Por: Julio Bárbaro
El kirchnerismo no figura entre las opciones ganadoras ni en la Capital, ni en Santa Fe ni en Córdoba; tres provincias donde le toca ir de tercero o de cuarto sin vitalidad, ni candidatos ni vigencia. No figura como opción ganadora tampoco como desafiante. En Buenos Aires ya perdió contra Massa y además, los kirchneristas no lo quieren a Scioli. No es necesario seguir analizando situaciones electorales: para una derrota, con lo descripto, sobra. Se me ocurre que Scioli ya comienza a tomar distancia para poder competir. Los votos que mantiene están basados en sus actitudes democráticas antagónicas con el Gobierno y no en la lealtad que dice procesar. La agrupación de leales ortodoxos aplaudidores fanatizados, los que instalan en las autopistas las fotos gigantes con Cristina, esos, discuten la herencia de la secta pero, desde ya, ni siquiera saben dónde queda el amor ni el respeto de la sociedad.
Llama la atención el comportamiento presidencial. Insiste en imaginar que si el capricho transformado en propuesta fue exitoso hasta hoy por qué no habría de insistir con la muletilla. Sus discursos sólo sirven para arengar a sus seguidores; una convocatoria a la confrontación con el supuesto enemigo inventado según necesidad. Ni una frase para los que dudan. “Tibios abstenerse”, “yo soy la dueña de la verdad”, “en la duda anida la traición”. La idea queda clara: obediente o enemigo, obsecuente o traidor. Y luego el relato, esa clara decisión de fortalecer a Gils Carbó, ya que vendría a quedar en el espacio exterior de la obsecuencia obligada. Casi una tomada de pelo a la tribuna. Como el cuento del procurador anterior, Esteban Righi, al que echaron para defender a Boudou, y que ella lo ubica en la arenga como distante de sus decisiones. Los medios, los jueces y ahora los servicios de informaciones deben pertenecer al pensamiento oficial. El kirchnerismo se asume como fundacional, distinto y superador de los no creyentes; dueño coyuntural de cuanto oportunista calculador ande suelto y además, de algunos fieles convencidos –pocos- pero los hay.
La disputa entre los herederos resulta patética. Imaginan que el dedo de la Jefa trasferirá adhesiones en masa. Alguien los convenció que la Presidente ganaría siempre y sueñan con recibir el karma vencedor, el brebaje que arrastre multitudes. Olvidan que el voto opositor es mayoritario y que hoy está disperso, pero en una elección sería un aporte masivo contra el oficialismo y -en una de esas- el castigo electoral contra la Presidenta sería más contundente. Algunos insisten a la manera de aquella tragedia de la “contraofensiva”, como si en toda derrota habitara una sombra de heroísmo.
Un ciclo finaliza, sin duda peor que en su comienzo, más sectario y menos democrático, más dependiente de una voluntad presidencial y menos responsable de una coherencia o un proyecto. Un ciclo que intentó ser fundacional y finaliza siendo un fracaso – sembró odios y atrasos, enriqueció más a los funcionarios que a la sociedad, depende de una jefatura y una pretendida militancia nacida en el poder- no podrá resistir demasiado la crudeza del llano. Lo único positivo es que aprendimos mucho, vimos desnudos a los que únicamente seduce el poder y conocimos el partido de la dignidad y la libertad. No es tan masivo pero existe; ya es bastante.