Estrategias del chavismo en contra de la libertad de expresión

Vladimir Kislinger

Es difícil mirar hacia otro lado cuando día tras día se siguen cerrando puertas a la libertad de expresión y comunicación en nuestra América Latina. Como un germen que ha migrado de pueblo en pueblo, hemos sido víctimas de manos opresoras que en permanente estado de negación pretenden aplastar la voz disidente, aquella que no está de acuerdo y que no recibe un cheque por cada letra escrita o palabra hablada.

Se preguntarán por qué hago mención al estado de negación. Mi respuesta es sencilla. La evidencia histórica indica que aunque las tiranías pretendan alargar su existencia a través de diferentes jugadas, entre ellas la referida a la censura, siempre, como un axioma sin posibilidad de apelación, terminan de manera estrepitosa.

Hoy vemos el caso de Venezuela con mucha atención, por cuanto la necesidad de comunicación del propio pueblo ha sobrepasado el sostenido intento del autoritarismo de acabar con toda ventana que suponga un peligro para su “estabilidad”, dando por sentado que, “como ladrón que juzga por su condición”, todo lo que se dice o escribe será utilizado con fines desestabilizadores.

Son muchas las estrategias utilizadas para coartar nuestros derechos. Sobre todo aquellas que pretenden limitar la libertad de expresión. Para ilustrarles mejor el escenario las enumero a continuación:

  • Agresiones, extorsiones y amenazas a periodistas y colaboradores.
  • Expedientes administrativos y penales abiertos a periodistas y dueños de medios por expresar su opinión o sacar a la luz pública escándalos de altos funcionarios del gobierno.
  • Finalizar todo tipo de promoción publicitaria estatal, con el fin de estrangular financieramente al medio que se atreva a alzar la voz.
  • Suspender o no renovar las concesiones de las emisoras y canales de televisión que no se encaminen a obedecer los intereses de la cúpula política. Aquí recordamos el tan sonado caso de RCTV y las 34 emisoras cerradas, donde buena parte de los bienes fueron confiscados de manera ilegal y hoy día se mantienen en un “limbo” jurídico por la falta de separación de poderes.
  • Disminuir el flujo de importación de papel periódico, obligando el cierre de más de 15 medios impresos. Los que aún se mantienen abiertos, a parte de los que financia el propio gobierno, se han visto en la necesidad de reducir el número de ejemplares y páginas por publicación.
  • Negociaciones forzosas para adquirir los medios de mayor alcance y rating, so pena de cierre o expropiación.
  • Bloqueo de páginas web nacionales e internacionales, entre las que se encuentra Infobae, reconocido portal web argentino, plataforma desde donde interactuamos en este momento.
  • Negación de acreditaciones a la prensa, para asistir a ruedas de prensa de altos funcionarios gubernamentales.
  • Creación de medios de comunicación en manos de testaferros, que con la fachada de “independientes”, sirven como máquinas de propaganda política, que de manera grosera, pretenden pasar por encima de la inteligencia de la sociedad.
  • Como respuesta a todos los ataques, la sociedad ha buscado nuevas vías para comunicarse y estar al día. Las redes sociales se han convertido en ese espacio para llegar a la información y a la denuncia. Todos los días se incorporan cientos de personas, que con su propio accionar rompen el silencio impuesto por la censura y la autocensura. El peligro es que la era post-medios libres precede a esta nueva manera de reprimir, la cual consiste en criminalizar indiscriminadamente a los usuarios de las redes que manifiesten opinión o se atrevan a hacer la más mínima denuncia. Desde hace un par de semanas se encuentran detenidas 3 personas, por distintas razones relacionadas principalmente por el caso del diputado asesinado Robert Serra, las cuales vienen a sumar una lista que crece cada vez más rápido, mientras nos vamos quedando sin medios libres.

    Momentos oscuros se viven en la Venezuela petrolera. Esos que nunca imaginamos pasar. Muchos dejaron de opinar, de escribir, de expresar su desacuerdo por el simple hecho de no perder su trabajo o su pensión del gobierno. Otros, que considero se encuentran en el estado más peligroso, dejaron de opinar por resignación, por cansancio, por miedo. En fin, queda mucha tela que cortar y mucha historia por escribir.

    Sigo y seguiré apoyando a la prensa libre, a la libertad de expresión en todas sus formas, a la libre asociación, y sobre todo, a la posibilidad que tiene cada quien, según su criterio y espíritu, de elegir lo que mejor le parezca. ¡No a la censura!