1. El jueves 17 de septiembre de 2015 Pablo Rieznik, dirigente del Partido Obrero, falleció en su hogar por la madrugada. Dos días atrás había celebrado con los suyos su cumpleaños número sesenta y seis. Casi tres años de esa vida apasionada había peleado contra un cáncer que finalmente ganó la batalla. La noche de su cumpleaños había comido torta de maracuyá junto a su familia. María Sánchez, su compañera de las últimas décadas, la había preparado y la compartió junto a sus hijos Andrés, Marina, Martín, Tomás y Julián. Había sido un festejo íntimo: Rieznik había planificado festejar con sus amigos dos sábados después con choripanes en la terraza de su casa, al lado de su estudio lleno de libros, ya que se preveían noches de calor. María Sánchez le había entregado una carta muy sentida y Rieznik también había hecho lo suyo. En ella, le decía a María: “Gracias por el amor”. Y transcribía un poema, que también había publicado en su muro de Facebook para agradecer a los amigos los saludos por el cumpleaños. El poema es de Antonio Machado, se llama “A un olmo seco”, y comienza y termina así:
“Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
(…)
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.”
Pablo Rieznik había concurrido al día siguiente a la sede central de su partido para solucionar unos asuntos administrativos y para buscar unos recortes de prensa que lo ayudarían a elaborar un nuevo artículo. En la última Prensa Obrera, semanario de su organización, había publicado una nota que culminaba una polémica sobre el arte y su carácter originada en unos textos que Rieznik consideraba antimarxistas por su condición exageradamente “romántica”. Como siempre, no había evadido la discusión y había sido riguroso e implacable. Esa noche comió la última porción de torta de maracuyá de su cumpleaños que quedaba en la heladera. Luego falleció.
2. La historia del Partido Obrero no podría ser comprendida sin la intervención que tuvo en ella Pablo Rieznik. Había estudiado en el Colegio Nacional Buenos Aires, sin embargo, no había comenzado allí su militancia en el trotskismo, al que se incorporó al egresar del secundario. Ingresó en Política Obrera, antecedente del actual PO, a fines de los años sesenta al calor del Cordobazo y militó en su rama estudiantil, la Tendencia Estudiantil Revolucionaria Socialista (TERS). Pronto se destacó en la organización por su interés en la teoría y en su divulgación: aún hoy se lo recuerda dando cursos sobre la teoría marxista del Estado a jóvenes como él, más jóvenes que él y también a sus mayores. Fue uno de los fundadores en 1972 de la Unión de Juventudes por el Socialismo (UJS), cuyo congreso inaugural había reunido a mil jóvenes en la facultad de Arquitectura. En aquella época la juventud de Política Obrera había tenido destacadas intervenciones electorales en los centros de estudiantes universitarios y Rieznik, que estudiaba Economía, fue elegido como su representante en la Federación Universitaria Argentina. En ese rol se convirtió en la cara pública y juvenil de su partido. En representación de la FUA -y de los suyos- viajó a Europa y estrechó vínculos con otras organizaciones cuarta internacionalistas -que levantan el legado de León Trotski- del viejo continente. Sus intervenciones en las reuniones de la FUA no evadieron la polémica.
3. El año pasado en su hogar de Colegiales Pablo Rieznik y María Sánchez realizaron su tradicional bagna cauda a la que habían invitado a sus amigos. Había camaradas de Pablo de aquel fin de los sesenta y comienzos de los setenta. Varios de ellos continúan su militancia. En cierto momento comenzaron a contar anécdotas de esos tiempos. Contaban, por ejemplo, cómo durante un congreso de la FUA se habían negado a cantar el himno nacional para delimitarse del nacionalismo en ascenso a través de las organizaciones peronistas y cómo los militantes de la JP se habían abalanzado contra ellos y provocado una batalla campal, con resultados positivos para los militantes de Política Obrera, que poblaban unas gradas superiores desde las que podían enfrentar la arremetida chauvinista. “Me acuerdo de Graciela Molle pegándole desde arriba con su paraguas blanco a un peronista”, contaba uno de los amigos de Pablo Rieznik, que reía. La anécdota fue retomada en el cementerio de la Chacarita por Jorge Altamira, dirigente del PO, que brindó su homenaje antes de que se cremara el féretro con el cuerpo sin vida de Pablo Rieznik. Antes, Altamira había dicho: “Ha muerto un revolucionario, un trotskista, un cuartainternacionalista”. Y había resaltado las virtudes no sólo militantes de Rieznik, sino también su profunda tendencia a interesarse por la teoría. También contó cómo había resistido a los torturadores cuando fue secuestrado en la ESMA y cómo la movilización de su partido lo liberó. Altamira no sólo había sido un compañero de militancia de Rieznik, sino que también fue su amigo. El dirigente culminó sus palabras diciendo: “Viva Pablo Rieznik”. Luego habló su hijo Andrés, que le pidió a Olga Viglieca que lo ayudara a gritar: “Compañero Pablo Rieznik, ¡presente!”, acompañados por la multitud que había recorrido las calles internas del cementerio hasta el crematorio. Después Andrés Rieznik recitó un poema que había escrito su abuela durante el secuestro por parte de la dictadura de su padre. Antes de que el cajón fuera cremado, los presentes entonaron el himno “La Internacional”, cuya melodía fuera estrenada por primera vez durante la Comuna de París de 1871.
4. En 1977 Pablo Rieznik fue secuestrado junto a Miguel Guagnini por las bandas criminales de la dictadura de Jorge Rafael Videla. Ambos formaban parte de la dirección de PO y actuaban en la clandestinidad. Guagnini fue liberado antes que Rieznik, quien permaneció bajo torturas durante una semana en las mazmorras de la ESMA. Ante la desaparición, su partido comenzó una campaña local e internacional para lograr su liberación. Su esposa de aquel entonces, Alejandra Herrera, que tenía nacionalidad estadounidense, ingresó en la Embajada y se parapetó allí para demandar que la comunidad internacional actuara por la liberación de su marido. En Francia, la Unión de Estudiantes Universitarios -principal gremio estudiantil francés- se movilizó a la embajada argentina y advirtió que si la dictadura no dejaba ir a Rieznik, ingresarían y tomarían la sede diplomática. Fue liberado. Así relata el médico Luis Ángel Trombetta cómo encontró a Rieznik luego de su liberación: “En la dictadura, una madrugada fría de 1977, después de trabajar en el turno noche en la casa central del Banco Provincia, junto a otro bancarios compañeros de trabajo, subimos al colectivo 86. Apenas arriba un hombre sentado en el primer asiento, me tomó la mano. Era Pablo. Liberado de su secuestro, allá por el bajo, había subido al colectivo, sin destino. Me senté junto a él y viajamos hasta la casa de mis padres donde yo vivía, a escasos 150 metros de la Escuela Superior de la Policía Federal en Caballito. (…) Pablo estaba consciente, a pesar de la brutal tortura. Mientras caminamos le di mi ropa de abrigo. Estaba vestido con ropas húmedas, vaya a saber de qué otra víctima”. Luego de refugiarse en la casa de Trombetta -Pablo Rieznik tenía 28 años y Trombetta 21-, partió al exilio, en Brasil. Allí continuó su militancia. Culminó su carrera universitaria. Al finalizar la dictadura volvió a la Argentina. Jamás abandonó la convicción de la lucha por el socialismo.
5. La última vez que lo vi fue el viernes de la semana anterior a su fallecimiento. Era un día de sol, aunque frío. Habíamos almorzado con María Sánchez, su hijo Julián y su novia, quienes luego partieron hacia destinos distintos. Al quedarnos solos con Pablo, charlamos sobre la situación política, sobre su último libro, planificamos cómo podría ser presentado y a quién convocar para la presentación. La pereza y la celebración de lo humano, su última obra, es un libro excepcional, editado con severo cuidado por Mónica Urrestarazu para la editorial Biblos. A partir del texto libertario de Paul Lafargue -yerno de Marx- en el que reivindica la lucha por la abolición del trabajo tal como lo conocemos hoy en día, Rieznik realiza un análisis de las posibilidades que se abren a partir de la crisis económica mundial en curso, que analiza. Me comentó al pasar que le interesaba volver a leer la Historia de la filosofía occidental de Bertrand Russell y que no lo podía encontrar, que si de casualidad lo encontraba lo comprara para él. Luego salimos a pasear. Eligió la vereda del sol. “La vida nueva me hizo descubrir cuáles son las calles soleadas de mi barrio”, me dijo y caminamos hasta Álvarez Thomas. Íbamos con Felipe, su perro. En cierto momento, comenzamos a hablar sobre la muerte. Pablo Rieznik siempre fue un hombre racional, atravesado por el pensamiento científico, un ateo irreductible. “Para mí es sencillo: todos vamos a morir, muy probablemente esto me vaya a ocurrir pronto. Entonces quiero tomar la vida relajadamente, tratar de percibir la vida lo más que pueda”, me dijo. Charlamos sobre las cartas que había escrito Oliver Sacks ante la certeza de un cáncer terminal. Fuimos al Mercado de las Pulgas a un café al que solía concurrir. Charlamos un poco más sobre las posibilidades del Frente de Izquierda. Luego yo debía partir. Felipe, el perro, había esperado todo el tiempo detrás de la puerta del café, que era lindo y en un lugar pintoresco. Al despedirnos, Rieznik sonrió: “¿Viste?, te enseñé un nuevo bar para tus entrevistas”. Pablo Rieznik disfrutaba ese lugar pedagógico y, claro, hasta el último instante mantuvo su mente abierta al descubrimiento, a la extrañeza ante lo nuevo, al incansancio frente al mundo, a la perspectiva siempre del futuro, a la sorpresa de la vida. Hasta en lo mínimo, pero que podía interesarle a otro. Como un nuevo bar. Esto es una nimiedad anecdótica. Pablo Rieznik fue para muchos de nosotros un maestro.
6. Luego de la muerte de Pablo Rieznik, Facebook se pobló de testimonios de usuarios de todas las edades que contaban cómo habían sido deslumbrados por sus clases universitarias, por sus talleres partidarios, que narraban anécdotas de sus encuentros imborrables o valoraciones sobre su carácter pasional, enérgico y a veces hosco, de homenajes sentidos y recuerdos que no se irán jamás. Luego de la muerte de Pablo Rieznik, hay una certidumbre: entre todos aquellos que lo quisieron y admiraron, la noción terminante de que su ausencia definitiva tardará en hacerse tolerable.