Al buscar una explicación sobre el proceder del presidente Juan Manuel Santos en el proceso de paz, sus actitudes y sus respuestas frente a las críticas de sus opositores y el malestar de la opinión pública, me preguntaba si era torpeza, perversión, insensibilidad, ingenuidad, incapacidad, terquedad, vanidad o todas las anteriores. Cualquiera de ellas preocupa en cabeza de un jefe de Estado.
Para representar la metodología utilizada por el mandatario, no encuentro metáfora más apropiada que la tragedia del rey Midas, a quien el dios Dionisio le dio el poder de convertir en oro todo lo que tocaba con las manos, incluso, para su maldición, los alimentos. Sólo que habría que aplicársela al presidente Santos en sentido inverso, en vez de oro, todo lo que toca lo destroza y lo convierte en escoria (para evitar sustantivos desagradables). En cada acto o medida que toma produce un desastre peor que el anterior. El efecto es fatal, pues no bien las gentes se sorprenden con una metida de patas sobreviene otra y otra y otra, de tal forma que quedan en el olvido las anteriores.
El presidente Santos se lamenta de las “duras” críticas de sus “enemigos”, a veces se le va la lengua y a veces se torna zalamero, se hace el inocente o la víctima, el incomprendido, como si lo que estuviéramos discutiendo en el país fuese un asunto de tres pesos. El Presidente da la impresión de ser sordo al clamor de los ciudadanos preocupados por tantas noticias malas. Es necesario, entonces, ir al núcleo de la táctica que utiliza para proseguir, sin alterarse, en su empeño de firmar a cualquier costo y a como dé lugar un acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Continuar leyendo