El error de redoblar la apuesta

“Cristina va a redoblar la apuesta siempre, es una cuestión ideológica del kirchnerismo”, admitió, rendido, un dirigente peronista, cerrando la puerta a cualquier gesto componedor de la Presidenta en relación al caso Nisman y a la “Marcha del silencio” que se realizará el próximo miércoles.

El gobierno K se ha caracterizado, eso sí de manera coherente, en ir siempre adelante, al choque, lo que ha generado como muy pocas veces en la historia argentina la división de los argentinos. Pero no se trata de una simple diferenciación. Hay sectores kirchneristas y antikirchneristas que, literalmente, infunden el odio hacia el otro.

¿Quiénes no adscriben al fundamentalismo pro o anti, serán la mayoría? Sería saludable para el futuro inmediato.

Con su errática estrategia comunicacional y política, el Gobierno nacional ha logrado dos cosas claves para que la muerte del fiscal Alberto Nisman se haya convertido en el golpe mas duro que haya recibido la Casa Rosada desde el 2003 a la actualidad, solo equiparable al atentado de la AMIA o el crimen de José Luis Cabezas del menemismo o a la muerte de Kostecky y Santillán del duhaldismo: a) que la sociedad en su conjunto no crea en la teoría del suicidio, y b) que un amplio segmento de la ciudadanía tenga pensado marchar el 18F en distintos puntos del país.

Si Cristina Fernández y su gabinete se hubieran puesto a la cabeza del esclarecimiento de la muerte de Nisman, yendo “hasta las últimas consecuencias”, no hubiera tenido lugar el escándalo.

Cuando el 1 de abril Juan Carlos Blumberg –padre del joven secuestrado y luego asesinado, Axel- reunió a unas 150 mil personas en el Congreso, clamando por seguridad, rápido de reflejos, el entonces presidente Néstor Kirchner encargo a su ministro de Justicia y Seguridad, Gustavo Béliz, un Plan contra el delito. Los diputados y senadores del Frente para la Victoria recibieron las propuestas de Blumberg en el Congreso con los brazos abiertos y el Gobierno hasta ayudó a financiar la fundación del padre de Axel.

Pronto todo quedó en la nada. Con la ayuda del oficialismo, los reclamos de Blumberg se fueron desdibujando y el ministro Beliz fue echado, por confrontar con un tal Antonio Stiusso, de la SIDE.

Sin embargo, la administración de Cristina Fernández optó por seguir otro camino. Especuló con el suicidio y el asesinato después, buscando chivos expiatorios en Diego Lagormarsino o en el propio agente Stiuso, y pronto quedó al descubierto su estrategia de poco vuelo.

Sumado a las discusiones y desmentidas con la fiscal a cargo de la investigación, así como las dilatadas y poco efectivas pericias que pusieron a la luz el precario nivel de los equipos de investigación con los que cuenta la Argentina, provocaron el descreimiento generalizado.

En ese traspié permanente de “redoblar la apuesta”, buscando un “enemigo”, el Gobierno empezó con el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, rompiendo un diario Clarín en plena conferencia de prensa, y terminó acusando a través del secretario General de la Presidencia, Aníbal Fernández, de “narcos” a algunos organizadores de la marcha del silencio. ¿Se pueden cometer tantos errores? ¿O en realidad la Presidente, que fogonea todas esas reacciones, está interesada que la movilización del miércoles sea masiva?

De lo contrario, es poco entendible que hable como lo hizo el miércoles pasado, de “nosotros” y “ellos”, alimentando la denominada “grieta”. “Nosotros”, el amor a la patria; “ellos”, el odio. Inconcebible para alguien que se hace anunciar como “la Presidenta de los 40 millones de argentinos”.

El peronismo, que provocó una revolución en la Argentina con la irrupción de Juan Domingo Perón y Eva Duarte, mas allá de la aprobación o reprobación de sus políticas dirigidas al sector mas vulnerable de la sociedad, fue víctima precisamente de esa discriminación por parte de las clases conservadoras dominantes.

“La chusma”, los “cabecitas negras” era “ellos” en 1945. Hoy, en 2015, “ellos” son los que odian, no están conformes y marchan.

Paradójicamente, un gobierno que se tilda como “el más peronista” y que incluso llegó a establecer una inverosímil competencia de la figura de Néstor Kirchner con la de Perón, utiliza hoy los mismos recursos discriminatorios que la oligarquía argentina de los 40, que luego fue etiquetada como “gorilas”.

La pésima estrategia gubernamental ha empezado a inquietar al Peronismo –no al kirchnerismo- de cara a la inminente campaña electoral. El discurso confrontativo de la Presidente aleja a los candidatos peronistas del electorado. Por eso no fue casual que días atrás, un gobernador tan oficialista como el tucumano Jorge Alperovich saliera a reconocer el derecho de la gente de movilizarse por el esclarecimiento del caso Nisman.

“Este fue el último gesto de amor”, lanzó un gobernador peronista el 22 de enero pasado, cuando el PJ Nacional se reunió ara denunciar un complot contra la Presidente con la muerte de Nisman. No sería extraño que, tal como ocurrió en la historia reciente del peronismo, algunos dirigentes comiencen a tomar distancia de un Gobierno con tiempo de descuento y cuyo poder comienza a escurrirse como un puñado de arena en las manos.

La revancha del PJ

Kirchneristas de Cristina vs peronistas de Scioli

“Soy el candidato del Peronismo, núcleo del Frente para la Victoria”, aseveró Daniel Scioli, ante la pregunta de Mirtha Legrand del sábado por la noche acerca de su postulación, por qué partido era.

Ergo, el gobernador bonaerense es circunstancialmente kirchnerista pero, ante todo, peronista. Es decir, los “ismos” pasan, pero el PJ siempre queda. 

Esa línea imaginaria precisamente es la que divide al oficialismo hoy: kirchneristas vs peronistas. Continuar leyendo

UNEN, con destino de ruptura

Hace quince años que la UCR está inmersa en una crisis de liderazgo, tras el repliegue y fallecimiento de su último caudillo, Raúl Alfonsin. La última “jugada” política del ex presidente fue, vaya paradoja, promover una alianza del partido con una fuerza peronista de centroizquierda como el Frepaso de Carlos “Chacho” Alvarez que llegó al gobierno en 1999.

De allí en más, el radicalismo no paró de establecer alianzas erróneas que lo llevaron a éxitos efímeros pero que luego devinieron en rotundos fracasos y un nuevo cisma en el centenario partido. La Alianza UCR-Frepaso, el acuerdo para llevar a Roberto Lavagna como presidente en 2007, la coalición entre Ricardo Alfonsin y Francisco de Narváez en 2011 y, la más reciente, que puede romperse aún antes de haber competido de una elección nacional, el Frente Amplio Unen (FAU) en una comunión con socialistas, la Coalición Cívica de Elisa Carrió, Proyecto Sur de “Pino” Solanas y otros sectores.

Sin un líder natural, el radicalismo es sinónimo de crisis, enfrentamientos y divergencias. Un partido que, a diferencia del peronismo, no acepta una conducción colegiada y tampoco genera liderazgos, sino que mas bien los rechaza, en un falso concepto de la práctica “democrática”, detrás de un estado de asamblea permanente que establece acuerdos frágiles.

El frente UNEN está destinado al fracaso, al menos a nivel nacional. Cualquier “consenso” que alcance hoy la UCR, solo será un paliativo para ponerle fecha de defunción al tan mentado espacio de centroizquierda.

Si los radicales aceptan –algo casi imposible- un acuerdo con Mauricio Macri, el ala de centroizquierda conformada por Hermes Binner, “Pino” Solanas y el Movimiento Libres del Sur romperá. Si en cambio el acuerdo es sólo con Sergio Massa –también improbable- a Binner y Solanas se sumará el sector de Ernesto Sanz, Elisa Carrió, Luis Juez y Oscar Aguad, que seguirían otro camino.

Si finalmente, deciden continuar con Unen, sin acuerdos de otra índole, el fracaso tendrá como fecha limite marzo, cuando los precandidatos presidenciales se den cuenta que ninguno de ellos tiene posibilidades de acceder siquiera a un balotaje en las elecciones de 2015.

La muy promovida idea de todos los candidatos de la oposición a una sola interna, para dirimir en las PASO del año que viene quién es el líder opositor que deberá enfrentar al kirchnerismo, es peligrosa y, en principio, inviable.

Peligrosa porque un sector, que puede ser muy importante, de la sociedad, le suele escapar al “rejunte”. La experiencia de la Alianza UCR-Frepaso, de reunir al agua con el aceite sigue latente. De hecho, Unen representó y confirmó en la práctica, la heterogeneidad de sus integrantes. ¿Podrá el electorado antikirchnerista aceptar que Macri, Massa, Carrio o Cobos, cualquiera de ellos, puedan ser sus candidatos? Mas aún, ¿quién asegura que ante ese escenario, la masa de votantes que concurra a la interna opositora será la misma que votará al ganador en la elección presidencial? ¿Una polarización candidato kirchnerista vs candidato opositor, no podría favorecer al aspirante oficialista, sobre todo si se trata de algun dirigente no puramente K como Daniel Scioli?

Lo que nace con demasiados interrogantes, difícilmente logre encontrar certezas, sobre la marcha.

La idea del Frente Anti K también en inviable porque difícilmente Macri acepte competir con Sergio Massa, a quien, al igual que Scioli, ha fijado como sus límites. Nada de alianzas de cúpula con candidatos peronistas. Tampoco aceptaría el socialismo un convite de esas características.

Dirigentes como Binner y Cobos observan que se ha puesto en regla el “vale todo”, por lo que no sería extraño que ambos terminen como candidatos a gobernador en sus respectivas provincias, Santa Fe y Mendoza.

Para Binner sería una buena excusa para apuntalar una elección que viene mal para el frente compuesto por socialistas y radicales santafecinos. Los socialistas admiten, puertas adentro, que el macrista Miguel del Sel hoy está liderando las encuestas. Y necesitan de sus mejores hombres para retener la gobernación, cascoteada por el narcotráfico y la inseguridad y con un peronismo dividido.

Lo de Cobos es distinto, pero el mendocino sabe que si su apellido encabeza la lista en Mendoza, el triunfo está asegurado.

La teoría de los tres tercios se va consolidando paulatinamente. Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa se perfilan como las tres mejores alternativas de gobierno para el próximo año. Quien corre con una leve ventaja es el gobernador bonaerense. Si Macri y Massa llevan la disputa por el liderazgo opositor hasta el final, el beneficiado podría ser el principal candidato del kirchnerismo. La lógica del ajedrez político es que los jugadores sean solo dos: un oficialista y un opositor.

En ese esquema, el radicalismo se transformó en la porción de torta que Macri y Massa quieren cooptar porque, de esa manera, podrían obtener el desequilibrio necesario para alzarse con el trofeo de “la alternativa antikirchnerista”.

Mas allá de la decisión de la cumbre radical, el nuevo cisma de Unen está a la vuelta de la esquina. Podrán extender su agonía e, incluso, hacerla llegar hasta las PASO de agosto de 2015. Pero nada más.

El kirchnerismo se dispone a dar pelea

Un planteo es creer que la sociedad argentina quiere un cambio total de las políticas de gobierno que en los últimos 11 años llevaron adelante Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Otro muy distinto es interpretar que el kirchnerismo en materia de gestión cuenta con el aval, directo o indirecto, de más de la mitad de los argentinos y que se necesita cambiar algunas decisiones y el estilo para que un candidato tenga posibilidades de triunfar en 2015, en nombre del Frente para la Victoria.

Al menos así se desprende de los resultados de la encuestadora Poliarquía, publicadas en el diario La Nación durante el fin de semana. En medio del descrédito de los consultores que vendieron su alma al diablo –desde los 90 hasta hoy en día- publicando encuestas intencionales e irreales para inclinar la balanza hacia algún candidato, vale aclarar que Poliarquía es una de las pocas empresas serias que quedan.

El trabajo arroja tres grupos muy interesantes: A)  El 12% se siente “muy identificado con la gestión K” y pide que “deberían continuar las políticas”; B) El 33 % de los consultados sostiene que “el kirchnerismo hizo en general una buena gestión pero cometió algunos errores”; C) Y el 21 % sostuvo que “le kirchnerismo hizo en general una mala gestión aunque consiguió algunos logros”.

De esos datos se proyecta una aceptación del kirchnerismo tal como está de solo un 12% pero si se corrigen algunos errores, ese número aumenta a un 45 por ciento. Incluso no se descarta que dentro del 21% que caracteriza de “mala” la gestión pero admiten “algunos logros”, alguien de esa franja no acompañaría a un candidato del Frente para la Victoria.

Mas aún, el 49% señaló que espera del próximo gobierno que cambie “algunas políticas”, mientras que el 18% consideró que debe mantenerse todo igual. No obstante, nuevamente, un 67 % está aceptando que se mantengan algunas políticas y otras no.

Esos guarismos, mas allá del margen de error, reflejan una situación inesperada para la opinión pública: el kirchnerismo no esta muerto sino que se dispone a dar pelea, seriamente.

Sin embargo, paradójicamente, el drama K no pasa por la opinión del electorado sino por una cuestión medular: no tiene ningún candidato puro, cien por ciento kirchnerista.

El dirigente mejor posicionado del oficialismo, Daniel Scioli, ante todo es peronista. El gobernador bonaerense ha sido leal al kirchnerismo como lo ha sido en otras instancias a Eduardo Duhalde y a Carlos Menem. Pero no es “ultrakirchnerista” como Sergio Urribarri o Agustín Rossi. Por eso no tuvo ningún empacho en asistir la semana pasada a la inauguración del Coloquio de empresarios organizado por IDEA en Mar del Plata, donde dijo valorar el rol de los hombres de negocio y de paso dejó en claro que es necesario “cuidar lo que hay que cuidar y corregir lo que hay que corregir”.

No es casual que el slogan de Scioli sea “Continuidad con cambios”, lo mismo que reclaman la mayoría en la encuesta de Poliarquía.

Esa foto de una película que recién culminará dentro de un año, refleja el voto conservador de los argentinos, siempre y cuando el final del mandato de Cristina Fernández no derive en una crisis realmente considerable.

Dentro de ese esquema, Mauricio Macri (PRO) es quien predica un cambio radical de paradigma, mas allá de sus dichos en torno a mantener medidas del gobierno kirchnerista como la asignación universal por hijo, la condición estatal de YPF o la ANSES. En ninguno de los sondeos, la expresión mayoritaria fue la de cambiar todo lo hecho hasta aquí. Ese podría ser un problema para el PRO.

Mas en sintonía está Sergio Massa (Frente Renovador), el otro candidato presidencial del terceto mejor posicionado. No obstante, Massa se superpone en el rol opositor con Macri –por eso ambos se disputan el respaldo de la UCR- y a su vez también se superpone con Scioli, ya que el ex intendente de Tigre fue funcionario del gobierno de Cristina Fernández y lleva la impronta del peronismo.

En esta primera etapa, la anticipada campaña electoral muestra a un Scioli hiperkirchnerista. ¿Será igual después de las PASO, en caso que gane las internas del Frente para la Victoria? ¿O allí la sociedad conocerá al Scioli que convoca a los peronistas disidentes a sumarse a su eventual gobierno; que se saque fotos con sus ex jefes políticos como Menem, Duhalde o Adolfo Rodríguez Saa; que se muestre con funcionarios del gobierno de EEUU y de Europa o con representantes de los organismos de crédito internacional; y que pose junto a los empresarios de la UIA, los banqueros y la Sociedad Rural?

Un análisis aparte merece el Frente Amplio Unen (FAU), un espacio de centroizquierda que hasta el momento ha perdido la batalla que ningún aspirante a gobernar el país puede darse el lujo de perder: la de la credibilidad. No es creíble que Julio Cobos, Hermes Binner, Elisa Carrió, Pino Solanas y Ernesto Sanz encierren una propuesta común cuando los seis meses de vida del frente estuvieron mas caracterizados por las discrepancias que por las coincidencias. Tampoco es creíble que un frente pueda gobernar un país cuando su núcleo, el radicalismo, cierra acuerdos para la foto no con el PRO o con el Frente Renovador sino directamente con los competidores de Unen, Macri y Massa.

De no variar el rumbo, el electorado afín al frente Unen se dividirá entre Massa, Macri y eventualmente Scioli. ¿Por qué? Ocurre que los tres candidatos, mas allá de su pertenencia y del lugar donde se paran respecto del Kirchnerismo, tienen, ideológica y políticamente, mas coincidencias que diferencias.

Control o Kaos

En la inolvidable y exitosa serie del “Superagente 86”, Maxwell Smart y la 99 trabajaban para la Agencia CONTROL, que eran “los buenos” y sus enemigos, “los malos”, estaban representados en la Agencia KAOS.

Si bien se presentaba como una tira de espías norteamericanos versus espías rusos, en plena época de la Guerra Fría, el mensaje claro y preciso: el “control” es bueno y el “kaos” es extremadamente malo.

Paradójicamente, en aquel programa el término caos estaba representada con la letra “K”, lo que en la Argentina adquiere otro tipo de interpretación, sobre todo en lo que respecta a la última década.

El kirchnerismo, como gobierno nacional, siempre adhirió al “caos” en lo que respecta a su forma de manejar el dinero del Estado nacional, de todos los argentinos. Ese “caos” derivó con el tiempo, casi como una regla para los gobiernos en nuestro país, en causas judiciales por “malversación de fondos”, “mal desempeño de la función pública” y lisa y llanamente “corrupción” o “defraudación al Estado”.

Otra regla, en el mismo sentido, señala que aquel gobierno que no promueve un mayor control de sus actos, fortaleciendo, por ejemplo, el rol de los organismos de control, es porque quiere ser dueño “libremente” de sus actos, no rindiendo cuentas a nadie sobre cómo y en qué gasta el dinero de los argentinos.

El show falso sobre el Presupuesto Nacional es un claro ejemplo de ello. El Gobierno presentó para el 2014 un presupuesto de unos 860.000 millones de pesos y la supuesta manera en que lo gastará. Sin embargo, el intento de controlar y transparentar el manejo del dinero de todos es una utopía.

La Auditoría General de la Nación (AGN) es el organismo que asiste técnicamente al Congreso en el control del estado de las cuentas del sector público. Verifica el cumplimiento contable, legal y de gestión por parte del Poder Ejecutivo Nacional. El objetivo primario de la Auditoría General de la Nación es contribuir a que se adopten decisiones eficaces, económicas y eficientes en materia de gastos e ingresos públicos.

Lamentablemente, cada año la AGN releva distintos aspectos del uso del dinero de todos por parte del Ejecutivo y las irregularidades son numerosas e increíbles. Sistemáticamente, los organismos de control encuentran partidas de dinero destinadas a un área o una temática que se utilizan parcialmente –se subejecutan- sin que se sepa dónde fueron a parar los cientos de miles de pesos restantes o bien se gasta mucho más de lo previsto –sobreejecutan- y nadie sabe de dónde salió el dinero.

El principal gasto del gobierno nacional es su política energética. Exporta unos 13 mil millones de pesos en combustible. Sin embargo, los organismos de control han hallado un “agujero negro” en la rendición de cuentas porque muy poco se sabe a qué precio se paga el combustible, a quién se lo compra y cómo se distribuye.

En su reciente informe acerca de la “Década ganada”, el titular de la Auditoría General de la Nación, Leandro Despouy,  aseguró que ese periodo “muestra que la ejecución presupuestaria” así como “la reasignación de partidas” ha sido “de una enorme discrecionalidad”. También advirtió sobre la diferencia existente “entre el Presupuesto aprobado y el ejecutado” que en la etapa 2003-2012 “ha sido de un 20 por ciento promedio”. Podría decirse que un 20 por ciento cada año, unos 170 mil millones de pesos por año si nos remitimos al último presupuesto, fueron utilizados de una manera, para decirlo diplomáticamente, antojadiza.

Mas aún, Despouy señaló que el Presupuesto de esos años ha sido utilizado como “herramienta de disciplinamiento político”.

¿Es algo nuevo? De ninguna manera. El propio ex presidente Néstor Kirchner profundizó una práctica tristemente común en la política argentina que fue la de asignar dinero a cambio de favores políticos: un voto en el Congreso nacional, un apoyo de un intendente o de un gobernador a cambio de obras.

EL kirchnerismo siempre utilizó como estandarle su antimenemismo, su sistemático cuestionamiento a las políticas y prácticas de la otra década, la que comando Carlos Menem en los ’90. Sin embargo, en muchos ejemplos, hizo lo mismo.

La provincia de Santa Cruz fue más beneficiada con las transferencias discrecionales del Estado nacional, al punto que a pesar de ser una de las menos pobladas del país fue, en la última década, la que más fondos recibió del gobierno central, después de Buenos Aires.

Es inevitable la comparación de lo que significó la provincia de La Rioja para Menem, siendo la mas beneficiada en la distribución de los Aportes del Tesoro Nacional (ATN) durante su Presidencia.

Pero lo que resulta trágicamente risueño es que, debido a la falta de herramientas legales, de recursos humanos y de colaboración por parte de las áreas de gobierno que deben ser controlados, los organismos emiten sus informes con mucha demora de tiempo. Es decir, una vez que el dinero se ha esfumado y que, en muchos casos, esos funcionarios responsables ya no están en el cargo.

Ante esta situación, las denuncias presentadas por dirigentes políticos o abogados contra el Estado difícilmente llegan a buen puerto, ya sea por el vínculo entre la Justicia con muchos estamentos del poder político, o porque ha transcurrido mucho tiempo entre el hecho consumado y la denuncia.

Para colmo de males, la sociedad luego tiene que asistir a “un debate sobre el Presupuesto”, tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, donde nada más se monta un “show mediático”. Ocurre que oficialismo y oposición –hay muchos legisladores opositores que miran para otro lado a cambio que alguna partida vaya a sus provincias- terminan aprobando sin mas una serie de números y cifras de miles de millones de pesos, que nunca se cumplirá en cuanto a su distribución y asignación por áreas y temas, en tiempo y forma.

¿Hay mejor negocio para un corrupto que poder gastar el dinero de otros presentando una declaración de cómo lo gastará que, de antemano, es absolutamente falsa? ¿Hay mejor status para un corrupto que no ser controlado por nadie o ser controlado tibiamente?

17 de octubre, ¿de cuál peronismo?

“El conductor político es un hombre, que hace por reflejo lo que el pueblo quiere”(…) “El conductor siempre trabaja para los demás. Jamás para él”. (Juan Domingo Perón-Revista Crisis 1974)

El próximo viernes el Día de la Lealtad peronista cumplirá 69 años. ¿Existe el peronismo como tal, aquel movimiento ideado por Juan Domingo Perón y eternizado por Evita? ¿O sólo tienen vigencia las corrientes políticas que en nombre de Perón y Evita montaron gobiernos personalistas y promesas electorales, incapaces de solucionar los problemas estructurales de la Argentina?

Está claro que el peronismo sigue vigente a través de los “ismos” que van protagonizando la historia hasta el día de hoy como el menemismo, el duhaldismo y ahora el kirchnerismo. Sin embargo, el peronismo en el que pensó Perón no ha tenido un correlato fiel en estas tres corrientes que mandaron en la Argentina en las últimas tres décadas.

“El peronismo es una cáscara vacía”, disparó en 2012 el entonces titular de la CGT, Hugo Moyano, cuando pegó el portazo del redil del kirchnerismo. Al margen de los motivos que lo llevaron a romper con el gobierno, sus palabras fueron escuchadas como una verdad por una parte de la dirigencia del PJ.

¿Por qué? Sencillamente porque el partido como tal, el Consejo Nacional Justicialista, ha dejado desde el 2003 de ser el partido del gobierno para ser un aliado de la Casa Rosada, sin poder de decisión, sin voz, sin debate, ni dinámica partidaria. Es un sello que integra el Frente para la Victoria.

Mas aún, en los primeros años ni Néstor Kirchner y menos Cristina Fernández, aludían a Perón y Evita o entonaban la mística marcha peronista. Recién en los últimos años, en cuentagotas, la mística pejotista pareció regresar.

El último capítulo protagónico del peronismo fue el Congreso de Parque Norte del 26 de Marzo de 2004 con el enfrentamiento entre Cristina Fernández y Chiche Duhalde, que marcó la ruptura entre Néstor Kirchner y Eduardo Duhalde.

Desde el 10 de Julio de 1988, cuando Carlos Menem venció a Antonio Cafiero, que el peronismo no es testigo de una interna presidencial en la que el partido vota y elige a su candidato. En el 2003 hubo tres candidatos presidenciales peronistas: Menem, Kirchner y Adolfo Rodríguez Saa. Para las elecciones del 2015, tres de los principales aspirantes peronistas a la Casa Rosada van por distintas fuerzas: Daniel Scioli, Sergio Massa y José Manuel de la Sota.

Esta situación, en parte, sucede porque el peronismo se debe un debate y un aggiornamiento. De lo contrario, paulatinamente, tomará el camino de desmembramiento que comenzó desde el 2001 la Unión Cívica Radical.

No es posible que lo único que el pseudo peronismo de las últimas décadas aplicó, como si de eso se tratara la doctrina justicialista, fuera el clientelismo como única receta. ¿Es necesario recordar que Perón y Evita, en base a algunas propuestas del socialismo de Alfredo Palacios, no sólo hicieron respetar el derecho de los trabajadores sino que convirtieron al trabajo en un valor en sí mismo, por considerar que dignifica a las personas? Entonces, ¿por qué estas dos décadas de clientelismo, de menemistas y kirchneristas, desandando la cultura del trabajo?

Cualquier especialista sabe que los planes sociales y la ayuda a los mas necesitados debe ser transitoria y el gobierno debe ir reemplazándolos por puestos de trabajo, hasta que no quede ningún plan destinado a un jefe de familia o a un joven en condiciones de trabajar.

En nombre del peronismo se privatizaron los fondos de jubilados en AFJP y luego se volvieron a estatizar; se privatizó y se volvió a estatizar YPF; se establecieron “relaciones carnales” con Estados Unidos y se promovió la confrontación permanente con Washington; se prometió “mano dura” contra los delincuentes y se optó por una visión garantista incapaz de elaborar un plan integral para combatir la inseguridad.

La única coherencia es la larga lista de dirigentes actuaron tanto en el menemismo como en el kirchnerismo: Carlos Menem (es senador, votó muchas veces con el Frente para la Victoria y elogio el gobierno de Cristina Fernández), Néstor Kirchner (afirmó que Menem era “el mejor presidente desde de Perón”), Eduardo Duhalde, Aníbal Fernández, Roberto Lavagna, Felipe Sola, Oscar Parrilli, Miguel Angel Pichetto, Sergio Massa, Florencio Randazzo, Alberto Fernández, Carlos Reutemann, Carlos Tomada, José Pampuro, Daniel Scioli, etc, etc.

A tal punto el peronismo está desdibujado, que el año pasado el partido debió renovar de urgencia sus autoridades a nivel nacional y a nivel bonaerense, porque corrió el riesgo de perder la personería. ¿No es increíble?

Por eso no es casual que el debate interno, privado, enfrente hoy en el oficialismo a los peronistas ortodoxos con los ultrakirchneristas. Intendentes y gobernadores peronistas temen que la desidia de Cristina Fernández por establecer una estrategia electoral, haga rodar las cabezas de varios jefes territoriales del PJ. En tanto los ultrakirchneristas sólo están interesados en conservar poder mas allá de 2015.

Unos quieren encolumnarse detrás de Scioli, simplemente por ser el dirigente del oficialismo mejor posicionado para los comicios del 2015; otros pretenden que la Presidenta impulse un candidato ultrakirchnerista que desbanque a Scioli.

Lo concreto es que si el kirchnerismo logra establecerse como una alternativa política desde la oposición, luego del recambio de gobierno en 2015, el peronismo tradicional corre el riesgo de profundizar su desmembramiento. Para ese entonces, las siglas del PJ y la UCR serán sólo capítulos de la historia argentina.

Este panorama convierte al 17 de Octubre en una fecha desfasada del presente. El kirchnerismo se ha ocupado de que quede poco y nada del Partido Justicialista como tal.

Los ciudadanos, indefensos

¿Qué tan necesario es que los ciudadanos tengan una persona, un funcionario que defienda sus derechos?

Alguien que desde el Estado –no del gobierno de turno- defienda y proteja los derechos que todos los ciudadanos tienen y que están garantizados en la Constitución Nacional pero, como nadie los respeta, se encargue de hacerlos respetar.

Una persona que pueda y tenga las herramientas para investigar, inspeccionar, verificar, solicitar expedientes, informes, antecedentes y hasta requerir la intervención de la Justicia para defender a los habitantes de este país. Que pueda prevenir un problema que afecte a alguien o exigir la reparación monetaria o de hecho, ante la violación de alguno de los derechos.

Un funcionario a quien cualquier persona, mas allá de clase social, raza o edad, pueda contactar y presentarle su problema a través de una simple nota escrita con los datos correspondientes. Y asesore al damnificado y lo represente.

Un miembro del Estado que, en nombre de los ciudadanos, reclame por la erradicación de un basural; el mal estado de una ruta o de un hospital; por la desaparición de una persona o directamente contra la trata de personas, la violencia de género; o bien hacer valer los derechos de los jubilados, las comunidades indígenas o los discapacitados.

Un órgano que pueda exigir a una provincia que cumpla con la Ley de Glaciares o que pare el desmonte; la asistencia a las víctimas de la Tragedia de Once; que retrotraiga las tarifas de luz de miles de damnificados a la Secretaria de Energía; la prohibición de un agroquímico porque es cancerígeno; el abastecimiento de la garrafa social o por la falta de cumplimiento de una obra social.

Esa persona, ese alguien, ese organismo existe desde hace 20 años en la Argentina. Se llama Defensor del Pueblo de la Nación.

Sin embargo, llamativamente, a ningún gobierno le interesó difundir su figura, sus tareas, ni popularizar su rol. Mas aún, desde abril de 2009, es decir, hace mas de 4 años, no hay Defensor del Pueblo. El último fue el cordobés Eduardo Mondino, que dejó el cargo para dedicarse a la política.

El organismo está acéfalo y solo ha sobrevivido por el accionar de los denominados “adjuntos”, los funcionarios que le siguen en rango al Defensor pero que tienen un poder de maniobra acotado.

¿Por qué no se designa un Defensor del Pueblo de la Nación entonces?

Como en todo organismo de control que defiende los intereses de la gente en contra de los intereses de un gobierno, un Defensor molesta.

La designación la hace el Congreso Nacional y para ello requiere de una mayoría especial, de dos tercios. El perfil del defensor debe ser alguien idóneo para el cargo, que no esté identificado con ningún partido ni actor político, mucho menos con un gobierno ya sea a favor o en contra.

El kirchnerismo ha intentado en varias oportunidades designar para el cargo a alguien afín. Es decir, designar a alguien que no reclame nada que moleste al gobierno nacional. Por ese motivo, nunca hubo consenso en el Congreso. Mientras, los únicos perjudicados, como suele suceder, son las personas.

No existen las casualidades. Al kirchnerismo no le interesa designar a alguien probo, sin ningún tipo de cuestionamientos para poder defender los derechos de las personas.

Pruebas, sobran. Este gobierno miró para otro lado en otro organismo clave para investigar, justamente, casos de corrupción en el Estado como la Fiscalía Nacional de Investigaciones. Está acéfala desde el 2009. La Sindicatura General de la Nación, que debe controlar que el Estado cumpla con las normas está a cargo de Daniel Reposo, un funcionario que fue nominado para la Procuraduría General de la Nación, pero cuyo pliego fue rechazado por parcialidad, o sea, por declararse kirchnerista. ¿Cómo u kirchnerista puede controlar al gobierno kirchnerista desde la SIGEN? La Oficina Anticorrupción (su nombre lo dice todo), es un área dependiente del gobierno. Otra vez. ¿Cómo puede controlar un área que depende política y económicamente del gobierno, al gobierno? Prueba de ello es que, pudiendo ser querellante, ni siquiera ha contribuido en los grandes casos de corrupción de la actualidad como los que involucran al vicepresidente Amado Boudou.

Las casualidades no existen. Por eso, con suerte, habrá que esperar a la llegada del próximo gobierno para conocer el rostro del Defensor del Pueblo de la Nación. Nada más y nada menos.

¿Quién es el dueño del 30% K?

Mas allá del desprestigio de varios encuestadores que le han vendido su alma al diablo, despilfarrando la credibilidad que ostentaban en los 90 como gurúes de la política, las pocas mediciones serias que quedan coinciden en que el universo de votantes que aprueba la gestión de Cristina Fernández, que son kirchneristas o bien adhieren al modelo K ronda entre el 25 y el 30 por ciento del electorado.

En el mas acotado de los casos, estamos hablando de una cuarta parte de la sociedad, porcentaje que cualquier candidato desearía tener como base.

Ahora bien, aquel precepto utilizado tanto por el emperador romano Julio César como por Napoleón continúa vigente: “Divide y reinarás”.

Si los candidatos antikirchneristas son varios, ese 25 o 30 por ciento se hace fuerte, desequilibrante. Al menos por ahora, el PRO lleva a Mauricio Macri como candidato a presidente; el Frente Renovador a Sergio Massa; y el Frente Amplio Unen (FAU) a Hermes Binner o Julio Cobos. Cuatro partidos en pugna por el sillón de Rivadavia.

Volviendo al kirchnerismo, ¿quién será el dueño de esos votos?

En principio quien arranca en punta es Daniel Scioli, gobernador de Buenos Aires. En un escenario oficialista en el que la presidente Cristina Fernández no designó a nadie “su” candidato todavía, Scioli aparece a la cabeza de cualquier sondeo entre los postulantes del Frente para la Victoria. Es decir, supera por lejos a Florencio Randazzo, Agustín Rossi, Sergio Urribarri, Anibal Fernández, Julián Domínguez o Jorge Taiana.

El sciolismo parte de esta cuenta. Si Scioli gana la interna del Frente para la Victoria, entonces ese 25 o 30 por ciento de votantes lo acompañará en las elecciones generales. Pero a ese porcentaje, Scioli, por su perfil mas amplio y con llegada a sectores que no son tradicionalmente kirchneristas, sumaría otros 5 o 6 puntos mas. Ergo, rondaría los 35 puntos que, por lo menos, lo ubicarían en un eventual ballottage.

Pero esa lectura es lineal. Varios dirigentes-candidatos del oficialismo, como Randazzo, Urribarri o Domínguez, consideran que la Presidente finalmente se inclinará por uno de ellos. De ser así, ¿Scioli seguirá siendo el mejor posicionado para las PASO del FPV o correría el riesgo de ser derrotado por el candidato de Cristina? En ese caso, ¿iría por afuera? Todo es posible, hoy.

Lo paradójico es que cualquiera de los otros candidatos presidenciales del oficialismo que no sea Scioli perdería con Macri, Massa, Binner o Cobos en un ballottage.

Es allí cuando se dispara la idea de que Cristina Fernández apostaría a perdedor y preferiría que gane un opositor para conservar el poder desde el peronismo y, quién sabe, volver en un próximo mandato como candidata o ser la madrina de ese “retorno” del kirchnerismo al poder.

El otro punto que concluyen las encuestadoras mas serias es que mas de la mitad del electorado no pretende un cambio radical en el país después del 2015 sino conservar lo que está bien y corregir lo malo. De esa manera, parece reflejarse una vez más el “voto conservador” que históricamente han tenido los argentinos siempre que una gestión no derive en una crisis.

Por eso, para el kirchnerismo la variable negativa es la economía. Con una inflación que no baja del 30 por ciento anual, con la merma del poder adquisitivo que se traduce en reducción del consumo, con situación conflictivas como las suspensiones y la falta de llegada de nuevas inversiones, será imposible para cualquier candidato que enarbole las banderas del kirchnerismo triunfar en las generales del 2015.

Mas aún. De agravarse la situación económica, la propia Cristina Fernández dejará el poder con serios cuestionamientos y una imagen muy deteriorada que la incapacitará, a la vista de la sociedad, para ser jefa de la oposición o pergeñar cualquier estrategia con el objetivo de regresar directa o indirectamente (a través de otro dirigente) al poder.

 

El tiempo de los oportunistas

- Señor ministro. Lo felicito por su cargo. Lo llamaba para ponerme a su disposición para lo que Usted necesite.-

Allá por el 2000, un juez federal de estrecha relación con el gobierno de Carlos Menem que había pagado con creces los favores políticos del menemismo, se comunicaba por motu proprio con un ministro del flamante gobierno de la Alianza UCR-Frepaso que había puesto a Fernando de la Rúa en la presidencia. Un miembro del Poder Judicial se ponía a disposición del Poder Ejecutivo.

¿De qué independencia de poderes se habla? Jueces federales y políticos suelen ser socios en una asociación, la mayoría de las veces, ilícita.

Ese mismo juez, que aún ocupa su cargo, fue uno de los que primero “reaccionaron” ante la debacle de De la Rúa y el terrible 20 de Diciembre. No fue para impartir justicia sino para cumplir con el mandato: “Muerto el Rey, viva el Rey”.

Gran parte de la sociedad saborea con satisfacción el accionar de la Justicia en el último tiempo.

Los jueces federales Ariel Lijo y Claudio Bonadío procesaron, en dos causas por separado, al vicepresidente Amado Boudou y se espera que otros magistrados que tienen en sus manos la causa por enriquecimiento ilícito del otrora heredero del trono kirchnerista, haga lo propio.

La jueza María Romilda Servini de Cubría procesó al ex Secretario del Sedronar, José Granero, por la causa de la efedrina y apunta hacia “mas arriba” porque considera que el funcionario respondía a alguien con rango mas alto en los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, ya que se desempeñó desde 2004 hasta 2011.

¿Por qué la Justicia avanza ahora y no antes?¿Por qué no actuó con la misma celeridad en casos como:

- Skanska, la multinacional sueca que admitió haber pagado sobreprecios, supuestamente en connivencia con el Estado Nacional;

- La valija del venezolano Antonini Wilson con 800 mil dólares que ingresó al país en un avión que traía de Caracas a funcionarios de los gobiernos argentino y venezolano;

- Compra de tierras por los Kirchner a precios irrisorios en El Calafate, supuesto tráfico de influencias;

- Denuncia por enriquecimiento ilícito del matrimonio Kirchner;

- El programa “Sueños compartidos” que involucra a la Fundación Madres de Plaza de Mayo y los hermanos Schoklender.

La respuesta es simple: porque se aproxima el fin de ciclo kirchnerista.

Bonadío tiene varias denuncias en su contra, una de ellas realizada por una ONG como la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), por presunto mal desempeño en dos causas de la época menemista. Servini de Cubría fue la jueza que en los 90 tuvo en sus manos el Yomagate, el caso de narcotráfico que involucró a la familia del ex presidente Menem -Amira Yoma, que finalmente fue sobreseída. Lijo fue designado juez por el gobierno de Néstor Kirchner y, según trascendidos, envió varias “señales” al Gobierno que, al no ser “respondidas”, culminaron con el primer procesamiento de Boudou.

Un ejercicio simple permite constatar que, cuando los Gobiernos comenzaron a debilitarse porque se aproximaba el fin de su reinado, en ese momento emergen algunos “ejemplos probos” en la Justicia federal. Nunca antes.

Algo similar ocurre con los empresarios y los sindicalistas.

Nunca antes desde el retorno a la democracia, los representantes de las principales cámaras empresariales de la Argentina como la Unión Industrial Argentina (UIA), la Sociedad Rural, la Cámara de Comercio, la Cámara de la Construcción, la Asociación de Bancos y la Bolsa de Comercio fueron tan maltratados por un Gobierno, en forma privada pero también públicamente. ¿Lo merecían? Esa es otra discusión.

Sin ningún juicio contra el Estado, los empresarios agacharon la cabeza, lo que certifica de alguna manera lo que el kirchnerismo siempre pregonaba: solo les interesa hacer negocios.

Sin embargo, de buenas a primeras, después de diez años de silencio y sumisión, de aceptar la humillación a la que al parecer los sometía el ex hombre fuerte del Comercio, Guillermo Moreno, los empresarios se acordaron de cuestiones como la inflación, el tipo de cambio, la seguridad jurídica, las inversiones. Ahora, casi diariamente aprovechan ante una cámara para criticar al Gobierno. ¿Por qué justo ahora y no hace unos años?

La respuesta vuelve a ser simple: porque se aproxima el fin de ciclo del kirchnerismo.

Algo similar ocurre con el sindicalismo. Primero la CGT estaba unida, con Hugo Moyano a la cabeza, detrás del proyecto de Néstor Kirchner. Con Cristina Fernández se dividieron en oficialistas y opositores. Ahora resulta que todos, los oficialistas que responden a Antonio Caló o a Hugo Yasky de la CTA, así como Moyano, Luis Barrionuevo de la CGT Azul y Blanca o Pablo Micheli de la CTA disidente, reclaman, de distinta manera, contra lo mismo: suspensiones, impuesto a las ganancias, inflación, inseguridad. ¿Por qué ahora?

Otra vez la respuesta es simple: porque se aproxima el fin de ciclo del kirchnerismo.

Al margen de la falta de certezas del papel que Cristina Fernández tendrá después del 2015 y si el kirchnerismo como corriente peronista se mantendrá o desaparecerá como tantos “ismos” que se diluyeron en el PJ –menemismo, duhaldismo- es necesario que “el árbol no tape el bosque” y que el papel de algunos jueces, empresarios o sindicalistas no se confunda con la llegada de nuevos tiempos en la República Argentina, de honestidad, Justicia, ética y moral sino como reacciones particulares interesadas ante un momento determinado de la historia argentina.

En la política, lamentablemente los héroes no existen. Existen los oportunistas.