Me hace feliz ser una candidata testimonial. Yo digo que se trata de dar testimonio de mis ideas y conductas.
Hay que largar la calculadora y votar con la cabeza y el corazón.
Nunca elegí hacer política por un cargo.
El kit de frases retumbantes pertenece a Margarita Stolbizer, candidata del frente Progresistas -integrado por el Partido Socialista, Libres del Sur y GEN- a la Presidencia de la Nación. Una política que ha decidido anclar su discurso por fuera de la polarización que proponen el kirchnerismo y el entramado opositor, liderado por Mauricio Macri, para desandar el año electoral. Apuesta que no le ha salido barato. Desde ambas orillas de la grieta la apedrean a diario. Dos ejemplos recientes: Elisa Carrió y Diego Bossio.
Reacia a la especulación, los extremos y las capitulaciones, Stolbizer retoma la bandera de la socialdemocracia autóctona. Emblema que, en un pasado, supieron levantar Lisandro de la Torre, Alfredo Palacios, Arturo Illia, Raúl Alfonsín, Alicia Moreau de Justo y Guillermo Estévez Boero. Todos representantes de la República sensible, constructo ideológico que, históricamente, defendió la búsqueda de la igualdad -esencialmente mediante una educación y una salud públicas de jerarquía- y la ampliación de los derechos individuales y sociales. Nada maximalista: un Estado gravitante en la economía, pero que no asfixie la iniciativa privada ni pisotee las libertades personales.
Pero la única mujer que aspira a la Presidencia ha actualizado la categoría socialdemócrata. O, mejor dicho, la ha modelado a estos tiempos. Después de doce años de corrupción estructural, tanto en la esfera pública como en la privada, la dirigente del GEN ha plantado a la decencia como pilar fundacional de su proyecto. Retomando al filósofo Avishai Margalit, ha subrayado la importancia de la honestidad, la transparencia y la moral en las instituciones públicas. Sin ellas, la autoridad estatal flaquea y, como síntoma, emergen la humillación, la anomia y el egoísmo.
El segundo cimiento es el camino hacia la igualdad. La cabecilla de la centroizquierda considera que dos de los principales flagelos de la actualidad, narcotráfico e inseguridad, son consecuencia directa de la desigualdad. Para ello, propone una reforma tributaria de calado, donde el peso del fisco recaiga sobre el capital financiero especulativo o intangible y, en simultáneo, un alivio del impuesto a las ganancias que asfixia al sector salarial. En otras palabras: invertir la geometría del sistema actual.
Los derechos humanos completan la narrativa. En esta materia sensible, que hasta el momento ha sido omitida por Mauricio Macri, Daniel Scioli y Sergio Massa, la diputada nacional garantiza la continuidad de los juicios por crímenes de lesa humanidad y además se postula como un estadio superior del kirchnerismo. ¿Cómo? Ampliando su simbología. El hambre, la desnutrición infantil, la precarización laboral, la falta de vivienda, la discriminación, entre otros problemas, según ella, también son derechos humanos dignos de atender por el Estado.
Stolbizer despliega todo este andamiaje discursivo con una gran capacidad pedagógica. Posee precisión conceptual. Sustenta sus posiciones con argumentos robustos. Sabe pasar de lo abstracto -metáforas, analogías, comparaciones, metonimias, etc.- a lo concreto -datos, estadísticas, hechos, imágenes, etc.- y viceversa. No emplea tecnicismos. Utiliza un vocabulario sencillo, tangible y directo, pero con profundidad analítica. En fin, un estilo sobrio, compacto y prudente que, es cierto, no genera ni grandes titulares ni levanta el rating por las nubes.
Y una observación llamativa. En una época donde la falacia ad hominem (se ataca a la persona y no a los argumentos) es moneda corriente, Stolbizer permanece reticente al lenguaje cloacal. Los golpes bajos o las descalificaciones no forman parte de su catálogo. Ella se mantiene ajena a esa patología nacional. Su debate se circunscribe al plano político. Dentro de esos marcos, combina sosiego con temperamento, diálogo con intransigencia y respeto con diferenciación de aquellos que están en las antípodas de su pensamiento.
Hasta ahora, son todos sobresalientes en el boletín. Bien. Pero, entonces, ¿por qué su coeficiente de poder es tan exiguo y su nombre no encabeza ninguna encuesta? Acotando la respuesta al terreno comunicacional, Margarita carece de un destinatario concreto. El kirchnerismo, continuando el linaje peronista, invoca la pasión del pueblo. Macri and company, en sentido contrario, apelan a la racionalidad del ciudadano. Y el espacio Progresistas, quizás porque se encuentra en fase germinal, tiene vacante esa figura. Y sin un sujeto discursivo para interpelar se hace ardua -por no decir imposible- la elaboración de un relato que enamore a las grandes mayorías. Deuda de larga data en la centroizquierda casera.
Otra hipótesis sería de carácter sociológico-axiológico. Coherencia, honradez, austeridad y moderación, palabras que calzan perfecto como epígrafe en una fotografía de la presidenciable de Progresistas, no son valores morales premium en la sociedad argentina. Su lenguaje emocional estaría pescando en el río equivocado; ergo, tendría que cambiar la dirección del mensaje. O, quizás, haciendo autocrítica social: nuestra escala de valores está tan deteriorada que ignoramos o no apreciamos una candidata con dicha ética; por ende, ahí, los que deberíamos revisar sus simpatías políticas somos nosotros. Todo puede ser.