Terapia de shock e hipocresía

Eduardo Curia

El próximo Gobierno enfrentará tres grandes opciones económicas: continuismo, gradualismo, shock. En términos de comodidad, las opciones se alinean en ese orden. En cuanto a la probidad estrictamente económica, el orden tiende a ser el inverso. Claro, el enfoque de shock, por su firmeza, prima facie es descartado políticamente.

No obstante, él sigue un principio de racionalidad. Si los desequilibrios macroeconómicos son en general radicales -precios relativos macro (y algunos meso), de tenor fiscal y monetario, con una inflación que se modera algo vía el peligroso método del ancla cambiaria de inflación, el cepo cambiario, and so on…-, las correcciones deben ser entitativas y de alcance global. Hay que cruzar un umbral.

Por supuesto, distíngase la terapia de shock como opción de política -orientada- de la que, en su caso, podría forzar el mercado. Algunos gradualistas del club de los homeópatas dicen que los actuales controles de cambio neutralizan una eventual corrección -por sí- del mercado. Grave error. Como hipótesis, podría darse mediante una apremiante extensión de la brecha cambiaria que obligara al final a liberar variables, y, lo peor, sin plan. Y hasta como fruto de las yerros de los planteos continuista-gradualista.

La opción política, con su convicción, busca orientar el proceso. La corrección de precios relativos macro (y también meso) plantea un realineamiento en la materia, reponiendo velozmente una competitividad cambiaria de tenor palpable y, en rigor, con respecto a aquel, hay sectores adelantados-retrasados en materia de valor dólar. Ajustar este espectro es el reto.

Que la primera fase del esquema enfrenta rigores y costos, es verdad. Más que priorizar un crecimiento ya, sin bases sólidas, se valora el sentar esas bases para una ulterior senda de crecimiento, más robusto e intenso. Claro, para que el serio cambio de precios relativos se avenga a un marco de control, debe tallar un plexo harto riguroso de políticas de orden fiscal, monetario y de ingresos que proyecte en perspectiva el ancla nominal de la economía. Los costos inmediatos de diversa índole operantes, sin olvidar los tratamientos de contención y de selectividad aplicables, son ventajosamente promediables en el seno de aquella senda.

Levar con celeridad el cepo es visto como una herejía. Pero, por de pronto, el cepo es el epítome de todo un contexto macro -aplicado a partir de 2010- que deterioró mucho a la economía, volcándola a la letal restricción externa (que aquel refleja). El cepo mezcla el racionamiento de la demanda de divisas con la represión del precio-generación de las divisas. Estos dos aspectos deben abordarse al unísono para ir hacia valores cambiarios realistas y a un operar menos trabado de los agentes económicos. Por cierto, el excedente de liquidez en pesos relativo al stock formal de dólares (reservas) es tan enorme que no son descartables medidas tendientes a “chupar” una parte no trivial de esa liquidez.

Asúmase la aridez inicial afín a la terapia (opción política) de shock, pero es hipócrita obviar su estricta lógica y su visión sobre el desemboque ulterior. Y, a la vez, los continuistas-gradualistas, que se regodean entre el inmovilismo y el minimalismo, ahorrándose supuestamente costos iniciales, deberían sopesar mejor el horizonte de sustentabilidad que perfilan. No sea que el shock se les aparezca ex post cual el plan b, como respuesta a sus severas inconsistencias.