Una democracia degradada, el legado kirchnerista

Vivimos una coyuntura donde los conflictos son demasiados y no se percibe un avance o una voluntad de superación. El conflicto es inherente a toda sociedad, pero el mismo puede ser la fuente de una tensión que nos impulse a superarnos o una reiteración que solo nos sirva para aumentar la sensación de fracaso. Lo grave es cuando quien gobierna utiliza al conflicto como la fuente de su poder y en consecuencia genera una tensión social que puede servirle al gobernante de turno sin que asumamos el daño que puede hacerle a la sociedad.

Vivimos divididos hasta para definir el momento en el que se iniciaron nuestros males, utilizando al pasado como excusa para no entrar al futuro. Algunos fijan el punto inicial de nuestras frustraciones en el golpe de Estado contra Yrigoyen, otros lo denuncian en la llegada del peronismo, los peronistas lo instalan en el golpe del cincuenta y cinco, y ni hablemos del debate sobre la violencia y los derechos humanos en los setenta. Nunca fuimos capaces de discutir en serio el tema de la violencia, pensamos que con la condena a la dictadura nos sacamos toda la responsabilidad de encima. El actual Gobierno, en lugar de convocar a un acercamiento de posiciones, nos invitó a discutir sin razón ni sentido alguno el monumento a Cristóbal Colón y el lugar de Roca en la historia. Instaló rencores donde no los había -en rigor, construyó la imagen de que en todo disidente se incubaba un traidor. Inventó enemigos nuevos y defendió sus pretensiones de burguesía feudal otorgando un espacio secundario a viejas izquierdas fracasadas que salieron a defender la corrupción como si fuera el germen de una revolución justiciera.

Es un gobierno que toma del peronismo sus peores momentos de confrontación, y cuestiona al Perón que vuelve con un mensaje pacificador. Asumen el lugar de los imberbes que Perón hechó de la plaza y convocan a los marxistas trasnochados, fracasados en el mundo, como defensores de una causa cuya única virtud es que les asigna un lugar en el Gobierno que jamás hubieran alcanzado a través de un proceso electoral.

Con relación al peronismo, es tan absurda la posición de los fanáticos que lo imaginan el único protagonista político valorable como la de aquellos que le endilgan al mismo todas las culpas de los males que sufrimos. Fue una etapa de nuestra historia, la expresión cultural de los que hasta ese momento no formaban parte respetable de la sociedad. Tuvimos la suerte de que Perón volviera a ser electo y convocara a la unidad nacional. Luego cada quien guardará los matices de su propia mirada, pero asumiendo que esas diferencias no pueden ser una razón para no convivir y compartir el futuro. El uso que de esa memoria hicieron Menem y los Kirchner poco o nada tiene que ver con sus propuestas. Mientras la memoria del peronismo arrastre votos, no faltarán candidatos que se amolden a su recuerdo. En realidad, el peronismo terminó con la muerte de su líder, si izquierdas y derechas se ocultan bajo su nombre es tan solo por la impotencia que tienen para construir sus propias fuerzas políticas.

Necesitamos superar las limitaciones mentales y sociales que nos va a dejar el Gobierno que transita su último año. Los que se dicen “herederos del modelo” son tan solo personajes que no quieren perder las prebendas que supieron conseguir. La idea del adversario debe imponerse a la del enemigo, asumir que el que piensa distinto es parte de la diversidad que requiere la democracia, que cualquiera que gane las elecciones va a poder transitar su mandato sin que ningún sector esté en condiciones de impedirlo. Me duele mucho cuando me dicen, peronistas o antis, que sin el peronismo no se puede gobernar. Me lastima que una causa que nació como un camino a la justicia social termine siendo el verdugo de la democracia. Los espacios de poder que genera todo gobierno terminan siendo el camino del éxito personal en una sociedad donde se fue extendiendo la sensación de fracaso. El oficialismo es la expresión de la burocracia contra los ciudadanos, los empleados del Estado se imaginan los dueños y señores del destino colectivo. Esa idea siempre terminó en fracaso.

La dictadura se llevó para siempre a la extrema derecha, esa que solo soñaba con eliminar a la izquierda. Pero nos dejó como pesada herencia un resentimiento que define a personajes menores que a cambio de odiar a la derecha se imaginan convertirse en izquierda. Debemos aclarar algunas cosas. Con solo decir que uno odia a la derecha,  reivindicar el suicidio del “Che” Guevara o pensar que la democracia es burguesa, nada de eso alcanza para que uno se pueda asumir ni progresista ni de izquierdas. Menos aún si creemos que por ser empleado del Estado o utilizar sus dineros en contra de los que producen uno se convierte en un luchador por la justicia. La burocracia se apropia de los dineros que el Estado tendría que usar para ayudar a los pobres y termina manteniendo a un montón de “vivos” que dicen ocuparse de los pobres cuando solo se dedican a parasitarles los escasos recursos que les pertenecen.

Solo comprometiéndonos con la política, solo defendiendo nuestras ideas, podremos superar este retroceso que implicó el oficialismo que agoniza. Necesitamos un esfuerzo más para dejar de ser una democracia degradada. Sepamos construir la autoridad que nos permita expulsar al autoritarismo. Es un desafío y una obligación.

Un año complicado

Eso fue este año, complejo de entender y de vivir. El oficialismo, que no se imagina a sí mismo como un partido que pueda tener derrotas, se dejó invadir por la idea de lo fundacional, y combatió con pasión a los disidentes, con la misma pasión que utilizó para defender a sus acusados de corrupción. Pareciera que el disidente es un delincuente y el acusado de delitos, un simple cómplice en apuros.

El Gobierno, mejor dicho, la Presidente, en todos sus discursos y actitudes, fue eliminando el espacio del centro, imponiendo la idea de que era una compulsa entre un kirchnerismo pleno de virtudes y una oposición ligada a los monopolios, el imperialismo y las corporaciones. El espacio del bien solo se instala en el oficialismo aplaudidor, el resto, somos ocupantes del oscuro mundo del mal, y en consecuencia, como en mi caso concreto, objeto de persecución personal. Y entonces se impone el análisis real y profundo del kirchnerismo y del tiempo que ocupó y de las consecuencias de su accionar. Nos obliga a poner la lupa sobre la “década ganada” o empatada o perdida para demasiados. Década montada en “el relato”, mirada sobre la realidad que tiene demasiado de autoritarismo y poco o nada de debate político.

Personalmente, opino que lo más negativo de este tiempo fue la división que se dio en la sociedad. Cuando Perón retorna al país, lo hace para pacificar, acompañado por toda la dirigencia de esos tiempos, y ya la guerrilla imagina el poder como el resultado de la confrontación. La violencia, pretendidamente revolucionaria, engendra una derrota militar que los Kirchner revierten en triunfo político a partir de sus necesidades de justificación. Insisto en que aquí se encuentra el nervio de la crisis actual: un gobierno autoritario encuentra en los restos de la guerrilla y del marxismo una concepción de lucha de clases que desvirtúa el pensamiento peronista. Perón convocaba a la alianza de clases, su encuentro con Balbín es esencial al futuro, es el único camino posible. El kirchnerismo se ensambla con una historia que no le pertenece ni le interesó nunca, y la convierte en la teoría defensora de sus desatinos.

El Gobierno es esencialmente anti-peronista. Claro que eso podía haber sido positivo si era un intento de superación del pasado, pero es nefasto ya que implica un retroceso a lo peor del ayer. Hoy es tiempo de preguntarnos cuántas vidas se llevó el sueño de extender la revolución cubana al resto del continente, cómo los supuestos revolucionarios fracasaron y los reformismos fueron los únicos que aportaron mejoría a sus pueblos. Si izquierdas y derechas se reían de nuestra consigna “ni yanquis ni marxistas”, hoy ambas deberían asumir que los superábamos como conciencia historica. Que la tercera posición de aquellos tiempos es la única capaz de complementarse con “la tercera vía” que hoy expresa la avanzada ideológica. Con tantos elementos para recuperar del peronismo, buscar en marxismos fracasados la idea de la confrontación como camino hacia la superación es un absurdo y un sinsentido.

El año que se inicia tiene la marca del fin de ciclo. Soy de los que opinan que el kirchnerismo no va a poder sobrevivir a la ausencia del poder. Es, como el menemismo, un partido de gobierno. Al perder las prebendas que distribuía se queda sin vigencia. En todo caso, el kirchnerismo se puede convertir en un partido de izquierda más, desde ya con pertenencia inferior al diez por ciento. Cuando los oportunismos provinciales inicien su migración, será tiempo de contar las lealtades reales, esas que lo imaginan como algo parecido a un sistema de ideas, para mi gusto, desde ya sin propuestas ni logros dignos de ser recordados. Demasiadas provincias y municipios fueron menemistas cuando serlo daba votos, y repitieron su oportunismo con los Kirchner.  Esos políticos que solo sirvieron como funcionarios, esos que se adaptaron a todas las corrientes o modas que nos invadieron, esos no le aportan nada a la verdadera política, al debate de ideas que está pendiente en nuestra sociedad.

Por ahora la oposición está dividida, pero creo que lentamente la dirigencia o la sociedad van a optar por un opositor y lo van a convertir en el futuro Presidente. Allí comenzará el tiempo de destruir los daños del kirchnerismo, en especial la Ley de Medios y la degradación de la Justicia. Cuando termine este ciclo al menos sabremos que pocos son los dispuestos a defender un pensamiento, los que no se dejan arrastrar por el oportunismo.

Necesitamos que el próximo Gobierno recupere la noción de adversario, y eliminemos para siempre el poder nefasto de los que intentan seguir parasitando la idea del enemigo. El único enemigo vigente son ellos, los que viven de regar sus propios odios, los que hoy nos gobiernan. El resto, los adversarios que nos respetamos, somos la base de una democracia en serio, eso que hoy todavía tanto extrañamos.

La desmesura kirchnerista

Toda revolución exige a veces alterar los límites de las normas establecidas, aunque no todo lo que sale de quicio se puede justificar como voluntad transformadora. En cada discurso presidencial aparece reiterado el dogma exigiendo la obediencia de los dominados, siempre apoyado en la excusa de transitar un tiempo fundacional. Investigar el pasado de estos alegres renovadores sirve para llegar a la conclusión que, mientras los excesos los acompañan desde siempre, el aporte progresista es más un decorado para disfrazar ambiciones que un sueño de un mundo mejor para todos. Las mejorías personales y sectoriales de la burocracia imperante están por lejos por encima de los logros para el conjunto de la sociedad. Más aún, el crecimiento patrimonial de la burocracia es anterior y permanente mientras los logros para la sociedad son positivos pero en todos los casos sirvieron más para justificar clientelas que para mejorar futuros.

La distancia entre los discursos dogmáticos y cerrados de la Presidente y jefa absoluta del supuesto modelo y la coherencia con una pretendida lógica de la izquierda y el progresismo es infinita. Para poder imaginar que la palabra presidencial marca un rumbo hay que partir de la base de que quienes lo aceptan lo hacen a cambio de un beneficio. Para mi convicción personal, los seguidores se dividen entre los oportunistas de todos los gobiernos, los extraviados recuperados y los inocentes de cualquier proyecto. No acepto que entre los seguidores de supuestas izquierdas las cosas vayan más allá que el espacio del cálculo. La Presidente cobija bajo sus dogmas grupos cuyas ideologías no hubieran llegado jamás por el camino electoral a formar parte del poder. Y entonces, antiguos gestores de soñadas revoluciones terminan convertidos en simples justificadores de desmesuras ajenas, obligados a una forma de lealtad que ni siquiera se puede permitir la crítica constructiva. Un discurso que convierte el capricho en dogma y un grupo de supuestos intelectuales que lo explican, desarrollan y justifican solo a cambio de un cobijo en el espacio del poder. A los veinte los marcó la rebeldía, ya de grandes son capaces de justificar lo que jamás hubieran imaginado soportar. De jóvenes, el poder como sueño transformador; de grandes, como consuelo de errores de juventud y el triunfo de la ambición.

Entre los vivos que se enriquecen con los negocios que permite el Estado y los acomodos que pudieron distribuir entre parientes y seguidores, entre esos extremos del bienestar personal, se extiende la bandera del supuesto modelo. Los jueces y sus historias pueden ser discutibles, los robos del oficialismo ingresan al espacio de lo concreto visible e inocultable. Los caprichos presidenciales devenidos en dogmas iluminadores del futuro y el vicepresidente transitando el delito, entre esos dos extremos se extiende la bandera de la complicidad. Los menemistas se beneficiaban demoliendo el Estado, los kirchneristas fueron mucho más lejos y se enamoraron de los beneficios que aporta usurparlo. El Estado como un gran cobijo para los que adhieren al supuesto modelo, la persecución y el daño para todos aquellos que no nos dejamos imponer el cuento irracional del relato. El oficialismo se llevó a su servicio a todos los que se vendían por dineros y prebendas; nunca la corrupción utilizó con tanta solvencia el disfraz de benefactor de la sociedad.

Viejos estalinistas y supuestos revolucionarios atacando a los jueces solo para defender delincuentes que al caer podían desnudar complicidades. Algunos enemigos seleccionados entre los que opinan libremente, demasiados aliados elegidos entre los que saquean el país pero pagan coimas y no cuestionan el modelo. Leyes de medios para eliminar las libertades, asociarse a empresas extranjeras saqueadoras solo a cambio de coimas y complicidades.
El modelo nacional y popular permite a los ladrones perseguir a los jueces, ataca a la burguesía que no se les rinde no para eliminarla sino tan solo para substituirla. Aplauden el discurso de la Presidente al margen de lo que diga, la obediencia cuando se degrada en alcahuetería entrega su derecho a todo tipo de crítica.

Y soñaban quedarse para siempre. La democracia es para ellos un simple vicio burgués. Finalmente, de los que nos gobiernan, conocemos de sobra sus excesos y desprecio por la democracia. Terminaron siendo más definidos por la desmesura de sus errores que por sus pretendidas virtudes. Los gobiernos cuando duran demasiado terminan desnudando sus limitaciones. Está a la vista.

El Gobierno anhela la eternidad

Cada tanto el Gobierno encuentra un encuestador maleable, al alcance de las caricias a las que acostumbra el poder. Y ese medidor de sensaciones impone números del colesterol bueno y los triglicéridos que son propios de jóvenes deportistas. Y las caras alegres que producen esos datos son capaces de instalar un gimnasio de alta competitividad en el geriátrico. Mientras tanto, del otro lado de la vida, se instala el miedo a que eso que imaginan, o mejor dicho, imaginamos como el Mal, se convierta  en permanente. Es que el verdadero sueño del oficialismo es la eternidad en el gobierno, que – casualmente- se corresponde con nuestras pesadillas.

Esta semana le dediqué unos minutos de atención a una entrevista que Fantino le hacía a José Pablo Feinmann, con quién durante un tiempo pasado fuimos amigos. Fantino hacía de estudiante de filosofía y Feinmann de profesor; recorrían la biblioteca universal para explicar que la Presidente era un genio. Luego, leí en La Nación una columna de Luis Alberto Romero contra el nacionalismo. Me quedó la sensación amarga de que estos pensadores dicen lo que sienten sin asumir el lugar que ocupan en la sociedad. Y sumo a Lilita Carrio, que aporta ideas siempre y cuando no se le ocurra  enojarse con los hombres.

Al escucharlo a Feinmann imaginé que él había quedado del lado de los ganadores, y que debía estar convencido que los disidentes no éramos otra cosa que oligarquías universales. Algo parecido a lo del Juez Zaffaroni que opina, simplemente, que si gana la oposición, puede venir el caos. Un Juez de la Suprema Corte que dice alegremente que la democracia puede conducir al caos. Romero se la agarra con el nacionalismo, pero no con sus exageraciones sino, casi diría, con su mera existencia. Y Carrió considera que los que no la acompañan son de dudosa pertenencia.

Tuve la dicha de poder dialogar con el Papa Francisco, hablamos unos minutos de aquellos que intentan interpretar sus gestos en el pequeño esquema de oficialistas y opositores. La vida nos regaló en suerte un hombre de los más importantes del mundo  y nosotros lo queremos reducir al nivel de nuestros rencores. Se me ocurre que intentamos ser figuras públicas sin renunciar a nuestros caprichos privados, como si pudiéramos expandir nuestro egoísmo, convertirlo en mirada colectiva e imponerlo, que de algo así se trata.

Eso siento frente a los discursos de la Presidente, que no intenta otra cosa que sumarme a su idea, que ni imagina la necesidad de ampliar su concepción para abarcar la de otros, no me quiere convencer sino que tiene el poder y decide imponerme su mirada. Ella ocupa el espacio del Bien y el resto somos parte del Mal, la oligarquía, empleados de los fondos buitres, todo eso y mucho más. No entendemos su verdad, podemos -como dice Zaffaroni- caminar hacia el caos, o no haber leído todos los libros de filosofía que leyó Feinmann, para entender que la Presidenta que yo apenas soporto es lo más grande que dio la sociedad.

Cuando el retorno del General Perón y su abrazo con Ricardo Balbín, muchos de estos señores opinaron que la salida estaba en la boca del fusil. La historia demostró que la única salida estaba en el contexto de la democracia. Ellos ni siquiera asumieron la obligada autocritica, y nos siguen dando clase de sectarismo cuando ya casi nadie respeta sus ideas.

Agonías

El gobierno soñó eternidades: un Presidente, al que heredó su esposa, en una sociedad con enormes necesidades, donde la Hermana es la ministra de Bienestar  Social y una caterva de empleados públicos rentados ocuparon un estadio de fútbol para aplaudir al Príncipe heredero, que comenzó a balbucear sus palotes políticos, pocos meses antes de que su Madre debiera retirarse.

En Cuba, el socialismo eliminó a la democracia. Los cubanos se quedaron sin libertad pero nunca llegaron a gozar del preciado bien de la  Justicia, que sería el fruto codiciado de la planta de la Igualdad.  Y los disidentes perseguidos, y los que debían optar entre la obediencia o el mar con sus tiburones, conviven con un Fidel que poco o nada aportó a la justicia mientras se dedicó a eliminar la libertad. Y en su final lo hereda el hermano, no sea que el socialismo olvide su pasión por la monarquía hereditaria.  Y los rusos, que ayer desplegaban imperialismo revolucionario, y después de que el muro les aplastó las veleidades socialistas se expanden al ritmo del nacionalismo y de las mafias.

Las viejas izquierdas educaban en el desprecio a la democracia y en el valor secundario de la libertad. Como si la humanidad estuviera obligada a optar entre los ricos y los burócratas. Todavía los ricos guardan algunos datos de la competencia, los burócratas no soportan esa veleidad. En la ambición suelen ganar algunos de los mejores; en la obsecuencia burocrática sólo se  selecciona a los peores. Los ricos, en su ambición, no suelen ser generosos; los burócratas directamente necesitan entregar su dignidad unida al espíritu crítico, y después de eso no queda más que odio y resentimiento.

Nuestras viejas izquierdas, abundantes en pensadores y escritos, nunca lograron armar una fuerza que les permita abordar el poder por los votos. La violencia vulneró en demasía los sueños de poder revolucionarios, fue una enorme entrega de vidas a cambio de ninguna posibilidad de tomar el poder. Solo el viento de los tiempos explica el absurdo de que critiquen a Perón mientras aplauden a los Kirchner, quizá el genocidio fue el dato central de este cambio de exigencias. Ayer, plenos de vitalidad juvenil, fracasaron al elegir la tragedia;  hoy, cansados de mirar con “la ñata contra el vidrio”, se conforman con asumir un protagonismo obediente y  sin crítica en los nítidos tiempos de la comedia.

Y construyeron una secta en torno al poder. Responden a toda crítica repitiendo como loros los logros de la década ganada. Enumeran todos de la misma manera; la ausencia de convicción los obliga a memorizar las respuestas. Los dogmas son ideas cerradas; un error puede gestar una fisura y si por ella se filtra una duda, ella implica un ataque a la verdad. Pensamiento cerrado, Jefe absoluto, discurso que se escucha, se aplaude y se incorpora al dogma sin meditar. Y ocupación del Estado, asalto de los cargos y las prebendas; en nombre del pueblo, actúan como si se fueran a quedar para siempre en el poder.

Sea quien fuere el elegido para el próximo gobierno, deberá gastar tiempo en expulsar esa caterva de empleados públicos que se apropian de dineros que les quitan a los verdaderos necesitados. Un supuesto pueblo de universitarios agresivos usurpando un Estado que debiera estar al servicio del pueblo verdadero. Eso fue el Kirchnerismo, una usurpación de los necesitados por los oportunistas y, en su desfachatez, intentaron llamarse  “militantes”. Perón, que fue en todo un adelantado, ya había expulsado a los imberbes de la plaza.

El partido kirchnerista

El Gobierno marca los temas a debatir  y es  el resto de la sociedad la que no es capaz de alterar esa agenda. Aburre este asunto de la sobrevivencia del kirchnerismo; no somos capaces de aprender de la experiencia de Menem, que terminó ganando la elección antes de disolverse en la nada del recuerdo. Somos una sociedad con instituciones débiles y Estado infinito. Toda secta que asuma el gobierno parece una iglesia universal  y, cuando lo pierde, se queda en la soledad de los que no tienen nada que decir. En el gobierno de Raúl Alfonsín todavía existían poderes fuertes capaces de cuestionar, militares o sindicales y hasta empresarios. Hoy la expansión del Estado estuvo al borde de disolver hasta la justicia y la prensa libre. Son otros tiempos y otro Estado.

¿Qué parte del oficialismo es puro oportunismo y qué parte pertenece a la dimensión ideológica? Imposible separar convicciones de conveniencias. La verdad es que el oportunismo es mayoría absoluta, muchos, demasiados, vienen de matrimonios políticos anteriores. También  se adaptarán, más adelante, al amor venidero. La idea de una lista armada entre los Rasputines de la Rosada suena a tonta y ridícula. La lealtad mayoritaria es al poder del Estado. El partido es el Estado y quien los suceda no necesitará  aprender demasiado para imponerles respeto a los gritones de hoy. Observar a algunos diputados que se corren nos permite imaginar el futuro. Gobernadores, intendentes y sindicalistas ya visitan a posibles candidatos ganadores. El núcleo duro del oficialismo está integrado por Carta Abierta y Página 12, el resto es propiedad del  poder de turno. Y los duros son menos del diez por ciento de los votos. Y son muy duros ya que nadie va a querer cargar con ellos. Ya comienza a sentirse la vibración que generan las dudas de los que dudan, de los que hacen cuentas entre ganancias económicas y cuál será el mejor momento para saltar del barco antes del hundimiento. Pronto veremos la multitud que se forja con el ejército de desertores.

El radicalismo y el peronismo, con sus historias y sus militantes, fueron ambos carne de cañón, como partidos, cuando perdieron el poder del Estado. Pululan muchos oportunistas, demasiados, y son pocos los convencidos, escasos. Los partidos históricos sufrieron bajas en el momento en que los gobiernos repartieron prebendas, ¿a quién se le ocurre que el kirchnerismo va a sobrevivir sin poder? Es esencialmente un partido de negocios -juego y obra pública-, la mayoría de sus personajes importantes queda a tiro de la justicia; el único elemento de unidad es la discrecionalidad de Cristina. No le veo sobrevivencia en las palabras del pobre Máximo desafiando a que le ganen a su Mamá.

La oposición es un lugar insalubre cuando el Gobierno tiene mayoría propia y dinero negro para comprar algún legislador que les falte. La mayoría absoluta deja a la oposición sin palabra, pero cuando la pierden deja al gobernante sin vida. El kirchnerismo deberá soportar la huida de los que se dicen peronistas y no son otra cosa que desesperados por la prebenda que da la obsecuencia. El oficialismo ya no gana en ninguna provincia grande; en las otras, los feudos, el futuro Presidente será el seguro ganador de la elección que viene.

Comparar a Cristina Kirchner con Bachelet, Pepe Mujica o Lula y Dilma es un defecto visual de sus aplaudidores. El fanatismo y la desmesura, el personalismo y el discurso buscador de enemigos, todo eso es tan  lejano a la política como a los líderes y partidos de los países hermanos. El kircherismo no es otra cosa que una enfermedad de la democracia nacional y popular. La supuesta década ganada, una afrenta al resto de los argentinos. Y el personalismo de la Presidenta es tan desmesurado que no tienen a nadie ni siquiera para custodiarle el legado.

Debemos apasionarnos por la política para no caer más en estos baches de la historia. Y tener más comprometidos que oportunistas. O al menos diferenciar y marginar a los indignos. Entre los políticos y los sindicalistas, sumados a los empresarios, somos el país con mayor producción de obsecuentes y alcahuetes del continente. Los empresarios deben disolver de una vez por todas IDEA y la Fundacion Mediterránea, sus quioscos para desplegar la concepción de la superioridad de la economía sobre la política. Necesitamos un proyecto común compartido de sociedad y no tan sólo un plan de negocios. Necesitamos superar  el seguidismo a los operadores que se dicen políticos, a los economistas y encuestadores y a los asesores que le dan un disfraz a las ideas.

Únicamente  la política como espacio para pensar el futuro nos puede sacar de esta crisis. O nos enamoramos de la política como sueño colectivo o seguiremos agonizando en el egoísmo que nos carcome el futuro. Necesitamos  ideas y proyectos comunes.  Es una decisión que estamos obligados a  tomar.  Y todavía estamos a tiempo.

Una concepción monárquica de la política llega a su fin

El kirchnerismo es un sistema feudal de provincias marginales que una vez llegado al poder elaboró una alianza de conveniencias con un sector de los organismos de Derechos Humanos y algunos restos de revolucionarios fracasados. Tan feudal que, en Santa Cruz, lo mismo que en Formosa, la reelección es para siempre, y ahora aparece el hijo dedicado a los negocios opinando que la madre nos debe seguir gobernando. Una concepción de la monarquía encarnada en su versión decadente pero hereditaria: de Néstor a Cristina, a la hermana Alicia que se ocupa de los necesitados; o como en Santiago del Estero y Tucumán, donde el poder se queda en familia porque se eligen matrimonios. Menem y Kirchner expresaban la visión marginal de la política que teníamos como sociedad. Triunfadores en provincias donde ni siquiera se imponía con transparencia la democracia.

Ahora estamos cambiando esencialmente de actitud; los candidatos surgen de Santa Fe, Córdoba, Capital, Buenos Aires o Mendoza; es decir, provienen de democracias con alternativas. Claro que nos falta un paso fundamental y es devolverle el contenido a la política. Para el poder económico los partidos eran la Fundación Mediterránea e IDEA, los lugares donde los gerentes defienden los intereses de sus patrones. El poder de los negocios dejó en un sinsentido al lugar de las ideas y en eso nos convertimos en uno de los más atrasados del continente. La dirigencia política fue seducida por el poder de los negocios y en el fondo, después de tantas vidas entregadas a los sueños de cambio, demasiados candidatos son pura imagen sin ninguna idea. Incluido el gobierno que confunde ideas con enemigos, odios y resentimientos.

El menemismo fue la entrega de la política a la farándula y los negociados. Su herencia marcó una decadencia que el kirchnerismo sólo enfrentó con la mística de los empleados públicos y los necesitados subsidiados con planes sociales. Los personajes del kirchnerismo sólo se caracterizan por la obediencia convertida en obsecuencia. De tanto aplaudir y repetir el mantra de la década ganada ningún candidato podrá sobrevivir al enfermizo personalismo de la Presidenta. Los rostros de los aplaudidores van ingresando al anonimato de los sin rasgos particulares; baten palmas y se mimetizan con una multitud tan ficticia como rentada.

El gobierno sabe inventar enemigos para justificar sus desaciertos, pero de tanto odiar a los de afuera ha dejado de gobernar con eficiencia. La ideología la pintan de revolucionaria pero la ineficiencia no se puede disimular con nada. Quien gobierna tiene enemigos, pero eso no implica que estos justifiquen la incapacidad. Una cosa es hacer discursos y otra muy distinta es conducir con talento hacia el éxito.  Gritarle a los buitres puede ser un camino hacia el fracaso de toda negociación. Tantos gritos sólo porque imaginan que los partidos se ganan en la tribuna.

Néstor Kirchner nos sacó del miedo al dólar y de la inflación desmedida. Cristina nos hizo retornar a aquel lugar de atraso y debilidad que parecía superado. Menem y los Kirchner tardaron diez años en demostrar que el camino elegido llevaba al fracaso. Dos décadas perdidas mientras los países hermanos las dieron por ganadas. Dos gobiernos donde la soberbia se mezcló con la mediocridad, y el resultado fue el de siempre, el personalismo exacerbado acompañando del autoritarismo que se termina consumiendo a sí mismo. Una receta que nunca falla; un seguro camino al fracaso.

Menem se alió con sectores de la derecha y Cristina con los de izquierda, pero ambos gobiernos fueron tan oportunistas como carentes de proyecto, usaron el peronismo cuando en rigor a ambos no les importaba ni siquiera discutir un proyecto de sociedad. Fueron tiempos de liderazgos fuertes y pensamientos débiles, de obsecuencias impuestas por sobre la verdadera política.

Nos lastima la convicción enfermiza de que se necesita un jefe con poder. Por el contrario, si el gobernante lo hiciera en minoría estaría obligado a negociar, y eso sería en bien de todos. Los gobiernos fuertes generan pueblos débiles, necesitamos transitar el camino inverso.

De los Menem y de los Kirchner quedará un conjunto de personajes enriquecidos. Esa fue la política de los últimos años, una mezcla de mediocridad con fanatismo y triunfo de unos pocos.  Y un seguro retroceso de la sociedad.  Cuando los que gobiernan se creen la minoría lúcida que guía al resto, entonces sucede que el fracaso se impone. Todos queremos que la democracia no tenga alteraciones; a veces pienso que todos menos uno. Y lo malo es que ese uno es hoy la Presidenta. 

Héctor Leis y la violencia de los 70

“No permitir que se reescribiera la tragedia de su generación en términos épicos”. Es solo una frase del homenaje que le hace Ricardo Roa en Clarín.  Fue comunista y montonero, guerrillero, preso y exiliado. Pero esencialmente un pensador, de esos que tenemos pocos, de esos que son capaces de revisar el pasado para que lo comprendan las generaciones venideras y no para que lo parasiten los fracasados de siempre. Fue un pensador, no un revisionista como tantos que se adaptan a cualquier coyuntura. Continuar leyendo

Una experiencia marcada por el personalismo y la corrupción

En el 83, la democracia retornaba, y en sus espacios apareció un nuevo personaje, “el operador”, un intermediario entre la política y los negocios. Este nuevo personaje no necesitaba pensar ni opinar, escribir propuestas ni debatir ideas; era un representante de los intereses particulares en el espacio donde las instituciones debían ocuparse de lo colectivo. Algunos políticos fueron transformándose en eso, en gente que era más lo que ocultaban que lo que expresaban. El operador se fue convirtiendo en empresario, en un simple lobbista que decía ejercer la política cuando solamente la parasitaba. Y, así, la política se transformó en una de las más seguras instancias de éxitos económicos. Sus responsables se fueron separando de sus lugares de origen para ocupar los espacios reservados a los triunfadores. El éxito de los políticos fue a costa del fracaso de la sociedad.

La Coordinadora Radical y la Renovación Peronista surgieron como sectores de la dirigencia que deberían tener vigencia en el presente. Una generación apasionada por la política había errado su destino con la violencia de los setenta y terminaba de fracasar con el oportunismo de los operadores. Un país donde la política había convocado pasiones pero carecía de cuadros suficientemente formados en el momento de gobernar. Políticos de raza ocupaban espacios en todos los países hermanos mientras que en el nuestro llegaba el tiempo de los aficionados además de la disolución de los partidos detrás de las momentáneas imágenes personales.

La imagen de prestigio necesitó venir de otros mundos -el deporte, entre ellos. Las ideas perdían vigencia frente a la desidia de los operadores. Finalmente, el kirchnerismo, arrastró una parte importante de la vieja militancia como simple reclutas de una causa que se justificaba sólo por el poder y las prebendas que repartía entre los seguidores. Entre Menem y los Kirchner, dos décadas fueron malgastadas entre frivolidades y resentimientos. La política, ese espacio de personas dedicadas a pensar el destino colectivo, la política fue desvirtuada en un amontonamiento de ventajas personales que culminaron siendo un retroceso colectivo. Y un espacio donde la sospecha se impuso al prestigio, donde la ambición se impuso al talento y la entrega. Los políticos no lograron arribar al espacio de la madurez y la sabiduría.

Hay quienes confiesan haber ganado la década que la sociedad perdió pero, en el mismo momento que definen sus sueños de secta, denuncian su voluntad de marginar de su proyecto a la mayoría, a los que simplemente no opinan como ellos. Esos personajes menores reiteran sus errores del ayer. Cuando eligieron la violencia podían ser héroes, pero no democráticos y, cuando eligieron la secta, dejaron en claro que el egoísmo se imponía en ellos sobre las necesidades colectivas.

La política exige de la sociedad apenas una cuota de esa pasión que depositamos en el fútbol y nos permite jugar entre los mejores. Sin embargo, la desidia con que participamos en la política nos ubica en frustraciones que cuestionan nuestra propia responsabilidad colectiva. Estamos finalizando una experiencia exageradamente personalista y tediosa, tan transitada por la soberbia como por los fracasos. Una experiencia donde los peores operadores de los negocios llegaron a incorporar algunos antiguos militantes que se rindieron a las necesidades de lo cotidiano; también el juego y la obra pública, el enriquecimiento ilimitado, y algunos discursos que los intentan justificar como parte del bienestar colectivo.

Nunca antes la decadencia se vistió con el ropaje de lo sublime para transitar frívolamente el ridículo. Nunca antes fue tanta la soberbia y la corrupción como para gestar una fractura entre gobernantes y disidentes, entre burocracia y sociedad. Con el dinero de todos engendraron diarios, radios y televisión oficialista, gastaron fortunas en defender con el discurso aquello que era indefendible en la realidad. Ahora los oportunistas de siempre, los que vienen aplaudiendo desde Menem, el feudalismo y la burocracia que roba usurpando el nombre del peronismo, comienzan a ponerse nerviosos, a no saber en qué momento se deben distanciar para salvarse.

Hay un pedazo del Gobierno que sueña con sobrevivir y otro, el de los duros, que se imaginan parte de una fuerza política permanente. Pareciera que no hay vida para ellos después de la derrota. Ni el kirchnerismo será una fuerza vigente ni los oportunistas podrán hacerse los distraídos. La Patria es una víbora que cambia de piel, nos enseñaba el Maestro Marechal, y todos somos conscientes que está gestando una piel nueva.

Convertir el capricho en dogma

La democracia es imprescindible para evitar lo que hoy nos pasa: un grupo de energúmenos empecinados en el error y convencidos de ser los únicos dueños de la verdad. Realmente me resultan insoportables. Me recuerdan el personaje del Principito repartiendo órdenes en un planeta inexistente. Han llegado a un punto donde la realidad y los otros somos detalles que molestan a su omnipotencia. La Presidente nos da cátedra a los que pensamos distinto, pero ahora intenta extender su docencia al resto del universo. Asumido el hecho mágico de convertir el capricho en dogma, le declaran al mundo las consecuencias de sus verdades que despliegan como si fueran reveladas. Y un joven que se dice marxista nos describe el mundo según su mirada de universitario sin experiencia, donde la soberbia ocupa el lugar que los años, a veces, otorgan a la sabiduría.

Y no se andan con chiquitas. Es con ellos o con el Mal, que es, obviamente, el espacio que no opina igual. La historia los enfrentó con un Juez de discutible lucidez, razón que les sirvió a los que nos gobiernan para edificar la certeza de que la cordura está de su lado. No les importan los detalles, lanzan discursos sin medir las consecuencias como si el supuesto hecho de tener razón se convierta por arte de magia en una verdad universal. Entre mi convicción de tener razón y el hecho de que me la otorguen, suele estar el camino de las leyes. La voluntad de los otros que, en este caso, por ser de discutible egoísmo no deja de
conservar sus derechos. Nadie quiere pagar lo que no corresponde, pero jamás a nadie se le ocurrió que ese rumbo se altera con un discurso.

Nos convocan a acompañarlos como si por el mero hecho de hacerlo convirtiéramos a la propuesta oficial en Ley universal. De sólo analizar la realidad, queda claro que esencialmente nos convocan a participar de un papelón colectivo. El objetivo de todos es pagar lo menos posible; a nadie con una cuota normal de cordura se le ocurrió que este resultado depende de la grandiosidad de un discurso ni de la pretendida originalidad de una ley. No somos los únicos humanos agredidos por los acreedores. Pareciera que somos los únicos que ejercieron el alarido como propuesta de solución beneficiosa. Años elogiando el acuerdo firmado por Néstor Kirchner, para terminar dinamitando ese arreglo como si careciera de valor. Algo nos llama la atención, antes de engendrar esta ley supuestamente proveedora de justicia ¿alguno se ocupó de estudiar su viabilidad?

La idea de los controles a los abastecimientos, leyes que persiguen ganancias privadas y son concebidas por burócratas que no podrían soportar el análisis de los negocios oficiales. Y mudar luego la Capital a una provincia un poco más feudal y decadente que el resto. Feudos donde los esposos se nombran alternativamente en el poder, nepotismos acompañados de marxismos. ¿Qué otros atrasos de la humanidad estamos dispuestos a reiterar?

Y las condenas que emiten los esbirros de turno. Capitanich sentenciándos al infierno de los buitres, Kicillof guiándonos desde un arriba sólo afirmado en el afecto de la mirada presidencial. El personalismo desplegado a su antojo y los oficialistas estirando el límite donde la obediencia lastima la dignidad. Pareciera que el kirchnerismo se los quiere llevar puestos a todos, que no hay vida después de la obediencia ejercida al grado de la humillación. Pasaron los tiempos donde ser oficialista permitía hacerse el distraído. Ahora, es una pertenencia sólo para fanáticos y beneficiarios. Ya toman conciencia que, después de este oficialismo, vendrá el paso a la clandestinidad de los leales. Demasiados odios para intentar después pasar desapercibidos. Demasiados oportunistas obedientes para soñar con la vigencia de un partidito kirchnerista. Como los seguidores de Menem, los beneficiarios se diluyen a la par de los beneficios que los engendraron.

Vendrá otro Gobierno, sin duda. Vendrán tiempos de debatir matices, discusiones de los demócratas que respetan la opinión ajena. Hoy no estamos confrontando ideologías, supuestas izquierdas o derechas. Lo de hoy es más simple y transparente. En el presente confrontan la demencia y la cordura. Los demás son detalles.