Los habaneros, hartos con la crisis del transporte urbano

Pasada las siete de la mañana, en la populosa intersección habanera de 10 de Octubre y Acosta, un enjambre de personas espera un ómnibus del servicio público. Es horario pico. Decenas de trabajadores, estudiantes o ancianos que deben asistir a una cita médica, se aglomeran en la parada.

Cuando arriba la guagua, la gente forcejea para poder subir. Pero siempre parte con un racimo de jóvenes colgados en las puertas. Niurka, que es enfermera, no puede subir al ómnibus y debe esperar el siguiente.

“Es mi drama diario. Desde que nací en 1976, lo del problema del transporte en La Habana es endémico”, comenta.

Hay pequeños oasis, pero si algo nunca han tenido los habaneros es un transporte público decente. Sergio, obrero, está que suelta humo. En el zarandeo por subir al P-6 le hurtaron su billetera con 120 pesos [cubanos]. “Además de perder tres horas en ir y venir al trabajo, los carteristas me roban el dinero. No sé cuándo estos descarados del Gobierno van a mejorar el desastre que son las guaguas”, reclamó.

El servicio de ómnibus urbano siempre ha sido una asignatura pendiente del régimen verde olivo. Incluso en la etapa que el Kremlin de Moscú extendió un cheque en blanco y conectó una tubería de petróleo hacia la Isla, el transporte no gozó de buena salud.

En los años 60 Castro adquirió un lote de ómnibus Leyland en Gran Bretaña para sustituir a los GM estadounidenses que por falta de piezas de recambio dejaban de circular. También se compraron Skoda a la antigua Checoslovaquia. Pero ni así. En 1970-1980 se trajeron ómnibus Hino de Japón, Pegaso de España e Ikarus de Hungría.

En La Habana llegaron a circular 2 mil 500 ómnibus y existían más de 110 rutas. Pero en horario de máxima afluencia, los autobuses viajaban atestados con personas colgadas en los estribos y hasta en el techo.

Tras el derribo del muro de Berlín y la desaparición del campo socialista de Europa del Este, se instauró en Cuba el llamado ‘periodo especial en tiempos de paz’, un estado de guerra sin bombardeos, llegó lo peor. La flota de vehículos se redujo a poco más de cien. Desaparecieron casi todas las rutas de ómnibus y la gente tuvo que optar por caminar varios kilómetros cada día o utilizar pesadas bicicletas chinas para desplazarse de un sitio a otro.

Entonces, algún burócrata que seguramente tenía auto, diseñó el ‘camello’. Un remolque chapucero adosado en un camión de carga que podía transportar hasta 350 personas apiñadas como reses camino al matadero a más de 33 grados de temperatura. Una verdadera sauna.

En los ‘camellos’ se vio de todo. Peleas de boxeo dignas de una final olímpica, hurtos por habilidosos carteristas y un lugar preferido para maniáticos sexuales.

“Una vez, en un camello me quitaron una cadena de oro 18 quilates y ni cuenta me di. El tipo era un artista del robo. Sin contar las broncas con los masturbadores y ‘jamoneros’, que se te pegaban por detrás durante todo el trayecto. Era alucinante”, rememora Ana, quien ahora reside en Roma.

En 2007, el régimen compró más de 500 ómnibus articulados a China, Rusia y Bielorrusia para sustituir los infernales ‘camellos’. La empresa Metrobus, encargada del servicio del transporte urbano por las principales arterias de La Habana, diseñó un plan maestro.

Creó 16 rutas principales, antecedidos con la sigla P, que cubrían las vías más importantes de la ciudad. Las rutas debían tener una frecuencia entre 5 y 10 minutos en horario pico.

Pero el buen servicio apenas duró un año. Por falta de piezas de repuestos o impagos a los compradores, más de 200 ómnibus articulados dejaron de circular creando un caos en el servicio.

En La Habana, como promedio, unas 600 mil personas se trasladan diariamente en ómnibus. El gobierno no tiene un proyecto coherente para paliar el déficit en el transporte capitalino.

“Todo es a cuentagotas. Hace casi dos años comenzaron a rodar 30 ómnibus articulados Yutong, en sustitución de los Laz de Bielorrusia. Pero el parque real que necesitamos es de 90 buses. Para cubrir la diferencia se desviste un santo para vestir a otro. Se cogieron diez guaguas de la terminal del Alberro, en el Cotorro -al sureste de La Habana- intentando mejorar el servicio. Conclusión: ni damos un buen servicio nosotros ni la terminal del Alberro”, dijo Arsenio, chofer de la ruta P-3 con paradero en Alamar, al este de la ciudad.

A día de hoy, ruedan menos de mil ómnibus en La Habana, insuficientes para una urbe con más de dos millones de habitantes. La capital no cuenta con tren suburbano ni metro.

En el verano de 2012, el Estado autorizó las cooperativas en el transporte de pasajeros. Circulan alrededor de 60 vehículos con aire acondicionado y capacidad para 27 pasajeros sentados. Cada uno paga cinco pesos por el viaje.

Son autobuses dados de baja en turismo que tienen más de 200.000 kilómetros recorridos. “Hay que hacer milagros para mantenerlos rodando. Los trabajadores deben pagar de su bolsillo las piezas de repuesto. El ómnibus que manejo lleva casi un mes parado”, aclara Francisco Valido, cooperativista y disidente.

“Con la hoja de ruta del presidente Obama, espero que los cooperativistas de mi base podamos solicitar un crédito en Estados Unidos y adquirir piezas y ómnibus nuevos. Si el gobierno nos autorizara, compraríamos 50 guaguas nuevas y podríamos ofrecer un servicio de calidad”, explica.

Francisco Valido ha escrito un par de cartas al ministro de transporte [César Ignacio Arocha], abogando por una estrategia racional para mejorar las prestaciones del transporte urbano. Hasta ahora, ha recibido la callada por respuesta.

El béisbol como negocio

Sentado en una grada de cemento del terreno número uno de la Ciudad Deportiva, en Primelles y Vía Blanca, en el municipio habanero del Cerro, Rosniel cuenta sus proyectos de futuro.

Es el padre de un pelotero de 16 años que juega en la selección de Artemisa, en el campeonato nacional juvenil, que en estos momentos se efectúa en la Isla. La novena de Artemisa tiene pactado un doble juego con la potente escuadra de La Habana.

Bajo un sol de fuego, los bisoños juegan una pelota agresiva. Junto a cucuruchos de maní vacíos y un pomo plástico de agua congelada, Rosniel observa el partido.

“Desde que mi hijo integró la selección artemiseña en la categoría 11 y 12 años, es raro que yo o lo madre no acudamos a los juegos y entrenamientos. Antes el Estado costeaba los implementos y la alimentación. Ahora es a medias. Si el muchacho tiene talento, obtiene una beca en una escuela deportiva. Aunque la comida es mala y los bates, guantes y pelotas también, al menos le garantizan un mínimo. Los que no están en una EIDE o Centros de Alto Rendimientos, la familia debe correr con los gastos”, señala.

“El béisbol puede ser un buen negocio si tienes un hijo con talento. Desde luego, tienes que hacer una inversión. Comprarle guantes en pesos convertibles, bate de aluminio, pelota y spikes, te gastas de 150 a 200 cuc. Para los torneos provinciales tienes que mandarle a hacer los uniformes, que pueden costar hasta 30 cuc, o que un pariente en Miami te mande uno”, apunta, mientras sigue con atención el turno al bate de su hijo.

Una curva del prometedor lanzador derecho capitalino Jorge Castro lo hace lucir ridículo. El padre se levanta como un resorte y se acerca detrás de la malla. Con sus manos como bocina vocifera: “No vires la cara, no abras tan rápido los hombros. Ya lo viste, que no te sorprenda de nuevo con el rompimiento”, imparte a gritos un cursillo exprés de bateo.

El chico conecta una línea feroz al centro del terreno y el padre salta de júbilo en las gradas. “Ése es mi chama. Además de la preparación por parte de los entrenadores, yo le diseñé un plan de preparación a base de pesas y repeticiones de swings. Lo ideal sería que integrará el equipo nacional de categoría juvenil. La cosa está dura, hay mucha calidad, pero voy a mi gallo”, apunta con un dejo de orgullo.

Según Rosniel, su proyecto debe fructificar a mediano plazo. “Cuatro, cinco años quizás. Por el camino que van los acontecimientos, mi hijo y otros muchachos no van tener que huir en una balsa. Puede que para esa fecha los contratos en la MLB sean legales. Aunque yo prefiero manejar las finanzas de mi hijo. Bastante he gastado y me he jodido”, confiesa.

Y añade: “Desde luego que una granja en organizaciones de Grandes Ligas, con técnicas avanzadas de preparación, es importante para dar un salto adelante en su progresión. Pero es paso a paso. Ahora la meta es llegar a Series Nacionales y pulir deficiencias. Luego veremos”.

Como Rosniel, dos docenas de padres se apiñan en un sector de las gradas, intentando protegerse del sol. En el intermedio del primer partido, les llevan almuerzo, jugo y agua fría a los jugadores.

El sueño de todos es que sus hijos puedan jugar pelota de manera profesional y ganar salarios jugosos. Si son de seis ceros, mucho mejor.

Hacen anécdotas de peloteros cubanos que triunfan en la MLB y cómo han sacado a su familia o ayudan a sus parientes pobres en Cuba.

“Si llegan a Grandes Liga ya no tienen agobios financieros. Pero conozco a familiares de peloteros como Joel Galarraga y Yasser Gómez [dos ex peloteros de Industriales]. Ellos no han llegado, pero les giran remesas suculentas a los suyos”, indica Carmen, madre de un jugador de campo del equipo La Habana.

Desde edades tempranas, padres, madres y abuelos acompañan a sus hijos y nietos a los campos de entrenamientos. A partir del éxito de un grupo de peloteros cubanos en la MLB, muchos ven una posibilidad en invertir y apoyar a sus hijos como una forma de allanar el camino hacia la Gran Carpa.

“No todos llegan, pero si juegas en cualquier organización de la MLB ya te pagan un buen billete en dólares. Con los 1.000 pesos que pagan a los peloteros aquí, no alcanza ni para las meriendas”, apunta Onelio, abuelo de un chico que juega en la categoría Sub-15.

No solo las familias de niños y jóvenes que practican béisbol lo ven desde la perspectiva de un negociante. El Estado ya ocupó un lugar en la cancha.

Luego de 52 años de discursos virulentos contra del deporte profesional, tras un goteo incesante de atletas que saltan las cercas, el Estado se ha sumado a lo que pudiera ser un lucrativo negocio.

Potencialmente, sobre todo después del éxito en la MLB de jugadores como Aroldis Chapman, José Dariel Abreu y Yasiel Puig, el béisbol cubano es un negocio que puede mover entre 600 y 900 millones dólares en conceptos de contratos.

Antonio Castro, hijo de Fidel y playboy de la burguesía verde olivo, ha pedido abiertamente negociar con los dueños de equipos en la MLB. Ha realizado un lobby agresivo para que, en 2017, los jugadores cubanos emigrados puedan competir con la escuadra nacional en el IV Clásico.

Su deseo es que las Grandes Ligas abran las puertas a la pelota nacional y tras bambalinas, forrarse de dólares mediante la afilada cuchilla fiscal impositiva y las coimas a Cubadeportes.

Para el régimen, es un negocio al seguro. Para los padres que están hasta 6 horas sentados en una grada de cemento durante una jornada de doble juego vespertino, que sus hijos triunfen en el mejor béisbol del mundo es un sueño posible. Lo mismo que sacarse la lotería.

Fidel Castro, de protagonista principal a actor de reparto

Cuando Norge, gerente de una discoteca, supo por un amigo que tiene internet en su casa, del revuelo mediático internacional sobre el presunto deceso del barbudo Fidel Castro, la noticia le provocó sensaciones encontradas.

“Para el mundo el gran titular podría ser la muerte de Fidel. Pero para los cubanos el día después de su fallecimiento sumaría una cuota insoportable de culto a la personalidad y constantes evocaciones en la prensa. ¿Te imaginas? Un mes como mínimo de duelo nacional, largas colas en el Memorial José Martí de la Plaza de la Revolución para firmar un libro de condolencias y programas especiales todo el día en la televisión y radio nacionales. Tiradas extras de Granma y Juventud Rebelde, libros, conferencias sobre su vida y obra. Probablemente se inaugure un museo, diversas efigies en todo el país y sus citas y discursos importante nos saldrían hasta en la sopa. Su presencia intangible volvería a planear sobre la vida de los cubanos, que ya bastante tenemos con la escasez de dinero, comida y falta de futuro”, señala Norge gesticulando con las manos.

Fidel Castro es un personaje controvertido. Lo quieren o lo odian con la misma intensidad. Para sus devotos, está por encima del bien o el mal. Para sus detractores, es el culpable del desastre económico en Cuba, el déficit habitacional y la infraestructura del cuarto mundo. Durante 47 años gobernó con puño de hierro los destinos de la Isla. Su revolución hizo más hincapié en lo político que en lo económico. Coartó la libertad de expresión y de prensa y eliminó el habeas corpus.

Administró el país como una finca de su propiedad. Tenía prerrogativas ilimitadas. Sin consultar a los ministros, al soso parlamento nacional o a sus ciudadanos, abría la caja de caudales del erario público para construir un centro de biotecnología, refugios antiaéreos o comprar en África una manada de búfalas y experimentar con su leche. Dirigió la nación a golpe de campañas. Una mañana movilizaba al país para sembrar café, plátanos o edificar un centenar de círculos infantiles.

En política exterior tuvo una estrategia subversiva. Hasta su llegada al poder, jamás un mandatario de América Latina dedicó tanto dinero y recursos intentando exportar un modelo social. Entre 1960 y 1990 Castro envió tropas o asesores a una decena de países africanos. También una brigada de tanques a Siria, en la guerra de Yom Kipur con Israel en 1973.

Tenía una reserva gigantesca de autos, camiones o sardinas en lata. Desde una casona en el reparto Nuevo Vedado, sentado en una silla giratoria de cuero negro, dirigió a distancia la guerra civil de Angola. Como un bodeguero de barrio, estaba al tanto del rancho consumido por las tropas que tomaban parte en la batalla de Cuito Canavale, al sur de Angola.

Era puntilloso. Sus interlocutores, simples esculturas de cera y mantenía un gobierno paralelo que a una orden suya, desviaban fondos de la nación para conseguir algunos de sus caprichos. Con frecuencia caminaba por un pasadizo subterráneo que conectaba su oficina con la sala de redacción del diario Granma y escribía extensas gacetillas, cambiaba la plana o editaba las noticias.

En tiempos de huracanes, se desplazaba hasta el Instituto de Metereología, en Casablanca, al otro lado de la bahía de La Habana, y desde allí predecía el probable rumbo de un ciclón. O apartaba al manager de la selección nacional de béisbol para trazar personalmente las estrategias a seguir en un tope bilateral de Cuba contra los Orioles de Baltimore.

Durante 47 años, Fidel Castro fue protagonista indiscutible en la administración de Cuba. En toda sus facetas. Luego de su jubilación por enfermedad, en 2006, se dedica a escribir extravagantes reflexiones donde augura el fin del mundo y a investigar las propiedades “excepcionales” de la moringa.

La última noticia de Fidel Castro fue un escrito en el diario Granma analizando un editorial del New York Times sobre Cuba. Después de tres meses de silencio, en los últimos días los rumores sobre su muerte se han disparado en los medios internacionales.

Tal vez el runrun partió del Twitter donde el ex ministro de Kenia y líder de la oposición en ese país, Raila Odinga, el 4 de enero anunció el fallecimiento de su hijo de 41 años, llamado Fidel Castro Odinga. Pero lo cierto es que el anciano guerrillero no ha opinado públicamente sobre el histórico acuerdo del 17-D entre La Habana y Washington. Y ni siquiera se ha tirado una foto con los tres espías cubanos encarcelados en Estados Unidos, y cuyo regreso a la Isla fue una de sus políticas prioritarias desde 1998.

Mientras en el mundo se encienden las alarmas, la sensación que se percibe entre muchos cubanos de a pie es que prefieren a un Fidel Castro con bajo perfil noticioso.

“Que se muera cuando Dios quiera. Calladito es mejor. Ya habló bastante. Fue demasiado intrusivo y protagonista en nuestras vidas durante casi 50 años”, acota Daniel, chofer de ómnibus urbanos en La Habana.

El estresante quehacer diario en Cuba apenas ofrece espacio para especular sobre la salud del ex comandante en jefe. Juliana, jubilada, espera la noticia de un momento a otro. “Probablemente no goce de buena salud. Pero es que lo han matado tantas veces en Miami, que cuando se muera de verdad la gente no se lo va creer”.

En los últimos nueve años, Castro I ha pasado a ser un actor secundario en la política nacional. Mucha gente lo agradece y se pregunta en qué cambiaría la situación en Cuba tras su muerte. Si algo ha sabido vender el régimen es que el castrismo perdurará después de Fidel.

La pírrica victoria de Castro II

Después que pase el júbilo por la llegada a Cuba de los tres espías presos en Estados Unidos, cuando los medios oficiales terminen su campaña de panegíricos y se apaguen las luces montadas en las tribunas para que los agentes escuchen el aplauso del pueblo, el gobierno comandado por el General Raúl Castro deberá trazar planes de futuro.

Un futuro ignoto. Todavía el embargo económico y financiero de Estados Unidos tendrá que afrontar una auténtica batalla legislativa en el Congreso.

Pero, por orden ejecutiva del presidente Obama, el Estado cubano puede comprar mercaderías estadounidenses a empresas radicadas en el extranjero y hacer negocios en materia de telecomunicaciones que permitan al cubano de a pie conectarse a internet a precios asequibles.

De una forma u otra, cuando tuvieron dinero a mano, las empresas estatales siempre compraron mercancías en Estados Unidos. Si usted recorre las tiendas habaneras por divisas, encontrará electrodomésticos made in USA, manzanas de California y Coca-Cola.

A partir de ahora, adquirir productos a 90 millas será más simple. Se podrían comprar cientos de ómnibus GM para mejorar el pésimo transporte urbano de pasajeros. También miles de ordenadores Dell o HP para que las escuelas cubanas renueven su equipamiento y puedan acceder a internet. Excepto las universidades, el resto de los colegios públicos no tienen conexión a la red.

Solicitando una licencia, se podrán comprar toneladas de medicamentos para combatir el cáncer infantil, que la propaganda gubernamental nos contaba que debido al riguroso embargo resultaban inaccesibles.

También azulejos, muebles sanitarios y materiales de construcción de calidad, para que la gente pueda remozar sus desvencijadas viviendas.

La lista de lo que puede hacer el gobierno para mejorar la calidad de vida en Cuba es amplia. Curiosamente, la prensa estatal no ha publicado una línea sobre la hoja de ruta diseñada por Obama que benefician a los cubanos.

Del régimen no se espera otra cosa que intolerancia e inmovilismo hacia la oposición. Aceptemos que continuarán los palos, maltratos y linchamientos verbales a la disidencia pacífica.

Pero esperemos que a partir de enero de 2015, la autocracia verde olivo trace una estrategia para que los cubanos puedan vivir en un “socialismo, prospero y sustentable”.

Esto pasa por construir no menos de cien mil viviendas anuales. Reparar los destruidos hospitales y policlínicos. Aumentar la producción de frijoles, viandas y frutas, entre otros.

A lo mejor en las mesas aterriza por fin el prometido vaso de leche, para cada día desayunar como dios manda. La boca se le hace agua a muchos pensando en la venta a precios asequibles de carne de res, camarones y pescado.

Puede que finalmente se rehabilite el añejo acueducto que de acuerdo a informaciones oficiales, provoca que el 60% del agua potable no llegue a su destino.

Y es probable que a un banco estadounidense se le pueda pedir un préstamo destinado a la construcción de viviendas en los más de 50 barrios insalubres existentes en La Habana.

Muchos esperan que Castro II no ponga ahora cortapisas para que los trabajadores particulares puedan negociar directamente una línea de crédito con instituciones financieras de Estados Unidos.

Y de paso, amplíe la Ley de Inversiones Extranjeras, autorizando a los cubanos de la Isla a invertir en pequeñas o medianas empresas.

Por supuesto, después de hacer las paces con el enemigo, deben derogarse los costosos trámites que pagan los cubanos residentes en el extranjero cuando visitan su patria.

Ya en la acera del enfrente, los perversos yanquis no están al acecho, amenazando a la pequeña isla del Caribe, solo por escoger un modelo político diferente.

Entonces ya se puede legalizar que los compatriotas del exilio tengan derecho a la doble ciudadanía, votar en elecciones locales y postularse al aburrido y monocorde Parlamento local.

A fin de cuentas, son pocos “los mercenarios” como Carlos Alberto Montaner, Raúl Rivero o Zoé Valdés, si se comparan con la inmensa mayoría de emigrados que, según el régimen, claman por el fin del embargo y relaciones pacíficas entre las dos naciones.

Se acabó el trillado argumento de país acosado. Ahora Estados Unidos
 es un país hermano. Un vecino que desde el siglo XIX compartió con los mambises su derecho a la emancipación de España, según contaba emocionada una periodista del noticiero de televisión.

Por efecto dominó, pronto debe bajar el precio de la leche en polvo y el “impuesto revolucionario” al dólar que en 2005 le puso Fidel Castro.

Cualquier mañana de 2015, nos despertaremos con la noticia de que en las tiendas en moneda dura se dejarán de aplicar los aberrantes gravámenes de hasta un 400% a las mercancías.

También se espera que el Gobierno revise los precios estilo Qatar en la venta de autos. Y que la hora de internet en las salas de Etecsa sea la más barata del mundo, ahora que nos podremos conectar a cables submarinos estadounidenses que bordeen las costas cubanas.

Como los cuentapropistas no son delincuentes ni “contrarrevolucionarios”, es deseable que el magnánimo Estado los escuche e implemente una reducción de los absurdos impuestos. Esta vez, de seguro, se abrirá el solicitado mercado mayorista para los dueños de negocios privados.

Y, probablemente, con prisa y sin pausa, se estudie el aumento de los salarios a los trabajadores, a ese 90 y tanto por ciento que en 2002 votó a favor de la perpetuidad del socialismo fidelista.

Como Raúl Castro está convencido que con ciudadanos como los cubanos 
la revolución puede extenderse 570 años más, se supone que en la parrilla de salida ya debe estar un aumento sustancial de las jubilaciones a nuestros sufridos ancianos, los grandes perdedores de las tímidas reformas de pan con croqueta.

Las nuevas reglas de juego ponen a prueba al régimen.

Ahora se verá si es el embargo el culpable de que la carne de res y los mariscos estén desparecidos de la dieta nacional desde hace más de medio siglo. O si es el sistema.

Concedámosle a los autócratas un plazo de cien días para implementar mejoras en la calidad de vida de los cubanos. El reloj ya echó andar.

Cuando La Habana perdió el miedo

La noche anterior al viernes 5 de agosto de 1994, la barriada habanera de La Víbora sufría uno de los tantos apagones a los cuales “el período especial en tiempos de paz” (eufemismo con que el Gobierno denominaba la profunda crisis económica) nos tenía acostumbrados. A las 7 de la mañana todavía no había venido la electricidad. Sin ventilador, estaba empapado de sudor. Me levanté y decidí bañarme, con un cubo de agua (tener ducha era un verdadero lujo).

Ya en mi casa habían comprado los cinco panes que nos tocaban por la libreta de racionamiento, agarré el mío y me lo comí, a capela (la mayonesa, la mantequilla y el queso crema también eran un lujo). En el refrigerador quedaba un poco de yogurt, le eché azúcar y me lo tomé. Salí con el único short bermuda que tenía, una vieja camiseta sin mangas y unas chancletas gastadas. Me senté en la esquina, a hablar con varios amigos, que estaban tomando fresco y dejando correr el tiempo. Era lo mejor que se podía hacer en el caluroso verano de 1994 si no se quería tener problemas con la Policía y la Seguridad del Estado.

Enseguida, el tema de conversación se centró en lo que entonces era una obsesión para los habaneros: ver cómo podían llegar a la Florida sin ser detectados por guardacostas cubanos o estadounidenses y, sobre todo, no ser merienda de tiburones.

En eso estábamos, cuando un amigo llegó corriendo y nervioso nos pregunta si no habíamos escuchado la última noticia, que parientes de Miami lo habían llamado y le habíán dicho que estaban preparando embarcaciones para recoger a todos los que quería irse, que ya había mucha gente congregándose a lo largo del Malecón.

Subí rápido a la casa, me cambié las chancletas por el único par de tenis, igual de gastados, pero más resistentes que teníá. En eso, mi madre me dijo que desde España había llamado Lissette Bustamente, una periodista amiga que trabajaba para el diario español ABC para saber si nos habíamos enterado de lo que estaba pasando por el Malecón (en aquella época, casi siempre nos enterábamos de lo que pasaba en Cuba por llamadas de periodistas y amigos en el exterior). Lissette quería saber si por la televisión estaban diciendo algo, le dijo que nuestro televisor -ruso, de la marca Krim- llevaba más un año roto, que yo iba a ir a casa de una vecina, a ver si estaban dando alguna información. No le comenté a mi madre sobre el rumo que ya estaba circulando por la calle y lo que hice fue quitarme la camiseta sin mangas y ponerme un pulóver, por si las cosas se complicaban.

Cuando bajé, un chofer de la ruta 15, cuyo paradero o terminal en aquel tiempo quedaba al doblar de la casa, había logrado sacar una guagua y nos invitaba a montarnos e irnos con él, para llegar más rápido al caos que en cuestión de horas se formó por las céntricas avenidas del Puerto y Malecón, en el Paseo del Prado y los barrios marginales de la capital, como Colón, San Leopoldo, Jesús María y Cayo Hueso.

Para ganar tiempo, el chofer desvió el trayecto de la 15, un ómnibus que hacía uno de los recorridos más largos de la ciudad, atravesando zonas populosas de los municipios 10 de Octubre, Cerro, Centro Habana y Habana Vieja. Durante el viaje, al vehículo fue subiendo gente ansiosa por llegar a las proximidades del Malecón, por si se producía una nueva estampida migratoria como la de 1980, cuando por el Puerto del Mariel se fueron más de 125.000 cubanos.

De aquel día, lo que más grabado se me quedó fue una multitud, mayoritariamente formada por negros y mulatos, gritando ¡Abajo Fidel! y ¡Abajo la dictadura!

Cerca de las 8 de la noche regresé a la casa. En el televisor de la vecina de enfrente, mi madre había visto cuando el gobernante cubano, rodeado de escoltas con armas largas, se bajaba de un auto frente al Capitolio. Ella no sabía de dónde yo venía y quiso compartir conmigo la escena trasmitida por la televisión cubana: “Iván, cuando vieron a Fidel, los que hasta ese momento estaban gritando contra él, enseguida empezaron a aplaudir y darle vivas. Eso es prueba de las dos caras y del temor de este pueblo, por eso esta dictadura va a durar 100 años o más”, me dijo.

Pese al vaticinio materno, el 5 de agosto de 1994 ha quedado como el día en que los habaneros por unas horas perdieron el miedo y salieron a las calles a protestar. Una fecha para no olvidar.

Lo que nos dejó la URSS

Todavía en los libros de historia universal de escuelas secundarias o preuniversitarias en Cuba, el tema soviético se maneja con pinzas.

Se recuerda a su padre fundador Vladimir Ilich Lenin, la epopeya de la Segunda Guerra Mundial con sus 20 millones de muertos (dato viejo, fueron 27 millones y no pocos murieron por un disparo en la nuca de sus propios camaradas o en un tenebroso gulag), y la ayuda desinteresada de la URSS en los primeros años de la revolución verde olivo. 

A Zoraida, estudiante de tercer año de bachillerato y amante de la historia, cuando le pregunto sobre aquella nación conformada por quince repúblicas europeas y asiáticas, sin apenas tomar aire, me suelta una parrafada calcada de los manuales escolares.

“La Revolución de Octubre fue fundada en 1917 por Lenin, y a pesar de las agresiones de naciones occidentales se consolidó como una gran potencia mundial. Fue el país con más muertos durante la Segunda Guerra Mundial, 20 millones (persiste en el error), y tuvo que luchar sola frente a las hordas fascistas. Estados Unidos y sus aliados se vieron obligados a abrir el Segundo Frente en Normandía ante el avance vertiginoso del Ejército Rojo”, responde con ese dejo de orgullo habitual en los alumnos aplicados.

No sé cuál será su vocación futura. Pero en ella el Partido tiene un buen prospecto de comisario político. Como deseaba indagar sobre otros aspectos históricos menos divulgados en los medios nacionales, le hice las siguientes preguntas:

¿Qué me podrías decir de las brutales purgas de Stalin, que costaron millones de vidas al pueblo soviético? ¿Sabías que la aplicación de la colectivización agrícola provocó hambruna y entre 7 y 10 millones de muertos en Ucrania, llamada Holodomor? ¿Habías leído acerca del pacto de no agresión Molotov-Ribbentrop donde en una cláusula secreta Hitler y Stalin se repartieron las repúblicas bálticas y una zona de Europa del Este?

¿Has leído o escuchado sobre la matanza en el bosque de Katyn por tropas élites soviéticas a militares polacos? ¿Conocías que el escritor Aleksandr Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura en 1970, al igual que otros muchos intelectuales, estuvo preso en el Gulag sólo por pensar diferente?

¿No crees que la URSS fue una nación imperialista, pues ocupó parte de Europa del Este como trofeo de guerra e instauró gobiernos vasallos? ¿Has estudiado sobre la agresión soviética a Checoslovaquia en 1968 o Afganistán en 1979?

¿Alguna vez te contaron que por decisión de Fidel Castro y Nikita Kruschev, en Cuba estuvieron emplazados 42 cohetes atómicos de alcance medio que pudieron provocar una conflagración nuclear?  ¿Sabías que al igual que Estados Unidos tiene una base militar en contra de la voluntad del pueblo cubano, Fidel Castro sin consultar al pueblo autorizó un centro de instrucción militar con tropas soviéticas y una base de espionaje  electrónico en las afueras de La Habana?

A cada una de estas preguntas, la joven respondió con evasivas: “No, no lo sé. No, no lo he leído. O eso no lo hemos dado en la escuela”.

Es conocido que el sistema de enseñanza en Cuba intenta pertrechar a sus alumnos de una visión marxista y exaltar a Fidel Castro y su revolución. En temas rigurosamente comprobados, el método utilizado no es mentir, sino reconocer que no se tiene información o no decir toda la verdad. 

Aunque hace más de 20 años la URSS  desapareció del mapa y dijo adiós a su estrafalaria ideología, la educación en la Isla continúa siendo un celoso albacea de la narrativa soviética.

Manuel, graduado de Filosofía, reconoce que en sus estudios universitarios de Historia no hicieron hincapié en la Perestroika y la Glasnost. “De pasada los profesores encaraban aquella etapa. De Gorbachov se nos dijo que fue un traidor, que desmontó piedra a piedra el poderío y la influencia soviéticos. El enterrador del comunismo. Un paria”.

En las estructuras del poder existe un núcleo poderoso que aún recuerda con nostalgia el período soviético. El general Raúl Castro, al frente de los destinos de Cuba, es un gran admirador del comunismo ruso. En una de las visitas al apartamento de Juan Juan Almeida, hijo del comandante guerrillero, cuando vivía en Nuevo Vedado, Juan Juan me contó que en la antesala de la oficina del General Castro en el MINFAR, había un cuadro de Stalin, el carnicero de Georgia.

En el discurso de viejos aparatchiks, formados en severas escuelas del Partido, sigue latente la Cuba soviética de antaño. Joel, funcionario retirado, añora los viajes a Moscú y las visitas al mausoleo del Kremlin, donde Lenin yace embalsamado. En su casa, en un estante de madera, reposa una colección de libros de Boris Polevoi, Nicolai Ostrovski e Iliá Ehrenburg, entre otros que escribieron sobre las proezas del Ejército Rojo en la Gran Guerra Patria.

Carlos, sociólogo, considera “que la URSS puede parecer periódico viejo, pero no está muerta del todo: la población ya no se acuerda de la carne de lata, la compota de manzana ni los muñequitos rusos; es en las estructuras del poder donde extrañan la era soviética”.

La historia de amor hacia la URSS entre un sector intelectual y político es de vieja data en el país. Muchos que juran ser nacionalistas a pie firme, acusan de anexionistas a las personas que admiran el estilo de vida y las estructuras institucionales de Estados Unidos. Pero donde de veras existe anexionismo, es en el comunismo. No solo importaron la ideología, también pretendieron clonar el modelo soviético en un archipiélago del Caribe a 9.500 kilómetros de Moscú.

Y no eran tontos o analfabetos los que aplaudían la teoría de una Cuba soviética. Entre ellos, intelectuales de talla como Nicolás Guillén, Salvador García Agüero y Juan Marinello, miembros del Partido Socialista Popular (PSP).

Con la llegada al poder de Fidel Castro, el oportunismo político de los barbudos se acopló al imaginario comunista de hombres curtidos en el quehacer sindical y el proselitismo marxista en diversos sectores académicos e intelectuales de la nación.

A pesar de la afinidad del Gobierno cubano con el soviético, entre un segmento amplio de la ciudadanía, la cultura rusa no caló. Tampoco cuajaron su moda y costumbres, sus comidas y creencias religiosas.

Lo que la URSS nos dejó fueron algunos cientos de matrimonios entre rusos y cubanos. Y nombres como  Iván, Tatiana, Vladimir, Irina, Boris, Natasha… Poco más.

Aunque los añejos dinosaurios políticos traten hoy a cuerpo de rey a Rusia en los medios y, la nomenclatura se esfuerce en reactivar nuevos pactos, el país eurasiático sigue siendo una música lejana y exótica para la gente de a pie.

Y es que, por geografía y cultura, los cubanos siguen mirando al Norte.