Scioli, el capataz paciente

Gonzalo Sarasqueta

Es 9 de septiembre de 2010. En el centro del escenario, Néstor Kirchner gira noventa grados, carga su dedo índice, apunta y dispara: “Le pido al gobernador Scioli que me diga quién le ata las manos”. Miles de peronistas aplauden el escarnio en el barrio de La Boca. La TV Pública refuerza la humillación con un primer plano del ex motonauta, que resiste el embate como puede. De las cejas tensas, el entrecejo fruncido  y los dientes apretados, microexpresión que revela ira, pasa –en una décima de segundo– a asentir con la cabeza, de forma obediente, las palabras del ex presidente.

Acá está. Este es Daniel Scioli, el gobernador de la provincia de Buenos Aires. El candidato presidencial favorito de las encuestas. El argentino impasible. El capataz paciente que espera la jubilación de su jefa para tomar el timón. El político que hizo de la ambigüedad un estilo discursivo.

Para Scioli, la lealtad –elemento vertebral, cohesionador y ordenador del peronismo histórico, que el kirchnerismo aceptó sin matices– es un valor parcial. Por un lado, respeta el libreto que le llega desde Balcarce 50, pero, al mismo tiempo, hace su remake. Teje un relato elástico con ingredientes de ambas orillas de la grieta (kirchnerismo vs antikirchnerismo). Según la coyuntura y, obviamente, sus intereses inmediatos, modifica el guion. Sobre esa tensión discursiva construye su capital político.

Por ejemplo, la polarización. El principal recurso comunicacional del Gobierno nacional para construir hegemonía, el marplatense lo utiliza a medias. Incorpora la negatividad hacia los partidos opositores (“rejunte”, “nueva alianza” “espacios en contra de”), pero evita la dicotomía de alto voltaje contra Clarín, el sector empresarial y el campo. En otras palabras: se sube al ring político-institucional, pero se saca los guantes contra los pesos pesados de la economía.   

El Gobernador asume la bandera de la soberanía, la independencia económica y la disputa contra los holdouts, pero, en simultáneo, contrabandea frases como: “Quiero darles tranquilidad, certidumbre y mucha confianza”, “Conmigo, me conocen, no van a tener sobresaltos ni sorpresas”. O, directamente, envía a su referente en finanzas,  Miguel Bein, a copar los titulares de los diarios con una consigna resonante: “Argentina debería negociar con los fondos buitre para pagar no más del 70% del reclamo total.”

En el ¿cómo?, Scioli también traza sus diferencias. Si desde la Casa Rosada todo acontecimiento político, por más nimio que sea, se viste de épica setentista, el líder de la ola naranja prefiere asociar su imagen al sacrificio diario. Usando de plataforma su etapa como motonauta, construye el perfil de deportista mártir, disciplinado y obstinado que supera cualquier tipo de adversidad (ejemplo patente de esta analogía, el spot “Acá está”). Queda en el tintero si el estoicismo frente al kirchnerismo de pura cepa, que él mismo escogió como estilo comunicacional, es el obstáculo a sortear en esta fase de su vida.

Para sostener este doble carril discursivo, Scioli recurre a la máxima santidad, el papa Francisco. A partir de él forja su glosario: “diálogo”, “paz”, “encuentro”, “fe”, “esperanza”, “conciliación” y “concordia”, todas palabras alejadas del vocabulario beligerante que baja de la cúspide del Ejecutivo. Hasta inclusive, en la mayoría de sus actos, utiliza varias frases del responsable del Vaticano, como “El valor de la cultura del encuentro o “La unidad es superior al conflicto”. Recursos que le permiten evadir definiciones tajantes o comprometedoras, y, en paralelo, desarman  el argumento de la oposición de que, con su ascenso al sillón de Rivadavia, la sociedad continuará partida en dos.

A pesar de esta retórica pacifista y este equilibrio, el Gobernador tiene sus altercados con los medios de comunicación tradicionales. Tanto el conglomerado de Magnetto como el diario de Mitre se muestran poco tolerantes con su indeterminación. En cada entrevista, lo empujan a definirse. Intentos que, sin embargo, no le sacan ni una gota de sudor: Scioli es un especialista en irse por la tangente.

El kirchnerismo ortodoxo, frente a esta indecisión, también ha generado su anticuerpo: Florencio Randazzo. El ministro del Interior y Transporte, al percibir que con el speech de la renovación ferroviaria no le alcanzaba, ha asumido con gusto el discurso de barricada propuesto por los intelectuales de Carta Abierta contra el Gobernador. Pero en vano. No ha alterado, en lo más mínimo, los estudios demoscópicos. La encuesta más fresca, realizada por la consultora Aresco y Asociados, muestra a  Scioli con el doble de intención de voto en la interna del Frente para la Victoria. El oriundo de Chivilicoy,  ex jefe de Gabinete de Felipe Solá y “ahijado político” de Duhalde, se acordó tarde de bajar de Sierra Maestra.

Resta por saber si esta ambigüedad de Scioli es calculada o genética. Duda que puede llegar a extinguirse si recibe el bastón presidencial el 10 de diciembre. Ahí empezaría a decantar si, al frente de la nave nodriza, su lengua se desata o no. Mientras tanto, podemos afirmar que el Gobernador es la paradoja discursiva del kirchnerismo: su templanza lo convirtió en la garantía de supervivencia de un espacio caracterizado por la diatriba, el histrionismo y las arengas encendidas.