Caen las arengas finales en la plaza. Una multitud le hace eco a “la Jefa” con un “viva la patria”. Débora Giorgi se seca las lágrimas. Después de una hora de alocución, abajo los bombos recuperan el protagonismo. Los principales medios ya preparan el contrataque. Analistas críticos afilan sus plumas. La embestida contra la prensa fue fuerte.
La presidente Cristina Fernández de Kirchner se dio otro baño de masas este 25 de mayo. Quizás el último en el vértice del poder. Y, como acostumbra, lo hizo con los dedos en el enchufe. No dejó a nadie indiferente. Fieles y detractores prendidos a sus palabras. ¿Cuál es el secreto de sus discursos para monopolizar la atención?
El quid está en su lenguaje emocional. La máxima mandataria sabe cómo activar las diferentes fibras sensibles de los argentinos: miedo, esperanza, repudio, confianza, autoestima, cólera, valentía, entre otras. Diversos estudios en comunicación política han demostrado que, cuando en una persona chocan la razón y las emociones, priman estas últimas. En otras palabras: es más fuerte lo que sentimos que lo que pensamos. Y CFK parece estar al tanto: emplea numerosas técnicas comunicacionales para cumplir con dicha máxima.
Si hiciéramos una nube de tags con sus discursos, comprobaríamos que palabras con un alto voltaje simbólico, como patria, pueblo, soberanía, independencia, memoria y derechos humanos, son las más mencionadas. A través de ellas, Cristina elabora un relato ensamblado, con una estructura narrativa (introducción- nudo-desenlace), poblado de próceres, villanos, efemérides y batallas (simbólicas y materiales). Una historia atrapante que mantiene en vilo a la audiencia hasta el final. Esta herramienta, en los países anglosajones, es conocida como storytelling. Persuadir, interpelar y, sobre todo, emocionar, son sus verbos medulares.
Pero el guión no es su único capital. Sea por dotes naturales, por su estancia de 18 años en bancas legislativas o por el asesoramiento de un coach, la Presidente tiene un buen manejo del lenguaje corporal. Su tronco siempre está erguido y derecho, con la cabeza firme y levantada, lo que denota seguridad, autoridad y convicción. Muestra sintonía entre sus microexpresiones (gestos faciales) y sus frases; ejemplo patente, cuando se refiere a los “medios hegemónicos”, cómo eleva una de las esquinas de la boca y la otra no, una especie de media sonrisa, esto significa desprecio. La utilización constante de sus manos para dibujar, argumentar y potenciar lo que dice; como cuando describe un proyecto o una política pública. Y sus giros graduales y pausados de 90 grados, mientras habla, para dirigirse a todo el auditorio.
Completan la radiografía los denominados componentes paralingüísticos. Silencios correctamente colocados para generar clima de suspenso, subrayar una oración o investirse en aplausos. Un menú amplio de tonos –irónico, dramático, épico, esperanzador y despectivo– para pasar, repentinamente, de un estado anímico a otro. Y clímax bien distribuidos a lo largo de toda la exposición, acompañados de elevaciones de volumen para estimular al público.
¿Algunos bemoles? Una fluidez verbal, que, cuando improvisa, como en los anuncios de obras públicas, termina mutando en una verborragia que dispersa o satura. La sobredosis de ironía que colinda con la altanería. Y algunas muletillas en inglés, como sorry o always, que hacen bastante ruido viniendo de una líder nac & pop.
La Doctora pertenece a una especie de sujeto discursivo en extinción. Yendo al linaje kirchnerista: Florencio Randazzo y Daniel Scioli heredaron poco. Si bien en sus actos conservan la garganta al borde de la afonía, técnica presente en todo peronista que quiere transmitir sacrificio, los lenguajes –verbal y corporal– de los presidenciables K son limitados. Ambos carecen de los ingredientes melodramáticos de su jerarca. Y, además, no tienen ni sello propio ni una figura de referencia palpable, como Evita con CFK. El aguijón de la chicana, en el hombre de los trenes, y el estoicismo, en el capataz bonaerense, son los recursos retóricos escogidos para apaliar el déficit.
Y saliendo del árbol genealógico justicialista, aparece Mauricio Macri. A contracorriente de la Presidenta, el jefe porteño apuesta por la escuela del coaching empresarial. Micrófono inalámbrico, speech motivacional –con tintes del “Yes, we can” de Obama–, nada de sudor, volumen bajo, cuerpo en armonía, relax y a otra cosa. “Estamos hartos de los discursos”, llegó a confesar. Para el ingeniero, la política se hace lejos de los atriles.
Sea por admiración o rechazo, pocos le hacen zapping a Cristina. Su magnetismo emocional es potente. Fenómeno parecido al de Elisa Carrió, que, claro, no es la jefa del Ejecutivo ni cuenta con la Cadena Nacional como trampolín, pero tampoco, es cierto, ostenta con la capacidad de reunir a cientos de miles para que la vitoreen en carne y hueso.