El malestar en la economía

Hace unas semanas se publicó un sugestivo artículo escrito por un incipiente “gurú” de las finanzas personales donde hacía un “mea culpa” sobre el estado actual de la profesión económica. En dicha nota, nuestro alquimista financiero anuncia la implosión de lo que él denomina el “paradigma neoliberal” (¿cuándo no?). Como botón de muestra nos ofrece el caso de Argentina y al crack financiero del 2008 que amenazó con llevar a la economía mundial a una crisis similar a la de la década del treinta.

El artículo me resultó un tanto curioso, ya que al igual que el autor de la nota, he estudiado en la misma facultad, en la misma época, y hasta hemos tenido a los mismos profesores, compartiendo incluso varias materias.

Habiendo dicho esto debo confesar que jamás en mi vida he conocido a un “neoliberal”. Tal es así que no he encontrado dicha categoría en ningún tratado de filosofía política, con la excepción de algún panfleto incendiario de bajo vuelo o de la boca de algún excéntrico líder tercermundista que pretendía encontrar en el “neoliberalismo” el chivo expiatorio para justificar los propios fracasos nacionales.

Pero tengo la sensación que nuestro “gurú” está confundiendo el supuesto “paradigma neoliberal” con el paradigma “neoclásico”. ¿Qué es esto último? Pues nada más que una síntesis entre las principales ideas formuladas por los economistas clásicos (Smith, Ricardo, Malthus, Marshall) y la tradición dominante que impera en la economía desde la década del 50 de fuerte raigambre keynesiana e intervencionista, y entre cuyos máximos exponentes podríamos incluir a economistas contemporáneos como Samuelson, Krugman y Stiglitz. Así, sobre aquella tradición clásica se fue gestando otra nueva, conocida como la síntesis neoclásica que es la que ha predomina actualmente en la academia, y la que estaría sujeta a discusión.

Los reproches que se la hacen a esta corriente del pensamiento están asociados en mayor medida con aspectos metodológicos y los supuestos bajo los cuales se ha construido la mayoría del andamiaje neoclásico. La obsesión por la modelización matemática y la necesidad de contar con modelos simplificados de la realidad han requerido la adopción de premisas muy irreales. Desde la forma esquematizada bajo la cual individuos y empresas toman decisiones (maximizaciones sujetas a restricciones), la disponibilidad y uniformidad de información, la función del empresario, la visión simplificada de la rivalidad y la competencia en el mercado, la dimensión temporal, hasta la obsesión por los equilibrios. Esta particular forma de ver y analizar la economía también se extendió al mundo de las finanzas y a la forma en la cual se valúan muchos de los más sofisticados activos financieros. Incluso muchas de las estrategias de trading y los modelos predictivos en finanzas se basan en la misma metodología neoclásica, manteniendo incluso muchos de sus supuestos irreales.

¿Qué tiene que ver esta discusión teórica con la realidad? En que muchos actores del mercado, incluidos los propios responsables de diseñar la política económica, utilizan estos modelos para tomar decisiones. Un ejemplo. El hecho de haber asumido a rajatabla todos los supuestos implícitos en estos modelos de decisión llevó a muchos fondos de inversión y bancos a subestimar de manera sistemática ciertos riesgos del mercado. Este hecho sumado a la mala estimación de la correlación y la interdependencia de determinadas variables financieras llevaron a importantes quebrantos y constituyen uno de los factores que originaron y agravaron al crack financiero del 2008 originado en el tramo sub-prime del mercado hipotecario americano. ¿Esto significa que hay que tirar todas estas teorías por la borda? No necesariamente, pero es evidente que es necesario revisar la conveniencia de seguir asumiendo como válidos ciertos supuestos que no se verifican en la realidad. Pero eso es harina de otro costal.

¿Y qué tiene que ver todo esto con el liberalismo? Pues poco y mucho. En primer lugar, el “liberalismo” no es una doctrina económica sino una filosofía abarcativa que se funda en la moral y la ética, y que a partir de un conjunto de axiomas definidos de manera apriorística sostiene determinados corolarios económicos. Pero yendo al tema que nos ocupa, podríamos decir que el liberalismo, grosso modo, tiene una visión sobre la acción humana de cuya observación se desprende un entendimiento sobre la vida económica. Si bien la diferencia puede ser sutil, existe un abismo metodológico e interpretativo con respecto a la visión “neoclásica” cuya razón de ser se encuentra, como acabamos de ver, en modelos de equilibrio basados en supuestos mayormente irreales. Pero una particular escuela de pensamiento poco tiene que ver con una filosofía política y ética como es el liberalismo.

¿Dónde está la conexión de todo esto? En que, a pesar de las deficiencias metodológicas mencionadas, la escuela neoclásica nos indica que para maximizar el bienestar general se deben respetar muchos de los postulados que propone el liberalismo en su faceta económica, a saber, precios libres, y un contexto de libre empresa, para que los empresarios y los emprendedores puedan coordinar el proceso de producción.

Pero ¿la situación de “crisis” en el paradigma neoclásico se puede extrapolar a una filosofía más amplia como el liberalismo que va mucho más allá de un mero paradigma económico? Pues claro que no. No hay tal cosa como “crisis del liberalismo”, y la discusión no pasa por aquí. Es más, si contemplamos la muestra que nos ofrecen los primeros treinta países más prósperos del mundo uno observa que dichas sociedades se encuentran organizadas en torno a una democracia republicana y liberal, con división de poderes, completa independencia de la justicia con respecto al poder político y respeto irrestricto de la propiedad privada. En el plano económico son sociedades donde impera el libre mercado, los precios libres, y la libertad de empresa, y donde como consecuencia de lo anterior ha florecido una densa red de empresarios y emprendedores que crean riqueza, innovan y demandan empleo, amén de que pagan impuestos que engrosan el presupuesto público.

La discusión que se está dando en la academia y en el mundo desarrollado no tiene nada que ver con desmontar las bases de la economía de mercado y la democracia liberal, sino que tiene que ver en cómo mejorar los incentivos y la coordinación económica, como hacer más transparentes a los mercados para evitar la subestimación del riesgo, y cómo tener una mejor regulación prudencial para evitar el sobreendeudamiento (apalancamiento), entre otras cosas.

Más allá de esto el capitalismo liberal está “vivito y coleando” por más que les pese a los populistas y a ciertos “gurues”.

Más sobre la visión económica y social del Papa Francisco

En nuestra última nota comentábamos cómo la encíclica Rerum Novarum sirvió de base para delinear lo que hoy se conoce como Doctrina Social de la Iglesia, y también mencionamos cómo hacia fines de los años 50 se produjeron ciertos cambios en el mundo que modificaron la visión de la Iglesia sobre la economía y la sociedad. Dichos cambios coincidían con el apogeo de las tesis colectivistas, y en momentos donde la idea del “estado de bienestar” ganaba cada vez más adeptos dentro de la intelectualidad occidental, apoyada en gran medida por la popularidad de las ideas keynesianas.

La encíclica Populorum Progessio (PP) tomaba nota de esto marcando un alejamiento con respecto al espíritu de la Rerum Novarum. A partir de la PP adquiere fuerza una prédica que relativizaba los derechos de propiedad, y que los condicionaba según fueran las  necesidades del “bien común”, y también se observaba una escalada en las críticas hacia el sistema y la moral capitalista.

A partir de esos años se produce un acercamiento de muchos sectores del cristianismo hacia las posturas marxistas y las tesis socialistas más radicales. En Latinoamérica, dicho acercamiento quedó de manifiesto en la llamada Teología de la Liberación.

¿Por qué mencionamos estos antecedentes? Porque son estos últimos los que moldearon gran parte del pensamiento de los obispos y sacerdotes del tercer mundo. Por lo expuesto, nos interesa conocer hasta qué punto el Papa Francisco se vio alcanzado por estas tesis, si adhiere a estas últimas, y si a lo largo de los años, ha ido desarrollando o aggiornando una nueva postura, sobre todo en esta nueva era de mayor complejidad y de cambios tan dramáticos en la estructura social y económica mundial.

En primer lugar, podemos afirmar que en Francisco efectivamente existe una “línea latinoamericanista” a tal punto que el nuevo Papa formaba parte del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). ¿Qué nos dice esto? Pues basta ver algunas de las posturas manifestadas por la propia CELAM a lo largo de los últimos años.

El primer ejemplo lo vemos cuando en 1998 la CELAM a través del monseñor Oscar Andrés Rodríguez declaró la necesidad de condonar las deudas que el Tercer Mundo mantenía con los principales centros financieros mundiales poniendo en duda la legalidad de los contratos bajo los cuales se había contraído dicha deuda. Era obvio que esta exhortación se hacía cuando había llegado el momento de pagar las cuentas y también obviaba el hecho de que el capital que había que devolver no pertenecía a los bancos sino a ahorristas de todo el mundo que oportunamente habían canalizado sus ahorros a través de dichas instituciones financieras.

En segundo lugar, hay en muchos de los documentos de la CELAM una clara influencia de la Teoría de la Dependencia, la cual sostenía que existía una desigual distribución del poder económico mundial y unos injustos términos de intercambio que condenaba a las economías latinoamericanas a conformar una periferia dependiente del poder económico mundial concentrado en unos pocos países centrales. Tesis desmentidas por muchos de los países de la periferia, como los dragones del sudeste asiático (Singapur, Corea del Sur, Hong Kong, entre otros), que en pocas décadas comenzaron a dejar atrás el subdesarrollo y la miseria.

Tampoco la CELAM se quedó atrás en su crítica hacia la globalización y la economía de mercado como atestiguan varios pasajes de los documentos surgidos de la reunión celebrada en Puebla, México en 1979. Al parecer el nivel de subdesarrollo de nuestras sociedades no se debía a la falta de capital y a la poca productividad de nuestras economías, sino al hecho de que “…grupos minoritarios nacionales asociados con intereses foráneos se han aprovechado de las oportunidades que abren estas viejas formas de libre mercado, para medrar en su provecho y a expensas de los intereses de los sectores populares…”.

Si vamos a las declaraciones más recientes de Francisco, podemos rescatar las dirigidas a la propia CELAM en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada recientemente en Brasil. Si bien dicho discurso estuvo más enfocado en remarcar los cambios que son necesarios realizar dentro de la propia Iglesia, tanto a nivel de la actividad pastoral como de las propias estructuras internas, también hubo pasajes donde condenó explícitamente el “reduccionismo” de las ideologías “desde el liberalismo de mercado hasta la categorización marxista”. No es la primera vez que esto ocurre, el hecho de igualar estas dos formas de ver el mundo, aun cuando las hayan producido resultados tan dispares en los países en los cuales se los ha aplicado. Las economías planificadas y dirigidas bajo férreos totalitarismos de partido único han colapsado y han desaparecido tras la caída del muro de Berlín. No obstante, en la actualidad las sociedades más prosperas del planeta son aquellas organizadas en torno a una democracia liberal y en donde impera una economía de mercado. Esta observación es la que llevó al Papa Juan Pablo II a adoptar una postura más positiva sobre el libre mercado tal cual lo atestigua la encíclica Centesimus Annus promulgada en 1991.

Concluimos entonces que el Papa Francisco si bien no ha mostrado una mirada demasiado alentadora sobre el liberalismo entendido en su concepción más amplia y abarcativa, que incluye una fuerte visión sobre la moral y la ética, tampoco debemos engañarnos pensando que forma parte de los obispos tercermundistas más radicalizados que adhirieron en su momento a la anacrónica Teología de la Liberación. Las ideas económicas y sociales que pareceríamos encontrar en Francisco se enmarcan en una “tradición latinoamericanista” mucho más moderada. La de la “opción preferencial por los pobres”, la del alivio contra la pobreza a través de acciones de base en las propias comunidades, aceptando también el rol del Estado y el uso del presupuesto público para mitigar las carencias sociales, pero esto último sin caer en un paternalismo estatal verticalista que podría fomentar prácticas clientelares y populistas que tanto conocemos en la Argentina y en el resto de la región.

La visión económica y social del Papa Francisco

A pesar de la progresiva secularización en la que vivimos, a la que no han sido ajenos los países latinoamericanos, intuimos que la figura del Papa Francisco tendrá una gran influencia sobre la región. Su figura no ha hecho más que crecer desde su asunción. En este sentido, hemos podido constatar la reacción que causa entre sus feligreses con su reciente viaje a Brasil en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud.

Nos resulta entonces de particular interés indagar sobre el pensamiento y la visión del máximo pontífice sobre los principales temas que interesan a nuestras sociedades dada esta enorme potencialidad para influir sobre la opinión pública.

Vale una aclaración. Si bien estamos puntualizando la figura de Francisco reconocemos que la Iglesia Católica es una institución con estructuras, jerarquías y tradiciones de más de dos mil años de antigüedad, y que el Papa es en la mayoría de los casos el portavoz del pensamiento de la Iglesia Católica en su conjunto. Por lo tanto, y por añadidura, también nos referimos a esta última.

Si esto último es así, cabe preguntarse: ¿ha habido dentro de la Iglesia una visión rectora o una síntesis integradora alineada a las santas escrituras que brindara una perspectiva sobre la economía, la sociedad y la política, además de las cuestiones religiosas y espirituales? Y si es así, ¿encontramos en el nuevo Papa Francisco una desviación con respecto a dicha “línea fundacional”?

Hay que mencionar en primer lugar, que a pesar de las tradicionales posturas “antiliberales” de la Iglesia, algo lógico teniendo en cuenta que dichas ideas liberales siempre propugnaron una sociedad laica y abierta (es decir antiestamental y antijerárquica), y más aún considerando el creciente proceso de secularización que siguió tras la Revolución Francesa y la idea de separar el Estado de la Iglesia, hacia fines del siglo XIX y principios del XX se comienza a forjar una “línea” bien definida dentro del seno de la Iglesia Católica. El encargado de reafirmar dichas posturas sería Gioacchino Pessi, quien en 1878 asume como Papa bajo el nombre de León XIII. Este último publica dos importantes encíclicas, la Quod apostolici muneris y la más influyente Rerum Novarum. Dichas encíclicas condenan de manera explícita las ideas socializantes y las tesis comunistas, la idea de lucha de clases, y la negación que hacen estás últimas doctrinas de la propiedad privada consagrada en el derecho natural romano. Por el contrario, e inspirado en los católicos clásicos y sobre todo en Santo Tomás de Aquino, hay una defensa abierta a la propiedad privada, el afán de lucro, y hasta a la sana competencia entre las personas para que estas pudieran progresar. Estas encíclicas, especialmente la Rerum Novarum, serían la piedra basal para lo que luego se conocería como Doctrina Social de la Iglesia (DSI).

Tras el fallecimiento de León XIII en 1903 pasarían varios sucesores (Benedicto XI, Pío X, Pío XI y Pío XII), quienes no se apartarían de la línea fijada en la Rerum Novarum, que a esa altura ya era la Carta Magna de la Iglesia en materia social. Incluso antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, y bajo la creciente influencia de las doctrinas comunistas y fascistas, la Iglesia bajo el papado de Pío XI emite dos documentos condenando al nazismo y al comunismo, la Mit brenender Sorge y la Divini Redemptoris, respectivamente. Había una posición muy clara de la Iglesia respecto a la propiedad privada y al comunismo.

Sin embargo, hacia fines de la década del cincuenta se comienza a producir un cambio en la atmósfera intelectual de Occidente. Por un lado, las ideas keynesianas y la idea de que el Estado debía encabezar el desarrollo económico y tener un “rol activo” estaban pasando por un alto período de popularidad desplazando a teorías más ortodoxas basadas en la economía clásica, ya desprestigiada y pasada al olvido. Por otro lado, las economías de las URSS, debido a su crecimiento, estaban reduciendo su “brecha” con respecto a las naciones occidentales y capitalistas. Eran años en los que el comunismo ya se había extendido y consolidado en la URSS, Europa Oriental, China, Mongolia, Corea, Vietnam del Norte, y se había extendido hasta Cuba, amenazando incluso con extenderse al resto de América Latina en el marco de la exportación de la revolución cubana.

Estos profundos cambios impactarían en la Iglesia y en su manera de ver los problemas sociales.

Así lo atestigua la encíclica Populorum Progressio (PP) de Pablo VI (quien asume en 1963), documento que en uno de sus pasajes remarca “…los bienes creados deben llegar a todos de forma justa, según la regla de la justicia inseparable de la caridad. Todos los demás derechos, sean los que sean, comprendidos en ellos los de propiedad y comercio libre, a ello están subordinados…”.

La PP marca un claro alejamiento con respecto a la esencia de la Rerum Novarum, y también tendrá una influencia decisiva sobre la visión económica y política de muchos obispos y sacerdotes del tercer mundo y su furibunda condena al afán de lucro, la competencia, y la propiedad privada. A partir de aquí se consolida dentro de la Iglesia una postura que condena la moral del sistema capitalista y de una dialéctica antimercado, sin percatarse por un segundo que nuestras naciones son subdesarrolladas precisamente por carecer de los suficientes niveles de acumulación de capital y por carecer de un vigoroso entramado empresarial que sólo puede operar y desarrollarse cuando los derechos de propiedad están fuertemente garantizados y cuando hay libertad de empresa (precios libres).

Aquí hacemos una pausa y nos preguntamos. ¿En qué tradición podríamos incluir al Papa Francisco? ¿Pertenece más bien a la vieja escuela de la Rerum Novarum o lo podríamos englobar en la tradición latinoamericanista fuertemente influenciada por la Popolorum Progressio? ¿Tienen vigencia ya estas antiguas visiones? ¿Se está gestando con Francisco una “re-actualización” o aggiornamiento de la Iglesia a la nueva realidad global que la aleje de estas viejas categorías? ¿Hay una nueva síntesis?

En los próximos días contestaremos estas preguntas en la segunda y última parte de este informe.

La moral de un izquierdista

Esta semana el diario La Nación publicó una carta del productor y director teatral Carlos Rivas, en la cual este último explicaba las razones de su distanciamiento de la organización “Abuelas de Plaza de Mayo”. Recomiendo leer la carta. Es sincera, sentida, y al recorrerla uno nota el pesar del autor.

La decisión del productor obedecería a la creciente “politización” de aquellas organizaciones y su estrecha vinculación con el actual gobierno. La carta es una excelente muestra de un conjunto de posturas y actitudes muy habituales dentro de la “intelectualidad” y de gran parte de nuestra sociedad, acentuadas durante la última década. Hay puntos muy interesantes de la carta para analizar.

En primer lugar, creo que es válida la decisión de Rivas. Es mejor cambiar que persistir en el error. No obstante, me pregunto por qué motivo este tipo de personalidades han necesitado más de diez años de latrocinio kirchnerista y de falsificación de la historia para ver las verdaderas intenciones del gobierno y de aquellos que los secundan. Me podrán decir que las personas pueden cambiar, y que tienen derecho a hacerlo. Sí, claro que lo tienen. Pero ¿qué pensaba Rivas a lo largo de estos diez años, mientras el autoritarismo gubernamental crecía sin límite alguno, mientras se perseguían periodistas y civiles disidentes, mientras se expropiaban empresas, mientras se construía un aparato de propaganda y manipulación psicológica financiado con dineros públicos, mientras se rentaban historiadores para arrancar ciertas páginas de la historia argentina vinculadas a los excesos de la izquierda revolucionaria, mientras se firmaban acuerdos con la teocracia iraní, mientras se recibían los petrodólares venezolanos, o mientras el matrimonio K incrementaba su fortuna en más de catorce veces alegando haber sido “abogados exitosos”?

En segundo lugar, Rivas manifiesta reiteradamente su admiración hacia las abuelas de Plaza de Mayo y la “altísima dignidad” con la que han llevado su “lucha”. Espero no ofender, pero soy muy escéptico con respecto a estas posturas. ¿Estará también de acuerdo Rivas con la reivindicación que han hecho estas organizaciones de “derechos humanos” del terrorismo subversivo y la lucha armada? ¿Estará de acuerdo con la constante exaltación que hace esta  gente de la satrapía venezolana y la dictadura castrista? ¿Estará de acuerdo con el hecho de que Madres y Abuelas de Plaza de Mayo (organizaciones civiles y sin fines de lucro) actualmente reciben de manera discrecional gran parte del presupuesto de la Presidencia de la Nación (a través de su Secretaría General) por montos multimillonarios y de los escandalosos negociados que surgieron de esta repartija los cuales ya son de conocimiento público?

Rivas menciona reiteradamente su “consciencia ética” y su admiración por la lucha de los “derechos humanos”. Estas palabras se escucharon mucho durante la última década. Sin embargo, los únicos derechos que parecen defenderse son de aquellos que simpatizan con la izquierda. Los “derechos humanos” es un concepto que debería ser abarcativo, ecuánime, sin distinciones ideológicas, y con el elevado propósito de buscar la verdad y la justicia. A pesar de que la comisión que juzgó a los militares reconocía el carácter “revolucionario” y de escala “continental” del accionar subversivo, actualmente no hay ningún personero de dichas organizaciones de izquierda que estén detenidos o rindiendo cuentas a la justicia. Las víctimas del terrorismo revolucionario superan las 18.000 (según el “Proyecto Víctimas” de la ONG CELTYV) y en la actualidad siguen sin ser reconocidas por el “relato oficial”, su memoria sin ser debidamente reparada, y sus testimonios parecen haber sido borrados de nuestra historia. ¿Por qué nunca escuchamos hablar a Rivas sobre estas víctimas? ¿Por qué estas últimas quedan fuera de su prédica si él mismo dice ser un defensor de los “derechos humanos”?

Reflexiono y hago memoria. Por eso cuando Rivas comenta que fue a la cárcel de Devoto en la época de Cámpora para liberar a  los “presos políticos” empiezo a recordar. Ellos también querían, como Rivas, una sociedad “solidaria, justa, equitativa y de signo nacional”. Las eternas consignas detrás de las cuales se escondían las verdaderas intenciones de los terroristas del ERP, FAP, FAL y Montoneros y su falsa “revolución proletaria”. Pero sobre este punto, hay que llamar la atención de los desprevenidos y los incautos. Esos “presos políticos” que se refiere Rivas eran terroristas de extracción marxista-leninista que habían sido encarcelados por una Cámara Federal Penal, creada a los efectos de combatir al terrorismo subversivo y surgida por ley en 1972, cuando se crea todo un andamiaje institucional para encauzar la lucha antisubversiva por vías legales. Dicha cámara estuvo vigente desde el 72 hasta su disolución en el 73 apenas asume Cámpora, cuando se dicta una amnisitía de carácter “urbi et orbi” que libera a todos los terroristas que habían sido juzgados “con la ley en la mano”. ¿Qué hicieron estos últimos cuando fueron liberados? Lejos de mostrar arrepentimiento por su accionar retomaron la lucha armada, pero previamente intentaron asesinar a los jueces que integraban la Cámara Federal que los había juzgado. Todos los jueces tuvieron que exiliarse del país, salvo el juez Quiroga que no un tuvo la misma suerte ya que murió acribillado por la espalda por estos “luchadores populares”.

Carlos Rivas en su carta menciona reiteradamente su ética, su moral, y su conciencia cívica. La gente de izquierda siempre lo hace. El problema es que aquello no es ni ética ni es moral.

Debatiendo con Marcó del Pont

El pasado sábado 20 de julio me ocurrió algo poco habitual para lo que es la realidad política argentina. Pude dialogar con un funcionario kirchnerista. En este caso se trató de Mercedes Marcó del Pont, actual presidenta del Banco Central. No es un cargo menor. Probablemente sea, luego del cargo de presidenta y de ministro de Economía, el de mayor grado de importancia en nuestro país. Al menos históricamente fue así. Es algo lógico. Si bien la Argentina no emite una moneda de reserva mundial y aun cuando el peso hoy en día sea una moneda de invernadero, inconvertible contra cualquier moneda del mundo, y sólo utilizada dentro de la economía cárcel que es hoy la Argentina, nuestra atribulada historia monetaria y cambiaria pone necesariamente al presidente del Banco Central en el centro de la escena económica y política del país.

Resulta que el sábado por la mañana junto con el resto del equipo de PRO Libres que lidera el histórico Pedro Benegas nos desplegamos por varios puntos de la capital porteña para realizar las habituales “panfleteadas” y charlas con los vecinos. En la esquina en la cual estaba mi grupo también estaban los militantes del Frente para la Victoria, todos muy jóvenes y como es esperable para su edad, bastantes entusiastas. Obviamente terminamos hablando de política.

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La corporación de la cultura

Se dice que la política es la segunda profesión más antigua del mundo, y que se parece bastante a la primera. El desprestigio de los políticos es evidente. Esta sensación no es inherente a nuestros atribulados países de Latinoamérica, pero es un rasgo particularmente notorio en estos países y en el sentir de nuestra vida política. Razones no faltan. Desde la propia incapacidad para gobernar en pos del supuesto “bien común” (máxima repetida hasta el hartazgo por la casi totalidad de los políticos en campaña), en la notoria pauperización en la calidad de vida de las mayorías, hasta en los visibles escándalos de corrupción donde el denominador común son siempre funcionarios que se enriquecen raudamente en su paso por la función pública.

En la Argentina tradicionalmente la forma más visible y escandalosa que han utilizado los funcionarios públicos para enriquecerse ha sido a través del presupuesto público y la infinidad de variantes para succionar recursos del erario público, ya sea, a través de sobreprecios, adjudicaciones de obras o servicios a empresas amigas -a cambio de un soborno, claro está-, licitaciones directas a empresas vinculadas a los propios funcionarios, y al uso de la estructura estatal para obtener ventajas en operaciones fraudulentas (i.e. compra de tierras fiscales a precio vil para su posterior reventa  a precio de mercado), entre otras poca ingeniosas pero certeras maniobras.

Desafortunadamente, también hemos vuelto a incorporar viejas estructuras que en el pasado han sido enormes caldos de cultivo para la corrupción como las elefantiásticas empresas del Estado, verdaderos monumentos a la ineficiencia y la corrupción, y verdaderas máquinas de devorar recursos públicos. Lo podemos ver hoy en día con el lamentable ejemplo de Aerolíneas Argentinas (AA) gestionada por una cúpula gerencial cuyo único mérito es rendir pleitesía al poder político de turno y de formar parte de la misma agrupación política creada por el hijo de la presidenta. Hoy AA acumula pérdidas por más de 3500 millones de dólares (el equivalente a tres American Airlines) que son sufragados por los ciudadanos que producen y pagan impuestos. Y el panorama tampoco luce alentador ya que ahora AA ni siquiera está en condiciones de pagar impuestos en tiempo y forma.

Pero hay más, además de esta corrupción ya tradicional, visible, y tan común a nuestro país, también se han extendido otras formas más sutiles, menos visibles, pero no así menos costosas o menos inmorales (respecto de cuán costosa será cuestión de hacer los números, pero no me caben dudas de que es más inmoral). Lo que hemos visto con las contrataciones para los últimos festejos patrios y populares, o con los subsidios a la corporación de la cultura es una lamentable práctica que se ha venido aceptando en nuestro país y que consiste en utilizar los recursos públicos para comprar conciencias, a través de la imagen del político en esta especie de rol de albacea y filántropo desinteresado que fomenta alegremente a trovadores populares con la plata del erario público pensando en que no hay un ápice de corrupción ya que no se queda con nada. Claro que no se queda con nada. Lo que nadie parece darse cuenta es que lo que no se queda el político en realidad se lo está entregando a otro. Pero eso tiene otro nombre. Se llama compra de voluntades, compra de conciencias. Tráfico de favores. O acaso no hay coincidencia en que casi inequívocamente los autodenominados artistas populares que reciben dichas prebendas (dinero del pueblo para hablar más precisamente) son curiosamente todos sin excepción “oficialistas”? Extraña coincidencia.

Esta postal no difiere demasiado de la del lobbysta industrial que pide al gobernante restringir o limitar la competencia poniendo como excusa alguna ínfula nacionalista perjudicando así al resto de los trabajadores que ahora deben pagar más caro a un industrial nacional más ineficiente. Pero hay algo moralmente superior en el lobbysta en el caso que nos ocupa. Este último al menos no oculta su intención. Su intención es ganar plata. Como es más ineficiente, debe hacer lobby frente a los gobernantes. Y ya sabemos que los lobbystas al encolumnarse todos tras un interés común frente al resto de la sociedad que se encuentra atomizada y pobremente representada pueden finalmente imponer sus intereses frente a un gobernante que muchas veces cede frente a la presión del lobby.

Por eso, sepan ustedes, los “artistas con consciencia social”, que son un lobby como cualquier otro, que obtienen los dineros del pueblo porque son un grupo con mayor poder de influencia, y que esos dineros que reciben para financiar su “arte” no provienen del bolsillo dadivoso de su presidenta sino del sudor de todo el pueblo argentino (1/3 del cual todavía sigue bajo línea de pobreza) incluso de aquellos que a ustedes les dan asco.

¿Podrán evitar otra devaluación?

Durante las últimas seis décadas el país ensayó todos los esquemas cambiarios posibles e imaginables, desafiando incluso hasta la literatura heterodoxa más desopilante. En este sentido el país ha implementado desde esquemas muy rígidos como cajas de conversión (que elimina la discrecionalidad de una política monetaria activa al estar está ultima condicionada al nivel de reservas y al mantenimiento de una determinada paridad), tipos de cambio administrados (tablitas), hasta los ineficientes tipos de cambio múltiples (que buscaban atender los diferenciales de productividad de los principales sectores productivos), todos sin excepción terminaron en sonoras devaluaciones. Estas últimas si bien sinceraban las distorsiones acumuladas, contribuían a espiralizar la inflación y a terminar de sepultar la confianza de los argentinos en su devaluado signo monetario.

¿A qué viene todo esto?

A que todas aquellas experiencias nos sugieren que a medida que los desequilibrios que se han incubado en la economía se acumulan, la incertidumbre cambiaria crece pari-passu hasta que finalmente al Banco Central no le queda más remedio que permitir que el tipo de cambio se ubique en niveles “realistas”.

Pero ¿cómo saber cual sería un “nivel realista” en un contexto como el actual donde no hay una referencia inequívoca ya que el mercado de cambios se encuentra desdoblado? Actualmente la demanda minorista debe abastecerse en el mercado marginal o paralelo, mientras que la demanda mayorista debe recurrir a operaciones de deuda para hacerse de dólares. De estas operaciones surgen el “dólar blue” y “dólar contado con liqui”, respectivamente. Lo curioso de estos valores es que al parecer nos estarían brindando una referencia bastante ajustada a lo que es la realidad del Banco Central.

Cuando uno analiza la situación patrimonial del Banco Central es posible observar que en base al nivel de reservas y la cantidad de pasivos monetarios generados, existe una “relación de conversión” que parecería estar alineada a los valores a los cuales se realiza la compra/venta de dólares, tanto a nivel minorista (dólar blue) como a nivel mayorista (dólar contado con liqui). Y que dichos valores se alejan sensiblemente del tipo de cambio “oficial” (brecha cambiaria). Dicha “relación de conversión”, a su vez, nos da una referencia objetiva, ya que nos indica grosso modo el nivel del tipo de cambio necesario para que el Banco Central pueda rescatar los pesos emitidos con el stock de reservas disponibles. Veamos los números.

En el cuadro observamos que la brecha entre el dólar paralelo y el dólar oficial era ínfima (sólo del 9%) a inicios de 2012. Casi 18 meses después, y luego de que se acentuaran los controles y las restricciones del mercado de cambios, dicha brecha se ha ampliado a más del 50%.

Estas estimaciones nos permiten inferir que cuando el gobierno decida “normalizar” el mercado de cambios se verá forzado a sincerar una devaluación que como mínimo deberá estar cercana al 53%, la cual permitirá llevar el tipo de cambio de los 5,33 (valor oficial) a un valor cercano a la realidad del mercado marginal (7,98 pesos por dólar) y compatible con la situación patrimonial del Banco Central (relación de conversión de 8,17 pesos por dólar).

Cuanto mayor sean los desequilibrios acumulados mayor será la inminencia y la magnitud de esta devaluación.

El Cedin tiene los días contados

Los certificados de depósito inmobiliarios (Cedin) forman parte de los instrumentos financieros anunciados por el gobierno para instrumentar y dar operatividad a ley de blanqueo de capitales. Dicho “certificado” se emitirá con un encaje del 100%, es decir, que la totalidad de Cedines en circulación estará representado por un equivalente en dólares depositados en el BCRA. Esos dólares son precisamente los que la ley de blanqueo busca repatriar, y los que permitirán honrar la liquidación de dicho certificado. Es decir que los cedines son básicamente una nueva moneda transaccional con un uso relativamente acotado, ya que se destinarán principalmente para operaciones inmobiliarias.

Los motivos que han llevado al anuncio de esta ley deberían ser evidentes si uno observa el contexto económico actual y sobre todo el caos cambiario en el que se encuentra la Argentina. La virtual destrucción del mercado oficial y único de cambios ha obstruido fuertemente el flujo de divisas.

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Los gobiernos siempre devalúan

Hay un famoso adagio que se atribuye a Cicerón que reza lo siguiente: “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”. En este sentido, es bueno recordar que la Argentina en el lapso de un siglo ha destruido cinco monedas: (i) peso moneda nacional (vigente entre 1881 y 1969); (ii) peso ley (1970-1983); (iii) peso argentino (1983-1985); (iv) austral (1985-1992), y el actual peso (1992), que desde el 2003 a la fecha ya lleva perdidos más del 75% de su poder de compra, y que ha sido reducido a la categoría de moneda carcelaria ya que es prácticamente inconvertible con respecto a otras monedas, y sólo tiene un uso meramente transaccional dentro del guetto en el que se ha convertido la Argentina actual.

Recordemos que, de confirmarse la proyección de más de 20% de inflación para este año, el 2013 ya sería prácticamente el sexto año consecutivo (salvo 2009, cuando la inflación estuvo levemente por debajo de 16%) con una inflación superior al 20% y que actualmente se ha reputado como “ilegal” la compra de dólares para atesoramiento aun cuando todos los  funcionarios del gobierno tienen sus ahorros denominados en dicha moneda.

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Inversión, pobreza y el modelo

El pasado mes de abril se publicó un informe del Observatorio de la deuda Argentina publicado por la UCA (Universidad Católica Argentina) donde se dio a conocer un dato, que si bien era esperable, no deja de sorprender. Dicho informe estima que el nivel de pobreza en asciende al 27% de la población y trepa a cerca del 39% en la franja de personas menores a 18 años. Si se excluyera la batería de asignaciones y programas asistenciales, dichos porcentajes son aún más alarmantes.

Estos relevamientos son importantes, no sólo porque permiten identificar aquellos hogares con necesidades en materia de ingresos, sino también debido a la ausencia de información pública en la materia (hecho inédito en el país). Recordemos que desde 2008 la Argentina no cuenta con estadísticas fiables luego de que el actual gobierno decidiera la intervención del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) para poder fraguar las cifras de precios, y con ello adulterar las cifras de pobreza, indigencia, y nivel de actividad.

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