonantes, como Jorge Taiana, Carlos Kunkel y el socialista Alfredo Bravo– durante el gobierno de Isabelita y la última dictadura militar (1974-1978). En los ochenta, con la llegada de la democracia, calmó sus ansias de insurrección y trabajó en un frigorífico mientras finalizaba sus estudios de abogacía en la Universidad Nacional de Córdoba. Promediando el alfonsinismo, se mudó a Río Gallegos. Ahí conoció, a través del entonces chófer Rudy Ulloa, al matrimonio Kirchner. La relación, sustentada en una profunda confianza – tanto persona como política–, se mantiene  hasta el presente. ¿Su secreto? Un perfil bajo que raya el esoterismo.

Su última tarea fue entrenar a Florencio Randazzo para que le haga de sparring a Scioli en la interna del Frente para la Victoria. Plan que terminó en un affaire. La jefa del Ejecutivo, en otra muestra de fortaleza, a horas del cierre de listas, le bajó el pulgar al hombre de los trenes. Como premio consuelo, le ofreció la provincia de Buenos Aires. El ministro del Interior y Transporte la rechazó. Prefirió cumplir con su palabra que traccionar electoralmente, desde el distrito más grande del país, la candidatura del ex motonauta. Afuera del kirchnerismo, reconocieron su coherencia; adentro, Aníbal Fernández empezó su crucifixión el viernes, tildándolo de singlista.

Cristina, con la inclusión de su ladero en el tándem presidencial, terminó de polarizar el mapa electoral. Dos discursos antitéticos atravesarán la contienda: el populista, encarnado en el Frente para la Victoria, y el republicano, personificado en el frente que encabeza Mauricio Macri, que, en función de esta dicotomía, terminó optando por Gabriela Michetti para condensar una propuesta 100% PRO. Dos interpretaciones de la democracia: una que hace hincapié en su carácter sustantivo, el bienestar de la mayoría, y otra que pone el foco en su funcionamiento, respeto de las reglas y las instituciones.  Escenario que habían pronosticado dos intelectuales de envergadura, como Juan José Sebreli y Ernesto Laclau.

Pero éste no será el único combate. En paralelo, se desarrollará la lucha intestinal del peronismo, protagonizada por la escuadra naranja y el kirchnerismo de paladar negro. Claro que no será televisada ni supeditada al mandato de las urnas. No. Será silenciosa.  Hermética. De entrecasa, como les enseñaron Néstor y Cristina. Y, sobre todo, como nos tiene acostumbrados el justicialismo, con final abierto.

Scioli, el capataz paciente

Es 9 de septiembre de 2010. En el centro del escenario, Néstor Kirchner gira noventa grados, carga su dedo índice, apunta y dispara: “Le pido al gobernador Scioli que me diga quién le ata las manos”. Miles de peronistas aplauden el escarnio en el barrio de La Boca. La TV Pública refuerza la humillación con un primer plano del ex motonauta, que resiste el embate como puede. De las cejas tensas, el entrecejo fruncido  y los dientes apretados, microexpresión que revela ira, pasa –en una décima de segundo– a asentir con la cabeza, de forma obediente, las palabras del ex presidente.

Acá está. Este es Daniel Scioli, el gobernador de la provincia de Buenos Aires. El candidato presidencial favorito de las encuestas. El argentino impasible. El capataz paciente que espera la jubilación de su jefa para tomar el timón. El político que hizo de la ambigüedad un estilo discursivo.

Para Scioli, la lealtad –elemento vertebral, cohesionador y ordenador del peronismo histórico, que el kirchnerismo aceptó sin matices– es un valor parcial. Por un lado, respeta el libreto que le llega desde Balcarce 50, pero, al mismo tiempo, hace su remake. Teje un relato elástico con ingredientes de ambas orillas de la grieta (kirchnerismo vs antikirchnerismo). Según la coyuntura y, obviamente, sus intereses inmediatos, modifica el guion. Sobre esa tensión discursiva construye su capital político. Continuar leyendo

Cristina, claves de una especie discursiva en extinción

Caen las arengas finales en la plaza. Una multitud le hace eco a “la Jefa” con un “viva la patria”. Débora Giorgi se seca las lágrimas. Después de una hora de alocución, abajo los bombos recuperan el protagonismo. Los principales medios ya preparan el contrataque. Analistas críticos afilan sus plumas. La embestida contra la prensa fue fuerte.

La presidente Cristina Fernández de Kirchner se dio otro baño de masas este 25 de mayo. Quizás el último en el vértice del poder. Y, como acostumbra, lo hizo con los dedos en el enchufe.  No dejó a nadie indiferente. Fieles y detractores prendidos a sus palabras. ¿Cuál es el secreto de sus discursos para monopolizar la atención? Continuar leyendo