Bullying mediático: el caso Massa

Se lo ve agotado. Molido. Las frases le pesan. Sus reflejos mediáticos han decaído. Ya no es el mismo de meses atrás. Ale -así lo llama a Fantino- le hace de terapeuta en Animales Sueltos. La entrevista se torna circular. Redundante. Ambos intentan -en vano- entender qué pasó: hace un puñado de meses atrás, era el retador estrella para tumbar al kirchnerismo; hoy, en cambio, empieza a rozar la cifra de un dígito en las encuestas. El análisis termina en indignación: “Hace un año que el deporte político en la Argentina es pegarme”.

Sergio Massa es el reflejo nítido de la Argentina pendular. De kryptonita de Cristina Fernández a opositor de cabotaje. De sensación televisiva a piantarating. De imán del peronismo bonaerense a político desairado por sus socios del conurbano. De una oratoria consensual a una diatriba que no deja títere con cabeza. Todo ha cambiado para este joven abogado de 43 años. Todo en tan solo medio almanaque.

El adjetivo testimonial acecha al candidato tigrense. Y lo sabe. Por eso, el cambio de estrategia discursiva. Poco queda de aquella narrativa sustentada en el diálogo, la armonía y los mensajes papales. A medida que su figura se fue apagando, el líder del Frente Renovador fue afilando sus exposiciones, subiendo el volumen. Menos propuestas e iniciativas, más ataques directos a Daniel Scioli y Mauricio Macri y más dardos contra el “círculo rojo”. A tal punto que la semana pasada se solidarizó con Martín Lousteau, otra “víctima” del antikirchnerismo rabioso que desea pulir la grieta de cara a las PASO nacionales. Continuar leyendo

Margarita, la abanderada

Me hace feliz ser una candidata testimonial. Yo digo que se trata de dar testimonio de mis ideas y conductas.

Hay que largar la calculadora y votar con la cabeza y el corazón.

Nunca elegí hacer política por un cargo.

 

El kit de frases retumbantes pertenece a Margarita Stolbizer, candidata del frente Progresistas -integrado por el Partido Socialista, Libres del Sur y GEN- a la Presidencia de la Nación. Una política que ha decidido anclar su discurso por fuera de la polarización que proponen el kirchnerismo y el entramado opositor, liderado por Mauricio Macri, para desandar el año electoral. Apuesta que no le ha salido barato. Desde ambas orillas de la grieta la apedrean a diario. Dos ejemplos recientes: Elisa Carrió y Diego Bossio.

Reacia a la especulación, los extremos y las capitulaciones, Stolbizer retoma la bandera de la socialdemocracia autóctona. Emblema que, en un pasado, supieron levantar Lisandro de la Torre, Alfredo Palacios, Arturo Illia, Raúl Alfonsín, Alicia Moreau de Justo y Guillermo Estévez Boero. Todos representantes de la República sensible, constructo ideológico que, históricamente, defendió la búsqueda de la igualdad -esencialmente mediante una educación y una salud públicas de jerarquía- y la ampliación de los derechos individuales y sociales. Nada maximalista: un Estado gravitante en la economía, pero que no asfixie la iniciativa privada ni pisotee las libertades personales. Continuar leyendo

Cristina, Daniel y la muralla china

Primero, fue un Caballo de Troya cargado de legisladores de La Cámpora en la legislatura bonaerense. Fracasó. De la mano de José Ottavis, vicepresidente de la Cámara de Diputados, los cuadros juveniles fueron los primeros en apostar por Scioli a la Nación. El segundo intento de cerco se llamó Gabriel Mariotto. También falló. El vicegobernador, otrora crítico acérrimo del número 9 de La Ñata, hoy es el surfer número uno de la ola naranja. Ahora, es el turno del apóstol incondicional de Cristina Fernández, Carlos “el Chino” Zannini.

La Presidenta entró –antes de lo esperado– en la campaña. Y lo hizo, como sabe, convulsionando la agenda. CFK entiende, como pocos en la política criolla, la naturaleza del poder. A lo largo de estos ocho años, ha demostrado una habilidad inusitada para mantener firmes las riendas en sus manos. La configuración del binomio Daniel Scioli-Carlos Zannini es otra prueba rotunda. “La Jefa” comprendió que la mejor forma de evitar el síndrome del pato rengo no es ni contemplar ni arbitrar la contienda electoral, sino jugarla. Estar en la cancha. Embarrarse.

La maniobra no termina ahí. A Cristina le preocupa –y mucho– el futuro. Especialmente del 10 de diciembre en adelante. Por eso, en caso de un triunfo del candidato oficialista, el objetivo primordial  del “Chino” será sitiar a Scioli. Oficiar de muralla, para que este último no le tome el gustito al bastón presidencial y ponga en riesgo el “operativo retorno” en el 2019. Mantenerlo a una distancia considerable de esa colosal maquinara de poder llamada PJ: liga de gobernadores, CGT y barones del conurbano. Que no llegue a colonizarla, y si es posible, ni a tentarla con la chequera. CFK sabe con qué bueyes ara.

Si la voluntad popular acompaña, lo secundarían en la albañilería de dicho muro, Máximo Kirchner,  Axel Kiciloff y Eduardo Wado de Pedro. El tridente camporista encabezará las listas de candidatos a diputados nacionales por Santa Cruz, Capital Federal y provincia de Buenos Aires, respectivamente.             

Ahora, ¿quién es el encargado principal de esta misión?  A contra natura del Gobernador, Carlos Zannini, Secretario Técnico y Legal de la Presidencia, desde el minuto cero del kirchnerismo hasta hoy, es un cuadro político proveniente de la militancia revolucionaria. Integrante de la Vanguardia Comunista (actual PRML), fuerza de orientación maoísta, estuvo preso –junto a otras figuras resonantes, como Jorge Taiana, Carlos Kunkel y el socialista Alfredo Bravo– durante el gobierno de Isabelita y la última dictadura militar (1974-1978). En los ochenta, con la llegada de la democracia, calmó sus ansias de insurrección y trabajó en un frigorífico mientras finalizaba sus estudios de abogacía en la Universidad Nacional de Córdoba. Promediando el alfonsinismo, se mudó a Río Gallegos. Ahí conoció, a través del entonces chófer Rudy Ulloa, al matrimonio Kirchner. La relación, sustentada en una profunda confianza – tanto persona como política–, se mantiene  hasta el presente. ¿Su secreto? Un perfil bajo que raya el esoterismo.

Su última tarea fue entrenar a Florencio Randazzo para que le haga de sparring a Scioli en la interna del Frente para la Victoria. Plan que terminó en un affaire. La jefa del Ejecutivo, en otra muestra de fortaleza, a horas del cierre de listas, le bajó el pulgar al hombre de los trenes. Como premio consuelo, le ofreció la provincia de Buenos Aires. El ministro del Interior y Transporte la rechazó. Prefirió cumplir con su palabra que traccionar electoralmente, desde el distrito más grande del país, la candidatura del ex motonauta. Afuera del kirchnerismo, reconocieron su coherencia; adentro, Aníbal Fernández empezó su crucifixión el viernes, tildándolo de singlista.

Cristina, con la inclusión de su ladero en el tándem presidencial, terminó de polarizar el mapa electoral. Dos discursos antitéticos atravesarán la contienda: el populista, encarnado en el Frente para la Victoria, y el republicano, personificado en el frente que encabeza Mauricio Macri, que, en función de esta dicotomía, terminó optando por Gabriela Michetti para condensar una propuesta 100% PRO. Dos interpretaciones de la democracia: una que hace hincapié en su carácter sustantivo, el bienestar de la mayoría, y otra que pone el foco en su funcionamiento, respeto de las reglas y las instituciones.  Escenario que habían pronosticado dos intelectuales de envergadura, como Juan José Sebreli y Ernesto Laclau.

Pero éste no será el único combate. En paralelo, se desarrollará la lucha intestinal del peronismo, protagonizada por la escuadra naranja y el kirchnerismo de paladar negro. Claro que no será televisada ni supeditada al mandato de las urnas. No. Será silenciosa.  Hermética. De entrecasa, como les enseñaron Néstor y Cristina. Y, sobre todo, como nos tiene acostumbrados el justicialismo, con final abierto.

Scioli, el capataz paciente

Es 9 de septiembre de 2010. En el centro del escenario, Néstor Kirchner gira noventa grados, carga su dedo índice, apunta y dispara: “Le pido al gobernador Scioli que me diga quién le ata las manos”. Miles de peronistas aplauden el escarnio en el barrio de La Boca. La TV Pública refuerza la humillación con un primer plano del ex motonauta, que resiste el embate como puede. De las cejas tensas, el entrecejo fruncido  y los dientes apretados, microexpresión que revela ira, pasa –en una décima de segundo– a asentir con la cabeza, de forma obediente, las palabras del ex presidente.

Acá está. Este es Daniel Scioli, el gobernador de la provincia de Buenos Aires. El candidato presidencial favorito de las encuestas. El argentino impasible. El capataz paciente que espera la jubilación de su jefa para tomar el timón. El político que hizo de la ambigüedad un estilo discursivo.

Para Scioli, la lealtad –elemento vertebral, cohesionador y ordenador del peronismo histórico, que el kirchnerismo aceptó sin matices– es un valor parcial. Por un lado, respeta el libreto que le llega desde Balcarce 50, pero, al mismo tiempo, hace su remake. Teje un relato elástico con ingredientes de ambas orillas de la grieta (kirchnerismo vs antikirchnerismo). Según la coyuntura y, obviamente, sus intereses inmediatos, modifica el guion. Sobre esa tensión discursiva construye su capital político. Continuar leyendo

Macri, el candidato que no transpira

El Jefe de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, es un experto en producir shocks visuales. Su interpelación hacia el ciudadano se produce, principalmente, a través de impactos estéticos. La imagen es el mensaje. Acorde a los tiempos que corren, donde lo iconográfico avanza decidido sobre lo discursivo, el presidenciable busca convencer especialmente desde lo óptico. Léase: bailes originales – y envidiados por gran parte de la góndola política criolla– en un búnker electoral, que se viralizarán hasta el cansancio por las redes; o gigantografías, carteles y otros juguetes del marketing político que, con tan solo diez minutos de bicisenda, terminan por convencerlo a uno de que su color preferido siempre fue el amarillo. Continuar leyendo