De pronto, como si se tratase de una conspiración cósmica, sociedad y medios de comunicación salen a exigirle todo junto al gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli. Que combata el narcotráfico, que los presos ya no puedan escapar de las cáceles bonaerenses pidiéndose un remís, etcétera. Seguramente haya inquietud dentro del gabinete bonaerense, a la espera de que esta conspiración salga a reclamar además, mejoras en las escuelas públicas, o en los hospitales. Deberían temer que repentinamente los bonaerenses se cansen de tener que viajar hasta los hospitales porteños y le pidan al gobernador que al menos mande a limpiar un quirófano.
La gobernación de Scioli, que ya lleva seis años, tuvo una característica sustancial: no se caracterizó por nada. La impronta para el recuerdo, aquello por lo que el gobernador ingresará en los libros de historia, bien podría ser la de haber encabezado la gobernación más inmóvil e ineficiente de la historia del gran distrito argentino. Las excusas son todas ciertas. La Provincia es muy grande, muy poblada y muy difícil. El gobierno nacional ayudó poco y nada financieramente, temiendo que Scioli se autonomice y pretenda ser candidato a presidente. Su territorio es el más perjudicado del país por un sistema de coparticipación federal injusto y desequilibrado. Pero, salvo respecto a la carencia de colaboración nacional, todo lo demás debía saberlo el ex motonauta cuando se postuló, y si se propuso para el cargo, algo debería haber tenido en mente, un par de acciones de gobierno para resolverlo. Al menos pudo haber fracasado en sus intentos. Hubiese sido mejor que no hacer nada, la opción seleccionada.