La lucha continúa

Se había clausurado la etapa dictatorial y el país retomaba el sendero constitucional del que nunca debió apartarse.

En aquel momento convivían la esperanza y los temores. La libertad reconquistada, la prensa expresándose libremente, los partidos funcionando, llamaban a la alegría, al reencuentro con lo mejor del país.

Al mismo tiempo, las acechanzas eran enormes. El PBI había caído un 15% en los tres años anteriores, luego de la ruptura de la famosa “tablita”, en noviembre de 1982 y la consecuente devaluación. La deuda externa equivalía a tres años y medio de exportaciones, en una América Latina que vivía una generalizada crisis financiera. El salario real había caído un 30%. La mayor parte de la banca privada estaba técnicamente quebrada y podía generar en cualquier momento una catástrofe.

A este panorama había que añadirle los riesgos propios de la transición. La dirección tupamara estaba aún presa y se extendía por el país un reclamo de amnistía. Habían entrado a la cárcel como réprobos, pero el maltrato sufrido les bendecía ahora con una actitud indulgente de la ciudadanía. Por otro lado, la situación militar vivía las tensiones propias del abandono del poder y la clara distancia entre los comandantes en jefe que habían acordado la salida y quienes rodeaban al Tte. Gral. Alvarez y mascullaban enojos. Muchos de ellos estaban convencidos de que el retorno político se haría inviable y que el sindicalismo y otras fuerzas radicales retornarían al país al clima de tensiones que había alfombrado el camino al golpe de Estado.

Para quienes hoy tienen 45 años, esto es historia antigua. Quienes hoy andan por los 55 años, ni siquiera tienen mayores vivencias de la dictadura comenzada en febrero de 1973. Es el fluir natural de la historia. Lo que hoy saben de aquel pasado neblinoso, es vago e impreciso. Tienen claro que el país sufrió una dictadura, que de ella se salió en paz y que llevamos ya cinco gobiernos democráticos, tres colorados, uno nacionalista y ahora tres del Frente Amplio. De esa historia han oído versiones diversas y el oficialismo educativo les ha hecho creer a muchos que los tupamaros lucharon contra la dictadura, cuando su empeño fue para sustituir la democracia por una revolución a la cubana.

Escuchan hablar de la desgracia de las personas desaparecidas bajo la dictadura, de reclamos de juicio a militares, pero no se les recuerda que a quienes trajeron la violencia al país también se les amnistió. Se actúa como si la ciudadanía, en dos oportunidades, con 20 años de distancia, no hubiera ratificado la amnistía militar, simplemente por una voluntad de paz.

Estas generaciones de que hablamos han abierto los ojos a la vida cívica con un país pacificado y una democracia funcionando. Quizás ello les quita perspectiva para valorizar el esfuerzo del país en estos años, a partir de aquel primer gobierno que tuvo que administrar legítimos reclamos sociales y acompasarlos al imprescindible crecimiento de una economía malherida. Bueno es recordarlo, entonces, para entender cuánto hay que cuidar las instituciones, la legalidad, el clima de convivencia, un debate público vivo pero respetuoso.

Si el país perdió un día la libertad fue porque antes había perdido la tolerancia. Hay una inexcusable responsabilidad de quienes creyeron que había llegado la hora de la revolución y se lanzaron a una aventura desestabilizadora, que produjo el efecto exactamente opuesto al buscado: en lugar de una revolución cubana vino una dictadura militar de derecha. También hubo responsabilidad, incuestionable, de los mandos militares que, luego de derrotar ese intento desestabilizador, mesiánicamente se creyeron llamados a asumir el gobierno por la fuerza, para preservar al país de la violencia guerrillera y de lo que ellos juzgaban demagogia de los partidos políticos.

Nadie de buena fe puede dudar del éxito uruguayo de estos 30 años. Nadie fue excluido de la transición y baste pensar que preside el gobierno alguien que estaba preso en aquel tiempo, procesado por los jueces de la democracia y no por la dictadura. 

Es indudable el progreso material de todos estos años. Desgraciadamente, hemos retrocedido como sociedad en la educación, en la legalidad, en la inclusión social, porque aunque se hagan malabares con los números está claro que hoy existen entre nosotros barrios emancipados de toda autoridad, ganados por el delito y los jóvenes están peor preparados que nunca para la sociedad del conocimiento.

El sistema político funciona. La economía ha crecido. La sociedad, sin embargo, adolece de innúmeras fracturas. Es difícil hablar de “los uruguayos” con generalidad, cuando vemos en el fútbol tribus urbanas desatadas y en la calle un delito cada vez más cruel. Mientras que desde las alturas se dice que la política está por encima de las leyes.

La complacencia no puede llevar al país a bajar los brazos. Simplemente eliminando la repetición en las escuelas y en los liceos no vamos a mejorar el rendimiento de los alumnos. Legalizando la marihuana no vamos a combatir mejor la droga. Legitimando el patoterismo sindical no vamos a mejorar la productividad del país. Llevando los fiscales a la Presidencia de la República no vamos a ofrecer mejores garantías a los ciudadanos.

30 años entonces… pero la lucha continua.

Entre el conservadurismo y el reduccionismo educativo

Al Presidente Mujica hay que reconocerle la honestidad de asumir, reiteradamente, que fracasó en materia educativa. Es algo muy fuerte en un gobernante que el día que juró ante la Asamblea General fijó esa meta como la principal de su gobierno: “educación, educación, educación y otra vez educación”. Así lo dijo.

Ese gesto, sin embargo, no abrió un real camino hacia el proceso de modernización de nuestro sistema, tanto en su calidad como en su proyección social, donde hoy se constata el rezago formidable de los jóvenes de los sectores más pobres. Para alguien que se considera de izquierda eso sí que debería sentirse como un fracaso y los datos ofrecidos recientemente por el Instituto Nacional de Evaluación Educativa son realmente para llorar. No repetiremos los números que se han publicado hasta el cansancio. El hecho es que en América Latina, Uruguay adolece de la distancia más grande entre los alumnos del sector de mayor poder adquisitivo y el más pobre.

A partir de este hecho, sin duda que estamos ante un fracaso, pero mucho mayor que el que reconoce el Presidente, que reduce ese resultado a la negativa que le tributó su bancada parlamentaria a la propuesta de dotar de autonomía a la UTU, separándola de la ANEP. En rigor, esa propuesta no tenía mucho sentido. ¿Qué se ganaría con sacar a la UTU de la ANEP? ¿Hay algo que la UTU no puede hacer por estar debajo del paraguas administrativo de un organismo rectore, el Codicen, que coordina a las tres ramas de la enseñanza primaria y media? Es más: cuando el propio presidente del Codicen viene de la UTU, en qué el Codicen obstaculiza el desarrollo de la UTU?

A la inversa, desmembrar el Codicen es renunciar a la visión de conjunto de una enseñanza que es un proceso continuo y, por lo tanto, requiere programas que se coordinen, procedimientos que se armonicen e ideas básicas que se compartan. Antes de la creación del Codicen, justamente, esa era la situación, con una Primaria que no miraba hacia Secundaria y mandaba allí a sus alumnos sin saber lo que venía y así sucesivamente. Cuando se creó el ciclo básico, además, quedó impuesto que Secundaria y UTU debían trabajar conjuntamente, para que el mismo pudiera cumplirse en las dos ramas de la enseñanza media y la técnica dejara de ser la cenicienta.

Lo que el Presidente Mujica reclamaba era una mayor atención a la capacitación tecnológica, propósito sin duda respetable, pero que para nada se iba lograr simplemente separando a la UTU del sistema coordinado que supone la ANEP.

El hecho es que de esa discusión salió al final la creación de la UTEC, Universidad Tecnológica, proyectada y propuesta insistentemente por el Partido Colorado. La misma está comenzando a andar y ha abierto espacios en el sector alimentación (especialmente, la lechería) y mecatrónica, con más ambición, para egresados de la UTU o de Secundaria que se especialicen en mecánica y pueden acceder hasta el nivel de ingenieros. No es desdeñable la actitud recelosa que la Universidad de la República tiene para esta nueva institución, a la que ve como una molesta competidora.

Como se va viendo, nuestro sistema educativo no ha entrado en un real proceso de reforma y, para peor, el nuevo gobierno ha resuelto seguir con lo que estaba. Ni siquiera ha cambiado a los jerarcas, lo que todo hace pensar que el tranco resignado que hasta hoy nos preside será la condena de otra generación de adolescentes, donde solamente los excepcionales saldrán delante de verdad.

El tema educativo es muy complejo para reducirlo a algunos esquemitas institucionales, de crear una autonomía o trasladar un organismo. Para empezar, hay que definir temas básicos, como la actitud ante el trabajo, ante el mercado laboral. El Presidente Mujica mira hacia allí con pragmatismo pero no puede ignorar que —históricamente— el Frente Amplio ha repudiado esa visión bajo el emblema de que no se pueden formar trabajadores para el mercado capitalista sino que, por el contrario, el sistema está para forjar ciudadanos críticos, capaces de cambiar este sistema burgués tan horrible que predomina en el mundo. Compartimos con Mujica su idea y vamos más allá: todo el sistema educativo —como lo proponía Pedro Figari hace un siglo— debe siempre pensar en producir, sean sus productos materiales o intelectuales, pero producir siempre. Como es sabido, la Universidad de la República piensa distinto y siente que el mercado es su enemigo.

En un plano más amplio, la cultura cientifico-tecnológica está lejos de la concepción de nuestra Enseñanza Secundaria y es preciso revolucionar ese contenido. No para que todo el mundo sea ingeniero pero sí para superar que no sea la matemática una barrera insalvable para la inmensa mayoría de nuestra juventud. Quienes venimos del derecho, de las materias humanísticas, por supuesto que seguimos creyendo en la relevancia de la enseñanza histórica y filosófica, pero la misma ha de equilibrarse con el otro costado de la cultura, que es la ciencia y sus derivados.

Estos son los debates de fondo que hay que dar y resolver como país. Ya hemos comprobado que con presupuesto solo no se resuelve nada, porque se multiplicó el presupuesto y ni siquiera quedamos igual sino que retrocedimos. Por supuesto, tampoco se puede tener un profesorado de calidad sin dinero, pero ésta nunca fue una profesión para enriquecerse sino fundamentalmente vocacional y es esa vocación la que se perdió. Hoy no atrae enseñar, la vida de las comunidades educativas no es un modelo de solidaridad y efervescencia cultural. Hasta la violencia degrada las relaciones y ellos es consecuencia de que la sociedad toda se ha embrutecido en el modo de hablar, de saludarse, de vestirse, de relacionarse con el vecino de puerta o el parroquiano con el que se comparte un ómnibus. Todo ese conglomerado es la cultura, justamente, y es lo que debemos algún día, en serio, discutir y empezar gradualmente a resolver.

Desprecio al trabajo

Nuestro Presidente una y otra vez ha repetido, entre resignado y divertido, que los uruguayos somos “atorrantes”. Como una especie de periodista costumbrista, ha hecho de eso un tópico gracioso, que llegó hasta el punto de apostrofar a quienes tenían dos trabajos, considerados una especie de egoístas que le estarían quitando la posibilidad a otros..

Lo malo es que no estamos ante una simple ocurrencia de alguien que acostumbra hacerlas sino de un concepto ya afirmado en algunos miembros del gobierno, originarios del comunismo, que siguen al pie del colectivismo.

El Ministro de Desarrollo Social Daniel Olesker ya lo dijo en un programa de televisión del canal 10: “… tampoco tenemos que tener la convicción de que por trabajar más somos mejores, ¿no?, o sea que el trabajo dignifica… El trabajo es también una forma de alienación del ser humano. Ojalá pudiéramos trabajar menos, y con ello conseguir los medios y dedicar una mayor parte de nuestro tiempo al ocio y a la recreación”; “… en realidad el trabajo es una forma de ganarse la vida, pero al mismo tiempo tenemos un 80% de la gente en Uruguay —capaz que estoy exagerando— que trabaja en cosas que no le gustan”.

En esa misma línea, la futura Ministra Marina Arismendi criticó al Banco de Previsión Social porque le canceló la asignación familiar a numerosas personas que no enviaban a sus hijos a la escuela. Y desarrolló la singular teoría que exigir contrapartidas a cambio de las transferencias monetarias era “culpabilizar” a los beneficiarios. En el delirio colectivista razonó: “¿A los que tienen más, los que nacieron en cuna de oro, qué contraprestación le estoy pidiendo?”. Por supuesto que no le pide nada porque no le está dando nada, tan elemental como eso. ¿Y por qué no piensa mejor en que le damos a la gente que se rompe el alma trabajando para criar y educar a sus hijos del mejor modo posible?, ¿qué le decimos a esos padres con dos empleos o a esas madres que, además de atender a sus hijos, tienen que salir a trabajar diez horas fuera de sus casas, para volver a ellas a seguir trabajando? ,¿qué le decimos cuando ven que el dinero que ellos pagan con sus impuestos (y hoy día todos pagamos) va a dar a gente que no está dispuesta a nada para mejorar?

Está claro que la señora Arismendi y el señor Olesker viven en la utopía comunista, sin propiedad privada, si remuneración del esfuerzo, con el Estado dueño de todo y cada persona haciendo lo que el Leviatán le pide u ordena, todos igualados hacia abajo. Esta fórmula ya se probó hasta el hartazgo, ya se demostró que no funciona, y no debiera ser materia de debate porqué está la historia rusa, yugoeslava o la que se quiera tomar como ejemplo, de que esa sociedad no crece, desalienta a los mejores y termina empobreciéndose e instalando una tiranía, al quitarle a la gente la menor iniciativa individual. ¿No ven lo de Cuba?

¿Cómo podemos seguir hablando de crecimiento y desarrollo si fomentamos que la gente no trabaje y que al Estado no le preocupe la escolaridad? Estamos de acuerdo en que la asignación familiar no es el único medio para lograrlo, pero también tenemos que convenir en que si el Estado ofrece la señal espantosa de que sigue remunerando a gente joven aunque no mande hijos a la escuela, estamos destruyendo las bases mismas de la prosperidad (y la libertad).

Lo malo es que hasta la CEPAL le encargó un trabajito a unos técnicos que concluyeron que no se debían quitar las asignaciones, porque no hay suficiente información y no es algo que “las familias tengan internalizado”. En lugar de “internalizarlo”, como se dice en esa jerga seudocientífica, se elimina la exigencia de contrapartida y a otra cosa… Esa es la condena definitiva para los más pobres: si no se les muestra el valor de la educación, si no se les ofrece una oportunidad con el mínimo de exigencia (que se beneficien a sí mismos), todos quedan condenados a la pobreza y a la ignorancia. Es horroroso. Es la congelación máxima de la desigualdad.

Por cierto, el Dr. Vázquez no piensa así, habiendo sido el constructor de una importante empresa médica y si el Ministro Astori, ominosamente, reconoció el concepto de su futura colega de gabinete solo nos lo explicamos en el contexto de alguien que está muy cuestionado desde la izquierda de su partido y trata todos los días de demostrar, en ese mundo de simplismos, que él no es “neoliberal” ni “de derecha”.

El tema es muy profundo. No son anécdotas. No es simplemente un programa social más o menos. Es la concepción de la vida y la sociedad. Si el trabajo no es un valor y si desde los bancos de la escuela no lo mostramos como lo que es, un motivo de realización personal, un sustento de la dignidad, la base de asiento de una familia, estamos en reales problemas. Somos un país de democracia y libertad, no somos una sociedad colectivista. Sí bien el país está construido en torno a valores de justicia social, que desde los albores del siglo XX se incorporaron a la matriz nacional, bien sabemos que es connatural al mundo de la libertad que haya desigualdades. El desafío del Estado, justamente, es mitigarlas y que haya un “mínimo ético”, como dice Bobbio, en que la sociedad asume un compromiso de solidaridad. Si ese mínimo ético llega hasta el desprecio al trabajo, al esfuerzo, a la creatividad, vamos camino —como sociedad— al peor de los fracasos. Lo malo es que son procesos que no se ven en un día sino en el largo plazo. Y cuando se advierten, ya es tarde.

Después de todo, no es muy distinto a lo que le está pasando a Grecia.

Un Presidente y los valores de la sociedad uruguaya

La construcción de la sociedad uruguaya, especialmente a lo largo del fin del siglo XIX y todo el siglo XX, ha sido un constante esfuerzo de asimilación y superación, de integración cultural y afanosa búsqueda de progreso. Eso le destacó siempre en el contexto latinoamericano: su sentido igualitario, su respeto a la ley, sus clases medias forjadas mayoritariamente desde la inmigración, su mirada hacia arriba, su ética de trabajo, su pionero Estado de Bienestar, su educación en lo escolar y en lo cívico.

Es en ese contexto que debe mirarse la influencia que el Presidente Mujica ha tenido en el debilitamiento de esos valores básicos. En un mundo del espectáculo, en que todo es la imagen, un mandatario que vive en una modesta chacra, se viste descuidadamente, habla como en un boliche, maneja de a ratos un pequeño “Fusca”, luce como un modelo de austeridad, que confronta con las habituales acusaciones que rodean a los políticos y gobernantes en la mayoría de los países occidentales. El código semiótico es rotundo: quien viste con desaliño es honesto; quien trata de estar prolijo, casi sospechoso; quien usa palabrotas es sincero, quien trata de hablar castellano con corrección, una especie de afectado “doctorcito”.

Veamos algunos ejemplos, entre tantos que podríamos evocar.

LA POLÍTICA SOBRE EL DERECHO. Cuando se cometió la alcaldada de suspender en el Mercosur al Paraguay, por el juicio político a su Presidente, salió de Montevideo diciendo que el procedimiento era normal y democrático y que no estaba previsto el ingreso de Venezuela; regresó habiendo votado lo contrario. Su explicación fue clarísima: “lo político primó sobre lo jurídico”.

“COMO TE DIGO UNA COSA, TE DIGO LA OTRA”. Esa frase, que hizo escuela, define el zigzagueo constante de un gobernante que no piensa lo que dice y que va de un lado al otro al compás de los acontecimientos. Sin ir más lejos, acaba de votar una ley de medios. Quien dijo (en setiembre de 2010) que “la mejor ley de medios es la que no existe”, es el mismo que dos meses después, en Mar del Plata, dijo que si le traían el proyecto lo tiraba a la papelera. Un año después envió un proyecto de 180 artículos que acaba de votarse en las dos cámaras. De este modo se instaló la inconsecuencia como código de conducta. Todo puede cambiar, todo puede afirmarse y negarse. Como excusa dijo que cuando afirmó lo que afirmó, ni idea tenía del proyecto.

ELOGIO DE LA IGNORANCIA. A raíz de que el nuevo Parlamento mayoritariamente no está integrado con legisladores que terminaron la enseñanza media, dijo (11 de noviembre de 2014, en Teledoce) que esa situación era “un alivio”. Añadió: “Como decía un autor tradicional, le tengo miedo a los bachilleres, porque saben algo se creen que lo saben todo.” “Necesitamos un parlamento que trabaje”, añadió. Una semana después, dijo en su audición: “No hago voto por un país académico”, porque quienes tienen estudios superiores tienden a adoptar “una arrogancia con tinte de nueva aristocracia”.

EL COMPLEJO DE NO SABER. Varias veces ha dicho que lo “discriminan” por carecer de “chapa universitaria”; “… no es la intolerancia del que desprecia crudamente al negro en forma discriminatoria y grosera. Es una intolerancia mucho más culta. La vivía en toda la campaña electoral, no puede tolerarse que alguien que no tenga chapa universitaria o no pertenezca a determinado círculo social sea presidente….”.

En una de sus audiciones radiales fue bien categórico: “Nada puede igualar en nocividad a los pequeños burgueses acomodados personalmente en el oficio de criticar todo lo que se hace y por las dudas lo que no se hace”. “En términos genéricos son burócratas del Estado o de la docencia, a veces recalan en el periodismo, fecundos en notas contra Juan, contra Pedro y suelen blandir el concepto de solidaridad y de igualdad. Sin embargo, del punto de vista práctico, del punto de vista real, de las actitudes concretas, de la forma de vivir, de la forma de compartir, jamás se los va a ver ayudando a levantar una pared, jamás se los va a ver comiendo un guiso con la gente necesitada”, sostuvo. En esa ocasión cuestionó a los escribanos y abogados “que defienden a los ricos”, a gente aun de izquierda que “no están para nada”, que son individualistas e hipócritas y no se comprometen con ningún proyecto colectivo. Ni se les pasa por la cabeza comprar medio kilo de chorizos para compartir con los que necesitan”; son los que, en su resentido juicio “empiezan haciendo vacaciones en Punta del Diablo, o lugares parecidos, recalan en Florianópolis y al final hacen algún viajecito a Miami”.

EL PECADO DE TRABAJAR. El 18 de noviembre de 2012, en “Crónicas”, criticó a quienes tienen dos empleos. “Veo demasiada gente desesperada por la multiplicación de la plata, que no se la van a llevar en el cajón. Puedo hasta concebirlo que una familia joven esté preocupada por su porvenir, pero en esta etapa de la vida en que uno empieza a tener visión de que está para salir, ¿qué sentido tiene la desesperación por acumular?”. Añadió que “no se trata de una apología de la pobreza, sino de escapar de la carrera interminable de quienes se dejan arrastrar por un mundo pautado por la acumulación, que quiere que uno compre y compre, que pague cuotas y que persiga la zanahoria de la felicidad, que nunca se alcanza”. Estando en España (29 de mayo de 2013), dijo que los uruguayos “somos medio atorrantes, no nos gusta trabajar…. Nadie se muere por exceso de trabajo, pero no es un país corrupto, somos un país decente”.

En 2009, siendo candidato, ya había dicho que aspiraba a la que sociedad uruguaya se pareciera a la tribu africana de los ´Kung Sang”, que “no precisan jefes” y “trabajan dos horas por día”. “Esta gente labura dos horas. Esta gente trabaja muy poco y tiene una vida espléndida. Tiene una apariencia de pobreza , pero tienen una vida notable, lo que descubrí fue que es mentira que el hombre es un animal trabajador. Es un animal de hábito, eso sí. Pero contrae la disciplina de trabajo mucho después”.

EL INSULTO AL BARRER. Cuando el futbolista Luis Suárez, en junio de 2013, fue suspendido por la FIFA a raíz de una falta seria en el campeonato mundial, insultó “a los viejos de la FIFA que son una manga de viejos hijos de puta…” . O sea que cohonestó la infracción y, de paso, recurrió al insulto con gruesas palabrotas. ¿Cómo enseña una maestra a sus alumnos que no tienen derecho a insultar a un docente que le califica mal por un acto de indisciplina?

“DARSE LA PAPA”. Pasado ya de frenos en su defensa a la improvisada aventura de la legalización de la marihuana, ha llegado ya al elogio de la drogadicción. Puso como ejemplo al poeta Julio Herrera y Reissig: “Teníamos un famoso profeta, Julio Herrera y Reissig, que escribía poemas y vivía en una torre de marfil. Se daba a la papa y compraba la cocaína en la farmacia, y era de espléndida calidad. Y no pasaba nada”. Por supuesto ignoró que el poeta padecía de una grave afección cardíaca y que los médicos de aquel tiempo le habían recetado morfina (no cocaína) y que, en cualquier caso, murió a los 35 años.

LA VIOLENCIA COMO TRAVESURA. Nunca expresó arrepentimiento por sus años de pertenencia a una organización que, por medio de la violencia, intentó destruir las instituciones democráticas del país. Con cierta sinceridad dijo: “Permanecí muchos años en prisión no porque soy un héroe, sino porque me agarraron”. Y en Cuba explicó su pasado con aire de travesura: “Con los sueños de aquellos cubanos, oleadas de juventud nos movimos por toda nuestra América. Hoy somos viejos, arrugados, canosos, llenos de reumatismo, de nostalgia y recuerdo. Y nos reímos de nosotros mismos, de las chambonadas que hemos cometido, pero chambonadas sin precio, por una causa, por el sueño de una humanidad con igualdad básica, con garantías básicas”. En una palabra, basta “una causa”, el fin justifica los medios, los asesinatos fueran apenas “chambonadas”…

Podríamos seguir con interminables citas. Basten estas. El hecho es que, divirtiendo a la gente con su gracejo, vistiéndose descuidadamente y hasta exhibiendo desprolijidad y desaseo, el Presidente Mujica ha debilitado todos loa goznes de la estructura de la sociedad. La institucionalidad no importa, el derecho no importa, drogarse da lo mismo, trabajar no es lo nuestro pero como somos honrados da lo mismo, un Presidente puede decir lo quiera, incluso agraviar o insultar y así sucesivamente. Una generación de uruguayos se ha criado estos diez años —cinco de Ministro y cinco de Presidente— aceptando este estilo y escuchando incluso el aplauso a su modo de ser. Lo peor es la frivolidad de una sociedad contemporánea, más aún en el exterior, que ha confundido abandono y desprolijidad con humildad, pose con sustancia, desfachatez con sinceridad, dejadez con republicanismo, o sea toda una mirada hacia desvalores, hacia abajo, hacia la degradación de las costumbres y los buenos modales.

Con la pistola en la nuca

Culminando el proceso de inconsecuencias y contradicciones que le ha caracterizado, el Frente Amplio está imponiendo, en forma abusiva, su proyecto de ley de medios. Han pasado más de cuatro años desde aquel ya lejano setiembre de 2010 en que el Presidente Mujica cosechó el aplauso de toda América Latina cuando le dijo a la revista brasileña Veja que “la mejor ley de medios es la que no existe”. Ahora vemos cómo avanza de modo incontenible una ley de 186 artículos que es un modelo pernicioso de intervencionismo estatal, llevado al máximo de los particularismos y detalles.

Nadie hubiera objetado un breve texto que regulara las adjudicaciones de ondas de radio y televisión, estableciendo un procedimiento del que se carecía. Pero avanzar de este modo sobre todo un sistema que ha sido puntal de la democracia uruguaya, es realmente preocupante, tanto como lo es el oblicuo trámite, que se escondió durante la campaña electoral y ahora se resucita de modo abrupto, en la rebatiña de un final de gobierno. El actual oficialismo, igual que el kirchnerista, agita el fantasma de presuntos monopolios privados que no existen ni se avizoran, cuando nadie se ha beneficiado más de la pluralidad de nuestros medios que el Frente Amplio en los largos años en que era sistemática oposición a los gobiernos colorados y blancos.

Una ley con tantos controles, tantas posibilidades de sanción y la vigilancia de órganos políticos, opera psicológicamente como una pistola en la nuca del periodismo nacional. Entre las 6 de la mañana y las 10 de la noche, o sea, prácticamente todo el día, hay que proteger al menor de cualquier “truculencia” y en ningún momento un medio puede incurrir en “discriminación política”, conceptos —entre otros— de tan elástica interpretación que son una latente amenaza. Aplicados de buena fe, pueden ser inocuos, criterios orientadores, pero usados por un gobierno autoritario para amenazar, es un pernicioso mecanismo de censura o autocensura.

Las habilitaciones de servicios de radio o televisión quedan limitadas a un plazo de 10 y 15 años respectivamente, con lo que serán un freno a la inversión tecnológica en un mundo en cambio acelerado. A ellos, por otra parte, se les prohíbe la trasmisión de datos, que pasa a ser un nuevo monopolio estatal en manos de Antel y también cualquier acuerdo con empresas de telefonía, a las que se impide participar en radio y televisión. En un mundo en que la tendencia, para sobrevivir, es abrir justamente esas posibilidades de convergencia de servicios, se reducen posibilidades de expansión tecnológica que, en cambio, se le atribuyen graciosamente y en exclusividad a Antel.

En cuanto al fútbol, hay una bomba de tiempo, porque por un lado la Asociación Uruguaya de Fútbol está vendiendo la exclusividad de los derechos de la selección en cifras millonarias y, por otro, se habla de trasmisiones gratuitas. ¿Cómo se va a financiar la selección si el “producto” se regala? Son misterios del populismo de —una vez más— clara inspiración kirchnerista.

El oficialismo, para justificarse, por un lado agita fantasmas de inexistentes monopolios y, por otro, ensalza al sector audiovisual al establecer que un 60% de la programación emitida deberá ser nacional y un porcentaje debe ser producción independiente, siempre que ninguna empresa concentre más del 40%. En términos generales, no se está lejos del porcentaje general pero esa introducción particularizada en los contenidos ya se verá que no beneficiará al progreso del sector. Cuando se fuerzan las cosas —y esto lo hemos vivido desde el primer gobierno de Perón— lo que se gana es que esos espacios se llenen con producciones de bajo costo y calidad. Estamos de acuerdo en apoyar ese dinámico sector de creación, pero ello debe hacerse, como ya ocurre, con subvenciones y créditos, para que puedan desarrollarse programas de calidad, aunque no tengan una real virtualidad comercial.

Malo el procedimiento político, malo el contenido, peor este modo de actuar en un tema que es de libertades públicas, que hace a la esencia de la vida democrática y no puede quedar subordinado a interpretaciones capciosas de órganos políticos o la amenaza constante de sanciones definidas de modo impreciso.

Desastre inocultable

Una de las pocas modificaciones importantes y positivas ocurridas en el sistema educativo uruguayo, de tan lamentables resultados, fue la creación del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEEd). Cualquier organización moderna requiere de evaluaciones objetivas, que vayan midiendo resultados y, de ese modo, permitan orientar mejor las acciones pedagógicas y administrativas.

Cuando se designó a sus autoridades, todo el mundo aplaudió los nombramientos y estimó que la designación de Pedro Ravela como director ejecutivo aseguraba la idoneidad del trabajo. Se trataba de un técnico ampliamente reconocido, quien había coordinado la engorrosa prueba PISA en Uruguay y era —y es— considerado el mayor experto en el tema.

Al llegar a la difusión de la primera evaluación importante, empero, se produce su renuncia por discrepar con la conducción del organismo, lo que preocupa y es de lamentar hacia el futuro. En esta primera oportunidad, los procedimientos fueron los adecuados. Se ha encendido, ahora, una luz amarilla sobre lo que vendrá.

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En la evaluación difundida, que condujo el director renunciante, los datos duros reaparecen, para confirmar el desastre educativo en que vivimos. Un gobierno que se proclama “de izquierda” consagra la mayor inequidad en el espacio de formación de nuestros jóvenes, justamente el fundamental para quebrar el círculo vicioso de pobreza-ignorancia-pobreza. Un mayor presupuesto derivó en peores resultados.

La población de 18 a 20 años que llegó a 12 años de educación formal, en Uruguay es apenas el 28%, menos que Paraguay (43%), Brasil (47%), Argentina (48%), Bolivia (56%) y Chile (76%). No se necesita calificativo alguno porque los números son terminantes. Nuestros jóvenes no llegan a terminar estudios secundarios y estamos detrás de todos aquellos países que antes nos miraban con envidia. El liceo no les atrae, se aburren, sienten que no les sirve para nada y desertan. ¿Se puede revertir esta situación con más de lo mismo, como cree nuestro gobierno?

Lo mismo ocurre cuando se analiza al rendimiento de alumnos en función del entorno socio-cultural. El Uruguay no es el país con mayor desigualdad social, comparando en la región. Sin embargo, en la educación muestra un resultado espantoso en términos de equidad, lo que hacia el futuro nos condena a retroceder. En los entornos socialmente más desfavorables, el 87% no alcanza el mínimo de comprensión en matemáticas. Más grave aún es comprobar que seguimos caminando hacia atrás porque los resultados de 2012 son peores que los de 2003.

Podría seguirse analizando números pero basten con estos porque todos coinciden. La deserción es enorme, los niveles alcanzados son bajísimos, las horas de clase son notoriamente insuficientes y esto nos rezaga en la comparación con nuestros vecinos de región (lo que es realmente oprobioso). Retrocedemos incluso con respecto a nosotros mismos.

No advertimos, sin embargo, una preocupación acorde con la realidad. El presidente Mujica se limita a hablar de la exaltación de la enseñanza técnica, que es lo menos malo y agota allí sus razonamientos. El Presidente electo hizo una campaña totalmente continuista y ahora insinúa cambios, pero no asume que lo primero sería desandar la nefasta ley que surgió de aquel vacío “debate educativo” que se condujo en su período.

El país hoy no tiene desafío mayor. Si no se logra hacer un cambio a fondo, quedará condenado a la mediocridad e incluso retrocederá en términos de equidad social. No es posible aceptarlo. El país tuvo en su educación la palanca de su construcción democrática; hoy es un factor de desigualdad progresiva. Todas las expectativas de futuro se juegan en ese escenario y ya no hay discurso que pueda llenar ese vacío.

Cinco años más

De la mano del Dr. Tabaré Vázquez, el Frente Amplio acaba de alcanzar una victoria clara.

Quien haya seguido la campaña paso a paso sabe que todo pudo ser distinto, pero los hechos son estos y así hay asumirlos. Las propias encuestadoras no advertían en la primera vuelta que la fórmula frenteamplista llegaría a ese 47,8% que alcanzó. Es notorio que ha habido un voto “escondido” a favor del Frente Amplio, lo que ha sido una novedad. Ese tipo de ciudadano, que no se revelaba, se ubicaba en los partidos tradicionales, especialmente en el Partido Colorado. Hoy ocurre también en el Frente Amplio y, en este caso, parece clara la razón: son fundamentalmente ciudadanos de origen nacionalista que no aceptaban la fórmula encabezada por el Dr. Lacalle.

Esa ha sido una de las claves de la elección, que explica la mala votación nacionalista en departamentos como Cerro Largo, bastiones de un partido de fuerte tradición histórica. Continuar leyendo

“Ahora vamos por todo”

Ensoberbecidos por los resultados de octubre, la mayoría del Frente Amplio “va por todo”. Es imprescindible que a la mayoría parlamentaria sumen ahora una mayoría ciudadana que sea interpretada como un cheque en blanco para cambiar las bases republicanas y liberales de nuestra Constitución, la que hoy sienten como un corset. Como dijo la senadora Topolansky, “hay que pasar al socialismo, lo que requiere otra Constitución”. 

La frase que nos sirve de título fue dicha por la Dra. Cristina Kirchner luego de su reelección. Embriagada por su formidable éxito electoral, ungida por un 54% de la ciudadanía, no optó por el camino superior de convocar a todo el país para un proyecto nacional sino, por el contrario, ir “por todo”, o sea, apañar todo el poder posible. Ya sabemos lo que pasó después con la prensa, con los impuestos, con el dólar, con las empresas favorecidas y las perseguidas. En ese programa absolutista incluyó también la re-reelección, que —felizmente— quedó en el camino. Continuar leyendo

Compromiso de honor

En 1939, Ortega y Gasset, preocupado por las discusiones políticas argentinas, dijo una célebre conferencia en que enfáticamente, reclamó: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias. No advierten ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas”.

Hoy, 2014, nos viene esta invocación a la memoria para hacérsela a nuestros correligionarios colorados y batllistas, a los que nos representan en el Parlamento, a los que hemos votado y queremos seguir votando.

La mala votación del Partido no nos puede arrastrar a reproches o a cuestionamientos que aunque respondan a la mejor intención, no interpretan el momento político y psicológico. Nuestra gente está triste por la situación y hoy solo espera de todos nosotros, y en especial de quienes tienen la responsabilidad principal de conducción, seguir un camino claro y constructivo.

De aquí al 30 nuestro compromiso moral es luchar por el voto a la fórmula Lacalle-Larrañaga. No es un voto por el Partido Nacional sino por la causa republicana, para que no prospere la negación de la crisis educativa, para que no sigamos con el conformismo frente a la violencia que campea en la sociedad, para que no sea la marihuana la respuesta a los vacíos o temores de los jóvenes, para que “la política no esté por encima de la ley”…

La campaña colorada ha sido honrosa y levantada. Tirios y troyanos así lo dijeron. En el medio político se reconocía que Pedro Bordaberry lucía como el candidato más solvente. También que José Amorín debatía con inteligencia. Se lo agradecemos todos. Y si los resultados no han sido los que esperábamos, tenemos que asumir ahora nuestras primeras responsabilidades con altura y mirar hacia delante.

Estamos enfrentados a un compromiso de honor. Hay que salir a buscar a la gente. A explicarle. Y cuando el periodismo político nos pregunta sobre nuestras diferencias internas, hay que decir clara y rotundamente que no estamos más para discutir en público asuntos de familia sino para construir y que ahora, en nombre de nuestras propias causas, estamos procurando que el Frente Amplio, que ya tiene mayoría parlamentaria, no quede solo en el escenario. Después vendrán las elecciones departamentales y tenemos dos intendencias a defender y algunas más para reconquistar. Es otra instancia, es otro juego, donde si se actúa con inteligencia, se pueden cosechar mejores resultados. Y a partir de allí comenzará otro período.

Esos son los desafíos que tenemos por delante. A ellos debemos servir. Las discusiones sobre el pasado interno no interesan. Lo que todos queremos ver es un camino de futuro que ya debe comenzar a construirse cumpliendo los deberes principales. Tenemos causas permanentes para luchar y ellas están por encima de cualquier resultado circunstancial.

Colorados, a las cosas… ¡Arriba corazones!

Ocho razones para no votar al Frente Amplio

Producida la primera vuelta electoral, como colorado y batllista publiqué un artículo en que daba cinco razones fundamentales para dar el voto, en el balotaje, a la fórmula Lacalle-Larrañaga. Repito, la fórmula Lacalle-Larrañaga y no al Partido Nacional, porque ya no están en juego los partidos sino, como dice el propio Frente Amplio, dos candidaturas que presentan visiones distintas de país. A esas cinco, en estos pocos días, veo tres razones más, tan poderosas como las primeras. Recapitulando y añadiendo:

1) El país necesita un cambio urgente en la educación, cuyos paupérrimos resultados son una vergüenza nacional. El Dr. Vázquez niega esa crisis. La fórmula opositora nos asegura un intento serio de reforma.

2) El Dr. Vázquez insiste en la actual política de seguridad y ratifica la candidatura de Eduardo Bonomi como Ministro del Interior. ¿Pasar de 6.000 a 20.000 rapiñas en diez años no es una razón para rectificar rumbos?.

3) La política exterior no puede seguir “en el estribo de Brasil”, encerrados en un Mercosur que nos dificulta salir al mundo, agredidos por Argentina, atados a Venezuela y enterrando nuestra histórica amistad con Israel (que es nada más ni nada menos que defender a los valores occidentales).

4) El gobierno debe estar en manos de quienes elige el pueblo y no de corporaciones gremiales que manejan con autoritarismo y corrupción la vivienda, la salud y hasta imponen leyes con movilizaciones.

5) Preservar el Estado de Derecho e impedir que se sigan votando, a sabiendas, leyes inconstitucionales.

6) Defender de modo intransigente la libertad de expresión del pensamiento, amenazada por una ley de medios que ya se anuncia como “impostergable”.

7) Detener el irresponsable proceso de la legalización de la marihuana, que no ha ofrecido a los jóvenes la menor información sobre sus daños, que ni siquiera se ha podido poner en marcha y que ahora —colmo de los colmos— se está hablando de subsidiar su producción. Gravar el tabaco y subsidiar la marihuana sería el mayor atentado contra cualquier política de salud pública.

8) Ponerle freno a una mayoría parlamentaria que ya anuncia el abuso de su poder.

Para un demócrata, para quien cree en la libertad y la justicia social, se juega más de lo que parece en esta segunda vuelta. Como bien ha dicho y repetido el Dr. Hebert Gatto, el Frente Amplio es profundamente antiliberal. Hay que poner en presencia el medio país que no acepta esta deriva hacia un peronismo corporativo, que aleja a país de su tradición republicana y liberal.