Cinco años más

Julio María Sanguinetti

De la mano del Dr. Tabaré Vázquez, el Frente Amplio acaba de alcanzar una victoria clara.

Quien haya seguido la campaña paso a paso sabe que todo pudo ser distinto, pero los hechos son estos y así hay asumirlos. Las propias encuestadoras no advertían en la primera vuelta que la fórmula frenteamplista llegaría a ese 47,8% que alcanzó. Es notorio que ha habido un voto “escondido” a favor del Frente Amplio, lo que ha sido una novedad. Ese tipo de ciudadano, que no se revelaba, se ubicaba en los partidos tradicionales, especialmente en el Partido Colorado. Hoy ocurre también en el Frente Amplio y, en este caso, parece clara la razón: son fundamentalmente ciudadanos de origen nacionalista que no aceptaban la fórmula encabezada por el Dr. Lacalle.

Esa ha sido una de las claves de la elección, que explica la mala votación nacionalista en departamentos como Cerro Largo, bastiones de un partido de fuerte tradición histórica.

El Partido Colorado, por su parte, también parece claro que se desangró hacia el Partido Nacional en la primera vuelta, como consecuencia del “balotaje anticipado” que mucha gente hacía y, también, por qué no reconocerlo, del modo cómo se procesó su fórmula presidencial. En esta segunda vuelta, da la impresión que los colorados por gran mayoría apoyaron al Dr. Lacalle Pou.

Algunos medios han hablado de “arrasamiento” y titulares parecidos para esta segunda vuelta. Si se miran los tres balotajes, se advierte que los ganadores obtuvieron 52,6% (Batlle), 52,4% (Mujica) y ahora 53,6% (Vázquez). Ninguno llegó a 54%. Quienes perdieron, a su vez, obtuvieron 44,5%, 43,5% y 41%. Son números muy parecidos, tan parecidos que llama la atención tanta alharaca. En el 2004, Vázquez ganó en primera vuelta.

El Dr. Vázquez, ahora con la plenitud del gobierno, deberá atender las promesas electorales que hizo y que suponen un importantísimo esfuerzo económico. ¿Podrá hacerlo con una economía que ya no tendrá el ritmo de crecimiento de estos años? Este será su desafío, cuando tendrá, además, dos frentes a administrar: el sindical, muy crecido en estos años; y el interno, donde el MPP ha pasado a ser la mayoría. No cabe duda que el Presidente Mujica intentará articular, pero también él tendrá que lidiar con “bases” que reclaman el famoso “giro a la izquierda”, expresamente descartado por el Dr. Vázquez y simbolizado en la designación de Astori como su Ministro de Economía.

La región no marcha hacia una crisis, pero tampoco habrá la holgura de estos años. No es lo mismo la soja a 600 dólares que a 350, por más que estos esos guarismos sean el doble de hace diez años. No se puede ignorar que en esta década ha crecido —y mucho— un gasto público que ahora no puede retroceder.

Esperemos que el Presidente fije sus prioridades de un modo bien claro. Sus palabras inaugurales han sido muy sensatas y tranquilizadoras pero no suficientemente expresivas. La educación requiere un cambio de rumbo en sustancia y difícilmente lo pueda lograr contemporizando con gremiales notoriamente reactivas ante el cambio. El Presidente Mujica no pudo, pese a su esfuerzo. Y en ese escenario es que se juega el futuro del país, para que el crecimiento económico sea algo más. No hay desarrollo efectivo sin gente preparada para los tiempos exigentes que el mundo nos ha impuesto. Ese ha sido el mayor déficit de los gobiernos frenteamplistas, que han tenido mucho éxito electoral con sus llamados programas sociales pero que han establecido una relación clientelar de perniciosas consecuencias sobre la ética del trabajo: hay una generación que se está criando viendo a sus padres vivir sin trabajar.

Del mismo modo, la inserción internacional de nuestro país está reclamando más audacia. El Mercosur, formidable idea estratégica, ha terminado por ser un corsé que hay que aflojar.

Por cierto, hay muchos otros desafíos, pero lo más difícil serán sus propias promesas. Se han estimado en 2.500 millones de dólares su costo. Más carga impositiva terminará degradando una economía en el momento que a los actores de producción se les abre un período más difícil.

El país ha vuelto a mostrar la salud de su democracia. Todo ciudadano uruguayo, naturalmente, debe desear que al gobierno le vaya bien y que el exterior no nos envíe tormentas. Somos muy sensibles al mundo. Nuestro mercado interno es pequeño y aun quienes lo poseen más grandes, en los tiempos que corren, también dependen de lo que los vientos les traigan. Hoy día en Sudamérica, con la bonanza de la década, es difícil perder para un gobierno, como —a la inversa— con una crisis como la que sufrió Argentina en 2001 y 2002 es muy difícil sobrevivir aun en esta orilla del Plata.

El gobierno tendrá que gobernar y la oposición ejercer el control que le corresponde. Ambas cosas son importantes. Gobernar no es mandar, simplemente, y ser opositor no es solo criticar. Gobernar supone conducir al país, mirando hacia el futuro, sin hipotecarlo con demagogia. La oposición, además de vigilar, de cuestionar, de preguntar, tiene que construir una alternativa válida, que vuelva a encender la esperanza. La hay, sin duda. Pero solo estará al alcance de quienes realmente crean en ella.

 

(Publicado originalmente en: http://www.correodelosviernes.com.uy/Cinco-anos-mas.asp)