Peronismo con soda

Horacio Minotti

No es lo mismo el vino puro que el vino con soda. Ni su sabor ni sus efectos. Casi podría decirse que son bebidas diferentes. Tampoco tiene nada que ver el vino espumante con aquel cuyas burbujas provienen de la mezcla con un contundente sifonazo. Vale la comparación con el peronismo, porque lo que queda del partido del General está viniendo aguado, es peronismo con soda.

Tal vez sea porque muchos de sus dirigentes de relevancia o con aceptación social tienen orígenes confusos, o porque éstos perciben que viene una de esas etapas de la Argentina en las que el peronismo pierde peso electoral. Los dos referentes que hoy, a dos años de las presidenciales, tienen más posibilidades electorales son Sergio Massa y Daniel Scioli. Uno proveniente de la UCeDe de Álvaro Alsogaray, asimilado durante los 90; el otro con un origen deportivo y una ideología poco clara o, al menos, nunca bien explicada.

Massa, por caso, trabaja en el armado de una liga nacional de intendentes que respalden sus aspiraciones presidenciales y se sumen al proyecto. Sabe bien que los gobernadores jugaran otro rol, seguramente más cerca de Scioli y de la estructura formal del partido; pero son bastante poco los gobernadores sin los intendentes. El poder territorial real, aquellos a los que la gente ve todos los días, los que le solucionan los problemas cotidianos, son justamente los intendentes. Sin ellos, los administradores provinciales pierden su base de sustentación. A eso juega el diputado electo del Frente Renovador, a erosionar la base de apoyo político de los gobernadores. Pero además Massa no hace distinciones. Mantenerse por fuera de la estructura formal del PJ le permite sumar también intendentes con buen calado social de otros espacios. Especialmente radicales, pero también muchos vecinalistas. El caso de Gustavo Posse puede considerarse un ejemplo interesante. Intendente de San Isidro por la eternidad, de origen radical, pero luego vecinalista. Jugó cerca de Julio Cobos cuando éste fundó el radicalismo K, rompió a medias con el gobierno después del “voto no positivo”, se dio un “baño de lavandina” un par de años y se estacionó cerca del PRO, y luego aterrizó con Massa. Como Posse, distribuidos en todo el interior del país hay decenas, y el candidato de Tigre los quiere a todos. Por ende, lo que Massa construye no es peronismo, o al menos, es peronismo con soda. Resulta una construcción no ideológica, un proceso de acumulación de poder y armado de estructura política sin límites puestos por etiquetas partidarias. Tan bien la viene Posse, como le vendría sumar a Jorge Macri (PRO), como a Jesús Cariglino. Palo y a la bolsa.

La estructura formal del peronismo que parece recostarse en Scioli o tal vez en Sergio Urribarri, gobernador de Entre Ríos, tampoco es tan pura. Primero porque el caso de Scioli debe entendérselo como el de un “peronista sui generis”, pero además, porque estando controlado por el kirchnerismo, hay vestigios de aquellas transversalidad que dominó su construcción política los primeros años y que sigue teniendo influencia dentro del esquema de poder del espacio.

Veamos un simple ejemplo. La famosa Ley de Medios, y su organismo de aplicación el AFCSA, son prioridades extraordinarias del peronismo gobernante. Lo han sido los últimos años, y hoy, implican su única victoria ante un desastre electoral. Y la figura rutilante de ese gran espacio de poder es Martín Sabatella, que tiene menos peronismo que el Comité Nacional de la UCR.

Pero además, si Scioli pretende competir seriamente por la presidencia en 2015, debe ampliar su base de construcción de poder político. Los intendentes oficialistas que todavía le responden en la Provincia de Buenos Aires son los mismos que perdieron la última elección. La gente de Mario Ishii perdió José C. Paz, Fernando Espinoza en La Matanza y Hugo Curto (por paliza) cayó en Tres de Febrero.

A nivel gobernadores, aquellos que le responden al justicialismo formal y consiguieron imponerse en la elección pertenecen a provincias sin peso electoral en una presidencial. Está muy bien ganar en Formosa, pero el porcentual de electores a nivel nacional de ese distrito para una presidencial es casi irrelevante. El distrito más grande que ganó el PJ fue Entre Ríos, justamente el de Urribarri, el rival interno más fuerte de Scioli.

En Córdoba, nadie sabe bien qué camino tomará José Manuel De la Sota, pero hacia adentro del peronismo cordobés hay importantes “pases de facturas”, porque si bien ganó la elección, lo hizo con muy pocos votos, muchos menos de los esperados. Así las cosas, Scioli tiene un peronismo “rebajado”, que deberá “aguar” aún más si pretende tener alguna chance electoral en 2015. La pureza por estos tiempos parece ser más un disvalor que una ventaja, quedar prisionero de una estructura partidaria, sea cual sea, resulta una limitante feroz en el nuevo escenario político social. La ventaja la tendrá quien sepa leer lo tiempos que se avecinan.