Resistencia civil

Con rayos y centellas, insultos y distorsiones fue recibido el llamado del ex presidente Álvaro Uribe Vélez a la resistencia civil en contra de los acuerdos entre el Gobierno Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Se lo ha tildado de incendiario, belicoso, irresponsable, guerrerista, loco. Se lo acusa de querer prolongar la guerra. Se le enrostra que siendo senador de la república avive la llama de la discordia. En consonancia con el tono, no plantean argumentos de orden político sino que lo conminan a apoyar la paz del Gobierno santista con las FARC o a plegarse. Hasta el presidente Juan Manuel Santos se descompuso amenazando con responder con movilización social; se olvida de que el deber de cualquier mandatario en democracia es garantizar el derecho a la protesta y el ejercicio de la oposición y la crítica.

El sector político liderado por el senador Uribe considera que el Gobierno nacional puso en marcha un golpe de Estado para hacer pasar sin revisiones ni modificaciones los acuerdos de La Habana. El golpe está subsumido en el proyecto que está a punto de ser aprobado en el Congreso, que contempla otorgar poderes especiales al Presidente para implementar los acuerdos con fuerza de ley, y que el Congreso, en una especie de harakiri, se despoje de su función legislativa. Continuar leyendo

El inverso del rey Midas

Al buscar una explicación sobre el proceder del presidente Juan Manuel Santos en el proceso de paz, sus actitudes y sus respuestas frente a las críticas de sus opositores y el malestar de la opinión pública, me preguntaba si era torpeza, perversión, insensibilidad, ingenuidad, incapacidad, terquedad, vanidad o todas las anteriores. Cualquiera de ellas preocupa en cabeza de un jefe de Estado.

Para representar la metodología utilizada por el mandatario, no encuentro metáfora más apropiada que la tragedia del rey Midas, a quien el dios Dionisio le dio el poder de convertir en oro todo lo que tocaba con las manos, incluso, para su maldición, los alimentos. Sólo que habría que aplicársela al presidente Santos en sentido inverso, en vez de oro, todo lo que toca lo destroza y lo convierte en escoria (para evitar sustantivos desagradables). En cada acto o medida que toma produce un desastre peor que el anterior. El efecto es fatal, pues no bien las gentes se sorprenden con una metida de patas sobreviene otra y otra y otra, de tal forma que quedan en el olvido las anteriores.

El presidente Santos se lamenta de las “duras” críticas de sus “enemigos”, a veces se le va la lengua y a veces se torna zalamero, se hace el inocente o la víctima, el incomprendido, como si lo que estuviéramos discutiendo en el país fuese un asunto de tres pesos. El Presidente da la impresión de ser sordo al clamor de los ciudadanos preocupados por tantas noticias malas. Es necesario, entonces, ir al núcleo de la táctica que utiliza para proseguir, sin alterarse, en su empeño de firmar a cualquier costo y a como dé lugar un acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Continuar leyendo

La falacia del empate militar

Una de las afirmaciones más socorridas sobre la lucha del Estado colombiano y las guerrillas es aquella que sostiene que la confrontación se estancó en una situación de empate militar. Según esta visión, el Estado no pudo derrotar a las fuerzas insurgentes y estas tampoco pudieron hacerlo con aquel. De allí se concluye que lo procedente es negociar, y no de cualquier forma sino de igual a igual.

Quienes defienden tal punto de vista se ahorran el análisis del desarrollo de la pugna en diferentes coyunturas, por ejemplo, si las condiciones fueron iguales durante o en el pos-Frente Nacional, en auge de la Revolución cubana, con el entrelazamiento del narcotráfico, con el derrumbe del comunismo, etcétera.

La premisa que sirve de fundamento a la hipótesis del empate militar es insuficiente por sí sola, pues deja de lado otros factores como la correlación militar de fuerzas, el nivel de aceptación o de rechazo alcanzado por los grupos que intentaron tomar el control del Estado, el control de territorio, el grado de legitimidad, el reconocimiento o el rechazo de la comunidad internacional, entre otros. Continuar leyendo

La banalización del derecho internacional humanitario

Es largo y tortuoso el recorrido que ha hecho la humanidad para aceptar como referentes éticos y jurídicos de alcance universal los derechos humanos y el derecho internacional humanitario. La Organización de Naciones Unidas, conformada por países y gobiernos de todas las latitudes, las culturas y los regímenes, ha consagrado la universalidad de normas y principios que llevan a reconocer que los pueblos de la Tierra, sin distinción, los asumen a la manera de una constitución mundial.

Nunca antes como en las últimas décadas su aprobación, su vigencia, su validez, su promoción, su defensa y su cobertura habían obtenido tan elevado reconocimiento y tan notable difusión. Por muchos años se depositó en los Estados miembros la responsabilidad de asegurar su aplicación y su realización. En un mundo plagado de guerras civiles e internacionales, de regímenes dictatoriales y de legislaciones discriminatorias, la bandera de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario (DIH) ha sido enarbolada para que se respete el principio de igualdad ante la ley a la población civil y se evite la comisión de crímenes de guerra y de lesa humanidad, y para buscar el restablecimiento de la paz.

Hoy en día la ONU ha trascendido la esfera de responsabilidad exclusiva de los Estados en la responsabilidad de su vigencia y su aseguramiento y a través de organismos como el Consejo Económico y Social y la Corte Penal Internacional (CPI) ha extendido a los individuos imbuidos de algún poder, a los gobernantes y a las organizaciones armadas no estatales que protestan fines políticos los mismos deberes que a los Estados. Continuar leyendo

La suerte de Colombia en manos de la Corte Constitucional

La Corte Constitucional tiene en sus manos decisiones trascendentales para el presente y el futuro del país. El plebiscito, la conformación de una comisión legislativa o “congresito” y los poderes especiales para el presidente de la república, todos ellos en función de legitimar y desarrollar los consensos fruto de los acuerdos entre el Gobierno nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionaras de Colombia (FARC).

La sociedad colombiana estará pendiente y en ascuas durante los meses venideros, a la espera del pronunciamiento inobjetable y definitivo de dicha corporación, que los puede considerar exequibles o inexequibles, parcial o totalmente y hasta podría intervenir modulando sus contenidos.

Después de la Guerra de los Mil Días, Colombia, no obstante su historia llena de vicisitudes y violencia política, pocas veces se ha visto encarada, como ahora, ante definiciones que pueden alterar en grado superlativo su rumbo. Sabemos que es difícil comparar coyunturas de alta tensión, puesto que cada momento está rodeado de circunstancias irrepetibles y únicas. Sin embargo, es válido reflexionar, ya que aún no se ha consumado nada, si se justifica apostar la suerte del país para atraer a una agrupación guerrillera y terrorista al campo de la institucionalidad.

Los defensores de los términos de esas conversaciones sostienen que la paz es un bien supremo en cuyo nombre se debe hacer todo tipo de sacrificios y concesiones. Traen a cuento que la Constitución política consagra la búsqueda de la paz como deber de los gobernantes, como si ese mandato dijera que tal propósito tiene que hacerse a cualquier costo, incluso violando la Constitución. Continuar leyendo

Por paz con justicia votemos “no” en el plebiscito

La democracia colombiana no es de pipiripao como la califican los intelectuales de izquierda y progres. En cambio, lo que sí es de pipiripao es su concepción de democracia. Todos tan rigurosos y tan estrictos cuando se esgrimen los principios de la modernidad política ante dictaduras de extrema derecha y tan elásticos, tan sinuosos, tan gelatinosos y tan melifluos con los principios republicanos en cuanto se trata de justificar con teorías traídas de los cabellos el esperpento de degradar la democracia, supuestamente, para defenderla, que es lo que ha ocurrido con la aprobación del plebiscito por las bancadas incondicionales del presidente Juan Manuel Santos.

Los estrictos demócratas de pipiripao sostienen que los acuerdos de La Habana no requieren ser refrendados, afirmación que desconoce el valor de la palabra empeñada del Presidente y de su ocurrente filósofo Sergio Jaramillo que en conferencias, discursos y documentos varios se comprometieron a consultar con el pueblo los acuerdos que se firmaran. Consideran que lo que se pretende entregar en La Habana es cosa de poca monta, o sea, que asuntos como la Justicia, la integridad nacional, la democracia, la verdad, la reparación, el castigo, etcétera son cosas elementales que se pueden sacrificar para alcanzar el bien supremo de la paz. Continuar leyendo