Todo el esfuerzo lo hace el BCRA

Inflación, dólar y estancamiento. Estos son los términos que sintetizan el presente económico de la Argentina y, claro está, están relacionados entre sí. El rol que ejerce el Banco Central sobre su evolución también los asocia, pues la impronta de 2014 es que la autoridad monetaria será la encargada de alinear las inestables variables económicas y financieras.

La entidad que conduce Juan Carlos Fábrega asumió el “trabajo sucio” de devaluar, para empezar a desandar el camino del atraso cambiario, y absorber el excedente de pesos con un incremento de la tasa de interés en torno al 28% anual y también de su deuda. En el caso de las LEBAC, el incremento fue de un 44,4% en doce meses.

La contracción de pesos fue notoria: según el Informe Monetario del BCRA, la disponibilidad de moneda en poder del público crece un 18,1% interanual – la mitad que la inflación real-, mientras que el crecimiento de la Base Monetaria descendió a un 19% en abril contra el mismo mes del año pasado. La otra cara de este endurecimiento monetario es la tendencia recesiva que toma la economía. Según el INDEC, la actividad económica registró en marzo una caída del 0,9% respecto de igual mes del año anterior, en el primer reconocimiento de retracción de la economía en el año.

El objetivo de frenar la inflación también compromete al ente emisor. Involuntariamente, la caída de actividad desacelera el ritmo ascendente de los precios minoristas. La absorción de pesos restringe el circulante y enfría la economía. Este estancamiento reconocido por el Gobierno llevó esta semana a liberar parcialmente las autorizaciones de compra de divisas para importadores, que venían demoradas.

A falta de lineamientos firmes en la política económica, el BCRA debe emitir para financiar el déficit público y luego absorber pesos; cuidar las reservas en dólares, pero cederlos para que distintos sectores de la producción, en particular los fabriles, puedan acceder a imprescindibles insumos importados. También el Estado es un importador ávido de dólares para las compras de energía.

En este juego de intereses en el que tercia el BCRA, el aumento del precio del dólar es una válvula que descomprime la tensión cambiaria. Incentiva las exportaciones –y el ingreso de divisas- y acota las importaciones a aquellas imprescindibles. También desalienta el apetito por posicionarse en dólares, que crece cuando se percibe al billete como “barato”, y alienta las posiciones en pesos con una tasa de interés elevada. Palabras como minidevaluación, microdevaluación, crawling peg o deslizamiento gradual se repitieron en los informes económicos de una semana en la que el organismo permitió una suba del dólar mayorista de 0,7%, unos cinco centavos, de 8,0025 a 8,055 pesos. Este tipo de cambio, utilizado para el comercio exterior, acumula un alza de 23,5% en el año.

El reciente aumento del nivel de reservas internacionales es un punto fuerte a favor del Banco Central, que pondera esta mejora por “un contexto de mayor liquidación estacional de divisas por parte de los exportadores, y luego de tres meses de estabilización del mercado cambiario”. En ese aspecto, las reservas están cerca de los u$s29.000 millones que alcanzaban el 23 de enero, cuando el mercado financiero asimilaba la devaluación del peso más profunda desde 2002. El Central señala en su informe que esas mejoras registradas en su tenencia de divisas “fueron parcialmente compensadas por la disminución de las cuentas en moneda extranjera de las entidades financieras en el BCRA y por el pago de deuda pública”.

Mientras el déficit fiscal se consolida por tercer año consecutivo, el Ministerio de Economía parece apuntar sólo a generar buenas noticias, como el aumento del 40% en la Asignación Universal por Hijo, que pasará de 460 a 644 pesos, así como una suba de 33,3% en la Asignación por Discapacidad, y el financiamiento de un ambicioso plan de viviendas en zonas relegadas de la ciudad de Buenos Aires.

Es cierto que esos porcentajes apenas compensan la inflación del último año, pero el mercado financiero interpreta el enunciado de Axel Kicillof de “distribuir para crecer, no al revés” como una negativa a reducir el gasto público. Por eso fue inmediato el salto del dólar paralelo, que subió 4,4% en la semana, a 11,13 pesos. El billete informal suma un 10,8% en el año, todavía detrás de la inflación, que acumuló 11,9% en el primer cuatrimestre del año, según el INDEC, y cerca de 16% según mediciones privadas.

Cómo sigue la carrera entre el dólar y la inflación

De todos los precios de bienes y servicios de la economía local, el del dólar es uno de los que tiene más férreo control oficial. En términos de competitividad cambiaria la divisa norteamericana siguió entre 2008 y 2011 –luego de la disputa entre el Gobierno y las entidades del agro- un proceso de pérdida de valor en el ámbito local por el avance de la inflación. El “cepo” impuso una barrera contra la fuga hacia la divisa, pero no corrigió el atraso cambiario.

A partir del año pasado comenzó a cambiar la relación en fuerzas en esa pulseada entre el dólar y la inflación. El billete verde, que venía rezagado, aumentó más que el promedio de los precios. El dólar en el mercado mayorista, donde interviene el Banco Central con operaciones de compraventa para fijar precios, acumuló un alza del 55,1% en el último año, desde los $5,158 (16 de abril de 2013) a los actuales 8,0025 pesos. Este movimiento se profundizó a partir de noviembre último, con la llegada de Juan Carlos Fábrega a la presidencia del Banco Central, en reemplazo de Mercedes Marcó del Pont, y tuvo un punto de inflexión con la abrupta devaluación del peso entre el 21 y el 23 de enero de este año, que encareció de golpe al dólar en un 18 por ciento.

Ese 18% es la diferencia que el dólar oficial le sacó a la inflación estimada en los últimos 12 meses, si se toma en cuenta el 37,3% acumulado según el “índice Congreso”, difundido por legisladores de la oposición en base a estudios de consultoras privadas y de la Dirección de Estadísticas y Censos de la Ciudad de Buenos Aires.

En cambio, al analizar el avance del dólar “blue” en el último año, éste muestra una clara desaceleración, al ganar sólo un 22,5% desde mediados de abril de 2012 ($8,52) a los $10,44 de hoy. La divisa en el mercado paralelo había aumentado 44% en 2012 y 47% en 2013, contra una inflación acumulada de 25,6 y 28,4 por ciento, respectivamente, según el “índice Congreso”.

La referencia del dólar informal es válida en tanto refleja con más fidelidad que el oficial la presión inflacionaria. Su precio está menos intervenido por el Gobierno, que actúa sobre esta plaza de manera indirecta, con la compra o venta de títulos públicos en dólares y, más cerca en el tiempo, con la apertura parcial de la venta de divisas para atesoramiento a personas físicas.

Así, si se observa el último año, del dólar oficial aventajó a la inflación, y ésta al dólar “blue”. Incluso, si se toma en cuenta sólo el 2014, el dólar oficial aumentó un 22,6% y el dólar libre apenas un 4 por ciento. Entre enero y marzo la inflación oficial fue de 10% según el nuevo IPC Nacional, y de 12,6% según el índice Congreso.

Sin embargo, el panorama es el inverso si se extiende la comparación, desde enero de 2012 hasta hoy: el dólar informal subió 120,7% (desde $4,73 a $10,44), el dólar oficial sumó 86,1% (desde $4,30 a $8,0025 en el mayorista) y la inflación Congreso acumuló 81,6 por ciento. Esto significa que el dólar oficial no hizo más que ajustarse a la inflación de los últimos dos años y apenas si igualó el nivel de competitividad cambiaria de fines de 2011, cuando se estableció el “cepo” y se advirtió un atraso relativo en el precio de la divisa.

Si dólar e inflación tienden a converger en algún punto relativamente cercano, por ejemplo a dos años vista, puede inferirse que la cotización del oficial todavía tiene margen para subir por encima de una inflación que es la más elevada en 12 años.

La mitad de los pesos son préstamos del BCRA al Tesoro

Es común que los economistas definan por la baja del valor del peso y no por la suba del dólar la evolución del tipo de cambio. Detrás del peso devaluado subyacen las dificultades que presenta el déficit fiscal y la vía de escape que el Gobierno eligió para salir del paso: la simple y llana emisión de moneda, sin el respaldo de un incremento proporcional de los dólares en las reservas. Estos pesos son prestados por el Banco Central al Tesoro como adelantos transitorios, que en teoría deberían ser reembolsados dentro de los doce meses de efectuados, aunque lo usual es que se renueven al vencimiento.

En la reformada Carta Orgánica del Banco Central sancionada en marzo de 2012 se establece que el Directorio de la entidad será quien determine “el nivel de reservas de oro, divisas y otros activos externos necesarios para la ejecución de la política cambiaria, tomando en consideración la evolución de las cuentas externas”. Para este fin se modificó la ley de Convertibilidad y se llamó “reservas de libre disponibilidad” a aquellas que excedan un indefinido “nivel que determine el Directorio”.

Este cambió permitió que la relación entre base monetaria y reservas internacionales del Banco Central divergiera del tipo de cambio oficial, al punto que convalidó algo que ya ocurría desde noviembre de 2011, que los activos líquidos no llegaran a cubrir los pesos en circulación y en la cuenta corriente del Banco Central. Según los últimos datos del BCRA, al 1° de noviembre, el cociente entre base monetaria ($342.132 millones) y reservas (u$s33.312 millones) deja un precio teórico de dólar de $10,27, cuando la tasa de cambio oficial a esa fecha fue de $5,9108 por dólar. Esta brecha tiende a ampliarse cuando la emisión persiste al alza y las reservas siguen en caída (u$s33.062 millones según datos provisorios del viernes último).

El pago de deuda con reservas impacta en el activo del BCRA, porque reemplaza divisas internacionales por una deuda intransferible en pesos a pagar un año después -en un período de alta inflación- y que además se renueva al vencimiento antes que cancelarse.

Como complemento, en la Carta Orgánica del BCRA se modificaron los límites para el otorgamiento de adelantos transitorios en pesos al Tesoro nacional, un verdadero auxilio para que las cuentas públicas no cierren el año con déficit primario, como ocurrió en 2012. Los préstamos podrán contabilizar hasta el 12% de la base monetaria, más 10% de la recaudación de los últimos doce meses.

Esta ampliación disparó la cantidad de dinero en circulación, que creció el año anterior un 38,3% y en 2013 se moderó a un rango de inflación real del 24,5% anual. Así, hasta el 31 de octubre de 2013, los adelantos transitorios ascendieron a $153.780 millones, un 55% de la base monetaria. Es decir, representan más de la mitad de los pesos en circulación.

Además, hasta septiembre de 2013 estuvo vigente una “facultad excepcional” que incluía adelantos transitorios extra por otro 10% sobre los recursos anuales en efectivo que el Gobierno nacional haya obtenido, lo cual habilitaba (con datos de recaudación y base monetaria al 30 de septiembre) un tope de unos $178.000 millones, que no se llegó a alcanzar.

Por lo tanto, de no mediar una nueva reforma de la Carta Orgánica, el monto total de este aporte deberá reducirse paulatinamente, pues de mantenerse en los niveles presentes de recaudación y base monetaria (aunque serán algo mayores hacia fin de año) los adelantos al Tesoro en 2014 tendrán un nivel máximo que rondará los $120.000 millones, frente a los $153.780 millones actuales, porque una parte deberá cancelarse con el transcurso de los meses y no podrá renovarse sistemáticamente como hasta ahora.

En este aspecto puede incidir una apreciación del dólar oficial más acelerada, promovida por la entidad que preside Mercedes Marcó del Pont, porque un peso que se devalúa genera una recaudación más alta por retenciones a las operaciones de comercio exterior y así amplía el tope impuesto para el giro de adelantos transitorios. El dólar oficial ganó el último año un 25%, a $5,965, desde los $4,772 un año atrás.

La soja resiste al cambio de escenario

El debate público de las últimas semanas fue acaparado por los discursos de los políticos que disputan las elecciones primarias este domingo y, como es lógico, las cuestiones económicas quedaron postergadas, pero no implica que pierdan vigencia. Al contrario, en las últimas jornadas hubo indicadores que mostraron señales de un cambio de escenario internacional, como las caídas de precios de las materias primas, que aún dejan sin respuesta el interrogante sobre cómo condicionarán la realidad económica y financiera del año próximo.

La Argentina mantiene su “sequía” de dólares, no porque falten, sino porque los que ingresan salen del sistema financiero con el mismo ritmo. Por ejemplo, la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina (CIARA) y el Centro de Exportadores de Cereales (CEC), entidades que concentran la exportación de granos, oleaginosas y derivados, informaron que en los primeros siete meses de 2013 liquidaron unos u$s15.136 millones por ventas al exterior, contra u$s14.575 millones del año anterior, un 3,7% más.

Aunque por la cosecha récord este año se hubiera justificado un volumen de liquidación mayor al del año pasado, queda claro que no están ingresando menos divisas. Pero son los precios, a diferencia de 2012, los que acompañan menos. El miércoles, la soja tocó su piso más bajo desde enero de 2012, nítidamente debajo de los u$s500 por tonelada, y finalizó la semana en u$s434,40 (contrato a noviembre) y u$s492,81 (entrega inmediata), aún lejos de sus precios de u$s581,01 y u$s598,92, respectivamente, del 8 de agosto de 2012. Es un declive entre 18 y 25 por ciento.

Al ser la soja –porotos, aceites y harinas- el principal producto de exportación argentino, la evolución de su precio en el mercado internacional gravita en el ingreso de divisas al país, en las reservas que dispone el Banco Central y en la recaudación en concepto de retenciones. Un informe de Empiria Consultores calculó que con una cosecha 2013/14 de 52,5 millones de toneladas de soja, las cotizaciones actuales restarían u$s1.670 millones al balance cambiario y $4.230 millones a la recaudación. Es decir que se pierden u$s1.000 millones de divisas y u$s325 millones de recaudación por cada u$s25 que cae la cotización de la tonelada o por cada 2,5 millones de toneladas menos que se produzcan.

Estos montos son relevantes, sin embargo hay que reconocer que las exportaciones agrícolas, que representan un tercio del total, mantienen el flujo de dólares aún con la fuerte volatilidad que sobrelleva este mercado, pues al crecer los stocks globales –como en 2013-, cae el precio internacional en proporción similar. El año pasado ocurrió al revés: disminuyó la producción mundial –incluida la Argentina- y la respuesta del mercado fue un incremento de precios, ante una demanda que se mantuvo constante.

Así, las ventas cursadas por CIARA y CEC totalizaron u$s23.069 millones en 2012 (un año de esmerilada cosecha por la sequía: 90,4 millones de toneladas), frente a exportaciones totales por u$s81.205 millones (28,4% del total). En 2011 (entonces con cosecha de 104,3 millones) rindieron u$s25.033 millones contra exportaciones totales por u$s84.269 millones (29,7% del total). En 2010, el agro liquidó u$s22.234 millones (cosecha de 92,2 millones de toneladas), de los u$s68.500 millones que exportó el país (32,5%). En el primer semestre de 2013, CIARA y CEC liquidaron u$s12.799 millones, un 31,3% de las exportaciones totales de la Argentina en ese período, por 40.921 millones de dólares.

Estos números reflejan por qué no prosperó la propuesta de retenciones móviles a las ventas del agro, como sí funcionaron en el rubro petrolero desde 2007. La alícuota marginal que fijaba la resolución 125 de marzo de 2008 determinaba que el Estado captaría la mayor parte de los aumentos de cotización de la oleaginosa cuando ésta superase los u$s400 por tonelada en el mercado de Chicago, sin tener en cuenta ese natural equilibrio entre stock y precio. En su libro Yo no me quiero ir, el economista Federico Sturzenegger explica que el esquema tenía una “inconsistencia inquietante”, porque “aumentaba considerablemente los ingresos del fisco en épocas de ‘vacas gordas’ (cuando la cosecha y/o los precios no eran buenos) y los disminuía en épocas de ‘vacas flacas’, pero no incorporaba la creación de un fondo anticíclico para ahorrar los recursos extraordinarios de los momentos de bonanza y gastarlos luego en tiempos de debilidad económica”.

Todo indica que el sector agrícola cumplirá con su aporte de dólares como cada año a pesar de los fluctuantes precios y cantidades. Por lo tanto, hay que buscar la respuesta al drenaje de divisas en otros rubros altamente deficitarios en términos comerciales, como turismo, energía y automotrices (incluidas las autopartes), que a la vez profundizan la caída de reservas del Banco Central, ya disminuidas por los vencimientos de deuda, en torno a u$s7.300 millones este año y u$s8.700 en 2014, si se concreta el pago del cupón atado al PBI.

El Gobierno devalúa, pero no le alcanza

Durante julio, el Banco Central subió un 2,24% el dólar mayorista, referencia del mercado de cambios oficial, desde los $5,395 del 28 de julio, hasta los 5,515 pesos. De esta forma, el tipo de cambio aumentó un 12,2% en los primeros siete meses del año. Al anualizar esta apreciación entre enero y julio, refleja una tasa de casi 21%, que resulta un dólar oficial de $5,95 a fin de año.

Este dólar está de acuerdo con la “estimación” de un dólar oficial a seis pesos atribuida al secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, a comienzos del año, pero aún muestra que es imparcial o falaz interpretar que la devaluación oficial acompaña el ritmo de la inflación. En realidad “corrió desde atrás” al subir menos que la inflación real algunos meses, mientras que lo hizo más en otros. En enero, la inflación difundida por legisladores de la oposición en el Congreso fue de 2,58%, contra un incremento del dólar oficial 1,20%; 1,23% contra 1,33% en febrero; 1,54% contra 1,51% en marzo, y 1,52% contra 1,31% en abril.

El atraso cambiario presionó para que el dólar recuperara la tendencia ganadora en mayo y junio. En el quinto mes del año, la inflación detectada fue de 1,57% contra 1,84% que ganó el dólar, y en junio fue 1,93% contra 2,08 por ciento. En julio, la divisa mayorista ganó 2,2%, cuando algunas consultoras privadas ya calculan una aceleración de los precios en un rango de 2,4 a 3 por ciento. Así, una aproximación más realista muestra en el primer semestre un incremento de precios minoristas de 10,82% contra una suba del dólar de 9,65%: el billete siguió rezagado contra el promedio de los precios.

Por eso, el Banco Central decidió acelerar el ritmo de apreciación de la divisa. Si se tomara en cuenta la progresión alcista del bimestre junio-julio (subió 23 centavos, desde los 5,285 a 5,515 pesos) el incremento sería 4,35% bimestral, un 26,1% anual. Si se anualizara el 2,24% que avanzó el billete verde en julio, esta suba del dólar aceleraría un 26,9 por ciento. Es decir, la autoridad monetaria está apretando el acelerador.

En estrictos términos de devaluación, hay que decir que el peso argentino se devaluó 10,84% en el transcurso del año (frente a 12,2% que ganó el dólar), desde los u$s0,203 por peso ($4,925 por dólar en enero) a u$s0,181 por peso el 31 de julio. Anualizada, esta devaluación asciende a 18,58%, un porcentaje significativo que contraría la expresión de Cristina Kirchner, quien dijo en mayo que “para devaluar tendrán que esperar a otro Gobierno”.

Brasil y Venezuela

Probablemente haya sido el ajuste del dólar en Brasil el factor que más empujo al BCRA a apurar la escalada local de la divisa. En el trimestre mayo-julio el país vecino apreció el dólar un 14 por ciento. Respecto de enero, la divisa norteamericana en Brasil avanzó 12,2%, lo mismo que ganó el dólar oficial en Argentina. Esta relación es crucial en materia de exportaciones, debido a que Brasil es el principal socio comercial de la Argentina. Sin embargo, la diferencia de inflación entre ambos (3,15% contra 10,82% en el primer semestre) es otro dolor de cabeza para los funcionarios argentinos y factor de pérdida de competitividad para los productos nacionales.

El combate de la inflación que el Gobierno decidió hacer manifiesto en este 2013 es un fracaso concreto y subyace a las medidas para ajustar la tasa de cambio. Cuanto más ajustes, controles y acuerdos de precios se intentaron aplicar, menos efecto se consiguió en las góndolas. Por el contrario, la inflación parece estabilizarse en un 2% mensual.

Argentina está muy lejos de la realidad de Venezuela, pero simula seguir sus pasos. La administración chavista intentó a su modo fijar precios en época preelectoral y luego de los comicios la inflación se le fue de control: acumuló 25% durante el primer semestre del año, por encima del 7,5% del mismo período de 2012.

El país caribeño mantiene un férreo control de cambios con una cotización oficial de 6,30 bolívares por dólar, aunque la moneda de los EEUU es prácticamente inaccesible de no ser por el mercado paralelo, en el que su valor se quintuplica. Por ejemplo, el codiciado dólar “turista” al que acceden pocos venezolanos, con montos de u$s1.000 en promedio y un límite de u$s2.500, vale cerca de 11,7 bolívares, casi el doble que el oficial. En la Argentina, la tasa de recargo es apenas 20 por ciento.

Asimismo, en febrero, el gobierno de Nicolás Maduro decidió devaluar casi el 32% el bolívar respecto del dólar, que pasó de costar 4,3 bolívares a los actuales 6,3. Argentina todavía está lejos de un ajuste tan brutal, con su devaluación estimada en 18,8% anual. Más que un espejo Venezuela es en este sentido una caricatura que exagera el presente argentino, pero obliga a pensar sobre las consecuencias de las políticas económicas erráticas, descoordinadas y tolerantes de una inflación que carcome los ingresos.

Cristina y Kicillof contra los fantasmas

El dólar paralelo regresó a los principales titulares de las secciones de Economía, cuando el miércoles llegó a operarse sobre los 9 pesos, a valores que no se registraban desde mayo último. La intervención oficial, con ventas de bonos en dólares de la ANSeS y llamados disuasorios a mesas de dinero, retrajo la oferta en las “cuevas” y arbolitos y dejó el precio de cierre este viernes en $8,52, con mínimas transacciones.

El lanzamiento del Cedin no contuvo el apetito de los ahorristas por el dólar, incentivado por el cobro del medio aguinaldo. Desde que comenzó julio, la divisa en el mercado marginal ganó un 5,8%, mientras que con el certificado para blanquear capitales no se concretó hasta ahora ninguna operación en la Bolsa de Comercio.

Esta semana, la presidente Cristina Kirchner decidió aludir en forma directa al dólar y apuntó a los bancos como responsables de una intentona devaluacionista. “Sabemos que nos van a poner escollos, por eso nos corren con algunos fantasmas ‘blue’, porque hace muy poco desde el Banco Central de la República Argentina obligamos a los bancos a disminuir la tasa de interés”, afirmó y advirtió: “Sabemos que nos responden con ficción y con fantasmas, pero les vamos a correr las sábanas para que los argentinos les vean las caras a esos fantasmas”.

El discurso de la mandataria sacó al dólar de la zona tabú y con una dosis de ironía lo llevó al terreno de la superstición. Omitió decir, de todos modos, que no son apariciones del más allá, sino funcionarios del “más acá” los responsables esta suba, que se explica por las medidas aplicadas durante la actual gestión , como la reforma a la Carta Orgánica del Banco Central y el “cepo” cambiario. De estas políticas, el circuito de divisas marginal es un emergente de poca trascendencia si se lo comparara con otros problemas como el déficit fiscal y la inflación creciente.

La base monetaria del Banco Central refleja un incremento interanual de la emisión de pesos del 29,7 por ciento. La suma del circulante (billetes y monedas en poder del público, en entidades financieras y cheques cancelatorios, más los pesos en cuenta corriente del Banco Central) pasó de $252.248 millones el 12 de julio de 2012 a $327.229 millones el 12 de julio de este año. En el mismo período, el dólar ganó casi la misma proporción: 30,7% en la comparación interanual, desde los $6,55 del 17 de julio de 2012 a los actuales 8,52 pesos. El incremento del dólar, por más que se genere en un mercado especulativo e irregular, obedece a indicadores y no a un capricho desestabilizador.

Al dividir la base monetaria por las reservas del Banco Central (en u$s37.457 millones), surge un dólar implícito de $8,74, casi igual que los $8,75 que se pagaban por el “blue” el martes pasado. Por eso, otro fuerte factor de presión para que suba el “blue” es el deterioro de los activos líquidos de la entidad que preside Mercedes Marcó del Pont, que disminuyeron 13,5% en el año o u$s5.833 millones desde que comenzó 2013, cuando alcanzaban los 43.290 millones de dólares.

Esta erosión de la hoja de balance se explica en cierta medida por los adelantos transitorios que el Banco Central hace al Tesoro nacional, a cambio de un documento de pago, que pasaron a constituir el 23% del activo del BCRA, cuando significaban el 15% hace un año. En sentido inverso, las reservas, que representaban el 43,6% del activo total en julio de 2012, ahora significan un 33 por ciento.

La teoría conspirativa sobre el circuito informal del dólar fue instalada por la Presidente de la Nación en un mensaje que puede enmarcarse dentro de la campaña electoral, pero más preocupa que fue rubricada por un funcionario técnico, como Axel Kicillof, quien también acusó a las entidades financieras de tener “vasos comunicantes” con “el mercado ilegal del dólar”. Además, el el viceministro de Economía rechazó las críticas a los instrumentos para el blanqueo de capitales y denunció una “guerra de guerrillas de los medios opositores para tirarlos abajo, metiéndole miedo a la gente”, según su expresión, para convencerla de no entregar sus dólares en el colchón.

Las palabras de Kicillof muestran como el diagnóstico oficial se obstina en negar el atraso cambiario, producto de la inflación, y a ésta como consecuencia de la emisión de pesos sin respaldo para financiar el déficit público. Así, las condiciones para que el dólar siga demandado y con proyección alcista permanecen intactas.

Cómo salir del “cepo”

El dólar libre amagó con llegar a los 10 pesos y su avance multiplicó los análisis de los economistas de las más variadas tendencias. Muchos de ellos coincidieron en la influencia nociva de este incremento en la economía real, que se agudiza cuanto mayor es la volatilidad de la cotización de la divisa informal.

Por una parte, la brecha cambiaria impacta en la inflación. Los productos e insumos importados ingresan al tipo de cambio oficial, pero su precio al público registra una suba superior a la de la tasa de cambio oficial debido a la incertidumbre sobre su futura reposición, en un marco de control a las importaciones, y también el eventual costo que vayan a tener los mismos en el futuro.

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En 2013 las reservas caen más que en todo 2012

Los u$s40 mil millones de reservas son un monto muy importante, pero la dinámica de deterioro de los activos líquidos del Banco Central es preocupante. Desde el inicio de 2013, cayeron u$s3.280 millones, un 7,6% en tres meses y medio. Es más que lo perdido a lo largo de todo 2012, unos u$s3.086 millones, y representa casi el 60% de retroceso de todo 2011 (u$s5.814 millones), dos años en los que hubo importantes vencimientos de deuda.

Las reservas finalizaron este lunes en u$s40.010 millones, su volumen más bajo desde el 21 de mayo de 2007 (u$s39.967 millones), hace casi seis años, y un 24% menos que el récord de u$s52.654 millones del 26 de enero de 2011.

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La AFIP y el BCRA, con objetivos cruzados

La Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) es el ente recaudador de impuestos que depende del Ministerio de Economía, encargado además de regular las obligaciones y derechos de los contribuyentes. El Banco Central (BCRA) es la institución encargada de la emisión de pesos y de fijar la política monetaria, entre otras varias funciones. Entre sus objetivos, la AFIP, que conduce Ricardo Echegaray, procura obtener recursos para que el Gobierno pueda financiar las políticas públicas, mientras que el organismo que preside Mercedes Marcó del Pont promueve la estabilidad monetaria y del sistema, además de instar al “pleno empleo de los recursos y el desarrollo de la economía con equidad social”.

Ambas entidades, una como fiscalizadora y la otra como reguladora, se complementaron para el establecimiento de las restricciones cambiarias a partir de octubre de 2011. Sin embargo, sus roles dentro del Gobierno no siempre armonizan y sus objetivos se cruzan y contrarrestan, en un marco de desaceleración económica y déficit de las cuentas públicas.

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