La solución para terminar con la corrupción

Por estos días los argentinos son testigos de un “festival” de denuncias de corrupción que involucran en su amplia mayoría de los protagonistas de la Década Ganada, empezando por la ex presidente Cristina Fernández.

Videos de gente contando millones de dólares; retornos de la obra pública que promovió Néstor Kirchner y Cristina Fernández para beneficiar a los que menos tienen pero que terminó siendo un negocio en el que se benefició a dirigentes políticos y empresarios; sociedades offshore cuyo objetivo normalmente es el de evadir impuestos sacando “la plata afuera” para pagar menos gravámenes o bien para hacer negocios en terceros países; bolsos de dinero provenientes del Estado, es decir, de “todos”, que fueron a parar a los bolsillos de unos “pocos”.

¿De qué sirve que se multipliquen las denuncias o que ahora, los jueces federales aceleren las investigaciones si el dinero que nos robaron a todos nunca se va a recuperar? Mas aún, el ciudadano común descree que alguien vaya preso. O, tal como ocurrió con la corrupción menemista, que sólo María Julia Alsogaray pague los platos rotos por los mas de 100 funcionarios que fueron procesados en los ’90, y el ex presidente Carlos Menem vaya a prisión domiciliaria durante un año, en la quinta de un amigo.

¿Alcanza con que el ex secretario de Transporte Ricardo Jaime y el ex vicepresidente Amado Boudou vayan presos, y que Cristina Kirchner cumpla una prisión domiciliaria en El Calafate para que los ciudadanos se vayan a dormir tranquilos bajo la premisa “existe la Justicia”? Claramente no.

Combatir la corrupción es prevenir que los funcionarios roben. Porque de lo contrario, hasta termina siendo un “negocio” ir preso unos años, total, al fin de cuentas, al salir de la prisión a esos mismos delincuentes los aguardarán millones de dólares en algún paraíso fiscal.

El gobierno de Mauricio Macri tiene la oportunidad de combatir y reducir drásticamente el saqueo del Estado que todos los gobiernos que lo antecedieron llevaron adelante, en mayor o menor medida. ¿Cómo? Es mucho mas sencillo y menos costoso de lo que se cree, pero requiere de una profunda decisión presidencial: terminar con el “negocio” en el que se ha convertido la política.

La vicepresidenta Gabriela Michetti recibió, días atrás, un proyecto de ley para fortalecer la autonomía de la Auditoria General de la Nación (AGN), a partir de cumplir, básicamente, con la reglamentación del artículo 85 de la Constitución Nacional. Dicho en otras palabras, desde hace 22 años –cuando se reformó la Carta Magna en 1994- que no se reglamenta la función de la AGN cuyo objetivo es “el control externo del sector público nacional en sus aspectos patrimoniales, económicos, financieros y operativos” en representación del Poder Legislativo.

La iniciativa, fue entregada a Michetti por el titular de la Asociación de Personal de Organismos de Control (APOC), Hugo Quintana. De ser llevada al Congreso y aprobada, podría ser el principio del fin de la corrupción en la Argentina. Nada más y nada menos.

“Si la AGN hubiese tenido alguna facultad como las que se enuncian en este proyecto hubiésemos salvado vidas y el erario público no hubiera sido dilapidado. Seguramente (las tragedias de) Cromañón y Once no hubieran existido”, disparó el propio Quintana.

La Auditoria General de la Nación se encarga de controlar al Estado, al gobierno. Con tan solo darle mas recursos humanos, pero sobre todo dotarla de herramientas legales que le permita desde, denunciar con nombre y apellido a un funcionario que no puede comprobar cómo y en qué gasto millones de pesos hasta detener el mal funcionamiento de un servicio público, como el ferrocarril, evitando una tragedia como la de Once.

Lo que hace la AGN, aunque parezca increíble, es algo que no se hace cotidianamente en el Estado: exigir que los funcionarios que manejan nuestro dinero rindan cuentas inmediatamente. Actualmente, el Sistema es una invitación a robar: nadie controla nada y , cuando el delito se destapa (como la ruta del dinero k) tal vez alguien vaya preso pero el dinero se pierde. Ya no vale la pena aclarar cuántas carencias podrían dejar de serlo con tantos millones que desaparecen.

Por eso, el proyecto de ley que ya está en manos del gobierno de Mauricio Macri plantea la posibilidad de la AGN de denunciar y constituirse en querellante; la especificación de procesos transparentes de designación y selección de cargos; el establecimiento de controles concomitantes en los casos de significación económica; institucionalización de la participación ciudadana en el Plan de Acción Anual; la extensión de las funciones de control sobre el sector privado con uso de fondos públicos.

Si la AGN, compuesta por siete directores (de mayoría opositora) y un plantel de técnicos y especialistas en los manejos de la administración pública, contarán con esas herramientas, seguramente el Estado se ahorraría cientos o miles de millones de pesos que van a parar a políticos, empresarios y jueces, recreando un sistema corrupto que incluye a los tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial).

Es necesario aclarar que además de la AGN, que es el órgano de control mas relevante, existen otros organismos como las Auditorias provinciales, la Fiscalía Nacional de Investigación, la Defensoría del Pueblo, la Sindicatura General de la Nación (SIGEN) y los Entes Reguladores de los servicios públicos que, si solo se los hiciera funcionar como corresponde, estaría hablando de casos de corrupción aislados y no de un sistema para quedarse con el dinero de todos.

La solución está al alcance de la mano del gobierno nacional, no es costosa en término monetarios ni mucho menos, la puesta en marcha es inmediata y los resultados, a corto plazo. ¿Pagará ese precio Mauricio Macri de terminar con el “negocio” de la política?

Un truco con cartas políticas

El escenario político y judicial argentino bien podría sintetizarse a través del popular juego de cartas, el truco. Si dos fueran los jugadores que manejaran la Justicia argentina, desde la política, la partida iría mas o menos por estos carriles.

¡Truco! Cantaría el primero de ellos, con la detención del empresario Lázaro Báez por orden del juez federal Sebastián Casanello, en la causa por lavado de dinero, mas conocido a nivel mediático como “la ruta del dinero k”.

¡Quiero retruco! Gritaría el contrincante, dando lugar a la imputación del presidente Mauricio Macri por parte del fiscal Federico Delgado de “omisión maliciosa”, al considerar que el mandatario no hizo figurar en su declaración patrimonial una sociedad offshore en Panamá, un paraíso fiscal, en la que figuraba como director y en la que el titular era su padre Franco Macri.

¡Quiero vale cuatro! Dispararía el primer jugador, con el planteo del fiscal federal Guillermo Marijuan de imputar a la ex presidenta Cristina Fernández en la misma causa por lavado de dinero por la cual está detenido Lázaro Báez.

¿Quién tendrá la carta mas alta a la hora de mostrar los naipes y definir el ganador de la mano?

Siguiendo con la metáfora del truco, la descripta es solo “una mano”. Lo importante es saber quién ganará, al final, la partida y cuál será el premio. Pero para eso falta mucho.

Por lo pronto la judicialización de la política de la que son testigos los argentinos y que se desarrolla intensamente con la imputación de un presidente y de una ex presidente refleja una situación inédita en el país.

A sólo cuatro meses de asumir en el poder, Macri ya tiene su primera imputación por una sociedad offshore.

En general, las sociedades de este tipo en paraísos fiscales se utilizan para eludir impuestos a través de negocios u operaciones en otros países o bien directamente para evadir impuestos en el propio país, la Argentina. De allí, hacia arriba, también comprenden –y es uno de los desafíos de estos tiempos- dinero sucio, de la corrupción, el narcotráfico o cualquier actividad del denominado crimen organizado internacional.

“Esa decisión es extraordinaria” para la democracia, exclamó a la prensa el referente radical Ernesto Sanz, una de las tres patas de este frente oficialista Cambiemos, junto a Macri y Elisa Carrió. Sanz considera que el sólo hecho de que un Presidente a poco de asumir pueda ser imputado, refleja que el gobierno de Macri viene a romper con la injerencia del Poder Ejecutivo en el Poder Judicial.

Sin embargo, el kirchnerismo fue el único que planteó las cosas descarnadamente, aunque el remedio que aplicó fue peor que la enfermedad. El Poder Judicial tiene intereses corporativos y siempre intenta llevar agua (o dinero) para su molino. Al igual que el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, ostenta intereses particulares y está envuelto en un sistema viciado de corrupción.

Pero la forma de combatir esa toxicidad en el Poder Judicial no es combatiéndolo públicamente, amenzándolo o nombrando fiscales y jueces a fines como intentó hacerlo Cristina Kirchner, porque terminó focalizando la estrategia en un cambio de elites: de la elite de jueces propios a la elite de jueces obsecuentes. Lo necesario era una reforma judicial en serio –no como la que intentó realizar- otorgándole pluralidad académica y social, pero también exposición. Porque hoy los jueces, al igual que los empresarios, no son juzgados por la sociedad como sí lo son los políticos.

Lo cierto es que la imputación de Macri no refleja una “nueva” Justicia ni tampoco nuevos tiempos donde todos seamos iguales ante la ley. En realidad, responde a vestigios de la “vieja” Justicia, que está lejos de jubilarse. Dirigentes del PRO consideran que el fiscal Federico Delgado tiene al Presidente como “blanco político”, porque el funcionario del Ministerio Público, al igual que Alejandra Gils Carbó, pertenece a la agrupación kirchnerista Justicia Legítima.

La misma lógica parece abrazar a la cruzada contra la corrupción kirchnerista que terminó imputando a la ex mandataria Cristina Fernández en la causa por lavado de dinero, a partir de la cual está detenido el empresario kirchnerista Lázaro Báez.

En las charlas políticas de café y despachos políticos, circula la parábola acerca del distanciamiento entre Cristina y Báez. Se lo atribuye a un reclamo de dinero por parte de Ella al empleado bancario devenido en empresario patagónico, que pertenecería a “Néstor” y Lázaro se lo habría quedado.

También hay quienes dan rienda suelta a un episodio, que pocos se atreven catalogar como información o ficción, según el cual en el 2015, cuando el kirchnerismo aún era una clara opción de continuidad en el poder, un funcionario judicial le habría propuesto a Báez algún “beneficio judicial” a cambio de “algunos millones de dólares”, algo que nunca se concretó, obviamente, ya con los hechos a la vista.

Lo cierto es que, mas allá de la clara sospecha de megacorrupción kirchnerista, la detención de Lázaro Báez surgió cuando se reveló el “Panamá Papers” involucrando al Presidente. Y la imputación de Cristina Kirchner, cuando el fiscal Delgado imputó a Macri por la sociedad offshore. ¿Casualidad en los tiempos?

“Esto es una guerra entre jueces que quieren quedar bien con Macri y los que siguen siendo leales al kirchnerismo”, describió un dirigente político con buena sintonía en la Justicia.

La teoría del Péndulo. Pasar de un extremo a otro. De la obsecuencia “K” a la obsecuencia “M”. Y después vendrán otras “letras”, a medida que se sucedan los gobiernos, si es que nadie decide, de una vez por todas, atacar el sistema corrupto que abraza los cuatro poderes, si se incluye también a los medios.

El ciclo de la corrupción

“Un informe secreto, elaborado con datos de la Oficina Anticorrupción, arroja una conclusión escalofriante: las quince causas más relevantes de corrupción de la última década le ocasionaron al Estado un perjuicio de 3200 millones de pesos. El documento demuestra, además, que el Gobierno sigue con atención el trabajo de los jueces federales en los procesos contra los ex funcionarios”, difundió un diario porteño.

Luego de la detención del ex Secretario de Transporte Ricardo Jaime por la compra de trenes a España y Portugal de manera irregular y con un grave perjuicio económico para el país, de la promocionada ruta del dinero K, de las denuncias por evasión contra el empresario kirchnerista Cristóbal López y la causa por presunta lavado de dinero que involucra a la propia ex presidenta Cristina Fernández y a su hijo Máximo Kirchner, la crónica del diario porteño con que se inicia esta columna bien podría responder a la caída en desgracia del kirchnerismo por denuncias de corrupción.

Sin embargo, el párrafo de un extenso artículo es de hace 16 años y corresponde a los primeros meses del gobierno de Fernando de la Rúa, que creó la Oficina Anticorrupción, exclusivamente, para investigar la corrupción menemista pero no la propia, que luego derivó en los Sobornos del Senado.

Esos “3.200 millones de pesos” (equivalentes a 3.200 millones de dólares porque regía la Convertibilidad, 1 peso=1dolar) comprendían, entre otros casos resonantes, a: “Pagos indebidos en Yacyretá por dos mil millones de pesos, maniobras relacionadas con la mafia del oro por 129 millones, cuatro causas vinculadas al PAMI por 678 millones de pesos, dos investigaciones contra María Julia Alsogaray por 22 millones, una contra Gerardo Sofovich por 20 millones”, según el diario Página 12 de principios del 2000.

Como en aquel entonces, los jueces federales se convertían en los adalides de la ética y la transparencia, lugartenientes de los argentinos en la lucha contra la corrupción, y procesaban a mas de 100 funcionarios menemistas, los hacían desfilar por tribunales y metían preso (eso sí, en prisión domiciliaria en una quinta) al ex mandatario Carlos Menem.

Menem, junto a María Julia Alsogaray fueron los únicos presos. ¿Habrá sido el pago de favores muchos jueces y fiscales que fueron nombrados en el Poder Judicial por el propio Menem? Probablemente.

Dieciseis años después, luego también de una década de un gobierno (antes el menemista, ahora el kirchnerista) la sociedad argentina vuelve a ser testigo de millones de pesos que se esfumaron en sus narices y, lejos de mejorar la vida de los argentinos, fueron a parar a bolsillos de particulares.

La primera conclusión que debería estar a flor de piel de los debates es que está fallando el Sistema como para que la dirigencia política, a su antojo, siga robando el dinero de todos desde hace mas de 30 años.

El sistema que rige la administración pública, el modo de gestionar de un gobierno, los nombramientos, la rendición de cuentas, el manejo de los fondos, los contratos y licitaciones, el control, las auditorías, la transparencia, está haciendo agua por todos lados.

En la Argentina hay unos 1300 hospitales públicos. Los 8 mil millones de pesos por evasión con los que fue denunciado por la AFIP el “zar del juego” Cristóbal López equivalen a 6.600 tomógrafos. Es decir, 5 tomógrafos por cada hospital en todo el país. Lo que terminaría por un buen tiempo con los reclamos recurrentes en la Salud Pública acerca de la falta de estos aparatos que cuestan alrededor de 1.200.0000 pesos. Patético.

Cualquier especialista en la lucha contra la corrupción sostiene que puede ser muy plausible la investigación, denuncia y eventual (porque casi nadie va preso) encarcelamiento de un corrupto. Pero el principal daño es lo que se roba y la sociedad no recupera jamás.

¿Es una tarea imposible, titánica, disminuir abruptamente la corrupción? No, de ninguna manera. Pero es, claro está, una decisión política. Las medidas preventivas son las menos costosas y complejas.

En primer lugar, fortalecer los organismos de control (Auditoría General de la Nación –AGN-, Sindicatura General del Estado Nacional –SIGEN-, Oficina Anticorrupción –OA-). Darles mayor cantidad de recursos humanos, tecnología y normas que les pueda servir, por ejemplo, para bajar la concesión de un servicio público cuando es deficiente o denunciar penalmente para que vaya preso, a un funcionario que desvió fondos a sus cuentas.

Eso sí, ninguno de los organismos, como ocurre con la Oficina Anticorrupción, debe funcionar dentro del propio Poder Ejecutivo. Cuando De la Rúa la creó, primero la OA fue protagonista al investigar “hacia atrás” al menemismo. Pero cuando le tocó –como con la alianza y luego el kirchnerismo- jamás denunció por corrupción a funcionarios del gobierno al que pertenecía. Lógica pura.

¿Seguiremos este ciclo de hablar de casos de corrupción, con jueces que se ponen a investigar, cuando termina un gobierno y llega uno nuevo? ¿O definitivamente empezaremos algún día el camino para prevenir que se prive a millones de argentinos de la oportunidad de vivir un poco mejor?

El costo de la corrupción en Argentina

El dinero que los corruptos robaron de los argentinos es inconmensurable. Hace un tiempo, un trabajo del Centro de Investigación y Prevención de la Criminalidad Económica (Cipce) estimó que entre 1980-2007, el país perdió unos 13 mil millones de dólares. El trabajo en aquél entonces se realizó en base a unas 750 causas de corrupción en el Estado.

Si hasta el 2007 eran por lo menos 13 mil millones de dólares, ¿cuánto habrá aumentado si se suman los últimos ocho años en los que emergieron figuras paradigmáticas como la de Amado Boudou? ¿15 mil millones, 20 mil, más?

Al parecer, sensaciones nada más, nada cambiará en el corto y mediano plazo. Al menos, ninguno de los candidatos con chance de llegar a la Casa Rosada –Daniel Scioli (FPV), Mauricio Macri (Cambiemos) o Sergio Massa (UNA)- han establecido a la lucha contra la corrupción como una prioridad.

Ni siquiera se espera que los políticos se rasguen las vestiduras por la ética, la moral y el cumplimiento del séptimo mandamiento,  “no robarás”. Seguramente la sociedad querría esperar que el próximo Presidente de la Nación, a diferencia de sus antecesores en los últimos 30 años, al menos encarara el problema desde un punto de vista meramente económico.

¿Saben los políticos cuántas cosas podrían hacer por el bien del conjunto si evitan la corrupción? Quizás, hasta podrían quintuplicarse los sueldos y aún así, ahorrarle muchísimo dinero a los argentinos.

Sergio Massa propone que el delito por corrupción sea “imprescriptible”. El problema es que ningún candidato propone prevenir el acto de corrupción sino, los mas “audaces”, sólo perseguirlo una vez el hecho consumado.

¿Es una tarea utópica reducir drásticamente la corrupción?¿Es un problema cultural y, por ende, imposible de resolver? De ninguna manera.

El problema reside en que a los políticos, al menos los que mas posibilidades de gobernar tienen, no les interesa el tema. Tampoco a la sociedad. Distintos especialistas y consultores coinciden que los argentinos se quejan de la corrupción pero no es una variable determinante en el momento de emitir el sufragio por uno u otro candidato.

Si un candidato presidencial quisiera seriamente combatir la corrupción, empezando por el Estado que va a conducir, debería empoderar a los organismos de control. Darles mayor autonomía política, financiera y leyes para poder intervenir ante cualquier sospecha.

¿Cuánto cuesta eso? Darle mas protagonismo a esos organismos, muy poco. Mas costoso es dejar que el sistema ampare a los corruptos porque son muchos mas los miles de millones que se pierden.

Los organismos de control, como su término lo especifica, controlan al Estado. Controlan y exigen que los funcionarios rindan cuentas sobre cómo, cuándo y para qué gastan el dinero que, en verdad, es de todos. Cuánto mas control hay, menos corrupción. Es una relación directamente proporcional.

Para ello es necesario que esos organismos de control, comenzando por la Auditoría General de la Nación, la Fiscalía de Investigaciones Administrativas y la Sindicatura General de la Nación, entre otros, cumplan con cuatro factores: 1) estén conducidos por especialistas desvinculados del partido gobernante u opositores; 2) que sean autárquicos; 3) que tengan los recursos humanos suficientes; 4) que cuenten con una legislación que les permita sancionar o llevar a juicio rápido a un funcionario corrupto, o bien detener un proceso o el funcionamiento de un área que puede ser perjudicial para los intereses del Estado.

Ese paquete de medidas conlleva un costo ínfimo para cualquier gestión. Debe estar acompañado por la aprobación de la postergada Ley de Acceso a la Información para que, como en Brasil, cualquier persona pueda ingresar en Internet el nombre y apellido de un agente del Estado, e inmediatamente vea cuál es su sueldo, en qué área trabaja, además de acceder a las declaraciones juradas de cualquier diputado o senador nacional, juez o funcionario del gobierno nacional desde el Presidente al último empleado.

Ahora bien, si es tan sencillo, ¿por qué nadie lo propone o lo pone en práctica de una buena vez? Porque a muy pocos políticos les interesa romper con el esquema de “roba pero hace”, y entonces poder hacerse del dinero del Estado como si se tratara de un botín al que se accede cuando se llega al gobierno nacional o a una administración provincial o municipal.

Debe quedar en claro que si en la actualidad, tampoco la sociedad reacciona ante hechos de corrupción sino que, por el contrario, acepta y a veces “festeja” la “viveza criolla” del que “metió la mano en la lata”, es como consecuencia de un delito que comenzó siendo practicado por las clases dirigenciales a nivel político y empresarial, que luego sí provocaron el “efecto derrame” hacia el resto de la comunidad.

Por ende, esos mismos que iniciaron este proceso de involución en los valores de una sociedad más digna, son los que en algún momento deberían arrojar la primera piedra y desandar ese camino de corrupción que tanto dinero y perjuicios le han costado a los argentinos.

El kirchnerismo busca blindarse para después de diciembre

“Venimos a construir una Justicia independiente en la Argentina… y está probado en la Corte Suprema que se está constituyendo en nuestro país”. (Néstor Kirchner- Encuentro de la Militancia, 11 de Marzo de 2004)

Si alguien intentara analizar los primeros seis meses del gobierno de Néstor Kirchner y los últimos seis meses de la administración de Cristina Fernández de Kirchner encontraría, al menos, una importante contradicción o en todo caso, una decepción por la manipulación de una institución clave: la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

Partiendo de la base de la inexistencia en los hechos de la división de poderes (el Ejecutivo usa al Legislativo como una escribanía y el Poder Judicial, cuando no es aliado del Ejecutivo, actúa en disputa con aquel, como una corporación) el gobierno de turno siempre ha querido tener una Corte “adicta”, mas allá de los modos y de las estrategias. Y el kirchnerismo, que pareció en un principio ser una excepción a la regla, termina siendo más de lo mismo.

En Junio de 2003, cercado por una Corte que había avalado lo peor de la década menemista, de espaldas a la Constitución Nacional y por ende a la ciudadanía, Kirchner hizo un llamado cuasi dramático al Poder Legislativo.

“Pedimos con toda humildad, pero con coraje y firmeza, que los señores legisladores, que el Congreso de la Nación, marquen un hito hacia la nueva Argentina preservando a las instituciones de los hombres que no están a la altura de las circunstancias”, aseveró en esa oportunidad el entonces mandatario. El santacruceño, todavía un presidente desconocido para la gente que había llegado al poder con apenas el 23% de los votos, era presionado por el titular del Alto Tribunal, el menemista Julio Nazareno, que tenía en sus manos la viabilidad de multimillonarios juicios por el corralito del gobierno de De la Rúa. Amenazaba con una catástrofe para el débil gobierno K.

Así comenzaría un proceso mezcla de destituciones por parte del Congreso y de renuncias que alejaría de la Corte a los ministros peor catalogados, no por su capacidad, sino por su accionar en los 90: Nazareno, Eduardo Moliné O’Connor, Antonio Boggiano, Adolfo Vázquez y Guillermo López.

El de Kirchner parecía ser un gobierno que, en lo que respecta a la Corte, retomaba la línea de Raúl Alfonsin, que en 1983, con el retorno de la democracia y la renuncia de los cinco ministros del Máximo Tribunal que se habían desempeñado durante la dictadura militar, nombre a Genaro Carrió (especialista en Filosofía del Derecho y Derecho Público), José Severo Caballero (especialista en Derecho Penal), Augusto César Belluscio (especialista en Derecho de Familia), Carlos Fayt (especialista en Derecho Constitucional y en Derecho Político) y Enrique Petrachi (especialista en Derecho Público y en Filosofía del Derecho).

Tras la mayoría menemista del tribunal que avaló, por ejemplo, las privatizaciones indiscriminadas de los 90, pareció que retornaba la senda de un tribunal independiente  y plural con Carmen Argibay, Elena Highton de Nolasco, Raúl Zaffaroni y Ricardo Lorenzetti, que se sumaban a Petracchi, Fayt y Juan Carlos Maqueda.

“Dijimos que este país necesita justicia y los doctores que van a la Corte Suprema de la Nación Argentina son absolutamente independientes, apenas los conozco, hicimos una Justicia independiente y está en marcha”, exclamaba Kirchner a mediados del 2004, cuando la nueva Corte estaba funcionando en pleno y era elogiada por los distintos sectores y fuerzas de la vida política local.

De hecho, durante mucho tiempo y hasta hace unos años, la integración del Supremo Tribunal era considerado uno de los logros de la “Década ganada”. Hasta el entonces ministro del Interior, Aníbal Fernández, sostenía en julio de 2004: ”Hoy me siento tranquilo de que las decisiones que va a ir tomando son de un tribunal de última instancia al máximo nivel”.

Mas aún, el santacruceño, a través del Decreto 222/03, fijó autolimitaciones a la atribución del Poder Ejecutivo para la selección y designación de nuevos integrantes de la Corte Suprema de Justicia, ordenó la publicidad de sus antecedentes, instauró la posibilidad de que los ciudadanos pudieran presentar objeciones a su candidatura y dispuso la realización de audiencias públicas para que los propuestos pudieran responder preguntas.

Hasta la por entonces primera dama y senadora, Cristina Fernández de Kirchner, aportó al gobierno su proyecto, de inmediato convertido en ley, por el cual reducía de nueve a cinco los miembros de la Corte y volver así a la composición que había tenido el cuerpo hasta 1990, cuando el ex presidente Carlos Menem amplió su integración y conformó lo que luego sería la “mayoría automática”.

Era una nueva etapa. Hasta que todo ocurrió de nuevo, al igual que durante el menemismo.

Con la muerte de Kirchner y el desgaste propio de dos mandatos, comenzaron a multiplicarse las denuncias y causas por corrupción que afectaron al gobierno nacional: empezando por la Presidenta, su vicepresidente Amado Boudou, Máximo Kirchner, Lázaro Baez, Ricardo Jaime, etc., etc.

Aquella Corte independiente pronto terminó siendo una molestia para la Casa Rosada. Lorenzetti se transformó en el enemigo número uno por encarnar la “resistencia” judicial a cuestiones emblemáticas para el kirchnerismo como la Ley de Medios o el plan de “Democratización de la Justicia”. Pero lo que mas aterra al kirchnerismo es la falta de blindaje para después del 10 de diciembre.

El tropiezo sufrido al intentar designar a un cortesano afín como Roberto Carlés luego se repitió cuando Lorenzetti se adelantó a la jugada del gobierno para ampliar con un simple proyecto legislativo el número de miembros de la Corte y luego llenar esas vacantes, aunque mas no sea de manera transitoria, con conjueces K. La decisión de la Corte, por impulso de Lorenzetti, de declarar inconstitucional que se utilicen a conjueces para desempeñarse temporariamente como miembro del Alto Tribunal, desbarató momentáneamente la movida de Cristina.

¿Qué sigue? La embestida contra Carlos Fayt. Es razonable pensar que un hombre de 97 años como Fayt bien podría jubilarse y dejarle el lugar a alguien con nuevos bríos. Pero no es razonable que el gobierno nada haya dicho de Fayt en los últimos 5 años y sin embargo se acuerde y ponga en duda su capacidad cuando faltan seis meses para marcharse.

En el kirchnerismo alberga la desmesurada confianza de que seguirá en el poder mas allá de diciembre o, en su defecto, que conservará en el Congreso el número de legisladores necesarios como para tener mucho que ver en la designación de los futuros miembros de la Corte. Sabe que cualquier juez o presidente opositor puede utilizar, tal como lo hizo la Alianza UCR-Frepaso con Menem, a Cristina Fernández como el origen de todos los males y actos corruptos de la Argentina después de diciembre.

Control o Kaos

En la inolvidable y exitosa serie del “Superagente 86”, Maxwell Smart y la 99 trabajaban para la Agencia CONTROL, que eran “los buenos” y sus enemigos, “los malos”, estaban representados en la Agencia KAOS.

Si bien se presentaba como una tira de espías norteamericanos versus espías rusos, en plena época de la Guerra Fría, el mensaje claro y preciso: el “control” es bueno y el “kaos” es extremadamente malo.

Paradójicamente, en aquel programa el término caos estaba representada con la letra “K”, lo que en la Argentina adquiere otro tipo de interpretación, sobre todo en lo que respecta a la última década.

El kirchnerismo, como gobierno nacional, siempre adhirió al “caos” en lo que respecta a su forma de manejar el dinero del Estado nacional, de todos los argentinos. Ese “caos” derivó con el tiempo, casi como una regla para los gobiernos en nuestro país, en causas judiciales por “malversación de fondos”, “mal desempeño de la función pública” y lisa y llanamente “corrupción” o “defraudación al Estado”.

Otra regla, en el mismo sentido, señala que aquel gobierno que no promueve un mayor control de sus actos, fortaleciendo, por ejemplo, el rol de los organismos de control, es porque quiere ser dueño “libremente” de sus actos, no rindiendo cuentas a nadie sobre cómo y en qué gasta el dinero de los argentinos.

El show falso sobre el Presupuesto Nacional es un claro ejemplo de ello. El Gobierno presentó para el 2014 un presupuesto de unos 860.000 millones de pesos y la supuesta manera en que lo gastará. Sin embargo, el intento de controlar y transparentar el manejo del dinero de todos es una utopía.

La Auditoría General de la Nación (AGN) es el organismo que asiste técnicamente al Congreso en el control del estado de las cuentas del sector público. Verifica el cumplimiento contable, legal y de gestión por parte del Poder Ejecutivo Nacional. El objetivo primario de la Auditoría General de la Nación es contribuir a que se adopten decisiones eficaces, económicas y eficientes en materia de gastos e ingresos públicos.

Lamentablemente, cada año la AGN releva distintos aspectos del uso del dinero de todos por parte del Ejecutivo y las irregularidades son numerosas e increíbles. Sistemáticamente, los organismos de control encuentran partidas de dinero destinadas a un área o una temática que se utilizan parcialmente –se subejecutan- sin que se sepa dónde fueron a parar los cientos de miles de pesos restantes o bien se gasta mucho más de lo previsto –sobreejecutan- y nadie sabe de dónde salió el dinero.

El principal gasto del gobierno nacional es su política energética. Exporta unos 13 mil millones de pesos en combustible. Sin embargo, los organismos de control han hallado un “agujero negro” en la rendición de cuentas porque muy poco se sabe a qué precio se paga el combustible, a quién se lo compra y cómo se distribuye.

En su reciente informe acerca de la “Década ganada”, el titular de la Auditoría General de la Nación, Leandro Despouy,  aseguró que ese periodo “muestra que la ejecución presupuestaria” así como “la reasignación de partidas” ha sido “de una enorme discrecionalidad”. También advirtió sobre la diferencia existente “entre el Presupuesto aprobado y el ejecutado” que en la etapa 2003-2012 “ha sido de un 20 por ciento promedio”. Podría decirse que un 20 por ciento cada año, unos 170 mil millones de pesos por año si nos remitimos al último presupuesto, fueron utilizados de una manera, para decirlo diplomáticamente, antojadiza.

Mas aún, Despouy señaló que el Presupuesto de esos años ha sido utilizado como “herramienta de disciplinamiento político”.

¿Es algo nuevo? De ninguna manera. El propio ex presidente Néstor Kirchner profundizó una práctica tristemente común en la política argentina que fue la de asignar dinero a cambio de favores políticos: un voto en el Congreso nacional, un apoyo de un intendente o de un gobernador a cambio de obras.

EL kirchnerismo siempre utilizó como estandarle su antimenemismo, su sistemático cuestionamiento a las políticas y prácticas de la otra década, la que comando Carlos Menem en los ’90. Sin embargo, en muchos ejemplos, hizo lo mismo.

La provincia de Santa Cruz fue más beneficiada con las transferencias discrecionales del Estado nacional, al punto que a pesar de ser una de las menos pobladas del país fue, en la última década, la que más fondos recibió del gobierno central, después de Buenos Aires.

Es inevitable la comparación de lo que significó la provincia de La Rioja para Menem, siendo la mas beneficiada en la distribución de los Aportes del Tesoro Nacional (ATN) durante su Presidencia.

Pero lo que resulta trágicamente risueño es que, debido a la falta de herramientas legales, de recursos humanos y de colaboración por parte de las áreas de gobierno que deben ser controlados, los organismos emiten sus informes con mucha demora de tiempo. Es decir, una vez que el dinero se ha esfumado y que, en muchos casos, esos funcionarios responsables ya no están en el cargo.

Ante esta situación, las denuncias presentadas por dirigentes políticos o abogados contra el Estado difícilmente llegan a buen puerto, ya sea por el vínculo entre la Justicia con muchos estamentos del poder político, o porque ha transcurrido mucho tiempo entre el hecho consumado y la denuncia.

Para colmo de males, la sociedad luego tiene que asistir a “un debate sobre el Presupuesto”, tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, donde nada más se monta un “show mediático”. Ocurre que oficialismo y oposición –hay muchos legisladores opositores que miran para otro lado a cambio que alguna partida vaya a sus provincias- terminan aprobando sin mas una serie de números y cifras de miles de millones de pesos, que nunca se cumplirá en cuanto a su distribución y asignación por áreas y temas, en tiempo y forma.

¿Hay mejor negocio para un corrupto que poder gastar el dinero de otros presentando una declaración de cómo lo gastará que, de antemano, es absolutamente falsa? ¿Hay mejor status para un corrupto que no ser controlado por nadie o ser controlado tibiamente?

Los ciudadanos, indefensos

¿Qué tan necesario es que los ciudadanos tengan una persona, un funcionario que defienda sus derechos?

Alguien que desde el Estado –no del gobierno de turno- defienda y proteja los derechos que todos los ciudadanos tienen y que están garantizados en la Constitución Nacional pero, como nadie los respeta, se encargue de hacerlos respetar.

Una persona que pueda y tenga las herramientas para investigar, inspeccionar, verificar, solicitar expedientes, informes, antecedentes y hasta requerir la intervención de la Justicia para defender a los habitantes de este país. Que pueda prevenir un problema que afecte a alguien o exigir la reparación monetaria o de hecho, ante la violación de alguno de los derechos.

Un funcionario a quien cualquier persona, mas allá de clase social, raza o edad, pueda contactar y presentarle su problema a través de una simple nota escrita con los datos correspondientes. Y asesore al damnificado y lo represente.

Un miembro del Estado que, en nombre de los ciudadanos, reclame por la erradicación de un basural; el mal estado de una ruta o de un hospital; por la desaparición de una persona o directamente contra la trata de personas, la violencia de género; o bien hacer valer los derechos de los jubilados, las comunidades indígenas o los discapacitados.

Un órgano que pueda exigir a una provincia que cumpla con la Ley de Glaciares o que pare el desmonte; la asistencia a las víctimas de la Tragedia de Once; que retrotraiga las tarifas de luz de miles de damnificados a la Secretaria de Energía; la prohibición de un agroquímico porque es cancerígeno; el abastecimiento de la garrafa social o por la falta de cumplimiento de una obra social.

Esa persona, ese alguien, ese organismo existe desde hace 20 años en la Argentina. Se llama Defensor del Pueblo de la Nación.

Sin embargo, llamativamente, a ningún gobierno le interesó difundir su figura, sus tareas, ni popularizar su rol. Mas aún, desde abril de 2009, es decir, hace mas de 4 años, no hay Defensor del Pueblo. El último fue el cordobés Eduardo Mondino, que dejó el cargo para dedicarse a la política.

El organismo está acéfalo y solo ha sobrevivido por el accionar de los denominados “adjuntos”, los funcionarios que le siguen en rango al Defensor pero que tienen un poder de maniobra acotado.

¿Por qué no se designa un Defensor del Pueblo de la Nación entonces?

Como en todo organismo de control que defiende los intereses de la gente en contra de los intereses de un gobierno, un Defensor molesta.

La designación la hace el Congreso Nacional y para ello requiere de una mayoría especial, de dos tercios. El perfil del defensor debe ser alguien idóneo para el cargo, que no esté identificado con ningún partido ni actor político, mucho menos con un gobierno ya sea a favor o en contra.

El kirchnerismo ha intentado en varias oportunidades designar para el cargo a alguien afín. Es decir, designar a alguien que no reclame nada que moleste al gobierno nacional. Por ese motivo, nunca hubo consenso en el Congreso. Mientras, los únicos perjudicados, como suele suceder, son las personas.

No existen las casualidades. Al kirchnerismo no le interesa designar a alguien probo, sin ningún tipo de cuestionamientos para poder defender los derechos de las personas.

Pruebas, sobran. Este gobierno miró para otro lado en otro organismo clave para investigar, justamente, casos de corrupción en el Estado como la Fiscalía Nacional de Investigaciones. Está acéfala desde el 2009. La Sindicatura General de la Nación, que debe controlar que el Estado cumpla con las normas está a cargo de Daniel Reposo, un funcionario que fue nominado para la Procuraduría General de la Nación, pero cuyo pliego fue rechazado por parcialidad, o sea, por declararse kirchnerista. ¿Cómo u kirchnerista puede controlar al gobierno kirchnerista desde la SIGEN? La Oficina Anticorrupción (su nombre lo dice todo), es un área dependiente del gobierno. Otra vez. ¿Cómo puede controlar un área que depende política y económicamente del gobierno, al gobierno? Prueba de ello es que, pudiendo ser querellante, ni siquiera ha contribuido en los grandes casos de corrupción de la actualidad como los que involucran al vicepresidente Amado Boudou.

Las casualidades no existen. Por eso, con suerte, habrá que esperar a la llegada del próximo gobierno para conocer el rostro del Defensor del Pueblo de la Nación. Nada más y nada menos.

China combate la corrupción, el Gobierno sostiene a Boudou

Una larga lista de diferencias económicas, culturales, políticas, demográficas, históricas y filosóficas separa a la República Popular China de la Argentina.

Durante la reciente visita de Estado del mandatario chino, Xi Jinping, para anunciar algo mas de 8 mil millones de dólares en inversiones para dos represas en la provincia de Santa Cruz y el mejoramiento del servicio del ferrocarril Belgrano Cargas, pasó desapercibida una de las diferencias principales: qué hacer con la corrupción.

La foto del líder asiático con la presidente Cristina Fernández reflejó a un mandatario que tomó la decisión de combatirla -empezando por casa, el gobernante Partido Comunista Chino (PCCh), y por el Estado- y a una jefa de Estado que mira hacia otro lado.

Mas cruda fue la foto de Xi Jinping con el vicepresidente Amado Boudou. El Presidente del gigante asiático, que dos meses antes de asumir en el poder, en enero de 2013, llamó a luchar contra la corrupción “tanto de tigres como de moscas” y afirmó que “no habrá excepciones”, y un vicepresidente argentino, procesado por la causa Ciccone, sobre quien desde ya rige el principio de inocencia, pero que tiene abierta ocho causas más -esta semana debe declarar en una ante el juez Claudio Bonadío y pronto deberá rendir cuentas por denuncias de enriquecimiento ilícito.

Xi Jinping es considerado en China el presidente que sacudió las estructuras del Partido y del gobierno para erradicar la corrupción, aferrándose al proverbio chino: “Matar la gallina para asustar a los monos”.

El 3 de julio pasado, el gobierno chino informó que unos 63 mil funcionarios habían sido penados, en los primeros cinco meses del año, un 34,7% más que el mismo período de 2013. Wang Qishan, un funcionario cercano a Xi Jinping, se ha convertido en el hombre “temido” por encabezar el Comité de Control Disciplinario del Partido Comunista que, junto con la Agencia Tributaria, persigue a los corruptos.

Así, se multiplicaron las detenciones, juicios y condenas. Bo Xilai, poderoso ex secretario del partido y ex miembro del Politburó, fue destituido de sus cargos. Si bien la detención fue previa a la llegada de Xi Jinping, este utilizó el caso como ejemplo para el resto y Bo Xilai fue condenado a cadena perpetua por sobornos, corrupción y abuso de poder, al igual que su esposa.

Liu Zhijun, ministro de Ferrocarriles durante la presidencia de Hu Jintao -predecesor de Xi Jinping- fue sentenciado a muerte con dos años de suspensión de sentencia a principios de julio por aceptar sobornos; Jiang Jiemin, responsable de la comisión que supervisa a las empresas estatales, fue destituido en septiembre en el marco de una amplia investigación en China National Petroleum Corporation (CNPC); Li Chuncheng, número dos del PC en la provincia de Sichuan, fue destituido en diciembre de 2012 y está bajo escrutinio. También purgó por corrupción al general retirado Xu Caihou, número dos de la jerarquía militar china hasta 2012; a Li Dongsheng, viceministro de Seguridad Pública; y a Wang Yongchun, quien fue ejecutivo de la mayor petrolera estatal, CNPC.

Pero no sólo Xi Jinping inició una cruzada contra la corrupción en la dirigencia política y en el Estado sino que, realmente apuntó contra algunas “corporaciones”. El caso mas resonante es el de la compañía británico GlaxoSmithKline, acusada por la policía china de sobornar a médicos a través de agencias de viaje para promover las ventas de sus medicamentos, por lo que fueron detenidos cuatro de sus directivos. Por otra parte, la televisión estatal china acusó a la francesa Danone de pagar dinero a empleados de hospitales para que dieran su leche maternizada a los recién nacidos. En tanto la prensa china denunció casos de corrupción vinculados a las farmaceúticas Eli Lilly, Novartis y Sanofi.

El caso paradigmático de la nueva ola anticorrupción china es el de magnate de la minería Liu Han, que llegó a aparecer en la lista de la revista Forbes de los empresarios más ricos del mundo. En mayo, un tribunal de Hubei condenó a Liu Han y a su hermano Liu Wei a la pena de muerte por abuso de poder y corrupción.

La Fiscalía Suprema Popular de China registró entre enero y noviembre de 2013 unos 21.800 casos graves de corrupción, según un informe redactado en el marco de la nueva y endurecida estrategia de las autoridades chinas contra los delitos cometidos por sus políticos. A lo largo del año pasado, la Judicatura nacional investigó a 36.900 oficiales sospechosos de corrupción, de los cuales 16.500 originaron algún tipo de pérdida monetaria para los ciudadanos. Según las conclusiones del informe, la suma total del dinero involucrado en estos casos de corrupción alcanzó los 910 millones de dólares.

Impulsar “sin tregua” la creación de un “gobierno limpio” y librar la “guerra anticorrupción”, ¿no son frases que a cualquier argentino le gustaría escuchar y estaría mas que satisfecho si un gobernante las aplicara?

Está claro que sobre China pesan graves denuncias por violación a los derechos humanos, que el órgano que investiga los hechos de corrupción llegó a emplear la tortura en sus procedimientos y que los argentinos rechazan abiertamente la pena capital como sanción. Pero lo que sí es rescatable es la actitud de un gobernante como Xi Jinping -mas allá de si su accionar responde a un interés político/personal de cambiar la imagen de la República Popular China o porque lleva en sus valores el de la honestidad- de combatir la corrupción de una vez por todas.

¿Quién será el Xi Jinping en la Argentina a partir del 2015?

Mascherano-Sabella vs.Grondona-Boudou

La Copa Mundial de Futbol 2014 no sólo fue el escenario donde Argentina disputó la final y volvió a ubicarse entre los cuatro países mas poderosos de la Tierra. Detrás de toda la parafernalia futbolera, la Argentina quizás haya comenzado un largo partido donde en un tiempo se dirimirá qué tipo de país, con qué valores, queremos.

De manera inesperada, a medida que el seleccionado argentino fue atravesando cada partido, cada instancia, hasta instalarse en la final, los argentinos iban observando que en ese grupo de nombres rutilantes encabezados por el de Lionel Messi, había algo más que un equipo de fútbol: había lo que el país necesitaba, valores.

“Los valores, la forma de salir a jugar, el mensaje. Todo eso también se refleja en una final. Quizá no sea el resultado que uno espera, pero si le dejamos algo a la gente es porque hicimos las cosas bien”, afirmaba Mascherano, ese líder del seleccionado argentino cuyo ejemplo se multiplicó día a día en los medios, en las redes sociales, asemejándolo con San Martín o el Che Guevara, por sus valores de sacrificio, esfuerzo y humildad.

“Trabajo y humildad”, también los preferidos por Alejandro Sabella. Cuando a Mascherano lo consultaron por el DT, lo describió: “Trasmite valores. Eso seduce a cualquier futbolista, a cualquier persona. Detrás de un equipo hay trabajo, problemas, buenos y malos rendimientos o resultados, pero los valores dan confianza. Es una persona que no necesita de un grito para transmitir: lo hace desde el conocimiento. Es honesto, profesional, ubicado y preparado”. Teléfono para la dirigencia política.

¿Por qué en los últimos días la pasión por el fútbol se alimentó de los valores de Mascherano o de Sabella? Porque eso es lo que necesitamos los argentinos. Y los dirigentes y los políticos están y estuvieron muy lejos de haberlo puesto en práctica, al menos desde el retorno de la democracia hasta aquí.

Ese modelo de país, el de Mascherano y Sabella, comenzó a enfrentarse en este Mundial de Brasil a la Argentina que se aferra al desvalor de la corrupción o de la sospecha de corrupción, para no “herir susceptibilidades”: el modelo Grondona-Boudou estuvo presente en este certamen.

Con la previa del histórico procesamiento de un Vicepresidente de la Nación Argentina, como lo es Amado Boudou por la causa Ciccone, que en lugar de rendir cuentas ante el Congreso nacional se victimiza, otro alto representante del país paseó sus presuntos vínculos con hechos ilícitos por la Copa del Mundo: Julio Humberto Grondona.

¿Qué valores puede tener un personaje como Grondona que fue designado presidente de la AFA en plena dictadura militar, en 1979, por el represor Carlos Lacoste? ¿Qué moral puede ostentar alguien que hace 35 años ejerce el máximo cargo del fútbol argentino, inmerso en una crisis económica permanente, sin la familia en las canchas, donde no puede ir la hinchada visitante por la inseguridad, con muertes, barrabravas todopoderosos y negocios oscuros?

Grondona llegó a Brasil imputado por la Justicia, por el Fiscal Eduardo Taiano, por presuntas irregularidades en la administración de los fondos destinados al programa financiado por el gobierno de Cristina Fernández, Fútbol para Todos.

Por eso no extrañó a nadie que su nombre y el de su hijo, Humberto Grondona, técnico del equipo juvenil argentino, estuvieran envueltos en lo que se denominó la “Operación Jules Rimet”, la mafia que revendía entradas del Mundial que habían sido dadas por cortesía, a precios exorbitantes. El escándalo se destapó cuando muchos simpatizantes que pagaron precios altísimos mostraron que los tickets estaban a nombre, entre otros dirigentes de la FIFA, de Julio Grondona y su hijo Humberto.

La policía de Brasil calcula que unas las redes de reventa estaban destinadas a un selecto mercado negro que generaba ganancias de hasta US$ 408.000 por partido. Según la investigación, la organización hasta ahora obtuvo ingresos por más de US$ 100 millones.

Pero la red, obviamente, no sólo involucraría a Grondona sino también a su colega y amigo, titular de la FIFA, Joseph Blatter. La empresa a cargo de la venta de entradas del Mundial de Brasil es Match y uno de los accionistas es Philippe Blatter, sobrino del mandamás del fútbol mundial.

Pese al negocio millonario, a veces las explicaciones pecan de una ingenuidad inverosímil. Grondona hijo intentó explicar lo ocurrido: ”Le vendí algunas a un amigo de Argentina y él, a su vez, se las dio a otro amigo. Después, no sé qué hicieron con las entradas. Terminó en el mercado paralelo, acción que no estaría fuera de la ley”. ¿Por qué el hijo del presidente de la AFA vende entradas de cortesía en vez de donarlas? ¿A cuánto?

El homólogo de Grondona en Brasil, Ricardo Texeira, debió renunciar en 2012 a la presidencia de la Confederación Brasileña de Fútbol (la AFA de allá) y al Comité Organizador de la Copa del Mundo cuando se descubrió que había desviado fondos. ¿Pasará lo mismo con Grondona algún día?

Pero el escándalo de corrupción que involucra al titular de la AFA se dio en el marco de irregularidades mayores.

El Mundial de Brasil estuvo signado por sospechas de ilícitos a partir de costos muchísimo mayores a los previstos para la infraestructura.

El costo de construir el estadio Mané Garrincha de Brasilia, donde la Argentina le ganó a Bélgica 1 a 0 casi se triplicó a 900 millones de dólares en fondos públicos debido en buena medida a que se inflaron las sumas mediante facturas falsas, afirmaron los organismos de control del país vecino.

Los vínculos entre las firmas de la industria de la construcción y los políticos no hacen sino agravar las sospechas entre los brasileños de que la gran fiesta del fútbol está machada por la corrupción.

En un informe de 140 páginas sobre el estadio, los auditores del Tribunal de cuentas de Brasilia hallaron unos 275 millones de dólares en presuntos excesos de facturación.

“¿Hay corrupción en el Mundial? Por supuesto, no le quepa la menor duda”, expresó Gil Castelo Brando, fundador de Contas Abertas (Cuentas Claras), que postula mayor transparencia en los gastos del gobierno. “Donde hay dinero, hay corrupción. Y hoy por hoy en Brasil el dinero está en la Copa del Mundo”.

Brasil perdió en el Mundial el partido contra Alemania, que lo dejó fuera de carrera por un nuevo trofeo, pero también el partido contra la corrupción. La Argentina ¿ganará el partido de los valores de Mascherano-Sabella frente a los desvalores del modelo Grondona-Boudou? Falta mucho, pero al parecer, van ganando 1 a 0 los primeros.

Rendir cuentas es una obligación

El Estado en la Argentina ha dejado hace mucho tiempo de ser, como lo definió Hegel, “la conciencia de un pueblo”, para convertirse en un botín del que se apoderan los gobiernos de turno para alimentar la cultura del despilfarro y el manejo turbio de sus recursos.

El manejo de los recursos en el Estado es de tal oscurantismo que los ciudadanos, que cumplen con la ley y abonan religiosamente sus impuestos, no tienen posibilidad alguna de saber cómo y en qué gastan los funcionarios el dinero de todos.

“Cajas chicas” asignadas a organismos del Poder Ejecutivo sobre las que no se exige rendición o presentación de comprobantes; viáticos exagerados por almuerzos o viajes, muchas veces innecesarios o ficticios; recursos básicos como papel, tinta de impresora, accesorios de librería, etc, malgastados; llamadas telefónicas particulares desde las líneas de las oficinas estatales;  incumplimiento de horario; planta de empleados sobredimensionada o sin capacitación alguna.

La rendición de cuentas es un aspecto fundamental para la gobernabilidad de los países, es decir, para la capacidad de los gobiernos de usar eficazmente los recursos públicos. A través de ella, los funcionarios están obligados a informar, justificar y responsabilizarse públicamente por sus actuaciones.

En la vida cotidiana, todos debemos rendir cuentas: los ciudadanos ante la AFIP y los gobernantes y funcionarios ante el pueblo porque, en definitiva, son empleados a los que les paga el pueblo.

Sin embargo, poco se sabe de los hombres de Estado.

En Brasil, cualquier ciudadano puede ingresar al Portal de Transparencia de la Contraloría General de la Unión (CGU) y acceder a los datos de cualquier empleado estatal de rango bajo, medio o alto. Así, puede saber qué cargo ocupa y en qué organismo; la fecha y forma en que ingresó; y cuál es su sueldo. En la Argentina, resulta de por sí bastante complejo acceder a la declaración patrimonial del Presidente o de algunos ministro del gabinete nacional.

¿Por qué? Quizás la respuesta puede deducirse en que no hay herramienta mas eficaz para cotejar si un funcionario “metió la mano en la lata” que analizar, año tras año, su estado patrimonial.

Pero la corrupción ha ido evolucionando en el tiempo y los corruptos fueron dejando de tener bienes a su nombres para poner sus bienes a nombre de cónyuges, familiares y/o amigos, creando a veces sociedades con “conocidos”, pero cuyo principal ingreso provenía del primer eslabón: el funcionario.

De hecho, suena extraño que el gobierno de Cristina Fernández haya modificado la ley de Etica Pública y ya no sea obligación del funcionario presentar la declaración jurada con los bienes e ingresos de los/as cónyuges o convivientes e hijos/as menores de edad. Si el corrupto pone sus bienes a nombre de un allegado, no se sabrá, al menos que haya una denuncia judicial que avance, como ocurre en el caso del vicepresidente Amado Boudou.

Actualmente, sólo puede accederse por Internet a declaraciones juradas correspondientes al Poder Ejecutivo.

De acuerdo con un informe de Mayo de este año de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ)  en lo que respecta al Poder Legislativo, se encuentran publicadas las declaraciones juradas de sólo 99 Diputados sobre un total de 257 (38,52%), y de 7 Senadores sobre un total de 72 (9,72%).

En el caso de los candidatos a cargos legislativos nacionales durante las últimas elecciones, el grado de cumplimiento de la norma fue prácticamente nulo en relación al universo de obligados.

Respecto de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, recién a fines de abril de este año reglamentó la ley de declaraciones juradas patrimoniales e integrales y, a raíz de eso, aún no se tienen acceso a las declaraciones juradas de los Ministros del Alto Tribunal. En cuanto al Consejo de la Magistratura aun no emitió su propia reglamentación y por tanto tampoco se encuentran disponibles las declaraciones de los jueces nacionales, federales y provinciales.

En un país como la Argentina, en el que según estimaciones privadas la corrupción y la criminalidad económica se ha llevado unos 13 mil millones de dólares que aún no han sido recuperados por el Estado; con investigaciones judiciales con un promedio de 14 años de demora y que en su mayoría prescriben y/o quedan impunes, si el gobierno de turno no da respuesta claras a un problema mas que evidente, resulta sospechoso.