La crisis económica como éxito político

No recuerdo a ningún argentino que reivindique a Leopoldo Fortunato Galtieri. Tampoco a nadie que abiertamente admita que votó a Menem. O a De la Rúa.

Todos los sucesos que hicieron posible la sustentabilidad temporal de Galtieri, los más de diez años en el poder de Menem y el estrellato fulgurante del presidente de la Alianza, sin embargo, fueron posibles por el apoyo de una mayoría evidente de argentinos.

La invasión de las Malvinas produjo una explosión de nacionalismo que llenó de bote a bote la Plaza de Mayo durante varios días en aquel comienzo del otoño de 1982. Galtieri era Gardel. A sus palabras “si quieren venir que vengan: le presentaremos batalla…” seguían alaridos de apoyo antimperialista. En el año del Mundial de España, con Maradona sumándose al plantel del Campeón del Mundo vigente (de 1978) aquello parecía la previa de otro campeonato ganado, una fiesta de la argentinidad. Recuerdo claramente la palabra “majestuoso” haciendo referencia al presidente militar.

Tres meses después, en todos los bares de la Argentina, los expertos (que por supuesto ya éramos en estrategia militar) nos encontrábamos condenando al “majestuoso” y a todo el gobierno que había estado a milímetros de consolidar, quién sabe por cuánto tiempo más, la dictadura militar.

En 1995, cuando ya nadie podía ignorar el perfil del gobierno de Menem, cuando ya no había slogans difusos como “síganme que no los voy a defraudar” sino 6 años y medio de un gobierno cristalino en cuanto a su rumbo, el presidente que había logrado reformar la Constitución a favor de su propia reelección ganaba la contienda electoral con el 52% de los votos. Cuatro años después los varones se tocaban el testículo izquierdo al nombrarlo y las mujeres las mamas del mismo lado. Nadie parecía haberlo votado. Había ganado, seguramente, con los votos de un electorado extranjero especialmente traído al país a los efectos de votar. Los argentinos nos habíamos convertido en expertos en moral y ética (los principales achaques al menemismo) y nos preparábamos para elevar al gobierno a una asociación de partidos de centro izquierda, encabezada por el radicalismo porque identificábamos allí el nuevo Sol que salvaría a la república de tanta inmundicia.

Dos años después no era posible encontrar a nadie que confesara su amor por De la Rúa y por la Alianza. En ese momento todos “sabíamos” que aquello era un “engendro”, una “bolsa de gatos” que no podía funcionar… “Yo te lo dije: esto no iba a andar…” Ya nadie recordaba los festejos de octubre de 1999 cuando De la Rúa vencía a Duhalde. “¿Quién yo…?, ¡si yo siempre dije que De la Rúa era un tarado…!

Luego vino lo que todos sabemos: el default de Rodriguez Saá festejado como el gol de Maradona a los ingleses, también detrás de consignas nacionalistas, todos envueltos en la bandera y al grito de ¡Ar-gen-tina, Ar-gen-tina..!

Ahora, algunas encuestas dan hasta el 48% de apoyo al modo en que la Presidente está manejando la crisis con los holdouts. Kicillof se ha vuelto la estrella del gobierno, siendo él el que llevó al país al default al convencer a la presidente de boicotear el acuerdo con los bancos. Algunos hasta lo consideran un “sex-symbol”… un “majestuoso”.

¿Qué pasará con estos argentinos que le dan estos números hoy a la Presidente cuando lo actuado lleve el dólar a las nubes y esto retroalimente la inflación? ¿Qué ocurrirá cuando todos noten el freno al ya escaso crédito que existía en el mercado? ¿Y cuando algunos empiecen a perder sus empleos? ¿Qué pensarán cuándo vean que no consiguen los productos que buscan o que el dinero no les alcanza o que Vaca Muerta no será un nombre pintoresco sino la realidad de un proyecto sin financiación?

Un slogan con el que la presidencia remataba muchos de sus avisos de propaganda decía “Argentina: un país con buena gente”. ¿Es asi? Más allá de la demagogia omnipresente en todo lo que el gobierno toca, la frase nos fuerza ese interrogante. Hace unos años el psicoanalista y sociólogo José Abadi escribía junto a Diego Milleo un libro con el título exactamente contrario “No somos tan buena gente”.

¿Qué somos?, ¿cómo somos?, ¿de dónde nos vienen estas actitudes infantiles que podrían unirse bajo el denominador común de no reconocernos responsables de nada? Todo es culpa de los demás, “nosotros, ‘buena gente’…” “Yo, argentino…”, hubiera dicho algún antiguo. ¿Es “buena” la gente que no se hace responsable de nada; que no reconoce sus errores, sus fallas, sus decisiones equivocadas?

Nosotros “sabíamos” que Galtieri era un borracho, que Menem no tenía ética, que De la Rúa era un inoperante, que Rodrigez Saá era un irresponsable… Lo “sabíamos”. Solo que en el momento en que hubiera sido crucial que ese “conocimiento” se manifestara en acciones diferentes, apoyamos al “borracho”, al “falto de ética”, al “inoperante” y al “irresponsable”. Tarde.

¿Ocurrirá lo mismo esta vez? ¿qué diremos dentro de un tiempo de los “fenómenos” Cristina y Kicillof ? “Yo siempre lo dije: estos nos hundían…”

Argentina, un país con buena gente…

Una crisis agravada por la demagogia interna

No fue bueno el resultado de la audiencia de ayer en la que el juez Thomas Griesa decidió no reponer el stay que le permitiría a la Argentina liberar el pago a los acreedores de los canjes 2005 y 2010.

El Juez incluso pareció endurecer su posición al no permitir ni siquiera que los acreedores en sede no neoyorquinas y en monedas que no son el dólar (euros y yenes, por ejemplo) cobren sus acreencias de los giros argentinos.

Y volvió a tener consideraciones verbales acerca de la no contribución a la solución del problema que hacen las declaraciones del gobierno argentino. Es decir, se está dando la enorme paradoja de que las soluciones judiciales están siendo impedidas por la “política”, justamente lo contrario de lo que esperaba la Presidente y el ministro Kicillof, es decir, que la “política” finalmente pesara más que la aplicación pura y simple del Derecho.

Griesa mandó a seguir las negociaciones con el special master Dan Pollak pero no insinuó de su parte una intención de “tirarle una soga” a la Argentina.

El día lunes se produjeron algunas declaraciones en el mercado que contrastaron con los números. El presidente del Banco Macro, Jorge Brito, dijo que si al 30 de julio no se arreglaba la situación con los holdouts y se caía en default “no pasaba nada”. Los mercados no pensaron lo mismo que anticiparon cierto “empiojamiento” de la cuestión y cayeron fuertemente.

Está claro que el viernes 1 de agosto no “va a ocurrir nada” puntualmente catastrófico. Ese día el país amanecerá como puede hacerlo pasado mañana. Pero a partir de la caída del periodo de gracia que está corriendo desde el 30 de junio, se podrían activar en los próximos 60 días mecanismos muy peligrosos para la situación financiera del país.

Uno de ellos es el que se conoce como “aceleración de los vencimientos” que los acreedores de los canjes podrían pedir para que se les pague de una sola vez todo lo que se les debe, sin respetar ya los plazos ofrecidos por el país. Ese peligro solo podría ser detenido si la Argentina lograra convocar la voluntad de un 50% de los acreedores reestructurados que votaran la “no-aceleración”.

Pero, como está de más aclarar, eso implicaría entrar en un proceso muy complejo y lento que no detendría el deterioro de la situación financiera y comercial exterior del país.

Lo que también parece desprenderse de la audiencia de hoy es que el juez Griesa parece haber entrado en un juego de respuestas a las bravuconadas del gobierno argentino tomando decisiones que lo perjudican (sin olvidar claro está que ese perjuicio no se verifica en las “personas” de los gobernantes, sino en la situación de cada uno de nosotros).

La desesperación local por la cláusula Rigths Upon Future Offers (RUFO) está haciendo perder de vista las mejores opciones disponibles. Si bien es cierto que la reposición de una cautelar aliviaría el pago a los bonistas, manteniendo el canal con Pollak, la siguiente mejor opción, si esa se complica, es pagar los U$S 1330 millones y terminar con la posibilidad del default. La RUFO no se gatillaría en ese caso porque claramente el pago sería la consecuencia de una sentencia obligatoria y no de la voluntad libre de la Argentina.

No es cierto que de esa jugada se deriven una catarata de juicios millonarios ipso facto. Pagado Singer y el fondo Elliott, quedaría algo menos del 6% de deuda sin verificar. Gran parte de esos acreedores jamás dieron muestras de vida. Es más, en el mercado financiero se cree que muchos han muerto en posesión de los bonos y que otros se han olvidado simplemente de la existencia del país y de sus acreencias. Aunque pueda parecer raro, esto es lo que se sabe y comenta en los mercados financieros internacionales. De modo que las cifras tremendistas que el gobierno maneja en algunos medios cercanos a sus posiciones son irreales.

Por otra parte, el pago detendría los intereses diarios que Griesa ha establecido por cada 24hs que pasan sin pagar. Se tratan de U$S 200000 por día. A este ritmo no se sabe que actitud sería la más inteligente, si seguir pateando esto hacia el futuro o darlo por terminado con un pago.

Para un país cuyo PBI es de U$S 500.000 millones, U$S 1330 millones no parece ser una cifra que vaya a desequilibrarlo, más teniendo en cuenta los beneficios que se abrirían y, fundamentalmente, los perjuicios que se evitarían.

Que el Gobierno no esté haciendo esto para pagar menos no es posible por el ajuste de intereses que ya vimos y por los antecedentes de las conductas oficiales frente a Repsol y frente al Club de París.

Con lo cual cada vez más se afianza más la idea de que la Presidente ha hecho de ésta otra causa para desarrollar una estrategia de demagogia interna. Sabe que ciertos sondeos arrojan como resultado que la gente se ha comido el “caramelito” de los “buitres” y todo ese verso nacionalista y patriotero y está decidida a explotarlo. Como si fuera poco le envía señales al mundo de que su alianza es con las autocracias sin Estado de Derecho de Rusia y China y no con las democracias de Poder Judicial independiente. Nada bueno saldrá de esto.

No se sabe muy bien por qué la Argentina entró en esta espiral (o tal vez sí) pero lo cierto es que los platos rotos los pagaremos todos.

Poder absoluto

La Fundación Nuevas Generaciones presentó el martes la tercera edición de su informe anual “Indicadores de Control Legislativo”, en el que se evalúa el resultado de los pedidos de informes que los Diputados realizan al Poder Ejecutivo de la Nación para controlar el desarrollo de su gestión.

En el estudio se recuerda que, por mandato constitucional, el Congreso de la Nación tiene dos funciones muy específicas: legislar y controlar al Poder Ejecutivo. Para esta última tarea el Congreso cuenta con los pedidos de informes como herramienta fundamental.

Los resultados que arroja el informe son cada año más pobres. Tomando el período 2003-13, podemos destacar los siguientes:

- En dicho período se han presentado en la Cámara baja 10.715 pedidos de informes, y de ellos solamente 1654 fueron aprobados por el plenario de Diputados. Esto implica que solamente se aprobó el 15,4% de los pedidos de informes que se presentaron, una cifra inferior al 17,5% que arrojó la medición publicada en 2012 y al 17,1% publicado en 2013.

- De los 1654 pedidos de informes aprobados entre esos años, solamente 1064 fueron respondidos, esto implica, que entre 2003 y 2013 fueron respondidos un 64,3% de los pedidos y que un 35,7% permanecen sin respuesta.

- De los pedidos de informes respondidos en esos diez años por el Poder Ejecutivo, solamente el 9% recibió la respuesta dentro del mismo año en que fue solicitado. El restante 91% recibió la respuesta fuera de ese plazo.

Analizando específicamente el año 2013, encontramos los resultados más bajos de la historia de este indicador:

- Durante ese año, solamente se aprobó el 0,2% de los pedidos de informes presentados por Diputados de la Nación. O sea, que de 1058, solamente se aprobaron 2.

- En ese mismo año, ninguno de los dos pedidos de informes aprobados fueron respondidos por el Poder Ejecutivo de la Nación. Por lo tanto, el nivel de respuesta llega al 0%, cifra nunca alcanzada en este indicador.

- En materia de temáticas, durante 2013 la mayoría de los pedidos de informes (25%) se centraron en cuestiones vinculadas a la defensa y seguridad, y dentro de ellas, el mayor porcentaje estuvo orientado específicamente al narcotráfico.

Hasta aquí, las conclusiones casi textuales de lo presentado ayer por esta Fundación. Los resultados confirman una vez más, con el valor frío de las estadísticas, el hecho de que el Poder Ejecutivo actúa directamente sin control. A esto debe sumarse la prórroga legislativa que el Congreso le ha dado hasta diciembre de 2015 por la que la Sra. de Kirchner puede gobernar prácticamente por decreto (apoyada en la Ley de Emergencia Económica -cuando por otro lado se dice que, gracias la “década ganada”, estamos en el Paraíso) y la inoperatividad de la mayoría de las agencias de control administrativo, cuyo trabajo ha sido paralizado por el no nombramiento de funcionarios (tal el caso de la Fiscalía de Investigaciones Administrativas, vacante desde hace 5 años y a cargo de un fiscal subrogante completamente inocuo) o por el completo desdén con que se toman sus resoluciones -tal el caso de la Auditoria General de la Nación, encabezada por el Dr. Leandro Despouy, que ha elaborado más un informe alarmante y no ha pasado nada.

También son conocidas las pretensiones que la Presidente tiene respecto del Poder Judicial, es decir, lograr también allí una completa sumisión a su voluntad por la vía de nombrar jueces y fiscales adherentes a Justicia Legítima (una especie de “La Cámpora” judicial), proponer la politización de la justicia, la eliminación de la responsabilidad civil del Estado y la limitación de las medidas cautelares en su contra. Del mismo modo, son públicas las sentencias de la Justicia que el Poder Ejecutivo ignora olímpicamente, como si no se hubieran dictado. Y tampoco pasa nada.

La flagrancia de la aspiración al poder total es de tal magnitud que cuesta creer cómo se pretende seguir llamando al sistema vigente en el país “Estado de Derecho”. Prácticamente ninguna de las características definitorias de ese sistema de vida están en vigor en la Argentina. En el país no gobierna la ley sino la voluntad de un grupo de personas ubicadas en las poltronas del poder que dedican la mayor parte de su tiempo a declararse absueltas de la rendición de cuentas y del control de los poderes públicos.

La contracara evidente de ese régimen es una paralela restricción de los derechos individuales, cuya suerte pende del hilo de la arbitrariedad y de la discrecionalidad de los funcionarios, pero no del Derecho.

Es a todas luces obvio que con estas características la Argentina se haya volcado a una alianza con los autoritarismos de la Tierra (Rusia, China, Venezuela, Cuba, Ecuador, Angola) y plantee una especie de guerra de redención contra el Occidente liberal.

La única incógnita frente a esto es, si más allá de envidias bajas y odios de ignorantes, la gente realmente cree que va a vivir mejor bajo un régimen de esta naturaleza antes que en una democracia verdadera con división de poderes y control absoluto del poder del presidente. Si es así, estamos listos señores. Como diría Alberdi, “el tirano no es la causa sino el efecto de la tiranía”.

Un espectáculo bochornoso

El Día de la Independencia del año 2014 será recordado como una jornada de contrastes. Por un lado, la inmensa alegría producida por el seleccionado argentino que se clasificaba para jugar la final de la Copa del Mundo el domingo próximo en el estadio Maracaná de Rio de Janeiro y, por el otro, el bochornoso espectáculo ofrecido por el vicepresidente Amado Boudou en Tucumán al presidir el acto patrio.

Y decimos día de contrastes porque lo que se vio en Brasil fue una demostración de altura y responsabilidad, de sacrificio y honestidad (la Argentina es el equipo que menos faltas cometió en el certamen) cuando en Tucumán lo que se vio fue un despliegue populista barato, una exposición demagógica insincera, un discurso antiguo y falso y una falta de respeto por el pueblo y por las instituciones que dejaron una imagen francamente impresentable.

Boudou pronunciaba palabras que sonaban hipócritas en sus labios, se refería a los “enemigos del pueblo de adentro y de afuera” recreando un escenario de enfrentamiento y broncas al cual espera aferrarse para sostener su caída.

¿Quiénes son, Boudou, los enemigos interiores? ¡Terminemos con esta historieta de la Argentina víctima, la pobrecita que todos quieren invadir para robarle sus riquezas, porque como es la más rica del mundo, todos los ojos de los buitres se posan sobre ella para esquilmarla!¡Terminemos, por favor, con ese cuento, porque mientras queremos convencer a algunos de que somos los ricos del barrio a quienes todos quieren robar, estamos viviendo en la pobreza, sin índices oficiales que se animen a desmentirlo, sin agua en donde abunda el agua, sin cloacas a menos de 50km. de la Capital y con un único crecimiento comprobado: el de la gente que vive en villas miseria.

Boudou habló del sistema financiero como si él viniera de embarrarse las manos junto al Padre Mugica y se refirió nada más y nada menos que a la “colonia” en el Día de la Independencia.

El vicepresidente debería saber que la Argentina hace 198 no solo declaró la independencia de España. Ese 9 de Julio el país se declaró independiente de una cultura. Se declaró al mismo tiempo “independiente” y “libre”. Estos dos términos no son necesariamente sinónimos. Allí tenemos a Cuba, un país “independiente”, pero claramente esclavo de un sistema que reduce sistemáticamente a la servidumbre a su pueblo. Por el otro lado, un “país” que forma parte del Commonwealth norteamericano como Puerto Rico y que no es, en ese sentido, “independiente”, sin embargo es “libre” porque su pueblo puede progresar, esta protegido por el Derecho y las instituciones están por encima de los caprichos de un conjunto de impresentables.

La Argentina ha completado, en ese sentido, una parábola incomprensible: se declaró hace casi 200 años libre del reglamentarismo, del puerto único, de tener que pedir permiso para todo, del centralismo, de las prohibiciones como regla general, del unitarismo, de la realeza, de la esclavitud comercial, del Estado fiscalista… Quería arrancar una aventura de libertad, de emprendimiento, de soltura, de riesgo y de la excitación que produce el decidir la vida propia. Le costó 37 años más conseguir plasmarlo en un documento -la Constitución- pero finalmente lo logró.

Desde allí pareció despegar hasta hacerse un lugar entre las primeras naciones de la Tierra, casi con un único grito de verdad: “quienes trabajen lícitamente aquí podrán disfrutar de lo que es suyo; nadie se los quitará… Cada uno es el dueño de su destino y todos son responsables de sus vidas y de las consecuencias de sus actos”. Con ese mantra, simple pero infalible, la Argentina asombró al mundo.

Paradójicamente, casi dos siglos después, el país se encuentra preso de la misma cultura de la cual se independizó aquel 9 de julio de 1816. Boudou habló de la “colonia” sin aparentemente percibir que él es uno de los principales protagonistas de la “nueva colonia”, de aquella que coloniza las mentes de la personas, haciéndoles creer que precisan de la tutoría del Estado para vivir, tal como aspiraba España a convencernos mientras mantuvo su dominio.

El país vive hoy bajo la misma mentalidad prohibitiva, reglamentarista, fiscalista, desconfiada del individuo, invasiva de la libertad, restrictora de derechos, plagada de permisos para operar, infectada de una burocracia asfixiante que solo sirve para encumbrar a una casta de parásitos que vive de los esfuerzos del pueblo y que se vale de sus privilegios para, encima, estafarlo.

Por eso este 9 de julio de 2014 quedará en la historia. En la historia de los contrastes; en la historia que demuestra que se puede llegar lejos con seriedad y con respeto y que se puede caer en la más baja de las ignominias cuando las instituciones son burladas y puestas al servicio, no de la gente, sino de un conjunto de privilegiados que, más que ganarse, han usurpado la confianza de sus conciudadanos.

Lo que la presidente realmente quisiera negociar

Para el gobierno argentino la puesta en escena es fundamental. Muchas veces le asigna mayor valor a esas escenografías que a la propia sustancia de lo que se discute. El caso de la deuda impaga con los holdouts no ha sido la excepción.

Desde la presidencia de Néstor Kirchner trató de transmitir la imagen de que la intransigencia con esos grupos era una forma de la épica nacional, una gesta que enfrentaba a los malvados que tenían por objetivo la destrucción de la Argentina.

Esa concepción fue mantenida y aumentada por la Sra de Kirchner, mucho más dogmática que su marido y mucho más proclive a creer de verdad que protagoniza una epopeya de dimensiones colosales en la historia del país.

Esta postura enroscó al gobierno en un laberinto gratuito del que ahora le resulta difícil salir. Tanto infló el parche del nacionalismo haciendo de la resistencia a los holdouts uno de los capítulos preferidos del relato popular que ahora, cuando un fallo judicial seguido de dos confirmaciones de instancias superiores, nos pone en el lugar de encontrar una solución para no caer en default, nos encontramos encerrados entre la espada y la pared, obligados a elegir entre quedar como alguien que debe meterse todo lo que dijo en el bolsillo y pagar o volver a producir una quiebra nacional con las consiguientes consecuencias de escasez, pobreza y crisis.

En las primeras horas luego de conocido el rechazo de la Corte norteamericana a entender en el caso, la impresión general era que el gobierno iba a elegir lo que se llamó la “malvinización” del proceso, es decir, un endurecimineto nacionalista de la postura que, apelando a lo más rancio del mensaje aislacionista iba a proponer una guerra sin cuartel contra el mundo financiero, haciendo de las consecuencias nefastas que ello iba a traer una especie de trofeo pírrico de las banderas nacionales y populares.

Fue la sensación que se tuvo luego de escuchar sucesivamente a la presidente y al ministro Axel Kicillof el lunes y martes de la semana pasada.

Pero luego, a partir del Día de la Bandera -en donde muchos consideraban que estaban dadas todas las condiciones para que la presidente subiera la apuesta del desafío- el tono y las perspectivas cambiaron.

A la vera del Paraná la presidente dijo que en la Argentina sobraba la buena fe y que quería pagarles al 100% de los acreedores, reestructurados o no; que solo necesitaba que el juez generara condiciones justas y equitativas de negociación.

La presidente parecía decir a gritos “quiero pagar, les voy a pagar; les voy a pagar a todos… Pero ¡por favor ábranme una puerta para que yo internamente pueda seguir presentándome como una revolucionaria, aunque sea una actuación, una mentira, no importa, pero necesito que me permitan eso!”

Esa es la instancia de “negociación” que el gobierno pide. Margen para negociar el tema pago, tiene poco y depende más bien de la voluntad del Sr. Singer que de condiciones que pueda generar el juez Griesa. Es más, las apelaciones de la presidente al juzgado no parecen procesalmente pertinentes: Griesa ya terminó de ver caso y tomó una decisión. Su postura fue apelada y lo que él decidió fue refrendado en la Corte de Apelaciones y también en la instancia máxima. Son las partes -el gobierno argentino y el fondo NML- los que tienen que acercar al juzgado un convenio de cumplimiento de la sentencia. Si ese convenio es satisfactorio para las partes, Griesa lo homologará y todo habrá terminado.

Cómo hará la presidente para cumplir al mismo tiempo con lo que NML aspira del fallo y con el frente revolucionario interno que ya planteó la opción “Patria o Buitres”, es una incógnita aun por develar.

Pero en el mientras tanto, lo inteligente sería ir bajando los decibeles de aquellos extremismos para que las diferencias con la realidad no se noten tanto. Escuchar en Rosario a la presidente decir “quiero pagar, voy a pagar” y ver la tribuna con banderas norteamericanas cruzadas por pájaros carroñeros o carteles proponiendo la opción de elegir entre la “Patria” o los “Buitres” no es bueno para la salud mental de todos nosotros. Desde ese punto de vista siempre es mejor vivir con la verdad y no con ensoñaciones altisonantes.

También es hora de dejar de etiquetar con términos visualmente repugnantes a los que “especulan”: en geografías más cercanas hay muchos que podrían dar cátedra de esas prácticas y quizás en condiciones de transparencia menos evidentes que la que puede exhibir el fondo Elliot u otros que no entraron a los canjes de 2005 y 2010.

Esas agachadas populistas le cortan a la gente el camino a entender la verdad a la vez que encumbran a algunos a sitiales que no merecen y entierran a otros a infiernos injustos. ¿Qué pasará cuando sean los jubilados los que le reclamen al Estado cobrar lo que les corresponde? ¿Serán “buitres” también? ¿O el BCRA cuando quiera monetizar los papelitos con que el gobierno lo ha forrado será otro pájaro desagradable? ¿O acaso lo fueron los propios Kirchner cuando abiertamente confesaron comprar tierras fiscales por centavos y venderlas por millones?

Pese a todas estas dudas, la palabra presidencial debe ser tomada como un paso positivo en la buena dirección. No se sabe cuánto margen quedará para hacer una cosa en el terreno de los hechos y decir otra para la tribuna “de la liberación”. Pero en gran medida esa será una cuestión que tendrá más que ver con ésta última que con la presidente. Si hay personas a las que les encanta vivir engañadas, creídas de un verso insostenible, que cree estar ataviada con las armaduras de Don Quijote y que lucha por la justicia contra enemigos crueles, allá ellos. Un político puede aprovecharse, abusarse y hasta tratar de profundizar esas estupideces para su propia conveniencia, pero llega un momento que su lugar en la Historia debe independizarse de la bullanguería para centrar su mirada solo en el bienestar de las futuras generaciones. En ese exacto lugar está la presidente hoy. Y desde allí debe decidir qué hace. Lo que haga, como ella misma dijo, afectará no solo la temporalidad insignificante de su gobierno sino la suerte de sus hijos, de sus nietos y la de los hijos y los nietos de todos.

El mayor engaño del siglo

Estudios recientes de la Fundación Libertad y Progreso, basados a su vez en investigaciones internacionales, demuestran cómo, no solo en la Argentina sino en el mundo entero, el mejoramiento del nivel de vida y el acceso a mayores oportunidades está directamente relacionado con los índices de libertad económica del que gozan los países, siendo peores las condiciones de vida en aquellos países abrumados por las regulaciones y mejores donde la libertad permite un amplio horizonte de movimientos a los individuos.

Esas regulaciones están a su vez directamente relacionadas con el nivel de gasto público, tanto en términos absolutos como en términos porcentuales del PBI.

La vía regia para implementar estas políticas populistas son los planes asistenciales. Libertad y Progreso relevó la existencia de más de 100 planes de este tipo entre la nación y la provincia de Buenos Aires, sin contar los que existen en otras provincias. Esos planes insumen la friolera de ciento veinte mil millones de pesos anuales que, medidos al tipo de cambio oficial, trepan a casi 15 mil millones de dólares.

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A propósito del impuesto a las ganancias

La expresa decisión del gobierno, confirmada tanto por la presidente como por el ministro de economía, de que no van a modificar el mínimo no imponible de ganancias constituye otra confirmación -por si hiciera falta- del rumbo y del modelo que encarna la idea que gobierna al país desde hace once años.

Como se sabe, en la gestión de la Alianza, el ministro José Luis Machinea introdujo modificaciones al impuesto generando una serie de escalas según los ingresos (conocida como “la tablita de Machinea) para alcanzar a más personas a la base de tributación y con ello acercar más recursos a las siempre voraces y nunca conformes fauces del Estado.

De eso han pasado ya 14 años. Los valores en pesos de aquella “tablita” siguen siendo los mismos. Sí, sí, como lo escucha: los valores en pesos de aquellas escalas siguen siendo los mismos hoy, 14 años después de una inflación creciente y evidente.

Como consecuencia de ello, hoy prácticamente toda la población económicamente activa en blanco, en relación de dependencia o independientes, paga impuesto a las ganancias sin que ningún mínimo lo proteja. Es más, las injusticias entre trabajadores en relación de dependencia y autónomos, entre los que entran en escalas subsiguientes por un aumento nominal de salarios y entre las personas verdaderamente ricas y aquellas que han cometido el inverosímil pecado de estudiar, emplearse y tener un puesto más o menos importantes en una empresa, son absolutamente desquiciantes.

Frente a todo esto, el gobierno tiene un solo argumento: si cambiamos este esquema, actualizamos las escalas, aumentamos el mínimo no imponible o ajustamos por inflación el ingreso de los autónomos, no podemos financiar los programas sociales, así que “sáquense la careta y digan: nosotros queremos que baje o se suprima la asignación universal por hijo”. Esta fue palabras más, palabras menos, la reacción oficial.

La cuestión tiene importancia porque estas decisiones indirectamente definen el perfil de país que se ha construido en los últimos años y el modelo que se pretende profundizar. Se trata de un sesgo por la informalidad, de una preferencia por la miseria igualitariamente repartida, de una desconsideración al esfuerzo, al estudio, al deseo de progreso y una opción por el clientelismo y la pauperización de las condiciones sociales.

El gobierno prefiere dejar exhaustas a las fuerzas productivas formales de la economía aspirando todos los recursos que producen para transferírselos a los sectores informales que pasan a depender clientelarmente del Estado. El desafío “moral” de Kicillof (“digan que quieren eliminar la AUH”) no es otra cosa que una chicana.

El asalto al bolsillo de los argentinos productivos de todos modos resulta insuficiente para darle a los argentinos marginados un buen nivel de vida (la AUH, con la recomposición anunciada, no llega a $650), con lo cual el gobierno ha encontrado una ecuación perfecta para reunir de un solo plumazo lo peor de los dos mundos: deja esquilmados a los argentinos formales y, aun así, no puede llevar a la dignidad a los argentinos informales.

Antes de seguir con el análisis del costado económico de esta realidad, hagamos una digresión política: resulta obvio que con este procedimiento el gobierno coopta voluntades de gente que se forma la impresión de que es efectivamente posible vivir de la limosna estatal, “rebuscándosela” aquí y allá sin ingresar nunca en la economía formal. Se estima que hoy en día esa masa puede rozar el 20% de las personas en condiciones de votar.

Por lo tanto, es por aquí por donde deben buscarse las racionalidades de estas decisiones. Está claro que, desde el punto de vista económico, el sistema no resiste el menor análisis.

Si realmente se quisiera mejorar las condiciones de vida de esos sectores en la Argentina, deberían ocurrir dos cosas: por un lado el gobierno debería facilitar las condiciones para que se genere trabajo genuino y, por el otro, esos argentinos deberían estar dispuestos a aceptar esos trabajos que se generen en lugar de preferir los planes asistenciales.

Para lograr esto el sector productivo del país debería disponer de excedentes que puedan ser derivados a la inversión, al mejoramiento de la infraestructura y a la innovación tecnológica. Si esos excedentes son aspirados por el gobierno para alimentar planes con los que se captan voluntades políticas, seguiremos sin generar trabajo y fomentando la informalidad de vivir a la espera de un plan.

Por eso las definiciones de la presidente y de su ministro son importantes en el sentido “filosófico”, para saber el contorno de país que se prefiere y que se moldea.

Ese país es el del socialismo, aquel que Churchill definía así: “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica a la envidia; su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria.” Es el perfil que uno observa hoy en Caracas o en La Habana en donde se multiplican los edificios descascarados, las viviendas enmohecidas y precarias, en donde una extensa red de miseria cubre el campo visual de cualquier observador.

El llamado proceso de redistribución de la riqueza -para el que la herramienta impositiva es esencial- se ha convertido en un proceso generador de pobreza en la que caen los esquilmados trabajadores formales, los empresarios y los trabajadores independientes, y de la que no pueden salir los asalariados informales, los indigentes y los marginales.

El esquema económico en el que estamos profundizará este perfil. Bajo la demagógica careta de ayudar a los que menos tienen y bajo la chicana moral de que, quienes se nieguen a ello, quieren la exclusión de algunos argentinos, seguiremos construyendo un país cada vez más mísero, con menos trabajo real, con menos riqueza y con más dependientes de la limosna política. Será un perfil en donde el verso de la “moralidad” y la “solidaridad” tape la verdadera inmoralidad de mantener a propósito en la miseria a millones a cambio de que crean que el gobierno los ayuda y cubra la verdadera insolidaridad de perpetuarse para siempre en el poder.

En un deterioro veloz

Es difícil que el reinicio de este contacto cotidiano no tenga una visión retrospectiva e intente recordar la situación de la Argentina cuando empezamos el receso. Con la vista puesta en aquellos días de infierno, con miles de argentinos sin luz ni agua, con cortes en rutas, calles y avenidas para tratar de llamar la atención de algún funcionario que se dignara a prestarles atención, se hace difícil pensar en un deterioro. Parecería que aquellos días resumían lo peor de una administración pésima de los recursos del Estado y del resquebarajamiento de una mentira diseminada a repetición.

Pero no. Hoy, además de que nada de aquello ha mejorado, hay otros muchos parámetros que han empeorado velozmente. La tasa de inflación y de devaluación se han disparado. Las reservas del BCRA no dejan de caer, la presidente sigue ausente y el jefe de Gabinete da, definitivamente, pena.

Jorge Capitanich deberá pensar bien lo que hace de ahora en más. Está en un momento en que mucha gente siente lástima por él y otra que prefiere reírse de lo que no puede interpretarse de otro modo sino como comicidades cotidianas. Pero está cada vez más cerca de despertar broncas irascibles. El humor de gente tiene cada vez menos espacio para la cargada y el gobernador del Chaco -en uso de licencia- está tirando cada vez más peligrosamente de esa cuerda.

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Lo económico no tiene nada que ver con la economía

En la cena inaugural del Coloquio de IDEA en Mar del Plata, el economista norteamericano James Robinson, autor del libro Why Nations Fall (Por qué fracasan las naciones), se despachó con una novedad rutilante: el éxito económico no depende tanto de una acertada política económica como de la vigencia de instituciones jurídicas que aseguren la vigencia de un orden de derecho y una justicia independiente del gobierno. ¡Gracias Robinson por la novedad! De no ser por nuestros benefactores de IDEA que lo trajeron para que nos desayunara con la revelación de semejante misterio, no nos hubiéramos dado cuenta.

Pero más allá de las ironías, es verdad que para una subcultura política como la Argentina, semejante perogrullada puede tener el alcance de una iluminación; de una verdad dicha por alguien que nos hace ver la luz.

En efecto, ninguno de los países exitosos en el mundo, empezando por los EEUU -el país más innovador de la historia humana-, ha fundado su suceso económico en la aplicación de una determinada teoría económica. En realidad lo que estos países han hecho es vertebrar en un orden jurídico simple algunas verdades incontrastables de la naturaleza, organizarlas de modo armónico para luego dejar que, en el clima de confianza básico que ese mismo orden había creado, el ingenio humano invente, cree e innove para que la vida mejore.

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Entre la locura y el Tigre

Las PASO ya son historia. Pero su resultado recién comienza. La rotunda derrota del gobierno en prácticamente todo el país electoralmente útil plantea interrogantes serios para el futuro de la Argentina. Si estuviéramos frente a un gobierno normal, lo más lógico sería suponer una recepción del mensaje, un ajuste del rumbo para ponerlo más acorde a lo que la votación arrojó y una apuesta a que esa corrección sea percibida por la sociedad para recuperar, en la elección de octubre, algo de lo perdido ahora.

Pero el país no tiene un gobierno normal. El país tiene un gobierno sectario; un gobierno que, sentado en las instituciones de todos, gobierna para una facción. Como todo gobierno faccioso siempre se atribuirá el triunfo: cuando gana porque gana; cuando pierde porque esa es la señal de que su lucha contra los verdaderos poderes enquistados en el conservadurismo argentino no está terminada y que deben redoblarse los esfuerzos para vencerlos definitivamente.

Del discurso de la presidente de ayer por la noche se deduce eso. La señora de Kirchner no admite nada, ni un error, ni una culpa, ni una falla. Nada. Ellos ganaron, “porque estas eran elecciones nacionales” y porque “son el David que lucha contra todos los medios y gobierna todos los días”.

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