Sobre la unidad del peronismo

Hay una intención reiterada de convocar a la unidad del peronismo, de todos aquellos que alguna vez ocuparon cargos en su nombre, como si todos juntos pudiéramos acercarnos a algo parecido a un partido, a una construcción que le sirviera a la sociedad. Buscan recuperar el nombre y su estructura. Ellos imaginan que el final del kirchnerismo va a dejar un tendal de caídos que, al juntarlos tal vez podrían rehacer algo que les permita seguir discutiendo sobre el poder.

El peronismo, en el retorno a la democracia, fue el instrumento que sirvió a un sector de la derecha para privatizar en tiempos de Menem y luego para estatizar en tiempos de los Kirchner. Usado por la derecha y la izquierda, sin siquiera sufrir demasiadas deserciones y, en muchos casos, como el de YPF, la misma gente sirvió para el negocio de privatizarla primero y para el de estatizarla después.

El peronismo sería el nombre de un conglomerado de gobernadores e intendentes que junto a una multitud de burócratas viven muy bien de administrar un Estado que termina haciendo vivir muy mal a los que caen en el error de votarlos. Vendría a ser la enorme estructura que vive de la herencia de un líder y un pensamiento que ni siquiera se siente en la obligación de respetar. Ayer los que destruían el Estado de bienestar lo hacían en su nombre; hoy los que edifican una burocracia infinita también lo usan cuando necesitan votos, tanto como dejan de respetarlo cuando se entregan a restos de viejas izquierdas gorilas que nunca nos entendieron.

Nada menos casual que el acercamiento del Gobierno con Rusia y China, países que ayer soñaron el socialismo y hoy apenas transitan el capitalismo de las burocracias que limitan las libertades. Es la vieja excusa de justificar dictaduras sólo para enfrentar al imperialismo. En realidad, enfrentan la democracia porque no pueden sobrevivir a la voluntad de los votantes. Luego viene la defensa de Cuba y Venezuela, variaciones sobre un mismo tema, el socialismo como propuesta y el autoritarismo o la dictadura como realidad.

Los movimientos surgen de una necesidad de los pueblos, nacen en su rebeldía y agonizan en manos de los que usan su memoria al servicio de sus ambiciones. El peronismo nació en la clase trabajadora, el kirchnerismo es un fenómeno de capas medias intelectuales y marginales necesitadas. Antes se integraba a todos a la sociedad, hoy se convierte la pobreza en clientela electoral. Si en su nacimiento el peronismo fue confrontativo, en su retorno el General buscó pacificar. Las viejas izquierdas suelen vivir incentivando el conflicto. Son dos formas opuestas de hacer política.

El actual Gobierno logró unir oscuras mafias con restos de viejas revoluciones, pero de esto no salimos juntando ex funcionarios cuyo pasado es el origen y el gestor de este presente.

El Maestro Marechal decía que sus enemigos habían descuartizado el cuerpo de Megafón y que sus discípulos lograron reunir todos sus restos, pero nunca encontraron su miembro viril. Estamos obligados a gestar propuestas de futuro y eso se logra convocando ideas y pensadores. En la voluntad de trascender está la propuesta y, en las ideas, su virilidad.

Golpes bajos

El Gobierno se creyó eterno, superior, con una conducción infalible y unificada, unificada y no en torno a las ideas, sino a una concepción del poder. Obedientes fueron todos, demasiados se pasaron de la línea y va a ser difícil que vuelvan a merecer respeto de la sociedad. Los peronistas, manoseados y humillados, conducidos por viejos izquierdistas sin rumbo ni destino. Las ganancias justificaron la degradación de las ideas.

El kirchnerismo inventó un juego siniestro, junta votos como peronista y luego gobierna como viejos marxistas oxidados. “El Chino” Zannini, personaje mudo, más heredero de Rasputín que de Marx, nos hicieron el cuento de la justicia social y se llenaron de plata ellos. Los viejos cuadros del Partido Comunista, esos que nunca ganaron a nada, pero nos conducen con una banda de personajes menores, unidos por un desprecio profundo al peronismo y en especial a Perón, y además a todos aquellos que según esos señores, somos de derechas.

Y casi ni hubo peronistas que salieran a defender la dignidad, tan solo un grupo de sindicalistas en serio como Moyano y Barrionuevo, solo un gobernador, De la Sota, y pocos, muy pocos intendentes, los negocios se llevaron puestos a demasiados. En el anzuelo el votante mordía un Boudou, pero tenía que digerir algunos que se imaginaban marxistas, la mayoría de ellos porque asumía la izquierda como el nombre necesario para la traición. Lázaro con Boudou, esa era la línea media, el poder real, los viejos y enriquecidos funcionarios que se creían peronistas pero ya estaban demasiado ricos para recordar viejas ideas, y una burocracia supuestamente marxista, pero no porque buscara ideales de justicia sino tan solo porque atrasaba más que la misma cortina de hierro.

Reivindican cualquier cosa. Fueron lentamente organizando un partidito de izquierda, con oradores y consignas que solo entienden los universitarios -o al menos simulan entender. Persiguiendo disidentes, se transformaron en estalinistas con poder -la peor calaña-, convencidos de que pueden ejercer toda su maligna voluntad ya que son dueños del bien y se dedican a combatir al mal.

Gestores de odios, se disimularon bajo la desmesura presidencial para lograr sus beneficios, aplaudir cualquier discurso a cambio de recibir un trozo del estado.

Y ahora lentamente -demasiado lento es el proceso- van asumiendo que se les acaba el tiempo de usurpación del poder. Una izquierda de Boudues y sin ideas, un cachivache agresivo que creció bajo un poder capaz de conceder cualquier espacio a cambio de la lealtad del aplauso. Y pegan bajo, cuando agreden queda claro que lo ejercen desde la estatura de un enano, enojados, usan todo para perseguir, agredir, lastimar, y lo importante, ocupar miles y miles de cargos para intentar convertir sus beneficios en eternos. Ellos tienen un verso de modelo virtuoso que, según ellos, benefició a la sociedad.

La Presidenta es tan autoritaria que no imagina un candidato que no sea ella, y en la búsqueda del cristinista puro van descartando aliados con ganas de imponer a un desconocido, como si los votos fueran todos de clientela, como si cualquiera diera lo mismo con tal que la Señora lo señale. Rara mezcla de izquierdas fracasadas y negocios exitosos, los une el Estado, sus beneficios parecen alcanzar para todos.

Cuentan que Jacobo Timerman solía decir: “De Verbistski se puede decir cualquier cosa menos que sea una buena persona”. Y me parece que este concepto es abarcador de todo el Gobierno. Del kirchnerismo se puede decir cualquier cosa menos que sean dignos de respeto. Los demás son detalles.

Solo contra todos

Tuve largas charlas con Jesús Cariglino, intendente de Malvinas Argentinas. Me llamaba la atención que hubiera sido capaz de enfrentar a la Presidenta en su mejor elección y convertirse en uno de los pocos jefes municipales capaces de sobrevivir a esa confrontación. El kirchnerismo no tiene nada que ver con el progresismo ni la supuesta izquierda, pero da batalla con todos los elementos del peor estalinismo. Usa todo el poder del Estado para derrotar adversarios y, en este caso, no sirvieron sus artimañas. Esto implica que si un intendente se ocupa de su municipio puede estar seguro del acompañamiento de sus votantes. Ver la obra que edificó durante su mandato define una idea de lo que debe ser una gestión.

Claro que para muchos sensibles opinadores la historia de los supuestos “barones del conurbano” es igual para todos. Como si un supuesto experto en arte generalizara sobre los cuadros de un museo, sería una simple manera de expresar ignorancia. Algunos hicieron hospitales mientras otros multiplicaron la miseria; siempre y cuando los juzguemos con la misma vara no va a existir la política. Y en el dialogo con Jesús fueron apareciendo las razones de fondo del retroceso que impuso el gobierno kirchnerista. La idea de premiar a los obsecuentes y de castigar a los disidentes siempre implica recorrer un camino seguro hacia la decadencia. Aquel que ama su función y la desarrolla con pasión exige que lo respeten. La contracara de esto está a la vista: cuanto más floja es la gestión de un intendente o un gobernador, más obligado está a practicar el aplauso al poder de turno. Una manera infalible de seleccionar a los peores.

Pareciera que, por otro lado, la supuesta ideología sustituye los desaciertos de la gestión. Cuando el presidente Maduro culpa al Imperio intenta olvidar sus propias responsabilidades en la miseria que engendraron. El kirchnerismo ejerce siempre el mismo oficio, se imagina a sí mismo de izquierda o progresista tan sólo por los odios y resentimientos que porta.

Cuando Néstor Kirchner se enfrentó con Clarín, según los obsecuentes de turno, uno debía compartir el odio tal cual fue ordenado por el jefe. Pensar que al mismo tiempo le entregaban a Telefónica negocios infinitos mientras se fomentaba el crecimiento de DIRECTV fuera del alcance de la ley. Y todo a cambio de que el Canal 11 se convirtiera en una señal boba, sin contenidos. Con el dinero del juego – ese juego que siempre enfrentó y cuestionó el peronismo, ese juego que el General nos pide que votemos en contra – genera ganancias que implican un poder infinito, comparable con el fantasma que la Presidenta convoca cuando se refiere a las poderosas “corporaciones”. Ya sabemos que ninguna corporación es más grande que las que maneja el Gobierno y que se refieren únicamente a los sectores que todavía no pudieron doblegar. Cada vez que la escucho con esa cantinela sé que se refiere a los que opinan libremente, percibo sobradamente que me imagina dependiendo de alguna corporación. Como si por el solo hecho de no obedecerla uno cayera en las redes del mal.

Mis charlas con Jesús Cariglino las vamos a desarrollar en un libro. Será un dialogo donde un hacedor responde a alguien que quiere hablar de ideas. Se me ocurre que caminar las calles de nuestra sociedad marca la decadencia impuesta por esta nefasta “década ganada” y la pobreza se palpa, el atraso lastima, los discursos emitidos por la cadena oficial transitan sólo por el espacio de unas rencillas de consorcio. El último discurso de más de tres horas en el Congreso fue sin lugar a dudas una mancha de decadencia en nuestra democracia. Se trata de una simple manera de definir la división de nuestra sociedad, entre los que opinan que el discurso de la Presidenta tiene estatura de estadista y los que nos sentimos avergonzados por el tono y el contenido con el que insiste en dividirnos.

Tomo como ejemplo a Jesús Cariglino porque los enfrentó y los derrotó en el momento de mayor poder y soberbia a este kirchnerismo hoy decadente. Y esa energía y esa voluntad es la que necesitamos para recuperar nuestra democracia. Que no me vengan con discursos de encuestadores; precisamente hoy leí uno que me enojó mucho. Me quedé con la duda si el que lo escribía no ejercitaba un intento de oficialismo solapado.

Yo creo que la política es obra y decisión. Pienso también que, cuando estamos obligados a confrontar, no tenemos derecho a hacernos los distraídos. Lucho contra este Gobierno y elijo la imagen y la fuerza de un amigo que lo enfrentó solo y contra todos en el dos mil once. Ahora somos muchos, el kirchnerismo está derrotado, la absoluta mayoría así lo decidió. A los encuestadores oficialistas les llegó la hora de abstenerse.

El poder kirchnerista tiene fecha de vencimiento

Somos una sociedad marcada por las modas. La última sería la del “analista político”, una persona que tendría una mirada original sobre la realidad. Hay algunos -pocos- que lo logran, generalmente pertenecen al mundo del periodismo. También hay otros -varios, demasiados- que son beneficiarios de algún apoyo oficial que los lleva a hablar de temas trascendentes, o mejor dicho, de tirar la pelota fuera de la cancha para no malquistarse con el mejor pagador, el Estado.

Demasiados opinadores dan por sentado que el poder kirchnerista seguirá siendo vigoroso en el próximo Gobierno al margen de quien sea el candidato ganador. No soy un analista pero me animo a decirles que están equivocados. Confunden poder del Estado con lealtad. En una sociedad como la nuestra el poder del Estado es tan desmesurado que únicamente tienen libertad las provincias más grandes: Capital, Córdoba y Santa Fe. La gran mayoría de las otras son tan solo feudos administrados por delegados del poder. Es por eso que son todos oficialistas. Se dicen peronistas o cualquier otra cosa: son empleados públicos con un simulado poder territorial. Y tanto ellos como sus diputados y senadores van a apoyar mayoritariamente al Gobierno que venga. Son todos muy democráticos, se apresuran en apoyar al vencedor.

Ya nada tienen de peronistas los gobernadores que ni siquiera se animan a opinar, como los de Formosa o San Juan, los de Jujuy o Tucumán. Menem se animaba a enfrentar a Alfonsín. Kirchner lo enfrentaba a Menem. Hoy queda De la Sota como peronista, Capital y Santa Fe como centro derecha y centro izquierda; el resto expresa una dependencia económica que les impide la libertad política. Y seguirán obedeciendo al Gobierno que venga. Eran menemistas, son kirchneristas y van a ser del que gane en la próxima, sea quien fuere.

Vivimos uno de los peores absurdos, un gobierno de derecha, marcado por los negociados más corruptos y defendidos por restos oscuros de antiguas izquierdas gorilas. Y digo “gorilas” porque ese término define a la gente que se cree superior a otros y los desprecia. Eso fueron gran parte de quienes integraban la guerrilla; eso fueron casi todos los del partido comunista y varias escuelas de aburrido marxismo. Eso son los seguidores de la Presidenta, personaje que se cree superior a los demás, aplaudida y apoyada por los que usufructúan de esta coyuntura de degradación institucional.

Gracias a Lorenzetti que no somos Venezuela, si en su lugar estuvieran Zaffaroni o Gils Carbó, dejábamos la libertad para ingresar a la dictadura de la burocracia. Demasiados personajes menores imaginan que toda limitación de la libertad es abrir un camino hacia la justicia social. Esa mezcla absurda donde el poder de los negocios impone un rumbo a los viejos peronistas de la prebenda y se suman como aporte ideológico los restos de derrotadas izquierdas. Todo eso junto no puede dar un perfil político durable. Más aún cuando el centro del poder son los negocios o, mejor dicho, los negociados que despliegan en torno al juego y la obra pública.

Entre la enorme masa de medios oficiales o financiados por el Estado y los muchos que opinan sin querer lastimar los oídos del mejor pagador, entre ambos, nos cuentan la historia de un Gobierno con enorme apoyo y mucho futuro. Todavía para demasiados no es negocio asumir que la Presidenta pierde en todas las coyunturas, que este invento absurdo llamado kirchnerismo no va a tener demasiada vigencia el próximo año.

Un poder sin herederos cuyo núcleo duro carece de la más mínima chance electoral, un gobierno que sólo puede ser continuado por Daniel Scioli, que es el mejor posicionado por ser el que menos se les parece. Por un corto tiempo van a seguir alquilando encuestas y asustando distraídos; de cualquier forma que lo miremos están transitando su etapa final.

Si lograban imponer el miedo, ganaban ellos. Se inicia el tiempo donde el pánico lo comienzan a sufrir ellos. Son un poder pasajero, una burocracia prebendaria enamorada de la renta que generan los cargos y de lo fácil que es la vida siendo funcionario del Estado. Años subsidiando trenes para recibir retornos, ahora amenazan con cerrar el negocio.

Gane quien gane, todos los que nos sentimos amantes de la libertad debemos construir un espacio donde no necesitemos un salvador que nos conduzca, sino que de una vez por todas aprendamos que cuando los gobiernos parecen débiles es que los pueblos son fuertes. Que el próximo Presidente exprese la libertad de la democracia; será apoyado por el más fuerte de los partidos, el que podemos integrar entre todos.

 

Los violentos y el poder

En los setenta, la violencia de la guerrilla conduce al suicidio a una parte importante de mi generación. Digo suicidio ya que encararon una guerra en la que era imposible vencer. Y de esa voluntad desesperada va a surgir lo impensable, que fue la desaparición definitiva de sus represores. En la demencia de hacer desaparecer a la guerrilla encontraron el lugar de su propia inexistencia. La derecha, en su variante militar e intelectual, va a quedar reducida al triste espacio del verdugo; va a sufrir castigos tan excesivos como los que soñó imponer, pero no como fuerza de las armas sino como decisión de una democracia. Y contra eso no quedó siquiera ni el valor de las palabras.

Fue tan definitivo el triunfo del derrotado que tuvo espacio para inventar una supuesta teoría donde- para que nadie imaginara la existencia de dos demonios- la única violencia ilegal era la del Estado, quedando la otra unida al sueño imaginario de las revoluciones. Aún en democracia, cuando la guerrilla mataba era épico y cuando les respondían era siempre López Rega y las tres A. Una deformación de la realidad que permite desvirtuar la voluntad del pueblo, degradar a su partido, el peronismo y convertir el error de buscar la violencia suicida en el recuerdo del heroísmo revolucionario.

Nunca fui de derecha, claro que tampoco por ejercitar la violencia nadie tuvo autoridad para instalarse en la izquierda. Perón no fundó ninguna guerrilla, sólo convocó a un sector a acompañarlo en su retorno democrático y es esa misma organización, premiada con Gobernadores, Ministros y legisladores, la que decide retornar a la violencia en plena democracia. No estamos debatiendo la violencia contra la Dictadura, sino su demencia de ejercerla en medio de una democracia de la que formaban parte.

La deformación de esa historia intenta imponer el protagonismo de los guerrilleros por sobre el del pueblo, como si a Perón lo hubieran traído ellos, como si la violencia de las minorías fuera más importante que el peso enorme de la clase trabajadora. El peronismo no era ni yanqui ni marxista y eso, en un tiempo donde el marxismo parecía ser el dueño del futuro. Hoy, cuando el Gobierno se abraza a deformaciones que nos separan de las democracias y las libertades con la absurda excusa de confrontar con el supuesto imperialismo, debemos denunciar que en nada este accionar se asienta en nuestras ideas. En rigor, estuvo tan lejos Carlos Menem de nuestro pensamiento al articular sus “relaciones carnales” como absurdo es que hoy nos alineamos con sectores que jamás fueron parte de nuestra historia. Pareciera que los negocios privados de los funcionarios son más importantes que los intereses colectivos.

El peronismo tiene elementos culturales y políticos dignos de ser recuperados, por encima de la deformación derechista de Menem o de la violencia discursiva del kirchnerismo. No propongo recuperarlo para volver al poder, sino tan solo para aportar sus aciertos, criticar sus errores y para sumarlos a futuras fuerzas donde se recupere lo mejor de cada sector.

Se agota un Gobierno que utilizó el nombre del peronismo únicamente para deformar sus ideas. Es tiempo que los peronistas recuperemos nuestros aportes, para la memoria colectiva y no para ponerlos al servicio de ninguna ambición personal.

Lecciones de una marcha multitudinaria

La marcha fue multitudinaria, fue un pueblo de pie diciéndole no al intento de instalar una dictadura de personajes menores conducidos por la Presidenta. A esa enorme cantidad de gente le corresponde una enorme cantidad de estupideces repetidas hasta el cansancio por los empleados públicos, que están obligados a opinar para subsistir y lo hacen como si imaginaran que piensan y expresan genialidades. En todo intento autoritario se suman listas de intelectuales que creen encontrar en la realidad su lugar de vanguardia iluminada. Ni en eso vivimos una experiencia original. El peronismo tuvo su guerra y consigna (“Alpargatas sí, libros no”, que tenía mala prensa); Carta Abierta le devolvió su vigencia al merecer alpargatazos. Los intelectuales suelen ser elitistas y el mero hecho de que les asignen un espacio los lleva a imaginar que el Gobierno les reconoce el talento y en consecuencia, devolviendo gentilezas, intentan asignarle virtudes.

Marcharon muchas mujeres mayores, portadoras de la memoria histórica de los 70, de aquellos tiempos donde se caminaba alegremente a una guerra que se asemejaba a un suicidio. Y pocos jóvenes. Somos parte de una sociedad donde la naturaleza les concede a los jóvenes un tiempo de gracia, un tiempo donde no es necesario trabajar. Con sólo recorrer las universidades, los carteles y las consignas, nos queda claro que se pueden romper vidrios primero, arreglarlos después y terminar con el tiempo haciéndose cargo de su fabricación.

El autoritarismo no tiene fisuras, toda alternativa será motivo de sus odios. Ya se les vuelve complicado armar una epopeya con las cadenas oficiales. La Presidenta solo les aporta una cuota de resentimiento que ellos luego de largos hervores convierten en caldos revolucionarios. No me canso de repetir: si en los 70 vivimos la tragedia, ahora llegó el tiempo de la comedia. Ni les entra en la cabeza perder las elecciones, no imaginan vivir sin usurpar el poder.

Pocos, casi ninguno del oficialismo, fue respetuoso frente a la multitud. No suelen soportar ni entender la realidad. Hace rato que se les cayó encima el muro de Berlín, cuando la democracia y la libertad se impusieron como valores imprescindibles para construir la justicia. Ellos encontraron en el kirchnerismo un espacio de prebendas que los hizo soñar con la toma del poder. Se cansaron de escribir y decir tonterías, de degradar a los que los enfrentamos y ahora, la marcha es tan sólo el aviso del final del recreo, del sueño de imponer un Gobierno de derecha con una burocracia estalinista de supuesta izquierda.

La marcha fue el anuncio de que tuvimos suerte y no pudieron destruir la justicia, ésa que a veces es corporativa y corrupta, pero siempre más digna y libre que si cayera en la alcahuetería dogmática de los que la llaman “legítima”. El estalinismo es siempre más decadente y nefasto que el peor liberalismo.

Es el último año de un Gobierno que terminó siendo una verdadera pesadilla. Las cadenas oficiales son sólo una muestra de desprecio al conjunto de la sociedad. Un feudalismo mediocre y corrupto asociado a los restos de dudosos revolucionarios, convertidos – todos – en saqueadores de un Estado que hicieron a la medida de sus necesidades. Venezuela fue el espejo en el que intentaron mirarse. Su fracaso es un testimonio más del destino del “modelo”.

Frente al conflicto, la mediocridad del oficialismo queda al desnudo. La marcha fue el último testimonio de que no pueden ni quieren entender el mensaje de la realidad. Ayer intentaban meter miedo; ahora se dedican a disimular el miedo que los comienza a acompañar. La derrota del intento de destruir la Justicia nos deja la esperanza de que varios de estos personajes menores que hoy nos destratan terminen tras las rejas. Es un ejemplo que nuestros hijos necesitan y merecen.

Reconstruir la democracia

El cristinismo actual es un partido construido en torno a una persona, tan pegado a ella que no puede nombrar un heredero. Nadie creció a su lado, ella imagina y ellos esperan que su dedo creador le otorgue vida al sucesor. Aparecen carteles con fotos de los amigos de la Señora al lado de ella y compartiendo el inasible “Modelo”, eso que ellos imaginan genial y a nosotros nos resulta nefasto. Scioli tiene los votos, pero ellos, los de la secta no se conforman con la mera opinión de los votantes. La gente no puede leer Carta Abierta, no llega a entender de qué se trata. Demasiados de nosotros tampoco.

En un autoritarismo la única manera de participar es aplaudir, uno deja de pensar, de opinar, de sentir que tiene algo para aportar. Ministros y legisladores obedecen como asustados, sin derecho a correrse del catecismo que les bajan desde el verdadero poder, los Rasputines de turno, esos que entre bambalinas no necesitan ser votados. Pertenecen al entorno de la gran autoridad, del personaje que elegimos democráticamente para que nos conduzca a un espacio que en poco o nada se parece a la democracia.

La Presidente va a terminar por demoler el kirchnerismo, ese va a ser su mayor legado a la sociedad. Con Scioli se le van a ir los peronistas que ya no son otra cosa que comerciantes del poder, igual que eran ellos en Santa Cruz antes de llegar y ponerse el disfraz de progresistas, con derechos humanos y sueños de enfrentar al imperialismo. Discuto hace tiempo y defiendo mi opinión de que esta absurda mezcla de prebendas sólidas con ideas cambiantes va a desaparecer en poco tiempo. Muchos hablan de un kirchnerismo opositor, es un oxímoron, este es un partido del poder.

El fenómeno central es que viejos militantes de revoluciones pasadas y fracasadas encontraron en el pragmatismo de los Kirchner un espacio de poder con infinitos beneficios y además, un reconocimiento a sus supuestas virtudes. A cambio de ese protagonismo tardío, los que ayer no le perdonaban nada a Perón terminaron enamorados de Cristina. En rigor, el General que retornaba para pacificar les quedaba grande a los imberbes que se querían suicidar en una guerra donde nunca tuvieron ni la remota posibilidad de triunfar.

La Presidente nos somete a una cuota de tensión y agresión que excita en su apoyo a supuestos pensadores a los que es imposible entender pero no es necesario intentarlo. No confrontan por defender ideas que no tienen sino tan solo por disfrazar resentimientos como si fueran propuestas de ideas que salvarían la patria, un espacio limitado donde solo están ellos.

Perón representaba a los humildes y volvió para pacificar. Hubo dos sectores que se opusieron, una derecha militar derrotada para siempre y una izquierda violenta y autoritaria que estamos obligados a superar ahora. La Presidente nos va a dejar en estado agónico; de nosotros depende la construcción de la democracia y las instituciones a partir de superar semejante calamidad.

El kirchnerismo sirvió para eso, para desnudar y poner a la vista de todos a lo peor de nuestra sociedad. Con lo restante debemos ponerle pasión a la cordura y reconstruir la democracia. Es una causa noble y estamos a tiempo y en condiciones de lograrlo.

Un modelo de odio

Cuando las instituciones son débiles suelen incitar las ambiciones de los peores. Es cuando las sociedades aparentan ser desiertos a cultivar, jóvenes sin rumbo a los que se puede malear a gusto del invasor. Toda sociedad necesita de un tiempo fundacional, tanto como que ninguna aguanta que esa pubertad se convierta en la reiteración de un tiempo de dudas que impida alcanzar la madurez. Con Menem, los adoradores del mercado y la moneda nos degradaron a un universo de gerentes extranjeros, devaluaron al ciudadano para convertirlo en consumidor o inversor. La irracional idea de destruir el Estado lo dejó al servicio de quienes soñaban con invadirlo.

Con los Kirchner, el Estado se convirtió en un poder absoluto que ya no intentaba negociar con los privados sino que gestaba su propia burguesía. El juego y la obra pública fueron el eje del poder económico; las infinitas prebendas que distribuye el Estado engendraron luego las adhesiones políticas. Se subsidió a las empresas para convertir en corrupción lo que hubiera debido ser beneficio para el ciudadano. Un buen momento para los países productores de alimentos se derivó en un tiempo de enriquecimiento de dispersas burocracias. Disfrutar del Estado engendró un partido del oportunismo coyuntural, nunca antes las ideologías terminaron siendo un simple decorado de la ambición y los negociados. Vetustos restos de pretendidas izquierdas aportaron su experiencia en engendrar teorías justificadoras para cualquier desaguisado. Haber apoyado las dictaduras marxistas de ayer los convertía en expertos para justificar los desatinos de hoy.

Sólo recordar que habían instalado un grupo de intrigantes para cuestionar al Cardenal Bergoglio, una filial de esos servicios que hoy dicen repudiar se ocupaba de denunciar a la Iglesia Católica. Cuando el Papa Francisco deslumbra al mundo con su pensamiento delata, entre otras cosas, la pequeñez de sus detractores. Pero queda claro que los verdaderos enemigos del Gobierno somos los que no estamos dispuestos a dejarnos aplastar por sus imposiciones ni mucho menos a convencer por sus tediosas y mediocres justificaciones.

Toda secta genera explicaciones que las hacen aparecer como racionales. Explicaciones que repiten como loros, obligados por la obediencia y el castigo a la libertad individual. Este tenebroso Gobierno actúa como si nunca tuvieran que abandonar el poder, intentan olvidar que transitan su último año. Cuando uno escucha a la Presidente o al jefe de Gabinete siente vergüenza ajena, es difícil entender a los que le asignan talento a la simple ausencia a veces de cordura y casi siempre de sentido común.

Todo autoritarismo es un intento de convocar a lo peor de una sociedad, a todos aquellos que sueñan con una cuota de poder y no les importa demasiado el costo que deban pagar para obtenerlo. Están todos, desde los oportunistas de siempr -en los negocios, los sindicatos y la política- hasta los jóvenes que imaginaban que con un cargo público y un odio compartido se convertían en dueños de una causa. De pronto una muerte los obligó a desnudar sus limitaciones, y entonces, los que pretendían grandeza y eternidades, se arrastran negando finales y encarnando la peor versión de su pequeñez.

Se imaginan de izquierdas sólo por cuestionar las democracias y enamorase de los países donde con la excusa de distribuir justicia se ejerce la opresión o la misma limitación de la libertad. Dicen que nos ayudaron a avanzar. Sin embargo, nunca la división de nuestra sociedad fue más cruel testigo del atraso que lograron imponer. Los enemigos y los odios han ocupado el espacio de los sueños. Ese logro es el triste fruto de doce años de kirchnerismo, del modelo que necesitamos derrotar.

Tibios abstenerse

El kirchnerismo no figura entre las opciones ganadoras ni en la Capital, ni en Santa Fe ni en Córdoba; tres provincias donde le toca ir de tercero o de cuarto sin vitalidad, ni candidatos ni vigencia. No figura como opción ganadora tampoco como desafiante. En Buenos Aires ya perdió contra Massa y además, los kirchneristas no lo quieren a Scioli. No es necesario seguir analizando situaciones electorales: para una derrota, con lo descripto, sobra. Se me ocurre que Scioli ya comienza a tomar distancia para poder competir. Los votos que mantiene están basados en sus actitudes democráticas antagónicas con el Gobierno y no en la lealtad que dice procesar. La agrupación de leales ortodoxos aplaudidores fanatizados, los que instalan en las autopistas las fotos gigantes con Cristina, esos, discuten la herencia de la secta pero, desde ya, ni siquiera saben dónde queda el amor ni el respeto de la sociedad.

Llama la atención el comportamiento presidencial. Insiste en imaginar que si el capricho transformado en propuesta fue exitoso hasta hoy por qué no habría de insistir con la muletilla. Sus discursos sólo sirven para arengar a sus seguidores; una convocatoria a la confrontación con el supuesto enemigo inventado según necesidad. Ni una frase para los que dudan. “Tibios abstenerse”, “yo soy la dueña de la verdad”, “en la duda anida la traición”. La idea queda clara: obediente o enemigo, obsecuente o traidor. Y luego el relato, esa clara decisión de fortalecer a Gils Carbó, ya que vendría a quedar en el espacio exterior de la obsecuencia obligada. Casi una tomada de pelo a la tribuna. Como el cuento del procurador anterior, Esteban Righi, al que echaron para defender a Boudou, y que ella lo ubica en la arenga como distante de sus decisiones. Los medios, los jueces y ahora los servicios de informaciones deben pertenecer al pensamiento oficial. El kirchnerismo se asume como fundacional, distinto y superador de los no creyentes; dueño coyuntural de cuanto oportunista calculador ande suelto y además, de algunos fieles convencidos –pocos- pero los hay.

La disputa entre los herederos resulta patética. Imaginan que el dedo de la Jefa trasferirá adhesiones en masa. Alguien los convenció que la Presidente ganaría siempre y sueñan con recibir el karma vencedor, el brebaje que arrastre multitudes. Olvidan que el voto opositor es mayoritario y que hoy está disperso, pero en una elección sería un aporte masivo contra el oficialismo y -en una de esas- el castigo electoral contra la Presidenta sería más contundente. Algunos insisten a la manera de aquella tragedia de la “contraofensiva”, como si en toda derrota habitara una sombra de heroísmo.

Un ciclo finaliza, sin duda peor que en su comienzo, más sectario y menos democrático, más dependiente de una voluntad presidencial y menos responsable de una coherencia o un proyecto. Un ciclo que intentó ser fundacional y finaliza siendo un fracaso – sembró odios y atrasos, enriqueció más a los funcionarios que a la sociedad, depende de una jefatura y una pretendida militancia nacida en el poder- no podrá resistir demasiado la crudeza del llano. Lo único positivo es que aprendimos mucho, vimos desnudos a los que únicamente seduce el poder y conocimos el partido de la dignidad y la libertad. No es tan masivo pero existe; ya es bastante.

Superados

Parecían dueños del destino universal, salvadores de la patria, fundadores de un sistema que aplastaba a los otros con las sombras del pasado. Soberbia, eso era lo que les sobraba, y explicaban que en todo disidente habitaba una corporación y también en el que pensaba y opinaba distinto anidaba la traición. Así fue que la democracia inició su lento pero firme retroceso; la libertad se fue enredando con las explicaciones; las corporaciones y los imperialismos terminaban definiendo al que se animaba a pensar. Si el Gobierno le tiraba un pedazo de poder al progresismo, entonces, se volvía progresista. Algunos que de jóvenes imaginaron ser capaces de convertir su pensamiento en concreción del mundo nuevo, del hombre nuevo y ya de mayores, se arreglaban con bastante poco, si los reconocen y los respetan y los eligen para ser elogiados y financiados. Si todo esto pasa, uno se puede volver oficialista porque el poder engendra caricias que se parecen a las ideas.

Se creían eternos, hasta que una muerte les quedó grande, o su pretendido talento les quedo chico, entonces se amontonaron todos a aplaudir y a leer una escritura de lealtades que parecía más ser un agradecimiento de las prebendas conseguidas que una reivindicación de las ideas apoyadas. El documento daba pena, aquellos que ayer se imaginaban eternos daban hoy un triste espectáculo de mediocridad militante. La obediencia al poder y las ganancias económicas, ambas juntas y sumadas, dejaban a la vista de la sociedad una burocracia miserable y enriquecida, que ni siquiera guardaba la lógica conciencia del ridículo. Engendraron bronca y ya dan pena, decadencia en estado puro, aplaudiendo en público su alegría de haberse enriquecido en privado. Como si la bonanza que vivían ellos fuera la misma que beneficiaba a todos.

Se imaginaban fundacionales, de pronto son sólo un resto histórico que genera vergüenza. Una muerte alcanzó para dejarlos desnudos, para mostrar que únicamente tenían talento para hacerse de los beneficios de la coyuntura, pero lejos estaban de entender y poder manejar las complicaciones de la crisis. Una muerte los llamó a silencio, los mostró repitiendo discursos obedientes, asustados del afuera y del adentro, una secta que al vivir la dulzura de los beneficios del poder se sentía superada por la dura realidad que se acercaba marcada por la muerte. Las cadenas mediáticas con las que la Presidente aburría no pudieron enfrentar el conflicto real de la vida.

Un Gobierno ocupado en espiar disidentes inventó servicios de informaciones que al final terminaron discutiéndole el poder. La secta ya no tenía autocritica, había roto su relación con la misma sociedad, la realidad le molestaba. Toda secta inventa su adentro para que la proteja de la realidad. Pero una muerte es demasiado para seguir jugando al distraído y los vientos que desnudan falsedades se les metieron por la ventana. Y entonces buscaron culpables lejanos: los medios de comunicación que los acusaban, las mafias que hacía rato habían renunciado a la crítica al ser invitadas al festín que distribuía el Estado.

Si ayer la vida al llevarse a Néstor les regaló una elección, hoy al llevarse al Fiscal los dejaba en el llano para siempre. En la buena todos somos expertos y aparentamos talento; en la difícil, las cosas son distintas.

Una muerte ya fue demasiado, y no supieron qué hacer. Vendrán otros a gobernarnos, ya era hora. Y esperemos que a quien sepamos elegir no practique el peor de los pecados, el de la soberbia. Ya los Menem y los Kirchner se pretendieron fundacionales e intentaron eternizarse en el poder. Necesitamos elegir al más humilde, al que sea capaz de dejar el gobierno, volver al llano y ser y sentirse uno más entre nosotros. 

Para nuestra lastimada democracia, la cordura es más necesaria que cualquier otra pretensión de inmadurez. Votemos al mejor, aprendamos a ayudar a la suerte.