Por: Juan Gasalla
Inflación, dólar y estancamiento. Estos son los términos que sintetizan el presente económico de la Argentina y, claro está, están relacionados entre sí. El rol que ejerce el Banco Central sobre su evolución también los asocia, pues la impronta de 2014 es que la autoridad monetaria será la encargada de alinear las inestables variables económicas y financieras.
La entidad que conduce Juan Carlos Fábrega asumió el “trabajo sucio” de devaluar, para empezar a desandar el camino del atraso cambiario, y absorber el excedente de pesos con un incremento de la tasa de interés en torno al 28% anual y también de su deuda. En el caso de las LEBAC, el incremento fue de un 44,4% en doce meses.
La contracción de pesos fue notoria: según el Informe Monetario del BCRA, la disponibilidad de moneda en poder del público crece un 18,1% interanual – la mitad que la inflación real-, mientras que el crecimiento de la Base Monetaria descendió a un 19% en abril contra el mismo mes del año pasado. La otra cara de este endurecimiento monetario es la tendencia recesiva que toma la economía. Según el INDEC, la actividad económica registró en marzo una caída del 0,9% respecto de igual mes del año anterior, en el primer reconocimiento de retracción de la economía en el año.
El objetivo de frenar la inflación también compromete al ente emisor. Involuntariamente, la caída de actividad desacelera el ritmo ascendente de los precios minoristas. La absorción de pesos restringe el circulante y enfría la economía. Este estancamiento reconocido por el Gobierno llevó esta semana a liberar parcialmente las autorizaciones de compra de divisas para importadores, que venían demoradas.
A falta de lineamientos firmes en la política económica, el BCRA debe emitir para financiar el déficit público y luego absorber pesos; cuidar las reservas en dólares, pero cederlos para que distintos sectores de la producción, en particular los fabriles, puedan acceder a imprescindibles insumos importados. También el Estado es un importador ávido de dólares para las compras de energía.
En este juego de intereses en el que tercia el BCRA, el aumento del precio del dólar es una válvula que descomprime la tensión cambiaria. Incentiva las exportaciones –y el ingreso de divisas- y acota las importaciones a aquellas imprescindibles. También desalienta el apetito por posicionarse en dólares, que crece cuando se percibe al billete como “barato”, y alienta las posiciones en pesos con una tasa de interés elevada. Palabras como minidevaluación, microdevaluación, crawling peg o deslizamiento gradual se repitieron en los informes económicos de una semana en la que el organismo permitió una suba del dólar mayorista de 0,7%, unos cinco centavos, de 8,0025 a 8,055 pesos. Este tipo de cambio, utilizado para el comercio exterior, acumula un alza de 23,5% en el año.
El reciente aumento del nivel de reservas internacionales es un punto fuerte a favor del Banco Central, que pondera esta mejora por “un contexto de mayor liquidación estacional de divisas por parte de los exportadores, y luego de tres meses de estabilización del mercado cambiario”. En ese aspecto, las reservas están cerca de los u$s29.000 millones que alcanzaban el 23 de enero, cuando el mercado financiero asimilaba la devaluación del peso más profunda desde 2002. El Central señala en su informe que esas mejoras registradas en su tenencia de divisas “fueron parcialmente compensadas por la disminución de las cuentas en moneda extranjera de las entidades financieras en el BCRA y por el pago de deuda pública”.
Mientras el déficit fiscal se consolida por tercer año consecutivo, el Ministerio de Economía parece apuntar sólo a generar buenas noticias, como el aumento del 40% en la Asignación Universal por Hijo, que pasará de 460 a 644 pesos, así como una suba de 33,3% en la Asignación por Discapacidad, y el financiamiento de un ambicioso plan de viviendas en zonas relegadas de la ciudad de Buenos Aires.
Es cierto que esos porcentajes apenas compensan la inflación del último año, pero el mercado financiero interpreta el enunciado de Axel Kicillof de “distribuir para crecer, no al revés” como una negativa a reducir el gasto público. Por eso fue inmediato el salto del dólar paralelo, que subió 4,4% en la semana, a 11,13 pesos. El billete informal suma un 10,8% en el año, todavía detrás de la inflación, que acumuló 11,9% en el primer cuatrimestre del año, según el INDEC, y cerca de 16% según mediciones privadas.