El martes, mientras leía que Brasil está impulsando un blanqueo o una amnistía fiscal, me preguntaba: ¿Por qué en la mitad de la mayor lucha contra la corrupción de las últimas décadas aparece un mecanismo que podría permitir a infractores ponerse en regla? No tenía sentido, salvo que lo miremos desde la óptica de lo que está pasando en el resto del mundo.
El mundo tiende a terminar con el dinero en negro y es una realidad. El sistema financiero internacional se encuentra encaminado en una dirección muy clara e irreversible. Se trata de eliminar todo vestigio de dinero negro (que no está declarado fiscalmente en su país de origen) en la economía y de su detección efectiva para que no pueda ingresar al sistema bancario. De ahí que los auditores y los controladores internos y externos (la famosa compliance) han tomado un rol preponderante en la industria. Tienen más poder que los mejores productores comerciales.
Los países desarrollados definieron trabajar en un proceso para eliminar la existencia de sistemas informales o economías negras. Muchos hablan de dos motivos centrales: el primero es agrandar la base imponible y evitar la evasión fiscal, en momentos donde las deudas públicas se han multiplicado y los fiscos están extenuados. Otros lo ven como parte de la lucha contra el terrorismo, invocando que este se sustenta con el sistema financiero informal u operaciones que no pueden ser rastreadas (untraceable).
La forma más contundente de la lucha contra el dinero negro es a través de la presión sobre el sistema financiero internacional. Continuar leyendo