Por: Horacio Minotti
De pronto, como si se tratase de una conspiración cósmica, sociedad y medios de comunicación salen a exigirle todo junto al gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli. Que combata el narcotráfico, que los presos ya no puedan escapar de las cáceles bonaerenses pidiéndose un remís, etcétera. Seguramente haya inquietud dentro del gabinete bonaerense, a la espera de que esta conspiración salga a reclamar además, mejoras en las escuelas públicas, o en los hospitales. Deberían temer que repentinamente los bonaerenses se cansen de tener que viajar hasta los hospitales porteños y le pidan al gobernador que al menos mande a limpiar un quirófano.
La gobernación de Scioli, que ya lleva seis años, tuvo una característica sustancial: no se caracterizó por nada. La impronta para el recuerdo, aquello por lo que el gobernador ingresará en los libros de historia, bien podría ser la de haber encabezado la gobernación más inmóvil e ineficiente de la historia del gran distrito argentino. Las excusas son todas ciertas. La Provincia es muy grande, muy poblada y muy difícil. El gobierno nacional ayudó poco y nada financieramente, temiendo que Scioli se autonomice y pretenda ser candidato a presidente. Su territorio es el más perjudicado del país por un sistema de coparticipación federal injusto y desequilibrado. Pero, salvo respecto a la carencia de colaboración nacional, todo lo demás debía saberlo el ex motonauta cuando se postuló, y si se propuso para el cargo, algo debería haber tenido en mente, un par de acciones de gobierno para resolverlo. Al menos pudo haber fracasado en sus intentos. Hubiese sido mejor que no hacer nada, la opción seleccionada.
Sí es cierto, Scioli podrá ser recordado por el marketing de la esperanza, con el que evidentemente cautivó a los bonaerenses unos años. Si un preso con una condena de 35 años por homicidio escapa de un penal en la patineta de su hijo, la respuesta del titular del Ejecutivo local se vinculaba con la fe, la esperanza y un discurso casi yogui como respuesta política a la ineficiencia. Con eso mantuvo el favor de los bonaerenses y fue incluso reelecto. También es posible que haya conseguido que quede en la memoria de sus electores el color naranja. Lo impuso el gobernador. Alguien le dijo seguramente que traía “buena vibra”, y visto que a Mauricio Macri le fue bien con el amarillo, Scioli le dio con todo al naranja. Gran logro.
Más allá de eso, la inseguridad creció y decreció a los ritmos habituales, de modo estacional, variando las modalidades delictivas de acuerdo con las necesidades del crimen organizado y sus propios contextos. Los secuestros extorsivos, por ejemplo, que requieren una gigantesca logística, y una banda más o menos grande y organizada, fueron disminuyendo. No por acción estatal, sino porque en su momento las bandas de narcos locales necesitaban fuertes sumas que conseguían mediante estos secuestros, para adquirir droga y luego multiplicar el dinero “exportándola” especialmente a Europa. Hoy es innecesario ese paso previo, porque los “capitales” colombianos que llegaron en los últimos 5 años evitan el paso previo del secuestro extorsivo. Así navegó la “no administración Scioli”, de acuerdo con los vaivenes coyunturales.
Tampoco se lo vio reclamar con la energía necesaria un rediseño de la Ley de Coparticipación Federal, especialmente en cuanto a la devolución de los puntos de coparticipación que la provincia perdió en tiempos de Domingo Cavallo, que fueron compensados por el arbitrario fondo del conurbano, pero que jamás volvieron cuando ese fondo se desactivó. Esa realidad condena a la provincia a la pobreza. Cualquier gobernador que se precie debería encadenarse al Congreso hasta que le devuelvan lo que es de los bonaerenses y se les ha quitado. Daniel ha preferido la fe y la esperanza.
Esta opinión no tiene nada que ver con la batalla Scioli-Sergio Massa por el peronismo, y la candidatura presidencial de 2015, que ambos ambicionan y en lo único que tienen fijos sus ojos aunque digan lo contrario. Massa no es más que Scioli, también manejó su intendencia en base al marketing, la sonrisa fácil y la relación con Mariano Iúdica. Los argentinos hemos venido oscilando los últimos años entre mafiosos malhumorados y vendedores de humo simpáticos al momento de seleccionar gobernantes. Pero volviendo al gobernador bonaerense, es injusto salir a pedirle todo ahora. No le pedimos absolutamente nada en 6 años. Incluso hace dos se lo reeligió, en el mismo momento en que se reeligió a Cristina Kirchner, y los guarismos electorales indican que sacó hasta más votos que ella. Y para entonces, a 2011, llevaba ya cuatro años de “no administración”. Y ahora resulta que, de golpe y porrazo, pretendemos que los presos no escapen de las unidades carcelarias a “cocochito” de un ocasional transeúnte, o que alguien haga algo contra el narcotráfico al que se dejó instalar cómodamente, sin ninguna restricción, todos estos años.
Como sociedad deberíamos plantearnos ser un poco más justos con nuestros “no gobernantes” y con nosotros mismos. Porque están ahí porque los votamos y porque los reelegimos. Y aquellas cosas que apreciamos cuando les damos nuestro voto suelen ser poco relevantes, incluso contrapuestas con lo que deseamos. En 2011, cuando se reelegió a Scioli, el problema de la inseguridad provincial ya estaba agravado notoriamente respecto de 2007, cuando asumió. Era, de acuerdo a las encuestas, la mayor preocupación social. Y se terminó votando la fe, la esperanza y el color naranja. No todo es culpa de Scioli.