El “relato” de Massa

El precandidato presidencial y líder del Frente Renovador, Sergio Massa, busca expresar un cierto “relato”. Y eso no está mal, no me resulta para nada condenable. Toda fuerza política con algún tipo de vocación de poder debe lograr la construcción de una “narrativa”, una explicación que señale de dónde viene, hacia dónde va y que dé un sentido amplio a las decisiones que adopta. Las fuerzas políticas con mayor alcance, con mayores horizontes, pueden, incluso, vincular su presente con distintos puntos de la Historia pasada y generar además ciertas imágenes de futuro que le permitan seguir captando adhesiones.

Claro que así como algunos sectores rechazan por completo el “relato” que hace de sí mismo el oficialismo, el “relato” del ex intendente de Tigre bien puede ser a su vez cuestionado o analizado de manera crítica. Continuar leyendo

Oposición, cuesta arriba

Por lo que sabemos de la democracia argentina desde 1983 hasta aquí, en elecciones presidenciales puede imponerse un dirigente que provenga de las filas del peronismo u otro que no tenga esa trayectoria política. Sin embargo, el no-peronista para lograrlo debe superar una serie de obstáculos y demostrar una serie de virtudes que no siempre aparecen con facilidad en el espectro de la actual oposición.

En primer lugar, hasta el momento, los dos dirigentes que llegaron a la Presidencia por fuera del peronismo eran de pura cepa de la Unión Cívica Radical (UCR), con décadas de trayectoria y fogueo en el partido centenario, el único de la oposición que por el momento tiene referentes y un comité en todos los municipios del país.

Tanto Raúl Alfonsín como Fernando De la Rúa tenían amplios pergaminos partidarios para mostrar. El oriundo de Chascomús era líder indiscutido de una de las corrientes internas de la UCR y logró convertirse, pocos meses antes de concurrir como candidato a las elecciones de 1983 en el presidente del Comité Nacional partidario. De hecho, hizo reformar la carta orgánica del partido para poder conservar, como presidente de la Nación, ese cargo, algo que ni Hipólito Yrigoyen había intentado.

También Fernando de la Rúa era una de las principales caras de otra de las corrientes internas de la UCR y fue tres veces senador nacional y otra diputado, así como jefe de Gobierno porteño, antes de postularse a la Presidencia.

Hay otro elemento para destacar de la llegada al poder de aquellos dos dirigentes no peronistas. Tenían un plan y una trayectoria trazada para acceder al sillón de Rivadavia bastante tiempo antes de las elecciones. Alfonsín atravesó la dictadura del “lado correcto” de cara a su futuro político: no pactó con la dictadura, mantuvo vínculos con organismos de derechos humanos y rechazó la guerra de Malvinas. Y en Abril de 1983, seis meses y unos días antes de las elecciones nacionales, golpeó primero la mesa y denunció un “pacto sindical-militar”, acción que lo hizo conocido en los rincones del país donde su campaña tenía todavía bajos niveles de presencia, al tiempo que marcó el tono de todo el período preelectoral.

De la Rúa, a su vez, en el marco de la coalición UCR-Frepaso entre cuyas figuras principales estaba un ex presidente, como Alfonsín, tuvo marcado su camino hacia la Rosada también con bastante antelación. La Alianza se selló más de dos años antes de la elección presidencial de 1999. Debutó en los comicios legislativos de 1997 y se mantuvo con los mismos colores y dirigentes a la cabeza en todo el trayecto final del gobierno de Carlos Menem.

Todos estos elementos deben tenerse en cuenta para analizar el actual desempeño político opositor. Bien entrado este mes de mayo todavía no estaba definido cómo serán las alianzas que se inscriban de cara a las primarias de agosto, con negociaciones de último momento -al parecer ahora truncas- entre los partidos de Mauricio Macri y Sergio Massa.

Hay que recordar, como señalábamos al inicio, que el justicialismo tiene una serie de recursos políticos e institucionales que cualquier propuesta opositora deberá esforzarse por superar o neutralizar. Así, la mayoría de las provincias siempre han sido gobernadas por peronistas de 1983 a la fecha y el Senado siempre tuvo mayoría peronista desde el inicio del actual período democrático. Hay provincias que han cambiado de signo político en estos años, pero ninguna se mantuvo siempre no-peronista -a excepción de la díscola y muy particular Ciudad Autónoma de Buenos Aires, desde que allí se realizan elecciones- y hay varias que siempre han estado bajo signo justicialista como Salta, Formosa, Jujuy, San Luis o Santa Cruz. Asimismo, sólo unos siete años y medio de los 31 años de democracia rigieron gobiernos no peronistas, lo que también nos dice algo de esta dificultad. Todo esto pesa también en una elección presidencial.

La letra de la Constitución Nacional tampoco ayuda a la oposición si es que esta dilata sus definiciones o comete errores de apreciación. La posibilidad de ser presidente superando el 40 por ciento de los votos da una chance extra para una fuerza como el actual oficialismo que siempre ha tenido un piso de votos “alto”. Sin ir más lejos, Eduardo Duhalde perdió las elecciones de 1999 sumando el 38,2 por ciento de los sufragios, una proporción muchos de los precandidatos opositores actuales envidiarían.

El panorama sigue abierto y nadie puede asegurar al día de hoy quién será el próximo presidente o de qué partido provendrá. Lo que es cierto es que la oposición, si quiere suceder a Cristina Kirchner, al menos por lo que indica la experiencia, debería esmerarse mucho, pero mucho más

Urbi et orbi

“Yo aquí hago de Padre Eterno. Los bendigo a todos Urbi et Orbi. Recibo a todos. A algunos que me gustaría darles una patada tengo que abrazarlos”. La frase, palabras más o menos fue repetida infinidad de veces en entrevistas y cartas con colaboradores por Juan Domingo Perón.

Quizás allí resida en parte el secreto del arte de la conducción en el peronismo, un movimiento que siempre -aún cuando la derecha argentina lo ha considerado en no pocas oportunidades como revolucionario y subversivo- ha sido policlasista, reformista, federal e integrador de intereses de sectores empresarios y de trabajadores.

De más está decir que con esa dinámica en mente, Perón se mantuvo hasta el último minuto de su vida al frente del movimiento político que fundó, si bien no estuvo exento de vaivenes y hasta de agrios momentos en que distintos sectores -Augusto Timoteo Vandor alguna vez, las “formaciones especiales” juveniles en otras ocasiones- coquetearon con la idea de desafiar su liderazgo.

Si vamos más aquí en el tiempo, la presidenta Cristina Kirchner lidera al oficialismo y, por lo que se ve hasta el momento, parece escuchar el eco de las palabras del General. Por un lado, se mostró durante el último mes en varias ocasiones con dos de los principales precandidatos de su partido, el gobernador Daniel Scioli y el ministro Florencio Randazzo. Ambos, así como los restantes precandidatos del Frente para la Victoria, dependen de un buen desempeño del Gobierno nacional hasta el último minuto del actual mandato, como precondición para tener buenas chances en los comicios de octubre.

La jefa de Estado no hace guiños por el momento ni hacia uno ni hacia otro lado e incluso la Casa Rosada salió a poner “paños fríos” en la disputa interna, cuando desde las trincheras sciolistas y randazzistas las críticas cruzadas se pusieron más punzantes. Por encima de las internas, la voz de Cristina suena “Urbi et Orbi”.

La Presidenta conserva buenos niveles de respaldo a su gestión -distintos consultores asumen que bien por encima del 40 por ciento- en tanto que los índices económicos internos, a diferencia de lo ocurrido el año pasado, no son para nada desalentadores. La inflación se desaceleró, el salario real tiene un ritmo ascendente, según confirmó un informe del centro de estudios sindical CIFRA-CTA y el consumo interno no aparece en mala forma. El Indice de Confianza del Consumidor difundido por la Universidad Torcuato Di Tella acumuló una suba del 45,3 por ciento en un año. Se ubica así en niveles similares a los que mostraba a fines de 2011.

Los últimos anuncios para dar más impulso al consumo interno que la Presidenta realizó por cadena nacional desde la Casa Rosada, en presencia de varios precandidatos del oficialismo parece nechar por tierra también una hipótesis que analistas opositores han repetido hasta el hartazgo en shows televisivos y columnas de diarios y sitios web: que el principal objetivo de la primera mandataria sería entregarle la banda presidencial a un dirigente opositor, preferentemente Mauricio Macri, como una forma de desairar a sus posibles sucesores al interior del peronismo.

En ese contexto, el PRO, se verá durante todo el mes próximo inmerso en la sabrosa interna entre Horacio Rodríguez Larreta y Gabriela Michetti, primera parada en la sucesión que probablemente beneficie al actual oficialismo porteño.

Y Sergio Massa, quien en algún momento parecía un “número puesto” para la oposición, pasa sus horas tratando de retomar algún eje discursivo que lo ubique en el centro de la escena, mientras trata de mantener a sus seguidores unidos detrás de su postulación.

En los hechos, el año electoral recién comienza, pero ya puede decirse que algunas definiciones comienzan a asomar.

¿Volvió el marketing?

“Volvió la política”. La frase se convirtió en un lugar común desde 2003 a esta parte. Se trata, por cierto, de un planteo afín al kirchnerismo. La idea de fondo es que desde la llegada de Néstor Kirchner a la Presidencia las principales decisiones tomadas en la Casa Rosada no provienen más que de los circuitos que logran armarse entre la dirigencia política y la sociedad, sin intermediarios. En la convicción de Néstor Kirchner de ser su “propio” ministro de Economía, por ejemplo, habrá estado parte de la génesis de la idea.

La noción -como todas- es discutible. ¿Qué significa “la política” en cada tiempo? ¿De dónde es que “volvió” la política? ¿Se había ido en todo caso? ¿Adónde? ¿Volvió como antes o sufrió alguna modificación?

Lo cierto es que de sólo repasar las tempranas campañas de la mayoría de los precandidatos presidenciales surgen más preguntas. Y queda la duda de si lo que más bien parece haber “vuelto”, cuando ya falta muy poco para 2015, no es la política sino el marketing.

Como a fines de los años 90, en algunos casos, proliferan notas en la prensa sobre cómo encaran estos postulantes sus estrategias y qué piensan los principales asesores de campaña de los dirigentes que quieren suceder a Cristina Kirchner. Se habla con nombre y apellido de los “cerebros” detrás de cada candidato. Y hasta da la casualidad que algunos son los mismos que hace unos 15 años atrás buscaban llevar a un cliente a la Casa de Gobierno, como es el caso del publicista Ramiro Agulla, contratado por Sergio Massa.

La elección de los colores, el diseño de los afiches, las poses de los precandidatos, los nuevos formatos destinados a “pegar” en las redes sociales y que “se hable” de ellos -o más bien- de que se los mencione de determinada manera en determinados segmentos de la población es lo que -hasta ahora- predomina en estas pre-campañas.

Es cierto que el moderno “marketing” político ha estado presente en la democracia argentina como la conocemos desde su mismo punto de partida, con la campaña que llevó a Raúl Alfonsín a la Presidencia en 1983. Es un dato conocido que el líder radical confió su comunicación a expertos -algunos provenientes del ámbito publicitario- y que utilizó encuestas para afinar su discurso y su estrategia.

Pero más allá de esta característica, el marketing en ese y otros casos acompañó a un dirigente de peso que supo cómo llegar a la Presidencia y dejar su marca en la sociedad. Quizás sólo en el caso de Fernando de la Rúa, las técnicas y pirotecnias de campaña superaron a la política, estuvieron por encima de ella.

Habrá que dejar rodar un poco más esta campaña, aguardar a que los ejes y los precandidatos comiencen a decantar y a definirse para ver si -efectivamente- la política volvió para quedarse o si lo único que permanece es el marketing.

¡Es Sudamérica, estúpido!

Es apasionante seguir de cerca la campaña presidencial en Brasil. Allí se juega en las próximas semanas buena parte del futuro de Sudamérica, un territorio que en los últimos años protagonizó mejoras en sus índices económicos y sociales con una intensidad desconocida en 40 años.

Ningún país sudamericano es igual al otro. Pero algún elemento común hay. La mayor parte de los habitantes del subcontinente mejoraron en sus condiciones de vida durante administraciones que suelen tener más o menos grandes oposiciones “por derecha” -sector donde se ubican importantes sectores empresarios incluidos los mayores medios de comunicación- y pequeñas oposiciones “por izquierda”.

La oposición argentina elige cada tanto elogiar la marcha de países de la región que serían “distintos” a la Argentina por ser más “serios”. Históricamente, Chile y Uruguay. En 2011 precandidatos que competían contra Cristina Kirchner como el radical Ricardo Alfonsín mencionaban a Brasil. Intelectuales de centroderecha alaban incluso el crecimiento económico de Perú.

Para 2014 las cosas parecen haber cambiado un poco. El “enamoramiento” opositor local está ahora puesto no tanto en oficialismos vecinos sino en versiones también opositoras, como la que encarna la candidata Marina Silva en el vecino país.

Es muy interesante apreciar algunas situaciones durante la campaña electoral brasileña:

La primera tiene que ver con la similitud de algunos debates que se dan allí entre el oficialismo y la oposición con los que se registran en la Argentina. Por un lado, cuánto cambio y cuánta continuidad está reclamando la sociedad a sus dirigentes.

Algunas pistas: el eslogan de la presidenta Rousseff es “más cambios, más futuro”. Una forma clara de plantear que la demanda por modificaciones en la situación actual puede provenir del propio oficialismo.

A su vez, Marina Silva, como principal contendiente opositora discute con el Gobierno pero evita pararse en la idea del “puro cambio”. Asegura que espera generar una mezcla de las políticas de Fernando Henrique Cardoso y las de Lula Da Silva. Si se quiere, como planteó en su momento Sergio Massa en la provincia de Buenos Aires “mantener lo bueno y cambiar lo malo”.

Además, Silva, al igual que hace aquí el PRO en la Argentina y ahora también Massa, que estrenó en un spot la palabra “distinto”, se presenta a sus electorers como “diferente”. Asegura que el PT y el PSDB vienen “peleando” hace 20 años y que se alejaron de los problemas de la gente.

Además -ya vivimos aquí esa polémica la semana pasada cuando Mauricio Macri prometió una eliminación de Ganancias par trabajadores- Silva hace promesas y Rousseff exige que la candidata opositora diga de dónde va a sacar el dinero para financiarlas.

También como acá hay peleas ideológicas de fondo. La presidenta brasileña cargó con dureza contra Silva por plantear la autonomía absoluta del Banco Central, la acusó de querer dejar así la autoridad monetaria en manos de los banqueros. Se sabe: los principales accionistas del Banco Itaú, la mayor entidad financiera privada de América Latina, tienen sus fichas puestas en Silva.

A seguir de cerca esta campaña porque allí se juega buena parte del futuro sudamericano y -seguramente- veremos los debates de mañana en Argentina expuestos hoy.

¿Es la reelección?

El Frente Renovador, que lidera Sergio Massa, presentó un proyecto de ley provincial que, entre otras medidas, apunta a limitar la reelección de intendentes en territorio bonaerense para que sólo puedan cumplir dos mandatos consecutivos.

Pero ¿cuál es la envergadura del fenómeno de la “reelección indefinida” a nivel local en territorio bonaerense? ¿Qué ocurre en el Gran Buenos Aires, donde encontramos a casi siete de cada diez habitantes de la provincia?

En su libro Atrapada sin salida. Buenos Aires en la política nacional (1916-2007), la politóloga María Matilde Ollier ofrece información concreta al respecto.

En un relevamiento que va de 1983 a 2003, se comprueba que en el Gran Buenos Aires 32 intendentes completaron un solo mandato, 16 lo hicieron en dos períodos, 5 lograron dos reelecciones, dos obtuvieron tres y otros tantos cuatro. Uno solo accedió a cinco reelecciones.

De esta información surge que el 82 por ciento de los intendentes que ocuparon ese cargo en el Gran Buenos Aires en los primeros veinte años de democracia respetó la “regla Massa” de no reelección por más de dos períodos.

En palabras de Ollier: “Así, observamos que mientras 32 veces cumplen un solo período, sólo un jefe comunal termina seis mandatos. En el medio hay un número razonable de reelecciones (16). Menor todavía es la cifra de intendentes con tres, cuatro y cinco períodos completos”.

En la porción de la Primera Sección electoral que forma parte del conurbano, al momento de realizarse el relevamiento, los intendentes con mayor cantidad de reelecciones eran Enrique García (Vicente López) y Ricardo Ubieto (Tigre), que dejaron esos puestos en 2011 y 2007, respectivamente, habiendo sido reemplazados por actuales integrantes del Frente Renovador. La fuerza de Ricardo Ivoskus (San Martín), que completó tres mandatos, también perdió en 2011 a manos de un dirigente que ahora integra el partido de Massa. Algo similar ocurrió en San Fernando, donde Luis Andreotti, del FR, cortó cuatro mandatos del justicialista Gerardo Amieiro. En la Tercera Sección Electoral, las reelecciones desde 1983 de Manuel Quindimil encontraron un fin con la llegada del el kirchnerista Darío Díaz Pérez en 2007.

En cambio, la “dinastía Posse” -ahora también en el partido de Massa- sigue en pie, a través de los mandatos de Melchor y Gustavo, contando desde 1983. También sobrepasan el “límite” de dos reelecciones Luis Acuña (Hurlingham), Alberto Descalzo (Ituzaingó), Jesús Cariglino (Malvinas Argentinas), Raúl Othacehé (Merlo), Hugo Curto (Tres de Febrero)  y Julio Pereyra (Florencio Varela).

De 23 municipios en el Gran Buenos Aires, siete estarían por fuera de la regla de dos mandatos como máximo para un intendente. 

Se da en ese contexto el curioso caso del municipio de La Matanza, el más populoso de la Argentina y siempre peronista, en el que la “regla Massa” de dos mandatos como máximo  se respeta como si ya estuviera escrita en una ley. Federico Russo, Héctor Cozzi, Alberto Balestrini y Fernando Espinoza encabezaron las boletas electorales sólo para acceder al cargo ejecutivo y para una reelección.

Como vemos, la imagen de que los “barones del conurbano” se perpetúan en sus cargos debe ser matizada. Si bien está la figura de la reelección indefinida, por la que, como se comprueba, algunos jefes comunales no dudan en inclinarse, también ha habido otro fenómeno extremo, como es el de la destitución del jefe comunal, que entre 1983 y 2007 afectó a diez intendentes.

Desde ya que haber estado alguna vez como intendente es una ventaja clave para quien se postula para encabezar un Municipio -ocurrió en 83 elecciones de 150 relevadas por Ollier en el Gran Buenos Aires entre 1983 y 2007-. Aunque también lo es -en menor medida, en 15 casos- presentarse como “delfín” de un intendente saliente, estrategia que bien podría ser usada por los oficialismos locales, aún si se aprobara el proyecto de Massa.

La iniciativa dada a conocer en las últimas horas también apunta a dar la posibilidad de desligar las elecciones nacionales o provinciales de las locales. Este también es un elemento de relevancia para que un dirigente acceda al ejecutivo municipal, aunque no definitorio. Del centenar y medio de accesos al poder computados en el trabajo citado, el 30 por ciento se dio por “arrastre” de alguna candidatura provincial o nacional.

Habrá que ver también si el diseño institucional lo es todo al momento de definir los resultados de una gestión. El propio Massa aseguró en varias oportunidades que la administración de Ubieto, su antecesor al frente de la comuna de Tigre (cinco mandatos consecutivos, al que habría que sumar uno durante la dictadura militar) tenía aspectos positivos. “No puede ser que la política argentina sea esta cosa en que el que viene rompe todo lo que hizo el anterior, lo que está bien hecho, hay que cuidarlo”, señaló en el entonces candidato a jefe comunal en campaña. Lo mismo habrán pensado los integrantes de la Fundación Konex, que destacaron en 2008 a Ubieto (post mortem) con un Diploma al Mérito en la categoría Administrador Público.

¡Es como acá!

“Ayer tiré un papel en la calle

y nadie hizo nada.

En Miami te meten 300 dólares de multa:

no es como acá”.

Luis Solari, el cantante que nunca viajó afuera pero le contaron

 

Chile y Uruguay muestran, es obvio, importantes diferencias con la Argentina en distintos aspectos. Se trata de países más pequeños en términos de población y económicos. En el terreno político y a diferencia de la mayoría de los países sudamericanos muestran un mayor nivel de institucionalización en sus prácticas políticas.

Algunas noticias ocurridas esta semana me llamaron la atención porque parecen indicar que, después de todo, no todo es distinto al otro lado de la cordillera ni del Río de La Plata.

Por un lado, la presidenta chilena, Michelle Bachelet, comenzó a cumplir una de sus promesas de campaña, al poner en revisión el sistema de pensiones privado que rige hoy en el vecino país. Puntualmente, la jefa de Estado creó una Comisión Asesora que debe plantear una reforma al esquema actual. Justificó la medida por las “claras insuficiencias” en el actual sistema jubilatorio chileno, creado por la dictadura de Augusto Pinochet y que en su momento fue presentado por promotores de las reformas de mercado como un ejemplo para la región.

Bachelet aseguró que su gobierno está “iniciando un proceso fundamental de reflexión y de debate para que los chilenas y chilenos cuenten con un sistema de pensiones digno y adecuado a sus necesidades”. Y planteó hacerse “cargo de las claras insuficiencias” del actual sistema previsional.

La mandataria dijo que “las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) han perdido credibilidad en la ciudadanía y su modo de funcionamiento merece ser analizado en detalle”.

Al mismo tiempo, la presidenta de la Central Unitaria de Trabajadores de Chile (CUT), Bárbara Figueroa, ya adelantó la posición de los gremios: salió a señalar que no comparte la propuesta de crear una administradora estatal que compita con las privadas, sino que exige que se cree “un sistema público de pensiones” donde “el Estado participe activamente para asegurarles a todos los que jubilen una pensión no menor al 70 por ciento de lo que estaban ganando al momento de jubilar”.

En tanto, en Uruguay es notorio cómo los candidatos de centroderecha que integran la oposición al Frente Amplio centran sus propuestas en temas vinculados con la inseguridad. Así, Jorge Larrañaga, precandidato del Partido Blanco, presentó el llamado “Plan Libertad”, con 60 ideas contra el delito. Entre ellas incluye, al igual que el líder del Frente Renovador argentino, Sergio Massa, la entrega de un “botón de alerta” a los hogares para permitir avisar a la Policía sobre hechos de inseguridad.

El postulante opositor reclamó también considerar como “agravante” los actos delictivos contra ancianos. En una declaración pública advirtió: “Cuando hablamos de mano dura (hablamos) de severidad ante la reincidencia y los delitos violentos. Es combate al narcotráfico grande pero también a las bocas de distribución minorista de drogas. Mano dura también es considerar un agravante más severo para la violencia contra los ancianos”.

A su vez, el precandidato colorado, Pedro Bordaberry, impulsa una propuesta de reforma constitucional para bajar la edad de imputabilidad de 18 a 16 años. El postulante oficialista Tabaré Vázquez salió a cruzarlo con fuerza: “A un joven de 16 años que atraviese la puerta de una cárcel de adultos lo primero que le va a suceder es que lo van a violar, lo van a ultrajar y lo van a educar para que siga viviendo toda su vida en delito”.

¿Un país sudamericano que comprueba que el sistema privado de jubilaciones tiene graves falencias? ¿Otro en el que la oposición de centroderecha hace eje de campaña en el tema de la inseguridad? En contra de lo que suele expresar un personaje de Diego Capusotto, habrá que decir ¡es como acá! 

El mensaje de Moyano

En abril de 2011, en un multitudinario acto en la Avenida 9 de Julio en el que impulsó la reelección de Cristina Kirchner, el secretario general de la entonces unificada CGT, Hugo Moyano, afirmó: “Los trabajadores no estamos solo para votar. También podemos reclamar algún cargo en las listas. Los trabajadores  tenemos el derecho y la obligación de asumir responsabilidades”.

Un año antes, en una entrevista en el diario Página 12, Moyano había recordado que Lula Da Silva solía señalar que cuando era niño su sueño había sido manejar un camión pero que había terminado manejando un país. “Quizá mi sueño fue al revés”, señaló el sindicalista. Incluso en febrero del año pasado, el jefe del gremio de Camioneros destacó que “puede ser que sea candidato” a presidente.

El líder de la CGT Azopardo se refirió en esas tres instancias a la posibilidad de ampliar su nivel de representatividad. De pasar de dirigente sindical a dirigente político. Se sabe que todo dirigente sindical “hace política”, desde ya. Pero esa política no es necesariamente la que apuntan a hacer los partidos: reunir votos sean de trabajadores sindicalizados o no.

El paro nacional que llevó adelante Moyano junto con otras dos centrales obreras opositoras parece alejarlo de ese objetivo de mayor llegada a distintos sectores, que por ejemplo había encarado en 2011 cuando realizó una serie de charlas en universidades. ¿No resulta más bien que a través de una medida de fuerza que tuvo impacto, en particular con la adhesión de los gremios del transporte público, alineados con la central obrera que encabeza, Moyano vuelve al objetivo de ser el “mejor sindicalista” aunque no el “mejor político”? ¿No refuerza así los vínculos que tiene con sus afiliados -entre los que tiene un alto nivel de respaldo e imagen positiva- pero difícilmente expanda ese nivel de adhesión a otros sectores sociales?

Una pista la dieron algunos de los principales dirigentes opositores, que no salieron a apoyar con sus palabras la medida de fuerza. Sergio Massa, Mauricio Macri y Ernesto Sanz, por ejemplo, Indicaron que las consignas contra la “inflación” y los “efectos de la devaluación” son válidas pero que el paro debe formar parte de una “última instancia” de acción. “El paro no va a contribuir en nada”, señaló además el líder del PRO. Y el jefe del Frente Renovador -que tiene vínculos políticos notorios con dirigentes organizadores del paro- prefirió considerar que “hay otras metodologías” para hacer planteos.

Con la huelga, Moyano y Luis Barrionuevo, antes que plantear un reclamo concreto al Gobierno buscaron ratificar que siguen vigentes en la arena “política”. Una vigencia que implica que pueden no ser importantes en términos de votos, pero que todavía tienen poder de fuego “sindical”. Habría que pensar también en ese sentido si el paro estuvo dirigido -como señalaron los sindicalistas- a la presidenta Cristina Kirchner, a quien le quedan veinte meses de mandato, o fue más bien un mensaje para todos aquellos dirigentes políticos que quieran competir por sucederla en 2015, sean oficialistas u opositores. Un mensaje que le dice a los candidatos de todos los colores “no olviden que tendrán que hablar con nosotros, si llegan a la Casa Rosada”.

Mandar cualquiera

Los disparates que se escuchan desde el mes pasado en el debate público sobre la cuestión de la inseguridad son mucho más que exabruptos de dirigentes políticos: comienzan a marcar el tono de lo que será la próxima campaña electoral y la disputa por suceder a Cristina Kirchner.

En los últimos días, por ejemplo:

  • Sergio Massa consideró que los episodios de linchamientos de presuntos delincuentes “aparecen porque hay un Estado ausente” y “tienen que ver con los mensajes que se dan desde el Estado”.

  • Su aliado Jesús Cariglino llamó “linchamientos entre comillas” a los ataques y los justificó.

  • Una actitud similar tomó el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, quien habló aquí y allá de “Estado ausente”.

  • Desde la flamante coalición UNEN, el exdiputado Alfonso Prat-Gay pidió no “cargar las tintas sobre los que linchan” y el actual legislador Humberto Tumini evaluó que “hay compatriotas que frente a la permanente congoja por la inseguridad en que viven, deciden tomarse justicia por mano propia”.

El rechazo a los actos de violencia aparece desde estos sectores muy en segundo plano o recién luego de varios días de la justificación. Al igual que ocurrió cuando la oposición cuestionó con mentiras un anteproyecto de reforma del Código Penal o quitó su respaldo a los integrantes de la comisión que elaboró el texto, parece claro que se busca un rédito de corto plazo.

Se sabe que en períodos preelectorales, o cuando aumenta el ritmo de los posicionamientos políticos, los conceptos que vierten los dirigentes pierden muchas veces equilibrio y matices, con la intención de atraer el apoyo de tal o cual sector. Pero desde que en febrero de 1989 Carlos Menem habló de “derramar” sangre para recuperar las Islas Malvinas que no se escuchan en campaña frases inescrupulosas como las que estamos escuchando por estos días.

A eso hay que sumarle planteos de periodistas y conductores radiales y televisivos que dicen cosas como “y en tercer lugar, está mal matar” o tratan de justificar a como dé lugar los ataques violentos.

Así parece estar planteado en el debate público a un año de que comience formalmente la campaña electoral tras la que dejarán sus cargos la Presidenta, así como varios de los gobernadores de las provincias de mayor peso político y económico del país.

Preparémonos entonces para seguir escuchando este tipo de planteos. Y que el tono de la próxima campaña sea decir cualquier cosa a la pesca de algunos votos o puntos de rating. Total, después vemos…

 

¿+a vs. la región?

No fue una sorpresa que el discurso que llevó a Washington el líder del Frente Renovador, Sergio Massa, chocara con posiciones del gobierno argentino, encabezado por la presidenta Cristina Kirchner. Sin embargo, resultó llamativo que sus palabras fueran tan diferentes de los habituales planteos que realizan los gobiernos del Mercosur y la mayoría de los mandatarios sudamericanos.

En una entrevista que concedió a la cadena CNN en la capital norteamericana, Massa expresó su posición personal sobre los conflictos políticos que se registran en Venezuela.

Allí le reclamó a “todos los países de la región” que le exijan a la Organización de Estados Americanos (OEA) intervenir mediante la aplicación de la llamada Carta Democrática Interamericana en el caso de Venezuela.

Massa consideró además que en Venezuela se producen “violaciones constantes a los derechos humanos”. En forma paralela, el diputado por el Frente Renovador evaluó que la Argentina y Estados Unidos deben tener una relación “profunda y seria” porque son “parte de una misma región”.

Los actuales gobiernos sudamericanos no tienen la misma posición sobre Venezuela, ni consideran a los Estados Unidos como parte plena de su “misma región”. En todo caso, señalan que su “región” la integran sus vecinos directos, los integrantes de la Unasur o los países latinoamericanos ahora reunidos en la Celac.

La posición de Massa es diferente de planteos de los presidentes sudamericanos, quienes se ocuparon de destacar la legitimidad del gobierno venezolano y al mismo tiempo de rechazar protestas violentas en ese país.

La flamante mandataria chilena, Michelle Bachelet, dijo el mes pasado al referirse a la situación de Venezuela: “jamás apoyaremos ningún movimiento que de manera violenta quiera derrocar a un gobierno constitucionalmente electo”.

A su vez, Dilma Rousseff advirtió que en Venezuela “es mucho mejor el diálogo que la ruptura institucional” y se ocupó de destacar que “Brasil no puede decir lo que ellos tienen que hacer”. Además resaltó algo que en varios de los interlocutores que el diputado Massa tuvo en Washington no parece muy claro: “Venezuela no es igual a Ucrania”, subrayó.

También hace algunas semanas, el presidente uruguayo, José Mujica, se mostró en contra de “cualquier injerencia del exterior, sea quien sea, en los asuntos de la sociedad venezolana”.

El líder del Partido de los Trabajadores brasileño, Lula Da Silva, por su parte, dijo hace algunas semanas en Cuba que el presidente venezolano, Nicolás Maduro “es un hombre muy bien intencionado” e instó a la “paz” en el país caribeño.

Las posiciones fueron similares a las de la presidenta Cristina Kirchner, quien pidió “respetar la democracia” en Venezuela y consideró que si a la oposición de ese país no le “tocó ganar las elecciones, habrá oportunidad en un próximo turno electivo de presentarse nuevamente”.

Con matices, el planteo también incluyó a sectores de la oposición en la Argentina. El Partido Socialista, encabezado por Hermes Binner, planteó su “absoluto apoyo a la defensa del orden constitucional” en Venezuela y destacó la importancia de respetar “la voluntad soberana del pueblo, expresada en las urnas hace pocos meses”.

También el planteo de Massa sobre Venezuela fue diferente de lo decidido por el Consejo Permanente de la OEA. El organismo rechazó la semana pasada una propuesta de Panamá para tratar la cuestión de las protestas en ese país con el respaldo de 22 países, tres votos en contra y nueve abstenciones. El expresidente colombiano Alvaro Uribe aseguró que entre las abstenciones, se contó la del gobierno de su país, que encabeza Juan Manuel Santos.

Las diferencias de Massa con el discurso habitual en la región también se vieron con respecto a la cuestión del Mercosur. Un periodista del diario The Washington Post con el que dialogó dijo que entre las intenciones del líder del Frente Renovador están “modernizar” el bloque regional. Además, según consignó Infobae, Massa señaló que, a su entender, la Argentina debe tener “un nuevo rol en un nuevo acuerdo del Pacífico”. Se trata de una serie de términos que no están en el vocabulario habitual de los jefes de Estado o las diplomacias de los países que integran el Mercosur desde hace varios años.

El exintendente de Tigre ha dicho muchas veces que “viene una época de construcción; el tiempo de los albañiles de la política, no para tirar todo abajo y empezar de nuevo sino para poner un ladrillo arriba para que a Argentina le vaya bien”. Pensando en la política exterior ¿será así en realidad?